II Encuentro Nacional "La Universidad como Objeto de Investigación"

Centro de Estudios Avanzados (CEA - Universidad de Buenos Aires -UBA)

Noviembre 1997

Ponencias publicadas por el Equipo NAyA
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Acerca del rol de los clásicos en la conformación de los límites disciplinarios: el atípico caso de la Antropología Social en la Universidad de Buenos Aires

Fernando Alberto Balbi*

El limitado desarrollo de la antropología social en la Argentina ha sido puesto de manifiesto por numerosos comentaristas que han aducido diferentes razones que podrían dar cuenta del fenómeno1. Por mi parte, me propongo apuntar un factor que -por lo que sé- nunca ha sido expuesto públicamente a pesar de que existe un considerable número de colegas que suelen mencionarlo cuando discuten informalmente el problema. Me refiero al hecho de que, de alguna manera, buena parte de la antropología social argentina no parece encuadrarse dentro de la tradición teórica de la disciplina a nivel internacional. Esta afirmación debe ser especificada en dos sentidos:

I- Si bien la definición de lo que llamo "la tradición teórica de la disciplina" es una cuestión problemática, existe un conjunto más o menos difuso de obras y de autores que la comunidad antropológico-social internacional a nivel mundial trata como a un amplio grupo de ancestros disciplinarios con los que los antropólogos mantienen relaciones muy diversas pero a los que nadie negaría como antecesores significativos. Se trata de las obras y los autores que podemos denominar "clásicos" de la antropología social, los cuales no aparecen tratados explícitamente en nuestra producción de manera significativa y cuyos conceptos y modelos no parecen ejercer una influencia significativa sobre nuestro trabajo.

II- El colectivo "antropología social argentina" es, asimismo, problemático: la diversidad es grande y la falta de un debate académico establecido -misma que es parte del problema que pretendo analizar- hace difícil establecer un cuadro general adecuado. De hecho, cuando hablo de la antropología social argentina estoy generalizando ciertas características atribuibles a la antropología social de la Universidad de Buenos Aires que conozco de primera mano - como graduado, investigador y docente-. Esta generalización se apoya, por otra parte, en un hecho significativo: la concentración de antropólogos sociales en torno a la UBA - como graduados, docentes e investigadores en algún momento de los últimos 20 años- es la mayor del país, y sus actividades se extienden a otros centros institucionales de investigación y enseñanza de antropología social.

En las próximas páginas intentaré esbozar algunas hipótesis respecto de las consecuencias y las causas de esta falta de consenso acerca de la tradición disciplinaria. Las limitaciones en cuanto a la extensión de esta ponencia me impedirán fundamentar adecuadamente mi diagnóstico.2

La función de los clásicos

Jeffrey Alexander (1991:23) ha definido a los clásicos como:
... productos de la investigación a los que se les concede un rango privilegiado frente a las investigaciones contemporáneas del mismo campo. El concepto de rango privilegiado significa que los científicos contemporáneos dedicados a esa disciplina creen que entendiendo dichas obras anteriores pueden aprender de su campo de investigación tanto como pueden aprender de la obra de sus propios contemporáneos. La atribución de semejante rango privilegiado implica, además, que en el trabajo cotidiano del científico medio esta distinción se concede sin demostración previa; se da por supuesto que, en calidad de clásica, tal obra establece criterios fundamentales en ese campo particular.

Sostengo que los antropólogos sociales de la UBA no concedemos consensuadamente el tipo de rango privilegiado que refiere Alexander a la obra de ningún antropólogo -y posiblemente tampoco a la de ningún científico social de otra especialidad, pero este no es el tema que aquí me ocupa-.3

Alexander explica la "centralidad de los clásicos" oponiendo al enmascaramiento de las cuestiones no empíricas en las ciencias naturales su irreductibilidad en las sociales (1991:31 y ss.). En estas, los supuestos de fondo entran activamente en juego porque sus condiciones hacen altamente improbable el acuerdo consistente acerca de la naturaleza exacta del conocimiento y acerca de leyes subsuntivas explicativas; de este modo, los debates sobre la verdad científica no se refieren únicamente al nivel empírico sino que están presentes en toda la gama de compromisos no empíricos sobre los que se mantienen puntos de vista rivales4. De esta suerte, la característica esencial de estas ciencias no es la explicación sino el discurso, de carácter argumentativo y centrado en el proceso de razonamiento más que en los resultados de la experiencia inmediata (1991:35 y 36).5

La forma de argumentación discursiva propia de las ciencias sociales recurre característicamente a los clásicos por diversas razones, de entre las cuales me interesan sólo algunas.6 El desacuerdo generalizado en las ciencias sociales supone problemas de comunicación; pero es preciso, al menos, que ese desacuerdo sea coherente y consistente. Según Alexander:

... La necesidad funcional de los clásicos se origina en la necesidad de integrar el campo del discurso teórico. Por integración no entiendo cooperación y equilibrio, sino el mantener una delimitación, que es lo que permite la existencia de sistemas... [Las] disciplinas de la ciencia social, y las escuelas y tradiciones que las constituyen, son las que poseen clásicos.

El hecho de que las diversas partes reconozcan un clásico supone fijar un punto de referencia común a todas ellas. Un clásico reduce la complejidad... Es un símbolo que condensa -"representa"- diversas tradiciones generales. (1991:42)

Esto ofrece cuatro ventajas funcionales (1991:43 y 44):
- Simplifica -al permitir que un número reducido de obras representen, estereotipándolas, a una gran cantidad de formulaciones matizadas- y, por tanto, facilita la discusión teórica.

- Permite sostener compromisos generales sin que sea necesario explicitar los criterios de adhesión a esos compromisos; esto es fundamental dadas las dificultades para formular y consensuar tales criterios.

- Visto que se da por supuesta la existencia de un instrumento de comunicación "clásico", es posible no reconocer en lo absoluto la existencia de un discurso general, esto es, encubrir hasta cierto punto la existencia de consideraciones no empíricas entre los supuestos del trabajo científico.

- La concretización que proporcionan los clásicos los ubica como objetivos estratégicos, instrumentales, en tanto instrumentos de legitimación del trabajo científico.

Todo esto sucede, sin embargo, en la medida en que los científicos sociales ignoran el papel funcional de los clásicos (Alexander 1991:49 y ss.). Los debates sobre los clásicos reducen la complejidad porque sus participantes no comprenden que son, de hecho, debates teóricos encubiertos: ellos creen estar viendo a los clásicos tal como son "en realidad", sin comprender que lo que hacen es interpretarlos (1991:50).

Los clásicos desempeñan, pues, un papel fundamental en la constitución de las disciplinas científico-sociales. Al permitir el debate entre un grupo de científicos, hacen posible establecer bases de entendimiento mínimas que configuran, en última instancia, los límites disciplinarios. Esto no significa, en mi opinión, que la existencia de disciplinas en tanto conjuntos de investigadores que se autorrepresentan como una unidad disciplinaria dependa exclusivamente de la existencia de clásicos compartidos; significa, ello no obstante, que la existencia de disciplinas en tanto conjunto de investigadores que operan de facto sobre bases científicas (epistemológicas, metodológicas y, sobre todo, teóricas) comunes es imposible sin la existencia de clásicos compartidos, puesto que estos constituyen el elemento articulador central de las tradiciones teóricas en que se fundan las ciencias sociales.

Tradición, debate académico y límites disciplinarios

Supóngase el caso de una disciplina en formación en un lugar y una época determinados que -ciertas circunstancias históricas mediante- no llegara a constituir un consenso mínimo en respaldo de ciertas obras consideradas como clásicas por sus colegas de otros lugares donde la disciplina estuviera más establecida. Imagínese, esto es, un caso como el de la antropología social en nuestro país.

¿Qué rasgos desarrollarían las actividades de esta comunidad académica como resultado de este factor?.

(I) Es evidente que el debate científico sería difícil de desarrollar puesto que se generarían problemas de comunicación por la falta de acuerdos mínimos. Como efecto de ello sería problemático para los científicos comprender qué es aquello de lo que habla el otro: fuera de los límites estrechos de la especialidad inmediata de cada investigador, los problemas y teorías de sus colegas de otras especialidades carecerían de sentido; y aún dentro de la especialidad sería difícil establecer acuerdos duraderos y fértiles. En suma, sería difícil reducir la complejidad a un mínimo manejable. De esta forma, los científicos perderían el interés por el debate, lo que redundaría en la falta de ámbitos institucionalizados donde desarrollarlo (publicaciones, congresos, simposios, seminarios, etc.).

Así, se generarían obstáculos para el desarrollo de una tradición teórica solida que orientara y articulara el trabajo científico.

La ausencia de una tradición establecida de debate académico en la antropología social argentina es palpable.

Las publicaciones especializadas son escasas y discontinuas, y el debate en sus páginas es la excepción antes que la regla. Los congresos están pobremente organizados en comisiones demasiado amplias ("antropología rural", "antropología y educación") en las que no existe el debate porque se reúnen ponencias sobre temáticas demasiado diversas e investigadores que lo ignoran todo sobre el trabajo de los demás. Casi no se realizan simposios y seminarios sobre temáticas específicas. Los institutos de investigación ofrecen pocas actividades -si es que alguna- abiertas a investigadores que no sean parte de su personal.

El debate continuo, de hecho, sólo existe entre investigadores ligados por temáticas y orientaciones compartidas, desarrollándose de manera cerrada, al interior de equipos y programas de investigación.

Cierto es que la pobre inserción institucional de nuestra profesión es parcialmente responsable de esta situación. Esta debilidad institucional tiene una larga historia. El desarrollo de la disciplina, de por sí tardío (Herrán 1990; Garbulsky 1993; Rex Gozález 1993), debió enfrentar las trabas impuestas por la escuela de antropología histórico-cultural y luego fenomenológica de Imbelloni, Menghin y Bórmida que ocupaba los espacios institucionales disponibles y acaparaba los recursos financieros (Herrán 1990:108). Los vaivenes político- institucionales que experimentó el país impidieron un desarrollo continuo de la antropología social, que fue vista por las dictaduras y por el gobierno de María Estela Martínez de Perón como -en el mejor de los casos- potencialmente peligrosa (Garbulsky 1993; Gurevich y Smolensky 1884). Luego de una breve pero fulgurante expansión producida entre 1984 y 1989, la situación política nacional impuso nuevas trabas presupuestarias e institucionales para el desarrollo de la actividad científica en general -por todos conocidas- produciéndose "una crisis organizacional" de la disciplina "directamente ligada a la problemática global de la educación superior y de la investigación" (Ringuelet 1992:83).

Sin embargo, la escasez de revistas científicas y de eventos académicos no se explican exclusivamente en términos institucionales: hay un uso de los recursos que prioriza otros tipos de gastos. E, indudablemente, los factores externos no pueden explicar la ausencia de debate en nuestras publicaciones y la configuración de las comisiones de los congresos. Existe una marcada falta de interés por generar espacios de debate.7 Pienso que el factor clave es nuestra carencia de una tradición teórica que prometa hacer fecundo el debate y, particularmente, la carencia de clásicos que permitan establecer acuerdos mínimos que hagan el debate posible. En este sentido, la carencia de clásicos consensuados representa un obstáculo objetivo para el desarrollo de debates, tan objetivo como la escasez presupuestaria y la modestia institucional. De allí el fenómeno apuntado: no debatimos fuera de nuestros pequeños círculos porque, simplemente, no creemos tener nada que decirnos los unos a los otros.8

(II) Es lógico esperar que se produzca una radicalización política de los escasos debates académicos.

La contracara de los problemas de comunicación de las diferencias teóricas que se registran entre los antropólogos de la UBA es el hecho de que la crítica teórica y metodológica, el mero comentario que resalta una diferencia de opinión, la expresión -en fin- más o menos pública del disenso académico, es frecuentemente entendida como un ataque político en contra de la persona que es su objeto.

Si bien la sobredeterminación política de nuestra vida académica es un hecho que se me antoja innegable, creo que la ausencia del símbolo condensador que los clásicos representan hace a las diferencias teóricas, en gran medida, incomunicables, puesto que no pueden ser expresadas ni interpretadas en términos de una serie de consensos mínimos. De esta forma, los actores sólo pueden interpretar la crítica teórica y metodológica en términos de otros factores significativos: las diferencias ideológicas y político-partidarias, los alineamientos corporativos generados por la competencia por espacios institucionales y recursos, y las enemistades personales (en un medio donde, característicamente, las relaciones personalizadas son el ámbito clave de la actividad política). Por cierto, tales interpretaciones tienen su correlato en una exagerada utilización política de la crítica conceptual puesto que, dadas las trabas para desarrollar un debate científico fértil y la tendencia a interpretar políticamente la crítica científica, esta se convierte en una arena particularmente apta para el desarrollo de los enfrentamientos políticos. Sin embargo, y en correlación con la falta de interés por el debate y con su falta de institucionalización, este uso político de la critica científica se desarrolla generalmente de manera privada o, mejor dicho, semi-pública, en conversaciones ocasionales mantenidas fuera -o en los intersticios- de los foros académicos formales.

(III) La situación de carencia de clásicos favorece la adopción de enfoques interdisciplinarios. Nada de malo hay en esto. Lo que, sin embargo, resulta destacable es el hecho de que parece registrarse una tendencia creciente al desplazamiento de los antropólogos hacia los ámbitos de debate de otras disciplinas9. Este descentramiento del debate científico no es simplemente una muestra de vocación interdisciplinaria, sino que constituye, en mi opinión, un indicio del carácter difuso de los límites de nuestra disciplina. Los lazos científicos (esto es, no institucionales) entre los antropólogos sociales están subcomunicados, mientras que los lazos científicos entre los especialistas de diversos campos y los colegas de campos afines en otras disciplinas están sobrecomunicados.

En este panorama, el carácter distintivo de la antropología social en el seno de las ciencias sociales es problemático.

Sin embargo, autores como Ringuelet (1992:84) afirman que la antropología social se distingue claramente -al menos en sus planes de estudio- dentro del campo de las ciencias sociales por una "mirada antropológica".

Mi conclusión es menos optimista. En efecto, creo que cabe oponer varias observaciones a la postura de Ringuelet:

- La "mirada antropológica", por un lado, es actualmente objeto de apropiación por parte del personal de otras disciplinas: sociólogos "cualitativos", científicos de la comunicación, ensayistas, etc. quienes, aunque sus productos difieren de los de los antropólogos sociales implementan -al menos formalmente- una "mirada antropológica".

- ¿En qué consiste, por otra parte, tal mirada?. No es mi intención extenderme aquí sobre el complejo problema de la definición de la antropología social, pero quiero advertir que el predominio de la perspectiva característica de la antropología social no está tan claro en nuestro país como cree Ringuelet. El método comparativo es raramente empleado. El concepto de cultura está en desuso en los trabajos de la mayor parte de nosotros -incluyéndome-, lo que es objeto de frecuentes comentarios10. El enfoque totalizador u holístico ya hace mucho que no es privativo de la antropología. La perspectiva del actor no siempre es implementada y el relativismo aparece más en su faceta valorativa que en la metodológica, operando como una suerte de emblema moral de la disciplina. Solamente las técnicas de campo se sostienen como prácticas que realmente nos caracterizan (a pesar de su apropiación desde otras disciplinas), pero su mero uso no garantiza la aplicación de un determinado enfoque.

La "mirada antropológica", en suma, se reduce a una serie de estereotipos que los antropólogos sociales nos atribuimos, pero cuya materialización en nuestras prácticas es desigual. Como resultado de ello, muchos trabajos son con frecuencia difíciles de distinguir de los de colegas de campos afines en otras disciplinas.11 En mi opinión, de hecho, no es posible que exista verdaderamente una mirada antropológica en la medida en que no existe un debate continuo que permita su desarrollo y consolidación en base a un consenso mínimo. Los borrosos rasgos que nos identifican son, sobre todo, la expresión en el nivel teórico-metodológico de los vínculos institucionales que unen a los antropólogos sociales y de las distinciones institucionales que los separan de otros científicos sociales: la antropología social se encuentra institucionalizada -bien que pobremente-, y esto en sí mismo constituye un factor tendiente a su consolidación disciplinaria. En este sentido, los rasgos que delatan la supuesta "mirada antropológica" representan formas de exposición simbólica (Leach 1976) de la diferenciación institucional de la disciplina, y son productos de los intereses corporativos que la misma engendra. Podría decirse que tales intereses operan actualmente como una de las bases fundamentales -bien que no la única- de la existencia individualizada de la disciplina en la Argentina.12

Contexto político, historia institucional y consenso académico

Quisiera, para finalizar, agregar una última hipótesis referida al origen histórico de la presunta falta de clásicos. La formación profesional de los antropólogos sociales graduados en la UBA se ha visto marcada por los vaivenes políticos nacionales. Varios autores (Herrán 1990; Garbulsky 1993) han destacado las deficiencias de la antropología histórico-cultural y fenomenológica que ocupó la UBA durante décadas -con breves interregnos- hasta 1983.

Herrán expone el tipo de lectura, o de falta de lectura y comentario hipercrítico de raíz ideológica, que se hacía de los "clásicos" (1990:110 y ss.). Por otro lado, Garbulsky destaca los intentos de los jóvenes integrantes de la primera generación de antropólogos sociales formada en el país por proporcionarse "respuestas teóricas" a través de un "estudio no curricular... del marxismo, el psicoanálisis; autores de los movimientos de liberación..."

(1993:18). Significativamente, sólo al final de esta enumeración el autor comenta que se redescubrió "toda una literatura antropológica y sociológica" que se encontraba editada en español. El orden de la enumeración (que coincide con lo que me ha sido relatado por algunos colegas de esa generación), me parece reflejar una escala de intereses relacionada con la situación política de la época.

Creo que en estas dos referencias se encuentran indicios de un factor que pudo haber tenido que ver con la actual carencia de clásicos de quienes nos formamos en la UBA. La generación de mayor edad de nuestra academia se formó a horcajadas entre una lectura intolerable de los clásicos (proporcionada por sus maestros) y una entusiasta lectura de bibliografía extradisciplinaria (autogestionada). Esto condujo, bastante comprensiblemente, a la formación de una imagen estereotipada de los clásicos, los que son representados en términos fuertemente ideologizados, haciéndose dificultosa su apropiación teórica.13 Otro tanto sucedió con generaciones más jóvenes, formadas durante los setenta y principios de los ochenta.

Estos antropólogos, a su vez, formaron a mi generación y, a pesar de ciertos esfuerzos por reapropiarse de la tradición disciplinaria, no pudieron evitar transferirnos, de una forma quizás más limitada, el problema.

Así, la lectura enciclopedista de las etnografías clásicas -que varios colegas formados en la época de la última dictadura mencionan como la fuente de las poderosas resistencias que les dificultan, aún hoy, volver a leerlas desde otra perspectiva- y el feliz y fructífero descubrimiento del marxismo, el psicoanálisis y otras perspectivas extradisciplinarias, me parece, están en la base del abandono de la lectura de los clásicos en general, de etnografías en particular y, de modo derivado, de la utilización del concepto de cultura. Tal es, pues, mi hipótesis sobre los orígenes de la situación actual.

Existen, felizmente, esperanzas de superarla: los antropólogos más jóvenes -los últimos formados durante la dictadura, los primeros que estudiamos en democracia y los chicos y chicas que se están graduando en la actualidad- hemos comenzado, lenta y dolorosamente, a recuperar la tradición teórica de la antropología social en nuestros trabajos de investigación y nuestra actividad docente.

BIBLIOGRAFIA

ALEXANDER, J. 1991: "La centralidad de los clásicos". En Giddens, A. y J. Turner (eds.): La teoría social, hoy. Alianza. México.

BALBI, F.A. 1996: "Antropología social en la UBA: ¿una disciplina sin clásicos?". Inédito. Buenos Aires.

BALBI, F.A. 1997: "Imagínese que de repente está en tierra... La sobreexposición de la experiencia personal de Malinowski como paradigma de las prácticas de investigación en la Antropología Social actual". Inédito. Buenos Aires.

GARBULSKY, E.O. 1993: "La antropología social en la Argentina". En: Runa, Vol XX (1991-1992).

GUREVICH, E. y E. SMOLENSKY 1994: "Los discursos y los silencios en la construcción de la Antropología". En: Revista de la Escuela de Antropología, vol. II.

HERRAN, C. 1990: "Antropología Social en la Argentina: apuntes y perspectivas". En: Cuadernos de Antropología Social, V.2 No.

KROTZ, E. 1989: "La enseñanza de la teoría antropológica en la licenciatura: ¿lastre inevitable o instrumento analítico?". Cuadernos de Antropología Social, V.2-No 1.

LEACH, E.R. 1976: Sistemas políticos de la alta Birmania. Anagrama, Barcelona.

NEUFELD, M.R. y S. WALLACE 1995: "Situación y condicionamiento de la producción teórica: el caso particular de la antropología". En: Antropología Sistemática I, Ficha No 1. Serie Fichas de Cátedra, FFyL- UBA. Buenos Aires.

REX GONZáLEZ, A. 1993: "A cuatro décadas del comienzo de una etapa. Apuntes marginales para la historia de la Antropología argentina". En: Runa, Vol XX (1991-1992).

REYNOSO, C. 1992: "Antropología: perspectivas para después de su muerte". En: Publicar en Antropología y Ciencias Sociales, No 1.

RINGUELET, R. 1992: "A propósito de la Antropología de los 90". En: Publicar en Antropología y Ciencias Sociales, No 2.

NOTAS

* Licenciado en Ciencias Antropológicas (UBA).

Becario de perfeccionamiento del Programa UBACyT y jefe de trabajos prácticos regular del Dpto. de Ciencias Antropológicas, FFyL-UBA. Instituto de Cs. Antropológicas - Secc. Antropología Social, FFyL-UBA. Puán 470, 4o piso, of. 401. (1406) Capital Federal.

1 Las razones aducidas incluyen: la discontinuidad histórica del desarrollo de la disciplina, vinculada con fenómenos políticos del orden nacional y con la ocupación - previa a su desarrollo- de los espacios institucionales disponibles por parte de la antropología histórico-cultural y fenomenológica (Herrán 1990); la ausencia de controles adecuados para la evaluación del desarrollo de la actividad profesional que pudieran conducir a la construcción de un consenso científico (Ringuelet 1992); la falta de continuidad en la formación teórica clásica que habría conducido a la ausencia de preocupación por la fundamentación teórica y la dispersión temática (Garbulsky 1993); el predominio de una retórica intelectual anti- científica (Reynoso 1992); etc. Todas ellas, con la excepción de la última -que generó un infrecuente y violento debate en la revista Publicar hace unos años-, tienen visos de realidad.

2 Con el objeto de testear mi hipótesis elaboré una lista de 30 nombres, incluyendo tanto autores que considero relevantes para la antropología social en general como a otros que se me antojan significativos para sus ramas principales (antropología política, antropología económica, etc.). Desgraciadamente, no dispongo de espacio para exponer debidamente los criterios de elaboración del listado (cfr.: Balbi 1996), pero debo decir que aunque los mismos suponen un cierto grado de subjetividad, he intentado limitarme a autores que son corrientemente citados en la bibliografía internacional. El listado completo es el siguiente: Edward Burnett Tylor, George Frazer, Herbert Spencer, Bronislaw Malinowski, Alfred Reginald Radcliffe-Brown, Edward Evan Evans-Pritchard, Meyer Fortes, Raymond Firth, Sigfried Nadel, Gregory Bateson, Edmund Leach, Max Gluckman, Victor Turner, Jack Goody, Mary Douglas, Fredrick Barth, Lewis Henry Morgan, Franz Boas, Robert Lowie, Ruth Benedict, Alfred Kroeber, Melville Herskovits, Ralph Linton, Margaret Mead, Robert Redfield, George Murdock, Emile Durkheim, Lucien Lévy- Bruhl, Marcel Mauss, Claude Lévi-Strauss. La inclusión de autores que aún se encuentran en actividad -que no se corresponde con la noción de "clásico" como representante de teorías anteriores- atiende a la relevancia de sus obras tempranas, en todos los casos de las décadas del '50 y el '60 (Douglas, Barth, Goody, Lévi-Strauss y los recientemente fallecidos Turner y Leach).

Me he valido de este listado para realizar un análisis cuantitativo de las menciones a los autores en él incluidos en los trabajos publicados por los antropólogos graduados de y/o empleados en la UBA entre 1984 y 1996. Reconozco que sería necesario un análisis cualitativo del tratamiento que este grupo presta a esas obras (y lo he delineado anteriormente; cf.: 1996), pero no he tenido oportunidad de desarrollarlo. Sin embargo, he tratado de complementar el análisis revisando la presencia de los autores seleccionados en las bibliografías de los programas (correspondientes a 1996) de cuatro materias del plan de estudios de la carrera dedicadas a la enseñanza de teoría antropológica, centrándome en las cátedras que concentran entre el 70 y el 75% de los alumnos que las cursan. Los resultados más significativos del relevamiento son los siguientes:

- En 93 artículos publicados, el 23,33% de los autores nunca es citado y el 66,66% lo es entre 1 y 4 veces; un autor recibe 11 citas y otros dos 8 cada uno. Sólo 16 de 68 artículos dedicados a exponer resultados de investigación incluyen citas a los autores mencionados. En cambio, 11 de 13 textos teóricos las incluyen, pero 7 de estos trabajos pertenecen a sólo tres autores; además, cinco de los autores de estos trabajos se encuentran también entre los responsables por los textos de investigación en que se cita a los "clásicos".

- En los cuatro programas consultados se cita un total de 39 textos de la autoría de los 30 antropólogos del listado (1,3 textos por autor). De hecho, los textos citados corresponden a 16 de los 30 autores: calculado sobre esta base, el promedio de textos por autor asciende a 2,44; sin embargo, es preciso advertir que en ningún caso se trata de libros completos sino tan sólo de artículos, capítulos sueltos y selecciones de textos hechas por las cátedras.

Es de destacar, por último, la marcada correspondencia existente entre los resultados de los dos relevamientos: los autores excluidos de los programas tienden a ser los mismos que no son citados en las publicaciones. Por un análisis completo de mis datos, véase: Balbi 1996.

3 Más allá, por supuesto, del nivel declarativo en el cual casi todos expresamos un reconocimiento especial para autores como Bronislaw Malinowski y Claude Lévi-Strauss. Y más allá, también, de modas más o menos efímeras que parecen consagrar como clásicos a autores contemporáneos como Clifford Geertz y Marc Augé, quienes no serían verdaderos "clásicos" en el sentido de la definición de Alexander, que remite a teorías anteriores a las actuales.

Por otra parte, en el curso de mi relevamiento no detecté la presencia sistemática y cuantitativamente significativa de ningún autor enrolado en otra disciplina.

4 Alexander (1991:34 y 35) nos presenta diversas razones cognoscitivas y valorativas que explican las dificultades para la constitución del consenso.

Fundamentalmente, afirma que existe una relación simbiótica entre descripción y valoración puesto que los descubrimientos de las ciencias sociales suelen conllevar implicaciones importantes respecto a la organización deseable para la vida social. De esta forma, las implicaciones ideológicas de las ciencias sociales redundan en las descripciones de los propios objetos de investigación. Además, cuanto más difícil es obtener un consenso acerca de los meros referentes empíricos de las ciencias sociales, tanto más difícil resulta alcanzarlo respecto a las abstracciones en que se basan tales referentes empíricos y que constituyen la esencia de la teoría social. Al no producirse estos acuerdos, todos los elementos no empíricos añadidos a la percepción empírica son objeto de debate. En consecuencia, las ciencias sociales se ven divididas en "tradiciones".

5 Existen, entonces, subdeterminación empírica y sobredeterminación teórica, de manera que "la ciencia social es esencialmente discutible": así, los debates reflejan los esfuerzos de los científicos por articular criterios para evaluar la "verdad" de diferentes dominios no empíricos (1991:40 y 41).

6 Estas razones son tanto "funcionales" como "intelectuales" o "científicas" (1991:42 y ss.). En lo que sigue, me concentraré en las primeras, las funcionales, porque es en relación con ellas que extraeré las consecuencias que me interesan. Sobre las razones "intelectuales", véase: Alexander 1991:44 y ss.

7 Varias publicaciones languidecen por falta de interés de sus editores más que por falta de recursos. Por otro lado, las únicas jornadas abiertas realizadas en el último lustro al margen de los congresos de antropología social (dedicadas a los métodos cualitativos y a problemas relacionados con los conceptos de articulación social y globalización) fueron organizadas en el Instituto de Desarrollo Económico y Social, una institución cuya vinculación con la disciplina es relativamente marginal (aunque fructífera y prolongada; cf. Herrán 1990) si se la compara con, por ejemplo, las universidades.

8 Ringuelet ha señalado que una de las causas de la crisis de la antropología social en esta década es la falta de "controles" de la actividad que establezcan un "acuerdo de valores generales sobre la evaluación del acceso a la actividad, sobre su desarrollo, sobre su producción y sobre la necesaria retribución al esfuerzo" (1992:85). Estos controles -que, en su opinión, permitirían desarrollar el necesario consenso científico (1992:87)- habrían visto su desarrollo bloqueado por factores relativos a la turbulenta historia institucional de la disciplina. No es posible dejar de coincidir con Ringuelet a este respecto, pero no veo cómo podría existir el consenso necesario para el establecimiento de los controles que reclama en ausencia de una base capaz de reducir la complejidad y de permitir el desarrollo de debates. Desgraciadamente, por otra parte, el vacío de controles que apunta el autor está siendo ocupado por el nuevo sistema de evaluación impuesto por el gobierno al sector científico-tecnológico, sistema fundado en criterios eficientistas concebidos cuantitativamente que en modo alguno pueden servir a la construcción de un consenso científico fértil.

9 Las comisiones de antropología rural de nuestros congresos, por ejemplo, se ven despobladas, mientras que los antropólogos especializados en el tema asistimos a actividades organizadas por colegas de otras disciplinas donde debatimos con sociólogos, ingenieros agrónomos, economistas, etc. Los ejemplos podrían ser multiplicados hasta el infinito.

10 De hecho, su uso caracteriza hoy más a los ensayistas provenientes del análisis literario (Beatriz Sarlo) y a los expertos en comunicación (Anibal Ford) que a los antropólogos sociales.

11 En muchos de los trabajos publicados, sólo la apelación programática a la perspectiva del actor y al relativismo y el manejo más acabado de las técnicas de campo aportan algún índice de diferenciación.

12 Existen otras consecuencias de la carencia de consenso respecto de la tradición disciplinaria que no puedo desarrollar aquí, tales como el predominio de una formación "nominalista" de los estudiantes que se refleja en sus dificultades para formular problemas de investigación (Balbi 1996; Krotz 1989). Asimismo, creo que la falta de lectura de las obras canónicas de la disciplina, y en particular de las grandes etnografías clásicas, priva a los antropólogos argentinos de los paradigmas -en el sentido estrecho kuhniano de "ejemplares"- que capacitan a los colegas de otros países para identificar y resolver problemas científicos relevantes desde un punto de vista antropológico. Respecto a la función de los ejemplares contenidos en las etnografías clásicas, véase: Balbi 1997. Por otra parte, es menester señalar que las ideas que acabo de exponer deben ser entendidas como hipótesis, puesto que no está demostrada la conexión entre los rasgos de la disciplina comúnmente reconocidos que he sumariado y la ausencia de clásicos que creo entrever.

13 Así, por ejemplo, para Neufeld y Wallace (1995:6): "...entendemos que no nos corresponde ni compete hacernos cargo de tradiciones que en términos muy amplios conocemos como ®antropología clásica¯. Esta, como sabemos, se desarrolló con una perspectiva de acompañamiento de los procesos de colonización... no nos sentimos ni somos herederos reales de esas tradiciones formativas..." Poco espacio queda, en estos términos, para la "lectura cuidadosa" que los autores entienden "inexcusable" para los estudiantes de ciencias sociales: la interpretación y valoración de los textos clásicos está predeterminada.

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