Canoas Arqueológicas de un Palo (huampus) Recuperadas en Lagos Andinos del Noroeste Patagónico
CLARIFICACIÓN DE LOS ENCUENTROS NAVALES QUE EN 1883 SOSTUVIERAN PATRULLAS DEL 7° DE CABALLERÍA DE GUARNICIÓN EN NEUQUÉN
Por Jorge Fernández C. (*)
INTRODUCCIÓN
En 1978, el buzo Francisco Zolano Requelme y el autor organizaron la extracción de los restos de una canoa monoxila hundida en el lago Nahuel Huapi, la que pocos meses después fue recuperada por un equipo arqueológico de buceo (Nota 1). Aquél rescate constituyó, a nuestro entender, la primera operación arqueológica subacuática practicada en la Argentina con un propósito exclusivamente científico (FERNÁNDEZ, 1978). El interesante hallazgo estaba llamado, no obstante, a despertar opiniones controvertidas entre los especialistas, ya que por la época a que nos referimos no existían evidencias de que en la región lacustre del noroeste de Patagonia hubiesen habitado pueblos prehistóricos o protohistóricos navegantes. De hecho, esto facilitó grandemente el cuestionamiento del carácter arqueológico relativamente antiguo que nosotros pretendíamos asignar a la canoa recuperada. Posteriormente hemos hallado casi una veintena de restos de embarcaciones primitivas con los mismos rasgos morfológicos y técnicos, prueba elocuente de que no han constituido un entretenimiento de desocupados. De manera complementaria tuvimos acceso a documentación histórica demostrativa de la intensa actividad náutica supérstite entre los grupos indios que habitaron los lagos andino-patagónicos hasta el último tercio del siglo XIX. El objetivo de esta contribución es el de presentar las nuevas evidencias - arqueológicas y etnohistóricas - en la certeza de que por intermediación de ambas será posible remover la sólida incomprensión de veinte años atrás.
1) EL MEDIO FÍSICO
Por los 41° de latitud S., la Cordillera Andino-Patagónica ofrece una brecha por la cual los conocimientos náuticos, de gran desarrollo en las costas del Pacífico (EDWARDS, 1965), pudieron haberse infiltrado fácilmente en dirección a las estepas de la Patagonia. Con embarcaciones adecuadas, en poco tiempo se alcanza desde el mar de Chiloé - o, más precisamente, desde el seno de Reloncaví - al río Petrohué, y de éste al lago de Todos los Santos y al río Peulla. No más de dos leguas separan las cabeceras de este último río de las costas del brazo Blest del lago Nahuel Huapi, a través del paso de Pérez Rosales (978 m de altitud), el que posibilita atravesar con facilidad la Cordillera de los Andes. Esta es la ruta clásica de penetración al interior patagónico, usada por los colonos y comerciantes alemanes de Puerto Montt a partir del año 1850, fecha de su radicación en Chile, y abierta por los exploradores Fonck, Cox y antecesores de ambos. Pero esta ruta fluvial y lacustre tiene una historia aún más remota, ya que los jesuitas exploradores del siglo XVII y XVIII la usaron rutinariamente. Existen pruebas de que los colonos alemanes siguieron los pasos de los misioneros jesuitas, pero éstos, a su vez, han debido seguir los derroteros trazados por los indios. Nuestra convicción es que ha existido allí una intercomunicación frecuente entre grupos humanos que, procedentes del Pacífico, entraron a las mesetas del Neuquén y NO. de la Patagonia. Obviamente, el tránsito ha de haberse efectuado igualmente en la dirección contraria: para la arqueología, ambas posibilidades crean expectativas singulares.
Si nuestras suposiciones fuesen razonablemente correctas, tanto en el lago Nahuel Huapi como en los restantes integrantes de la cadena lacustre norpatagónica debieran encontrarse vestigios arqueológicos de tal intercurso étnico, principalmente en la forma de restos de embarcaciones de tipología indígena.
2) LA CANOA DE PLAYA BONITA
La región lacustre del noroeste de la Patagonia cubre una extensa superficie del pie oriental de la Cordillera de los Andes, entre 38 y 42° de latitud sur. Son lagos profundos y de aguas frías. Sus costas son irregulares y cubiertas por bosque impenetrable, que alcanza a sus orillas y las hace intransitables. El mayor de ellos es el lago Nahuel Huapi (557 km2), que alcanza a 454 m de profundidad máxima. Predominan en esta región los vientos impetuosos del O., que producen fuerte oleaje en la superficie del lago. Cuenta con algunas islas que, según comprueban tanto el arte rupestre como otros vestigios de ocupación humana, fueron habitadas en época prehistórica. Ha sido en este lago, en las proximidades de Playa Bonita, distante 7 km al O. de San Carlos de Bariloche (Provincia de Río Negro) que en 1979 se extrajeron los restos de la primera embarcación, la que yacía embicada de proa sobre un escalón del acantilado, semienterrada en el fango, a 12 m de profundidad y muy inclinada en dirección a las profundidades del lago. Semejante posición resultaba comprometida y peligrosa, ya que cualquier empuje la deslizaría cuesta abajo en el talud, conduciéndola a profundidades cercanas a los 100 m, que imposibilitarían cualquier intento posterior de recuperación. Según se comprobó antes de la extracción, ni en el interior de la piragua, ni en sus alrededores, se observaron otros restos arqueológicos, como huesos, trozos de madera, restos de anclas o remos o cualquier otro implemento. Para los buzos sólo era visible el sector de la popa, encontrándose lo restante cubierto por el fango. Su reflotación se efectuó amarrando a la canoa dos flotantes de 200 litros de capacidad, conectados mediante mangueras a un compresor de aire portátil.
Al ser extraída la embarcación, una vez limpia del lodo, la superficie de la madera mostraba una cobertura filamentosa similar al tejido algáceo. El espesor de madera alterada oscilaba entre 1 y 3 mm; al efectuarse un corte para fechar radiocarbónicamente (Nota 2) y efectuar estudios microxilográficos, pudo observarse que la madera interior estaba perfectamente conservada.
Se trata de una canoa excavada en un solo tronco, cuyas dimensiones son: 4,70 m de eslora, 0,85 m de puntal y 0,83 m de manga. Su estado general de conservación era, en el momento de su extracción, bastante bueno, notándose solamente la destrucción parcial de algunos sectores de las bordas. La proa es elevada, la parte central de la embarcación es deprimida y la popa algo más levantada, características que determinan un arrufamiento apreciable, características destinadas a que la embarcación pudiera recuperarse al enfrentar los fuertes oleajes que caracterizan al lago. Las bordas son relativamente delgadas, engrosando hacia la proa. Son visibles los apoyos para los remos, que no denotan un uso prolongado. La popa es maciza, de hasta 0,30 m de espesor y ofrece un frente recto en vista posterior. En su cara superior muestra dos perforaciones destinadas a la inserción de dos tarugos que constituían el retén de un remo trasero, que obraba como timón. El nacimiento de la quilla (codaste) es muy pronunciado. La proa es elegante, inclinada, con un nacimiento de quilla (codaste) muy pronunciado. En su parte superior, la roda muestra un agujero pasante destinado a la inserción de un cordel, ya fuera para el amarre en puerto o para la navegación aparejada o en convoy. El fondo interior de la embarcación es liso o levemente cóncavo, salvo hacia el sector de proa. El fondo exterior es poco convexo, para que el bote hiciera poco calado.
La madera empleada en su construcción ha sido la de cóihue (Nothofagus dombeyii), árbol gigantesco de la región capaz de proveer troncos largos, gruesos y rectos, como son los necesarios para la construcción de canoas de este tipo. Es característico en individuos de esta especie arbórea, cuya vida se estima en varios siglos de duración, que su madera se vea afectada, con la edad, por pudriciones que carcomen parte de su duramen. Suponemos que la formación de oquedades longitudinales en los troncos haya sido un motivo preferencial para su elección, ya que facilita enormemente el trabajo de ahuecamiento.
Tanto interna como externamente, la madera de nuestra embarcación muestra las huellas de la herramienta utilizada para el vaciamiento del tronco. Ésta ha sido metálica, al parecer un hacha pequeña de mango corto, o probablemente una azuela (herramienta usada para desbastar, cuyo filo es transversal al mango).
Parte de las caras internas de las bordas, totalmente carbonizadas en algunos sectores, muestran huellas inequívocas de la aplicación de fuego. Si descontar totalmente que el fuego haya sido un elemento auxiliar en el proceso de manufacturación de la canoa, pareciera que estas carbonizaciones son posteriores, pudiendo tal vez relacionarse más bien con las causas del naufragio de esta embarcación.
3. OTRAS CANOAS
Posteriormente a la reflotación de la canoa de Playa Bonita - a la que en esta exposición asignamos el número de orden 1 -, hemos documentado y registrado otras. Dos ejemplares se exhiben actualmente en el Museo de la Patagonia de San Carlos de Bariloche. Se trata de canoas pequeñas, cuya longitud no sobrepasa los 3 metros. Una de ellas (la número 2) tiene la cara superior de las bordas revestidas con madera alóctona (pino, pino Spruce ?). La otra (número 3) es de fondo plano; muestra perforaciones en las bordas, a través de las cuales se pasaron tientos de cuero para la sujeción de los remos (toletes). Su apariencia es muy primitiva y parece ser genuinamente aborigen. Otra piragua monoxila, a la que asignamos el número 4, idéntica en sus rasgos tecnológicos a las que proceden del lago Nahuel Huapi, integra las colecciones que conserva el Museo de La Plata.
La canoa número 5, de gran tamaño y capacidad, fue extraída por el señor Alfonso Rodríguez del fondo del lago Nahuel Huapi en el paraje La Angostura. No tenemos sus datos métricos, pero sus dimensiones y morfología coinciden con las de otras canoas conocidas.
La canoa número 6, o canoa de Schwebling - nombre de su donante al Museo de Parques Nacionales -, mide 4,60 m de longitud y fue extraída del lago Nahuel Huapi frente a Puerto Huemul, fiordo del extremo norte del lago Nahuel Huapi.
La canoa Correntoso (núm. 7) es hasta ahora la de mayores dimensiones, alcanzando su longitud a 6,55 m.
La canoa de Selva Negra (número 8), hallada en el brazo Campanario del lago Nahuel Huapi y de factura aparentemente moderna, tiene una longitud de 3,67 m.
La canoa de Puerto Radal (núm. 9), en la Isla Victoria del lago Nahuel Huapi, es hasta ahora la única que no se ha encontrado sumergida en las aguas, sino en una situación mediterránea, en medio de un tupido bosque. Provoca la impresión, que deberá corroborarse mediante búsquedas adecuadas, de que se encuentra en el sitio de su manufacturación, es decir, en el astillero prehistórico. Fue hallada por el guardaparque P. Garraham, o al menos fue él quien nos comunicó el descubrimiento, ya que se encontraba enterrada bajo un tupido monte de caña coligue (Chusquea). La canoa fue casualmente puesta en descubierto por un pequeño cauce o cárcava de erosión que se canalizó por el lugar, destapando las bordas y quedando el resto completamente enterrado. En tales condiciones es que pudimos inspeccionarla en abril de 1980; su longitud total externa es de 4,70 m, es decir, coincidente con la de la mayoría de las embarcaciones hasta ahora conocidas. Según otra opinión, no se trataría de una canoa sino de un comedero de sal para los ciervos europeos que en otra época se introdujeron en la isla. Si bien consignamos la opinión antedicha, consideramos que los comederos para ciervo eran más cortos y, obviamente, ni tan profundos ni tan anchos. Quizás el equívoco se deba a que la población criolla de origen chileno denomina canoga o canoa a cualquiera batea excavada en un palo, así sea una pequeña destinada a amasar el pan. Las que se usan para la elaboración de la chicha de manzana son proporcionadamente más grandes. El guardaparque Garraham me comunicó también haber hallado fragmentos de cerámica aborigen en los alrededores.
Otros restos de embarcaciones primitivas, más fragmentados, existentes en los lagos Escondido, Nahuel Huapi y Lacar, elevarían a 15 el número del total de embarcaciones hasta ahora documentados en la región lacustre de la Cordillera Andino-Patagónica. Considerando información que no podido ser verificada, el número de casos sobrepasa la veintena, elevado para la actividad de un único investigador que nunca pudo dedicarse en plenitud a su búsqueda. Una de ellas fue avistada sumergida en el lago Nonthue (Lacar) (recordaremos de paso que nonthue significa en araucano balseadero o lugar donde se cruza). Tanto cuantitativa como cualitativamente el tamaño y calidad de la muestra parecen suficientes como para convencernos de que no enfrentamos una circunstancia casual, sino que nos hallamos ante la comprobación - a través de sus restos arqueológicos - de un arte de navegar aborigen, indudablemente primitivo y antiguo. Que alguna o varias de las canoas resultase corresponder a una época relativamente próxima a la nuestra, en nada desmerece su relevancia científica.
4. ANTIGÜEDAD
En la manufacturación de la piragua rescatada en Playa Bonita, según hemos dicho, se han utilizado herramientas metálicas. Las cicatrices o huellas de su accionar sobre la madera de la embarcación, contribuyen en no escasa medida a facilitar el encuadre temporal de ésta. Al valor testimonial de estas huellas de manufacturación, debe agregarse el de algunas perforaciones rellenadas por óxidos de hierro reducidos, de color negro; aún cuando el metal ha desaparecido hace tiempo, estas perforaciones parecen haber correspondido a objetos penetrantes, equiparables a los clavos. Éstos no han sido empleados como material de construcción, sino que han sido utilizados para fijar a la estructura algún elemento auxiliar, posiblemente para evitar la progresión de grietas longitudinales, para tapar algunos "ojos" del veteado o nudos, etc.
El conocimiento del hierro penetró en la región hacia la segunda mitad del siglo XVII, coincidentemente con los viajes de exploración de los jesuitas Rosales (1653) y Mascardi (1670). Consideramos que aquellas canoas que denotan el empleo de utensilios metálicos en su elaboración son posteriores a las fechas aludidas, pero pudieran ser muy anteriores aquellas que no han conservado tales huellas.
Desde 1890, en los alrededores del lago Nahuel Huapi funcionaron aserraderos capaces de proporcionar la tablazón requerida para la construcción de embarcaciones de tipo europeo. Los aserraderos de Hube, Capraro, Leeds y Barton comenzaron a funcionar entre 1900 y 1905; para entonces, el uso de tablas aserradas ha de haberse popularizado tanto, que resulta absurdo suponer que alguien haya continuado después ahuecando troncos para poder navegar. Pues, no solo se aserraban tablas de magníficas maderas, que se exportaban a Chile o se llevaban a los puertos de la costa del Atlántico, sino que existían ya verdaderos astilleros en los que se construían botes y aún embarcaciones de regular envergadura. CIBILS (1902: 37) informa que el alemán Widerholtz tenía ya una flotilla en 1890, con la que traficaba a través del lago y hacia Puerto Montt (Chile), en el Pacífico, en sólo tres días. MORENO (1898: 252) narra haber visto a carpinteros chilotes construyendo para ese empresario una embarcación de 12 toneladas. Hacia 1890, Hube y Hacheris ya tenían vapor haciendo semanalmente el tráfico hacia Puerto Montt. Esta navegación alcanzó después tal impulso, que muchas importaciones llegaron a efectuarse directamente desde Europa, a través de la llamada y no por muchos conocida línea Bariloche - Hamburgo. Evaluando el valor documental de la información aportada, y no deseando excedernos en espacio, consideramos con firmeza que la construcción de canoas monoxilas en la región de los lagos andino-patagónicos, aún entre la población carente de recursos, debe haber cerrado su ciclo entre 1880 y 1900, hallándose hacia esta última fecha tan difundidas no sólo las embarcaciones de modelo europeo - construidas localmente por operarios italianos, germanos y escandinavos -, sino también tan fácilmente accesible la tablazón para carpintería náutica, que consideramos imposible que alguien se haya tomado el enorme trabajo de labrar canoas ahuecando troncos de árboles gigantescos.
5. DATOS ETNOHISTÓRICOS: EL APOYO NAVAL PARA LA CABALLERÍA DE LÍNEA
Los extensísimos territorios del noroeste de la Patagonia permanecieron bajo el dominio indisputado de las tribus indígenas hasta 1883, año en que tuvo lugar la llamada Campaña Militar de los Andes al Sud de la Patagonia, que empujó a los indios confederados al otro lado de la Cordillera y a las soledades patagónicas al Sud del Limay. De la nombrada expedición militar ha quedado un libro (MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA, 1883) a través de cuyas páginas es posible saber ahora qué fue lo que encontraron y vieron los primeros hombres blancos ingresados a ese territorio desconocido y salvaje. En términos generales, la guerra contra los indios consistió mayormente en escaramuzas a sable y lanza, en las que la caballería desempeñaba invariablemente un rol fundamental, por no decir exclusivo. Pero la llegada de la Expedición Militar al lago Lacar (enero 1883) nos enfrenta no solo a un inesperado y diferente escenario de la guerra, el lacustre, donde si se toma en cuenta el número de embarcaciones usado por indios y soldados la lucha pasa a ser de tipo naval. Pocas veces ha sido dado comprobar con qué facilidad es posible reemplazar al caballo con la canoa, o qué exitosamente se combinan ambos medios de transporte para superar las dificultades impuestas por un terreno escabroso y cubierto de bosque espeso. El Diario de marchas y operaciones llevado por el teniente coronel N. H. Palacios, que integra el libro del Ministerio de Guerra y Marina recién aludido, nos describe los incidentes ocurridos al llegar a la salvaje región de selvas y cordilleras vecinas al lago Lacar, donde las patrullas deben perseguir a los indios que se van dispersando en grupos cada vez más reducidos. El 1 de enero de 1883 los soldados encuentran, a 2 leguas del campamento, "dos canoas de los indios abandonadas". Inmediatamente se dan cuenta del valor estratégico de este nuevo elemento de movilidad; así es que "se enviaron al paso de las canoas cuatro soldados, a fin de que las cuidaran hasta tanto llegáramos nosotros para pasar al otro lado... Era imposible marchar entre la espesura del bosque y no se avanzó más por el riesgo de extraviarse entre el monte... Llegamos al paso de las canoas y desensillamos... El capitán Drury con 25 soldados ...comenzó a efectuar el pasaje (a la otra costa del lago) en la canoa más grande, que era la única que tenía remos. Con el deseo de terminar más pronto el pasaje, el capitán hizo colocar, al tiempo de pasar él, seis recados en la canoa más pequeña y la quiso llevar a remolque, pero como ésta era más pesada de lo que se creía, no pudieron salir bien en el pequeño desembarcadero y fueron arrastrados por la corriente, no siéndoles posible acercarse a la costa. Esto obligó a soltar la canoa más pequeña, pues iban a caer en la parte del río donde la corriente era más fuerte, conduciéndolos a un pequeño rápido que hubiera puesto en peligro sus vidas".
"Socorridos de la costa, lograron acercarse adonde nos hallábamos nosotros, y se mandaron algunos hombres a caballo para ver si podían enlazar la canoa chica, pero ésta se dio vuelta apenas anduvo unas diez cuadras, perdiéndose los seis recados".
"Ahora bien, la canoa grande con sólo dos remos no podía venir aguas arriba, porque el agua corría mucho más que en el paso; silgarla tampoco era posible, pues la orilla estaba poblada de árboles, muchos de ellos de 1 o 2 metros dentro del agua, de manera que fue necesario sacarla a tierra y después de dos horas de trabajo en que se empleó toda la fuerza que había, y a la cincha de tres mulas, se logró dejarla nuevamente en el paso".
El 2 de enero, al comenzar el ida, para continuar con la persecución de los indios, "se envió la canoa aguas arriba". El 3, "se hizo desensillar y se comenzó a efectuar el pasaje en nuestra embarcación indígena, en la que cabían seis hombres con sus monturas". Ese mismo ida llegaron a un punto en que otra partida militar había cruzado el lago, "sirviéndose de una canoa que encontraron en el paso y a la que dejó amarrada en aquella orilla sin recordar que todos los nadadores de la comisión los llevaba él y que por consiguiente no tendríamos con quién hacerla pasar". El 4 de enero "se mandó averiguar si entre los soldados que teníamos había alguno que, sabiendo nadar un poco, se animase a atravesar el lago con un buen caballo".
"Un soldado del Regimiento 7, viejo ya, comprendiendo la necesidad que teníamos de apoderarnos de la canoa se presentó y, con un caballo nadador por excelencia, pasó la laguna, que tiene una cuadra y media en este punto, y se internó en el bosque para ver que dirección seguían los rastros de la comisión. Regresó al poco tiempo, ató la canoa a la cola del caballo y llegó con toda felicidad a esta margen".
Poco después capturaron a un indio, que al ser interrogado sobre la situación de los caminos, manifestó "que era necesario hacerlo todo a pie, aunque él sus viajes por aquellos parajes los había hecho por agua en las canoas que construía él mismo porque era carpintero, oficio con el que mantenía a su familia". Al término de la comisión, los soldados heridos y enfermos fueron embarcados en las canoas y transportados al campamento principal..
Formando parte de la misma expedición militar de 1883, aunque en un lugar ubicado mucho más al S., el capitán de la Armada Eduardo O'Connor, a bordo del pequeño vapor "Río Negro" exploró el río Limay y el lago Nahuel Huapi. A poco de penetrar en este lago "llamó nuestra atención la presencia de dos piraguas en perfecto estado de conservación y con comodidad para ocho personas, probablemente de construcción indígena y abandonadas allí por los salvajes, que alguna vez surcaron aquellas solitarias y apartadas regiones" (O'CONNOR 1884).
El explorador Guillermo E. Cox, que entre 1862 y 1863 recorrió las cuencas de los lagos Nahuel Huapi y Lacar, entonces en poder de los indios, informa que "en el sur de Chile... con el coihue ... simplemente ahuecado al fuego, con instrumentos muy imperfectos, los pobres se construyen de él sus canoas, de las cuales algunas pueden cargar pesos considerables (COX, 1863). El explorador utilizó cuatro de estos botes en su viaje al Nahuel Huapi y, por supuesto, los pobres a que alude en su libro no son sino indígenas, o sus descendientes, que construían embarcaciones acordes con su cultura. Su regreso a Chile lo efectuó Cox por el lago Lacar, donde nuevamente tuvo oportunidad de navegar en canoas de troncos ahuecados que le facilitaron los indios.
El P. Diego de Rosales, en su Historia General del Reyno de Chile, Flandes Indiano, obra escrita hacia 1677, proporciona interesante información sobre los huampus o canoas excavadas en un palo, que en Chile central también reciben el nombre de bongo: "La otra embarcación muy usada es este reino, es de canoas: derriban un árbol grueso y alto, desbastan el tronco o plan que ha de servir de quilla; cavan el corazón hasta dejar el plan de cuatro dedos de grueso, y los costados poco más de dos, y acomodan el hueco para buque, la extremidad más delgada para proa y la más gruesa para popa, donde se asienta el que gobierna con una pala que llaman canalete, y cuando es grande, sirven otros dos de remeros, y reman en pie sin estribar en el borde de la canoa, con que la traen tan ligera que apenas toca el agua; pero, como son redondas, son celosas y suelen transtornarse. Son moderadas y la mayor que he visto fue en Tolten, capaz de treinta personas."
"No son en Chile los árboles tan grandes como en Brasil y Nueva Granada, ni tienen los indios instrumentos con que labrar los palos que no alcanzan, sino un toqui o una azuelilla del tamaño de un formón, que las excavan como martillo y con su flema van cavando un árbol grueso, gastando mucha chicha en tres tiempos: uno, a cortar el árbol; otro, al desbastarle; y otro, al concavarle, y otro gasto al echarle al agua. Y los indios de antes como los de las provincias cercanas al estrecho de Magallanes, hacen las canoas con gran trabajo, y cavan un tronco muy grueso con fuego y con unas conchas de mar le van rayendo, aplicando el fuego moderadamente alrededor del árbol, atendiendo a que no gaste sino aquella parte necesaria para derribarle, y con lentas llamas le trozan, sucediendo las conchas; que ni tienen ni más hachas ni azuelas para descortezarle, pulirle y darle perfección. Y con el mismo trabajo y falta de herramientas abren el buque, quemando a pausas el corazón del árbol y raspando con las conchas lo que labra el fuego; y aunque tarde y espaciosamente vienen a sacar su embarcación tan bien labrada como si tuvieran los instrumentos necesarios. Con éstas, aunque débiles canoas, se arrojan al mar a pescar, como lo hacen los de La Imperial en la pesca de la corvina, que es muy copiosa , y también a dar asalto a sus enemigos (ROSALES, 1877, I: 173-174).
6. CONCLUSIONES
Se han presentado pruebas materiales y documentales de que la población prehistórica y protohistórica del Noroeste de la Patagonia ha practicado la navegación en los lagos andinos. Hasta ahora, dicha tradición se ha manifestado con total claridad en los lagos Nahuel Huapi y Lacar, pero existen registros que permitirían extender su práctica a los lagos Huechulafquen, Correntoso, Mascardi, Traful y otros. Abarcaría, igualmente, las regiones lacustre y costera marítima de Chile, de donde evidentemente proceden estos conocimientos náuticos. La práctica de la navegación indígena ha sobrevivido hasta época relativamente reciente (ca. 1890), siendo admisible presuponer que su enraizamiento sea prehistórico.
Los restos arqueológicos de embarcaciones indígenas hasta ahora registrados en la zona del lago Nahuel Huapi, así como la información etnohistórica directamente relacionada con ellas, constituyen prueba razonable de que la población protohistórica, culturalmente perteneciente al ciclo de caza y recolección, también practicó la navegación lacustre y fluvial.
Los restos de embarcaciones aludidos en este trabajo, al dar fundamento a influencias culturales provenientes del Pacífico (en sentido estricto, marítimo), repercuten sobre la arqueología local, no bien explicada todavía. Culturalmente, el norte de la Patagonia y áreas vecinas del Neuquén se han considerado zonas estancas con respecto a su comunicación con las poblaciones fuéguidas del litoral Pacífico, para las que se suponía - dadas sus prácticas costeras de recolección de productos marítimos - que la Cordillera de los Andes debería haber constituido una barrera infranqueable.
NOTAS COMPLEMENTARIAS
Nota 1
Los antecedentes legales y técnicos cumplidos antes de efectuar este rescate arqueológico, han sido los siguientes:
1) Autorización del Servicio Nacional de Parques Nacionales (Nota 162/78), extendida por el Vice-Presidente del Directorio, Dr. Ángel C. Pacheco-Santamarina, autorizando a la Directora a cargo del Instituto Nacional de Antropología, Dra. Lidia Alfaro de Lanzone, para que el investigador señor Jorge fernández procediera al rescate de una embarcación indígena en el Parque Nacional Nahuel Huapi, con fines de investigación científica.
2) Resolución de la Prefectura Naval Argentina N° 78/978 autorizando a Jorge Fernández, investigador científico del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, a extraer del lago N. Huapi los restos de una canoa, en condiciones hidrometeorológicas favorables y bajo la dirección del buzo profesional Francisco Zolano Requelme.
3) El equipo de buceo estuvo integrado por los buzos D. Baccaro, R. Giménez, F. del Giúdice, L. Albano, N. Balzaretti, L. de Marchi, bajo la dirección técnica de Francisco Zolano Requelme.
4) Tras ser recuperada, la canoa de Playa Bonita fue donada al Museo de la Patagonia, de San Carlos de Bariloche. Por gestión del autor, el Servicio Nacional de Parques Nacionales dispuso, en 1981, su cesión al Museo Naval de La Nación. Habiendo surgido luego dificultades económicas y técnicas para su transporte adecuado, el traspaso no se llevó a efecto, y en la actualidad la canoa se encuentra en el Varadero de Parques Nacionales.
Nota 2
El análisis radiocarbónico de una muestra de madera extraída de la canoa, (AC-009) virtualmente proporcionó una edad moderna, inaceptable por cuanto ni siquiera representa la edad del árbol.
BIBLIOGRAFÍA
CIBILS, F. R. 1902. El lago Nahuel Huapi. Croquis del mismo y de su región. Buenos Aires: Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco.
COX, G. E. 1863. Viaje a las regiones septentrionales de la Patagonia. Anales de la Universidad de Chile, XXIII: 1-238; 437-509.
EDWARDS, C. R. 1965. Aboriginal watercraft on the Pacific coast of South America. Ibero-americana: 47. Berkeley and Los Angeles. 138 p.
FERNÁNDEZ, J. 1978. Restos de embarcaciones primitivas en el lago Nahuel Huapi. Anales de Parques Nacionales 14: 45-78.
MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. 1883. Campaña de los Andes al sur de la Patagonia por la 2da. División del Ejército, 1883. Buenos Aires: La Tribuna Nacional
MORENO, F. P. 1898. Apuntes preliminares sobre una excursión a los territorios de Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz, hecha por las secciones topográfica y geológica. Revista del Museo de La Plata 8: 201-372.
O'CONNOR, E. 1884. Exploración del alto Limay y del lago Nahuel Huapi. Boletín del Instituto Geográfico Argentino 5: 196- 201-; 232- 240.
ROSALES, D. 1877. Historia General de el Reino de Chile, Flandes Indiano. Valparaíso.
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