49 Congreso Internacional del Americanistas (ICA) |
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Quito Ecuador7-11 julio 1997 |
Nidia Burgos49º CONGRESO INTERNACIONAL DE AMERICANISTAS - QUITO, ECUADOR
SIMPOSIO HIST.02, AMÉRICA LATINA ANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
LOS INTELECTUALES ARGENTINOS DEL GRUPO SUR ANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Nidia Burgos
Universidad Nacional del Sur
Bahía Blanca - Argentina
RESUMEN
Analizamos, a través del contenido de la revista Sur durante los años de la segunda guerra mundial, la actitud abiertamente antitotalitaria que tomaron los intelectuales que integraban este conspicuo grupo que encabezaba la Señora Victoria Ocampo.
La revista Sur ocupa un lugar preponderante en la tradición cultural argentina. Primero, porque tuvo una duración pocas veces alcanzada por publicaciones de este tipo y sobre todo por su sostenida calidad. A lo largo de casi cincuenta años de fructífera vida editorial se ocupó de trazar líneas críticas de reflexión filosófica, social, cultural, política y religiosa. Segundo, por la indudable relevancia intelectual de su fundadora Victoria Ocampo, así como la de sus más conspicuos colaboradores, quienes individualmente adquirieron fama personal por sus trayectorias literarias y su influencia en la cultura nacional e internacional. Verbigracia, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Guillermo de Torre, Waldo Frank, Ernesto Sábato, Enrique Anderson Imbert, por sólo citar a unos pocos.
El enfrentamiento entre cultura de elites y cultura popular, es una oposición que dominó el discurso intelectual, no sólo del nacional-populismo, sino también de los intelectuales de izquierda hasta comienzos de la década del 80. Y esa izquierda intelectual cristalizó una imagen distorsionada de Sur. Molestos por la índole privilegiada de sus relaciones sociales y culturales y por el poder económico de los Ocampo, la consideraron defensora de intereses conservadores. La presentaron como apolítica por falta de compromiso, extranjerizante y aun etnocéntrica. Por otra parte, el nacionalismo católico de derecha, ofendido por la liberalidad de costumbres de la señora Ocampo y por la posición abiertamente antifranquista de ella y de su grupo, la condenó como revista de izquierda en el año 1937.
Estas diatribas que recibió a lo largo de su vida nacieron de la incomprensión que surgía de enfocar la internacionalización del campo cultural argentino en clave de dependencia cultural.
Nuestro análisis de la revista, nos permitió encontrar en ella, especialmente en el período que nos ocupa, una manifiesta preocupación por el hombre y la índole de lo americano, y un inclaudicable desvelo por el clima moral, por la temperatura ética de la comunidad de naciones que se hallaban entenebrecidas por las guerras mundiales.
Como dijo Jules Romains en la Academia Francesa: El problema del clima general de la humanidad es uno de los que más preocupan a los espíritus reflexivos. No sólo domina el destino próximo de Europa, sino todo nuestro porvenir. Y así lo entendieron los intelectuales argentinos reunidos bajo la égida de Victoria Ocampo. De este modo, Sur se convirtió en un verdadero bastión del pensamiento libre.
Como sello editorial, Sur sacó a luz libros importantes sobre la problemática de la guerra, tales como: Mea culpa de Louis Ferdinand Celine, Sobre la guerra santa y Los judíos entre las naciones de Jacques Maritain, Advertencia a Europa de Thomas Mann, El problema de la paz de Aldous Huxley, y otros.
Además Sur patrocinó Lettres Françaises, revista fundada y dirigida por Roger Caillois, donde colaboraron los mejores escritores franceses que habían permanecido en Francia durante la ocupación nazi y los que habían logrado refugiarse en el extranjero. En 1944 una edición antológica de esta revista fue arrojada sobre la Francia ocupada, como mensaje de liberación, por aviones ingleses. Además, Lettres Françaises publicó una serie de 10 volúmenes, costeados por franceses y amigos de Francia (entre los que se contaba Victoria) que se vendieron a beneficio de las obras que sostenía el Comité Francés de Socorro a las Víctimas de la Guerra.
Durante esos años, además, muchos intelectuales americanos y europeos fueron invitados a la Argentina por la revista Sur, o bien fue aprovechada su estadía en Buenos Aires para que se dictaran cursos y conferencias bajo el patrocinio de la misma. Así se conoció en Buenos Aires a Waldo Frank, Jacqques Maritain, Georges Bernanos, Henri Michaux, Gregorio Marañón, María de Maetzu, Rabindranath Tagore, Germán Arciniegas, Germán de Keyserling, Le Corbusier, Denis de Rougemont, Gabriela Mistral. Además, la revista amplió su accionar mediante la organización de debates. Se iniciaron con el tema Misión o demisión del hombre en torno a la filosofía personalista y sus posibilidades políticas (exposición a cargo de Louis Ollivier). A partir de ahí se llevaron a cabo durante algunos años, incluso semanalmente, reuniones en que se abordaron temas relacionados con las funciones y responsabilidades de la clase intelectual en las sociedades modernas. Otros debates aparecieron transcriptos de versiones taquigráficas en el cuerpo de la revista. Ellos giraban sobre las relaciones interamericanas, el compromiso en la literatura, la no-violencia. Todos denotaban la procupación de Sur por la situación de ese momento y sobre el destino del mundo.
Frente al hecho concreto de la guerra europea, Sur dedicó números especiales como La guerra, Nº 61, año 1940 y La guerra en América, Nº 87, año 1942 . En 1945 dio a conocer Declaraciones sobre la paz, Nº 129, donde se precisaban ideologías y conductas de los colaboradores más asiduos y conspicuos de Sur.
En este trabajo, analizaremos algunos artículos del Nº 60 y los del Nº 61 (dedicado específicamente a la guerra), que aparecen firmados por colaboradores argentinos. En ellos se marca una actitud abiertamente antitotalitaria que en otras exposiciones se reafirma, pero que dejaremos de lado en razón del restringido espacio de esta ponencia. De todos modos, los aquí expuestos, alcanzan para dejar sentada la clara actitud que tomó Sur desde los primeros malestares que precedieron el estallido de la guerra en Europa.
En el Nº 60 de Sur de 1939, Victoria Ocampo escribe una editorial que titula Nuestra Actitud, en la que hace referencia a un manifiesto anterior, Posición de Sur , de agosto de 1937, rememorando estos dos parágrafos:
No nos interesa la cosa política sino cuando está vinculada con lo espiritual. Cuando los fundamentos mismos del espíritu aparecen amenazados por una política, entonces levantamos nuestra voz. Y agregaban: Queremos continuar en la tradición profunda de nuestro país que es una tradición democrática.
Ya entonces adherían a los regímenes democráticos, en manifiesta oposición al sistema de bárbaros atropellos y al ordenado desorden de los totalitarismos . Lo que ignorábamos -dice- era hasta qué punto de farsa, de indignidad, de traición y de vileza organizadas podían llegar las dictaduras de izquierda o de derecha.
Ahora, se ha desatado la guerra, y en semejantes circunstancias nadie puede permanecer moralmente neutral. Nosotros no somos neutrales. No lo éramos en agosto de 1937, -subraya Victoria-, defendíamos entonces lo que seguimos defendiendo hoy. Defendíamos lo que ya corría peligro y levantábamos nuestra voz contra una política que paraliza la inteligencia y a la vez destruye los principios de la moral evangélica, esa política cuando no aniquila la enseñanza de Cristo, traiciona su espíritu reemplazándolo por el de la Inquisición.
Ella acaba de regresar de Europa y ahí ha constatado el segregacionismo hacia los judíos y el clima bélico de Europa y ha escuchado las diatribas de odio que Mussolini dejaba colar por las ventanas . (1)
Carlos Alberto Erro, por su parte, publica en este número un vigoroso artículo titulado La Argentina frente a la nueva guerra (p. 13-15), donde reflexiona sobre la posición que debe tomar el paí sobre la guerra europea. Decididamente reniega de la neutralidad, del silencio, pues sería hacerse cómplice indiferente de una contienda en la que está en juego el destino del mundo.
Acusa a Hitler y al partido nazi de haber cometido los mayores atentados contra la dignidad de la persona humana y contra la doctrina y la fe de Jesucristo en lo que va del siglo. Pero deja bien sentado que aparta de esas ignominias al pueblo alemán y a la gran tradición de la cultura alemana.
También deja claramente expresado que repudiar al régimen nazi no quiere decir que aceptemos como un régimen ideal el que impera en los países aliados pues, según él, las democracias se han aletargado en la comodidad de un sensualismo comercial, pero reconoce que al menos en ellas persiste aún la posibilidad de salvar los fueros de la persona humana y la doctrina de Cristo, indisolublemente ligados a los valores del espíritu. El hitlerismo los proscribe, mientras eleva al primer plano los valores de la vitalidad meramente biológica y afirma un nuevo paganismo. Su alianza vergonzante con el comunismo materialista de Stalin es, en el fondo coherente, según su análisis.
No entendemos -dice- a quienes hoy argumentan, cuando se arriesgan semejantes valores, que los argentinos debemos desear la derrota de Inglaterra, porque de ese modo nos hallaríamos en mejores condiciones de negociar nuestra libertad económica. Es posible; pero es mucho más probable que a la caída del Imperio Británico siguiera la subida de un nuevo imperio que proclamaría sin ambages la razón de la fuerza y que engendraría una amenaza indudable no sólo sobre la libertad económica, sino también sobre la libertad política de las demás naciones.
Tampoco entendemos a quienes sostienen que los americanos debemos volver la espalda a la guerra, porque de lo contrario trasladaríamos al Nuevo Mundo querellas que nos son extrañas. Todo aislamiento posible es hoy una quimera. Nunca ha sido tan próxima la suerte de las ideas y de los países.
Advierte también que esta guerra, como la de 1914, pone a la Argentina en una situación excepcional desde el punto de vista económico. Las ganancias de guerra tienen pues que afectarse a la conquista de la autonomía económica y financiera de la nación, destinándose a servir un programa auténticamente nacional, organizado en torno a cuatro puntos principales:
1- Repatriación de la deuda externa;
2- Gobierno y control de las inversiones extranjeras en empresas de servicio público.
3- Afianzamiento de la industria manufacturera nacional, abriéndole mercados sudamericanos que podrían suministrar materias primas, mediante cuyo trueque se constituiría una órbita autónoma de comercio en nuestro continente.
4-Creación de la marina mercante nacional y de líneas aéreas nacionales e internacionales. (Aclara que estas sugerencias están desarrolladas en un estudio inédito de Raúl Arrarás Vergara., titulado Probables efectos económicos de la guerra)
No es casual que en este número también se publique un extenso trabajo Herencia y Racismo, (p. 31-49), firmado por Jean Rostand , en el que este concluye, después de exhaustivos análisis del tema que el racismo no encuentra en la biología ningún apoyo. No tiene derecho a basarse en la ciencia. Y aunque por otra parte lo tuviera, sus procedimientos y sus métodos provocarían igualmente la irreductible oposición de una cosa que grita aún más que todas las disciplinas positivas: la conciencia humana.
El esfuerzo de Victoria por publicar trabajos de prestigiosos autores extranjeros, proviene de la situación periférica de nuestra cultura, en la que a pesar de la calidad de sus intelectuales, éstos no tenían la posibilidad de canonizar su propio discurso. La inserción constante de discursos extranjeros autorizados responde pues a la estrategia de apoyar y legitimar la postura de la revista.
El número 61, que Sur dedica a la guerra europea, se abre con un artículo de su directora titulado Vísperas de guerra. Ahí, enfáticamente declara la imposibilidad, como americanos, de declararnos neutrales en dicha contienda. Apela a los valores inmarcesibles del espíritu para sustentar su tesis. Para ella, la Italia de Leonardo, la Alemania de Goethe y la Rusia de Mussorgsky, forman sin duda parte de la comunión solidaria de lo humano. Precisamente para resguardar esos valores del espíritu y la dignidad humanas, a la Italia de Mussolini, a la Alemania de Hitler y a la Rusia de Stalin, sólo podemos desearles una derrota que les abra los ojos. Sean cuales fueren los errores o imperfecciones de países como Inglaterra y Francia, su causa es hoy, más que nunca, la nuestra.
Es importante remarcar que esta adhesión a los aliados no es de ningún modo irracional ni incondicional. Al contrario, Ocampo toma el dogma sanmartiniano La victoria no da derechos y dice: La victoria que deseamos para Francia e Inglaterra, la victoria a la que quisiéramos colaborar, es la que no da derechos, sino cargos, deberes y responsabilidades. La única fuera de alcance de las tentaciones totalitarias bajo uno u otro disfraz.
Lo interesante es que incluso reconoce que juzgar a Inglaterra y Francia capaces de esa victoria responsable es casi pedir un milagro. La única manera de ayudarlas a realizar ese milagro es colaborar con ellas creyendo en él y conduciéndose en el plano material y espiritual con el pensamiento, la palabra y los actos de acuerdo con esa fe.
Este verdadero manifiesto de Victoria es absolutamente coherente con toda la prédica de la revista, especialmente desde 1937, cuando ya comenzaba a ser atacada por su abierto antifranquismo y por el contenido antitotalitario de la sección Calendarios que se comenzó a publicar ese año.
Ahora pasaremos revista a los demás artículos del número 61 de Sur firmados por intelectuales argentinos.
El filósofo Francisco Romero toma una posición decididamente antitotalitaria, en un artículo que titula Los límites de la teoría (p. 20-26), donde manifiesta su aprecio por los esfuerzos especulativos en el campo de la filosofía y los valiosos aportes del genio filosófico y científico de los alemanes, pero esa apreciación aumenta quizás nuestra reprobación ante una política de confusión y de violencia, cuyo triunfo no sólo comportaría el aplastamiento material de sus víctimas, sino además un obscurecimiento y un desorden en las almas de los que la humanidad, y los alemanes en primer témino, difílmente se repondría.
Aclara Romero que, previamente a la movilización de los ejércitos, se había difundido todo un haz de teorías a las que se les había dado categoría universitaria, y cita al pie el ejemplo de la Universidad de Leipzig que en el semestre de invierno de 1934-35 había dictado entre otros, un Seminario de Educación política donde se analizaba Mein Kampf, además de un curso de Introducción a la bibliografía nacional socialista y otros curiosos temas como Las aspiraciones regionalistas (refiriéndose a las nuevas fuerzas políticas francesas). Con esto, Romero alerta sobre la actividad de ciertos ideólogos que utilizan las cátedras universitarias para sustentar con un marco teórico aceptable a las doctrinas imperialistas o totalitarias.
Jorge Luis Borges a su vez, firma un artículo llamado Ensayo de imparcialidad, (p. 27-29), donde con personalísimo estilo, que une el insobornable sarcasmo y la ironía zumbona a la más seria y preocupada congoja por el destino del mundo, expresa que ese destino que se está jugando al otro lado del océano, tiene aquí candorosos, estúpidos o al menos peligrosos analistas que se alegran presaboreando la derrota británica.
Luego, nos manifiesta sin titubeos su credo personal al respecto:
Mi sangre y el amor de las letras me acercan indisolublemente a Inglaterra, los años y los libros a Francia; a Alemania una pura inclinación (que lo movió, hacia 1917, a estudiar su idioma) No soy, -aclara-, de esos germanistas falaces que recomiendan a Alemania lo eterno para negarle toda participación en lo temporal. (...) Yo ingenuamente creo que una Alemania poderosa no hubiera entristecido a Novalis ni hubiera sido repudiada por Hoelderlin. Yo abomino, precisamente de Hitler porque no comparte mi fe en el pueblo alemán; porque juzga que para desquitarse de 1918, no hay otra pedagogía que la barbarie, ni mejor estímulo que los campos de concentración.
Y agrega:
Si yo tuviera el trágico honor de ser alemán, no me resignaría a sacrificar a la mera eficacia militar la inteligencia y la probidad de mi patria; si el de ser inglés o francés, agradecería la coincidencia perfecta de la causa particular de mi patria con la causa total de la humanidad.
Y coincide con el resto de los colaboradores de Sur al decir: Es posible que una derrota alemana sea la ruina de Alemania; es indiscutible que su victoria sería la ruina y el envilecimiento del orbe.
Y concluye con su muy citada frase: Espero que los años nos traerán la venturosa aniquilación de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles. (2)
A su vez, el poeta Eduardo González Lanuza aprieta filas desde Sur por la causa aliada.
Su artículo se titula Posición del escritor frente a la actual guerra europea (p. 30-35). Ahí reflexiona que la primer contienda mundial sirvió al menos para eliminar definitivamente la aureola de gloria que la guerra podía tener para algunos ingenuos. Y la nueva guerra proporcionó otra certeza, acaso más importante al demostrar lo absurdo de los fundamentos de la lucha ideológica entre izquierda y derecha. A su entender, ambas son desatinadas.
El nazismo -cuya confusa ideología es un vergonzante revoltijo de complejos de inferioridad, de supuestos cientificismos raciales y de invocaciones a los ciegos impulsos vitales- no es en definitiva otra cosa que un cómodo asueto de la inteligencia y la responsabilidad delegada en un Fuehrer que remata el edificio asumiendo en su carácter semidivino, la suma de las irresponsabilidades colectivas.
El comunismo, partiendo del romántico supuesto de la capacidad política de los desposeídos, resolviendo de antemano la inexistencia de toda inquietud religiosa, impidiendo el pensamiento libre, tan fácilmente reemplazable por medio de la consigna, incurre, al querer liberar a los hombres de la tiranía económica del capitalismo, en el absurdo de reemplazarla por otra tiranía total: económica, política, intelectual y moral. Esta lección no debemos olvidarla ya nunca.
Considera por otra parte que hoy toda neutralidad individual es tan imposible como indecorosa, pero además, que el escritor en su carácter de intérprete de la conciencia humana, no puede sumarse en una simple conscripción pasiva, sino que debe ejercer su derecho a la crítica y usar su capacidad de advertencia y denuncia cuando advierte una desviación de los anhelos comunes. Y advierte que un escritor no debe sumarse a la mejor de las causas si los defensores de la misma le regatean la capacidad del juicio porque, en ese caso, la mejor de las causas puede convertirse fácilmente en la peor de ellas; en definitiva, pues, la defensa de la democracia no debe hacerse por medios antidemocráticos.
Conviene recordar -añade- que el nazismo alemán, como el comunismo ruso, irrumpieron en la historia a causa de los resentimientos creados por la injusticia.
La miseria indescriptible del campesino y del obrero ruso, así como la flagrante injusticia del tratado de Versalles, son los responsables directos de esa liberación de las fuerzas oscuras, de la reprimida animalidad que hoy predominan en dos pueblos tan grandes. (...) Pecado terrible de las democracias occidentales es haber llevado las cosas hasta el extremo de que, por un momento, la razón histórica pudiera parecer que estaba en manos de Goering, Goebels y Hitler. Ello les dio ante su pueblo el prestigio de los héroes libertadores. Sus adversarios políticos colaboraron en su propio país, con su inercia, para que el resplandor pareciera más fulgurante. (...) Reconocer la culpabilidad de los políticos franceses e ingleses, así como la de los socialdemócratas alemanes en el advenimiento del nazismo al poder, no es sino poner las cosas en su lugar para salvar las enseñanzas de una dolorosa pero valiosísima experiencia.( p. 33-34)
Insiste en que jamás se debe tolerar el avasallamiento de ningún pueblo y que se debe impedir la repetición de errores e injusticias por un malentendido espíritu partidista.
Considera que es deber de los escritores tomar partido contra toda regresión al odio ciego y regimentado en todas las propagandas interesadas. Debemos luchar contra la tendencia acomodaticia y simplificadora de todos los impulsos primarios que laten en nosotros mismos y que a veces se disfrazan sutilmente de intereses culturales.
Y concluye González Lanuza: Si la guerra ha de ser eliminada alguna vez de las costumbres de los pueblos civilizados- y ello es condición primordial para que la Civilización deje de ser una mera palabra- es menester que la victoria venga a posarse milagrosamente en manos generosas, generosas con las víctimas inmediatas que lucharon bajo sus banderas, eliminando así toda posibilidad de resentimientos nacionales futuros.
Sobre la responsabilidad de los intelectuales en la guerra también reflexiona Rafael Pividal en el artículo titulado La balanza y la espada (p. 36-40). Este opina que no hay dos morales distintas: una para el individuo y otra para las naciones. Es siempre el mismo hombre el actor del drama. Ahora dos naciones, según él, han hecho de Quijotes, y en lugar de imitarlas o por lo menos, de admirarlas, las otras, sobre todo las repúblicas americanas, han repetido el gesto atroz de Pilatos. No pretendemos, dice, que manden sus soldados a pelear contra Alemania; pero que al menos sepan distinguir lo negro de lo blanco, y que lo digan. Es preciso que la Alemania hitlerianan sea vencida. Una federación de Estados no sólo disminuiría los riesgos de guerra, sino que preservaría a los pueblos de la opresión de los tiranos. Pero como toda institución necesita una fe que la anime, considera que habría que inspirarse en las anfictionías antiguas y en los concilios medioevales y comprender que por encima de las naciones está el bien común internacional. Estima que para los intelectuales ninguna tarea es más urgente.
Uno de los trabajos más interesantes de este volumen es el que firma Enrique Anderson Imbert, que titula extrañamente Hitler corre el amok (p. 41-45). El amok, explica, es una locura homicida que ataca a los malayos. El enfermo corre el amok. Huye con un cuchillo en alto hiriendo a quien se cruza, matando al que le estorba en su desesperada carrera hasta que un tiro lo voltea o cae de pura extenuación y allí lo ultiman. Hitler corrió el amok. Ya lo están persiguiendo.
Anderson Imbert asume una voz coral cuando dice:
Mis amigos y yo - una hermandad sin afiliación política, la caballería andante de los limpios- queremos, dice Anderson Imbert, dejar el mapa como está mientras no se lo pueda cambiar en común asenso, pacífica e inteligentemente; y queremos ir transformando, desde el interior de cada nación, la estructura económica y política del actual régimen social. Mis amigos y yo queremos crear una conciencia mundial sobre la que pueda edificarse un orden justo, libre y feliz. Nos interesa la dignidad del hombre, no el mito del Estado.
La Alemania nazi ha perturbado el orden del mundo. Ese orden no era bueno. No vamos a defender el statu quo posterior a Versalles, dice, pero en esa Europa había espacio para el desarrollo de movimientos regeneradores. Y ese es el pecado tremendo de la Alemania nazi: interrumpir ese esfuerzo creador de Europa y obligar a las mejores generaciones a replegarse, por patriotismo, en defensa de formas sociales ya caducas, de privilegios que deben ser removidos, de gobiernos abyectos... (p. 44-45)
Dice esto porque con total objetividad al comienzo de su trabajo había contrabalanceado los males nazis, los cuales no eran peores que los de otros sectores o gobiernos, pues las causas de las guerras y los móviles de cada nación siempre son pugnas en la conquista de colonias y mercados.
Es coincidente con estos conceptos el artículo Los intelectuales y la guerra europea (p.46-49) que firma Patricio Canto. Según él, el deber del intelectual será un esfuerzo por alcanzar lucidez, sinceridad y agudeza. Los apasionamientos pueden coincidir con el simple ejercicio de la inteligencia, pero habrán de ser subordinados a él. Con acierto dice:
Convendría librarse de la ilusión que nos lleva a considerar a las naciones como individualidades unívocas más o menos admirables, más o menos canallescas. Es doloroso tener que pronunciarse por las viejas democracias plutócratas, en atención a que del otro lado de la barricada hay un infierno místico y eruptivo... Por un lado, cierta burguesía egoísta , que no vaciló hace veinticinco años en mandar a la muerte a millones de hombres para librarse de competencias comerciales ruinosas; por otro, el sadismo y la ferocidad puntualmente legislados.
Canto reconoce que si bien
Nadie podrá decir que las democracias han ido a la guerra para proteger a pueblos débiles y a la dignidad humana en peligro, en todo caso, lo que hoy entendemos por cultura europea ha quedado arrinconado en Francia e Inglaterra, y de algún modo, entrañado en el destino nacional de esos terruños. La causa de la justicia coincide absolutamente con la posición anglo-francesa. Y como la cultura europea y la justicia son cosas muy serias, sería absurdo no anhelar el triunfo de ciertos intereses que las llevan implícitas.
Analizando las exposiciones consultadas en estos números 60 y 61 de Sur, en general notamos que los intelectuales argentinos hacen un esfuerzo de objetividad que les permite:
1) Separar los gobiernos de los pueblos, reconociendo que una decisión gubernamental representa una tendencia en un país democrático, y ni siquiera eso en las naciones que padecen una dictadura militar (Patricio Canto, p. 48). Con ello rescatan los valores culturales y la tradición de Alemania e Italia y tratan de no culpar a sus pueblos de los errores de sus gobernantes.
2) Reconocen las culpas de los demás países europeos en el surgimiento y reacción de los totalitarismos que aparecieron después de la primera guerra a la sombra fatal de la Paz de Versalles. 3) Pero a pesar de eso, admiten que de alguna manera Inglaterra y Francia representan los valores más caros a la dignidad humana y por ello los defienden.
4) Reniegan de la neutralidad y deciden tomar abierto partido por los aliados y se enfrentan con sólidos argumentos a quienes creen que la derrota de Inglaterra traería nuestra liberación económica.
5) Es importante notar que estas no son posiciones aisladas o cambiantes, sino que están fuertemente arraigadas en intelectuales destacados del país que conforman un grupo heterogéneo tal vez, en cuanto a formación, ideología, procedencia socio-cultural, pero fuertemente identificado con valores permanentes como la dignidad y la libertad humanas por encima de nacionalidades o intereses particulares o de los países.
6) Esta segura posición los lleva a tender puentes de entendimiento con hombres de otras latitudes que comparten sus mismos valores.
7) Carlos Alberto Erro, por su parte, plantea además de la problemática filosófica ante la guerra, la lógica consecuencia de enriquecimiento que ésta traerá a la Argentina, y propone aprender de los errores que cometió nuestro país con el enriquecimiento que le produjo la primera contienda mundial y entonces preparar un proyecto que le permita aprovechar esos ingresos para alcanzar su autonomía económica. Aprovechando el análisis de otro intelectual, Raúl Arrarás Vergara, propone incluso algo similar a lo que es hoy el Mercosur, y que recién ahora, cincuenta años después, están tratando de concretar nuestros países.
Según nuestra investigación, la adhesión a estos principios surge de los valores personales de estos intelectuales, y de los que recibieron por formación familiar. Por ejemplo Eduardo Mallea a través de su padre, un médico esforzado, emparentado con Sarmiento. Pero también hemos comprobado la muy poderosa influencia de algunos intelectuales europeos en el grupo Sur, verbigracia: Los cultores del Personalismo como Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, Nicolás Berdiaeff, Gabriel Marcel y de sus predecesores lejanos como San Agustín, Pascal, Kierkegaard. (3)
NOTAS
(1) Cf. Ocampo, Victoria. Camino a Sarrebruck en Sur, (60), setiembre 1939. y Vísperas de guerra en Sur, (61) , octubre de 1939.
(2) Recomendamos leer de Borges, Anotación al 23 de agosto de 1944, en Otras Inquisiciones, 1952. Como asimismo el poema A cierta sombra, 1940, que comienza: Que no profanen tu sagrado suelo, Inglaterra,/ El jabalí alemán y la hiena italiana. en: Elogio de la sombra, 1969. Pueden consultarse en sus Obras Completas, Emecé Editores, Buenos Aires, 1974.
(3) Para una información más detallada sobre estas influencias, remito a un trabajo de mi autoría: Mallea y el Personalismo. Textos significativos para un paralelismo en La Argentina y Europa (1930-1950), Bahía Blanca, Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur, 1996.
BIBLIOGRAFÍA
Matamoro, Blas. Genio y figura de Victoria Ocampo, Buenos Aires, Eudeba, 1986.
Villordo, Oscar Hermes. El Grupo Sur. Una biografía colectiva, Buenos Aires, Editorial Planeta. Biografías del Sur, 1994.
Pagni, Andrea. Relecturas de Borges y Sur por la izquierda intelectual argentina desde los años ochenta: El caso de Punta de Vista en: Actas del VII Congreso Nacional de Literatura Argentina, 18-20 agosto de 1993. Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, 1993.
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