V Congreso de Antropologia Social |
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La Plata - ArgentinaJulio-Agosto 1997 |
Ponencias publicadas por el Equipo NAyA https://www.equiponaya.com.ar/ info@equiponaya.com.ar |
La virtud simbólica de los órdenes normativos.
Usos políticos de las apelaciones en favor de la preservación del recurso pesquero entre los pescadores del Delta entrerriano.
Fernando Alberto Balbi*
En los últimos años, el medio ambiente ha comenzado a tornarse en una cuestión significativa en nuestro país. Ello no ha ocurrido tanto en el nivel político nacional, donde la problemática ecológica aún no aparece como una baza política fundamental, como en el nivel -en cierto sentido menos visible- de la vida cotidiana. Por un lado, las personas se movilizan tras de demandas "ecológicas" (la habilitación de bicisendas en las grandes ciudades, reclamos contra la contaminación industrial, oposición a la instalación de basureros nucleares en el sur del país, etc.). Este fenómeno, que requiere en nuestro país de mayor estudio, obedece en parte a la difusión que la temática ha recibido a partir de la actuación de entidades ecologistas (tales como Greenpeace) y de la atención que los medios de comunicación han brindado al asunto. Por otra parte, y de manera más oculta, el programa ecologista se ha ido colando en algunas políticas públicas, especialmente las dirigidas hacia el sector primario, a través del creciente énfasis acordado a la noción de "desarrollo sustentable" (cf. Escobar 1995; Sutcliffe 1995); a esta inclinación por parte de algunos organismos públicos se suma -precediéndola- la de las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) que exigen la sustentabilidad como prerrequisito para la financiación de emprendimientos productivos de pequeña y mediana escala.
Este ingreso de la cuestión medioambiental en nuestro medio refleja una tendencia mundial a "la problematización de la relación entre naturaleza y sociedad motivada por el carácter destructivo del desarrollo y la degradación ambiental a escala mundial" (Escobar 1995:8). Este proceso se remonta por lo menos hasta fines de los años '60, pero el ascenso del ambientalismo como fenómeno social y cultural tuvo su punto álgido durante las décadas del '70 y el '80 (Grove-White 1993:18). En nuestro país, es reconocible por lo menos desde mediados de la década pasada.
La complejidad del fenómeno social que representa la preocupación por el medio ambiente es evidente. Si bien, por un lado, puede ser entendida como un nuevo "discurso moral" que involucra compromisos normativos cruciales (Grove-White 1993:23), no es menos cierto que se trata de un fenómeno que combina de manera compleja dimensiones políticas, culturales, económicas, y hasta religiosas (cf.. Luhrmann 1993). Dada esta complejidad, y vista la inmensa variedad de actores sociales que enarbolan alguna versión particular de discurso ecologista, resulta problemático cualquier intento de generalización que trate al ambientalismo como un fenómeno unificado y como un discurso único. En mi opinión, para analizar la adopción por parte de cualquier actor social de un discurso que exprese preocupación por el medio ambiente, es preciso atender a la situación social específica en que ese actor opera. Indudablemente, también es preciso considerar su vinculación con el fenómeno general, pero en ningún caso esta deberá entenderse a priori como una precipitación automática de la problemática ambiental desde las alturas del fenómeno social global al llano del caso especifico bajo consideración.
En estas páginas me propongo, precisamente, analizar las condiciones de la presencia de un discurso ecologista en un caso concreto: el de los pescadores comerciales del Departamento de Victoria, Entre Ríos1 . No dispongo, lamentablemente, de datos adecuados para analizar el origen de las manifestaciones de preocupación de los pescadores por la preservación del recurso: ya la manifestaban cuando visité el Dpto. de Victoria por primera vez, en 1987, y no estoy en condiciones de determinar su antigüedad. En consecuencia, no podré dar cuenta acabadamente de sus relaciones con el fenómeno general de difusión de la cuestión ambiental a nivel nacional. Me ocuparé, en cambio, de las condiciones sociales locales que la enmarcan.
En particular, intentaré explicar lo que parece ser una contradicción insalvable. Si, por un lado, los pescadores se muestran sinceramente preocupados por la preservación del recurso ictícola -señalando la extinción en el área de algunas especies (como el pacú) y la evidente disminución del tamaño de los ejemplares de otras (como el sábalo)-, por el otro, no sólo no han implementado o tratado de implementar medidas conservacionistas sino que a partir de 1992 se han volcado a una explotación mucho más intensiva del recurso, respondiendo a una dramática expansión de la demanda vinculada a la apertura del mercado brasileño (cf. Boivin, Rosato y Balbi 1997).
¿Cómo explicar, pues, la preocupación expresada por los pescadores?; ¿significa esta contradicción que el discurso ecologista carece de un contenido moral, normativo?. Para responder a estas preguntas, me propongo adoptar la tradicional práctica antropológica (tempranamente codificada por Malinowski, 1986) consistente en analizar las situaciones concretas en que el discurso es producido y utilizado: el examen de sus usos ha de indicarnos las condiciones sociales de su producción y utilización y, de esta forma, nos brindará las claves de su explicación.
Usos del discurso ecológico entre los pescadores entrerrianos
El origen del proceso productivo pesquero2 en el Dpto. de Victoria, Entre Ríos, se remonta a la década del '60 (Balbi, 1990). Sus principales características son dos. En primer lugar, encontramos la división del proceso productivo en dos procesos de trabajo: el de captura del pescado, desarrollado por pescadores que conforman pequeñas unidades productivas independientes de carácter doméstico, y el de traslado, que está en manos de los acopiadores (como se los denomina en la zona), comerciantes -generalmente de la provincia de Santa Fe- que se valen de trabajadores asalariados para desarrollar su parte del proceso productivo. Estos acopiadores son los únicos participes de la producción pesquera que cuentan con los medios técnicos (camiones térmicos, máquinas para picar hielo, etc.), los contactos y la capacidad de gestión necesarios para acceder a los centros de consumo (NOA, Misiones). En segundo término, existe una relación de intercambio desigual (extracción de plusvalor en forma de productos) entre el pescador y el acopiador: el pescador, que no puede conservar fresco el pescado, se ve forzado a aceptar los precios que impone el acopiador, quien cuenta con el camión térmico y el hielo necesarios para ello.3 Como ya se ha dicho, los pescadores suelen manifestar a nivel discursivo4 un compromiso con la preservación del recurso. Su preocupación por el medio ambiente, en general, se refiere a este hecho exclusivamente, con una excepción que será anotada en su momento. Veamos, para empezar, las situaciones en que surge este discurso.
En primer lugar, los pescadores suelen apelar al problema de la preservación del recurso cuando expresan sus quejas acerca de los acopiadores en general. Aquí es preciso aclarar que los actores denominan "acopiador" indistintamente a dos tipos de comerciantes: primero, a los ya mencionados que controlan el acceso a los centros de consumo y, segundo, a otros que actúan como intermediarios, comprando a los pescadores y revendiendo a aquéllos (a fines prácticos, yo los denominaré "extralocales" y "locales" respectivamente). Los acopiadores locales son, en general, quienes tratan directamente con los pescadores, actuando a veces de manera independiente y otras como representantes de los extralocales. En ambos casos, ocurre que es con ellos con quienes los pescadores entablan las relaciones de intercambio desigual; el resultado es que todos los acopiadores son percibidos conjuntamente como responsables de la explotación de los pescadores. Cuando los pescadores se quejan de esta explotación sin distinguir entre los acopiadores (luego veremos que en ciertos casos hacen esa distinción), incluyen entre sus quejas la acusación de que a los acopiadores no les importa que se extinga el sábalo o cualquier otra especie, porque para ellos se trata de un "negocio" como cualquier otro, uno al que pueden abandonar para ir en busca de otras fuentes de dinero; los pescadores, al contrario, dependen del pescado para vivir y, además, deben pensar en sus hijos, quienes serán pescadores en el futuro. La mención del desinterés de los acopiadores por el futuro de la pesca, implícito en su despreocupación con respecto al futuro del recurso contribuye a delinear su imagen de comerciantes que sólo se interesan por el dinero. En el mismo sentido operan las referencias que suelen hacer los pescadores al hecho de muchos de ellos -los extralocales- no son de Victoria, lo que supone que no tienen por qué preocuparse de lo que ocurra a la gente del lugar.5 En segundo lugar, cuando los pescadores que están asociados a la cooperativa de pescadores se refieren a un acopiador local en particular suelen hacer las mismas acusaciones que acabo de referir para los acopiadores en su conjunto. La cooperativa de pescadores fue organizada con la intención de evitar el trato con los acopiadores en general, y particularmente con los intermediarios, de manera que las criticas a estos por parte de los asociados son moneda corriente. Estas críticas se dirigen con la mayor frecuencia a un intermediario particularmente destacado, el más antiguo de todos6 . La mayor parte de los intermediarios son propietarios de embarcaciones de acopio de pescado, las que usan para transportar el pescado desde los sitios de pesca hacia los puntos de carga de los camiones; otros, en cambio, no hacen más que comprar y vender el pescado sin que medie ninguna operación técnica entre ambas transacciones, lo que es particularmente resentido por los pescadores. El acopiador local en cuestión pertenece a esta clase, y es el único de ellos que no se dedica a la actividad de manera meramente ocasional. Cuando se quejan de estos intermediarios que no aportan capital, los pescadores los tildan de "parásitos", oponiéndolos a los extralocales, quienes tendrían derecho a obtener ganancias porque "arriesgan" un capital propio (Balbi 1995). Como parte de estas acusaciones, los pescadores de la cooperativa traen a colación la presunta falta de interés del acopiador local por el recurso, ignorando en este caso el hecho de que su margen de ganancia es muy estrecho y que no dispone, de hecho, de un capital que pudiera permitirle dedicarse a otra actividad (Balbi 1995).7
Las dos clases de situaciones en que los pescadores destacan su preocupación por el recurso coinciden con ejes centrales de la organización social de la producción pesquera. La utilización de la cuestión conservacionista para construir la oposición entre los pescadores y los acopiadores en general coincide con la división de la actividad en dos procesos productivos desempeñados por unidades productivas diferentes vinculadas entre sí por el intercambio desigual. Es en las ocasiones en que los pescadores toman posición frente a este rasgo central del proceso productivo cuando se valen de las actitudes supuestamente opuestas respecto de la conservación del recurso para diferenciar claramente su situación.
Por otro lado, cuando la acusación se dirige en particular al acopiador local mencionado, ella se relaciona con el hecho de que la cooperativa y él compiten encarnizadamente por la posición de intermediario en la organización de las actividades productivas. Ocurre, de hecho, que la cooperativa, el acopiador local y los propietarios de barcos de acopio desempeñan un mismo papel en el proceso productivo: se encargan de organizar las actividades de captura del pescado de acuerdo con el volumen y el ritmo de la demanda representada por los acopiadores extralocales, asegurándose de que ellos siempre puedan satisfacerla (Balbi 1995). Por razones relacionadas con la historia de la cooperativa8 , el acopiador local de marras es considerado por los asociados como su principal enemigo, y esto, sumado al nulo aporte de capital que lo opone a los dueños de los barcos, lo ha convertido en el objeto privilegiado de sus críticas y hasta de sus estrategias comerciales.
En ambos casos, las apelaciones moralizantes a la defensa del recurso operan -tal como lo hacían, según Leach (1976:36), las innumerables versiones contrapuestas de los mitos entre los kachín- como formas de exposición simbólica del orden social, esto es, como formas simbólicas de representación de las relaciones sociales pertinentes para las situaciones especificas en que los discursos son producidos: la relación de intercambio desigual entre pescadores y acopiadores en general en el primero, y la competencia entre intermediarios en el segundo. Son formas de exposición simbólica porque expresan en términos de actitudes ante el recurso oposiciones que, de hecho, se fundan en otro ámbito de la realidad: el de la organización social de las actividades productivas. La oposición entre pescadores y acopiadores es la que existe entre vendedores y compradores vinculados desigualmente en un mercado de productos, no la que existe en entre conservacionistas y depredadores. De igual manera, la oposición entre cooperativa y acopiador local es, en verdad, la existente entre dos intermediarios aspirantes a concentrar la producción de los pescadores independientes de cara a los acopiadores extralocales. Las oposiciones son realzadas al ser expresadas simbólicamente por el discurso que las presenta en términos de actitudes frente al medio ambiente.
¿Significa esto que el discurso de orientación conservacionista carece de contenido moral alguno entre los pescadores?. Creo que no, como se desprende del tono moralizante que presentan: las referencias a la protección del recurso aparecen asociadas a nociones de responsabilidad para con los hijos de los pescadores y para con la comunidad en que habitan. De hecho, creo que la riqueza simbólica de este tipo de discurso resulta, precisamente, de su carga moral. Intentaré demostrar este punto a través del análisis de un tercer tipo de situación en que aparece: los conflictos que se producen entre los asociados de la cooperativa de pescadores.
Los conflictos en la cooperativa y sus formas de exposición simbólica
La cooperativa agrupa a pescadores que trabajan independientemente unos de otros, utilizando fuerza de trabajo doméstica o asalariada según el caso, y que venden su producción a la institución, la cual se encarga de revenderla a los acopiadores que disponen de los medios técnicos necesarios para colocarla en los centros de consumo. Asimismo, la cooperativa proporciona a sus socios algunos servicios que favorecen el desarrollo de sus actividades productivas, como por ejemplo informarles respecto de las actividades de los acopiadores que compran su producción. Finalmente, concede "adelantos" a los socios sobre los pagos de su producción, los que de hecho son créditos o subsidios para la compra de herramientas (redes, motor, bote) y, en ocasiones particulares, ayudas en caso de enfermedad, etc.
Más allá de las formalidades de la organización cooperativa (cf. Balbi 1996), la entidad aparece como una fuente de recursos por los que los asociados disputan. No me ocuparé extensamente de estos conflictos (cf. Balbi 1997), pero quisiera presentar una breve síntesis de sus fundamentos.
En primer lugar (a), las unidades domésticas y productivas de los socios presentan diversos niveles de reproducción relacionados con las características de sus unidades domésticas y con el desigual aprovechamiento de los recursos que proporciona la cooperativa, entre otros factores (Balbi 1997). El panorama que así se configura es el de una clara diferenciación de los socios en dos categorías: - los pescadores grandes9 son individuos que encabezan unidades productivas que presentan un nivel de reproducción ampliado. Tienen muchos metros de red, lo que les permite contratar un peón por lo menos; los más grandes tienen bastante como para montar varios equipos de pesca completos, con varios botes y uno o dos peones por bote. Su producción es alta: de varios cientos a 1500 sábalos por día cuando la explotan al máximo. Estos hombres reinvierten sus ganancias en la pesca de manera sistemática, lo que generalmente supone restricciones del consumo no productivo de los miembros de sus unidades domésticas.
- los pescadores chicos encabezan unidades caracterizadas por la reproducción simple o deficitaria. Aquí encontramos desde hombres que pescan en un "falucho" (bote pequeño sin motor que se utiliza para cazar) o en un bote a remo, hasta otros que disponen de motor pero tienen pocos metros de red, por lo que su producción es muy limitada. En general, los socios de la cooperativa tienden a mejorar sus niveles de reproducción, de manera que los pescadores chicos pueden presentar niveles incipientes de reproducción ampliada. Sin embargo, su capacidad de reinvertir las ganancias en la pesca es limitada -tanto más cuanto más pobres son-: el despegue, pues, es lento y, en ciertos casos, imposible.10
Inevitablemente, los intereses de los actores tienden a coincidir en la medida en que coinciden sus niveles de reproducción. Por ejemplo, cuando los precios son muy bajos los pescadores chicos necesitan pescar todos los días para subsistir, por lo que prefieren vender a todos los compradores sin distinción, mientras que los grandes pueden preferir tratar de forzar un aumento vendiendo solamente a aquellos que paguen el mayor precio, lo que implica pescar menos días. Asimismo, los pescadores chicos prefieren que los excedentes de la cooperativa se destinen a adelantos para la compra y reparación de herramientas, mientras que los grandes -que no reciben ese tipo de beneficios- prefieren que se compren bienes de capital de uso común (un freezer, por ejemplo).
En segundo lugar (b), encontramos un conjunto de relaciones personales basadas en el parentesco, la amistad, la vecindad, adscripciones políticas personales, dependencias materiales, etc. Estas relaciones se caracterizan por una débil estandarización que conlleva una considerable variabilidad estructural -esto es, en cuanto a los derechos y obligaciones que ellas implican-. Estas relaciones personales tienen una incidencia decisiva en los asuntos de la cooperativa porque son la base del reclutamiento de los nuevos socios. Especialmente, ellas actúan como requisito previo de la asociación: en las conscripciones de socios que he podido presenciar no hubo jamás una convocatoria pública, sino que se asoció a personas que habían manifestado anteriormente su deseo de incorporarse a la entidad.11 Ahora bien, aunque sean del mismo tipo, los intereses de los miembros de una categoría no son necesariamente comunes; por ejemplo, los pescadores chicos comparten el interés por que los excedentes sean destinados a créditos para la compra de herramientas, pero disputan entre sí por el acceso a esos recursos. Por otra parte, las relaciones personales traspasan los límites de estas categorías, haciéndolos difusos e introduciendo en ellas otras determinaciones -intereses, obligaciones, lealtades, posibilidades de acción, etc.- ajenas a la constitución de la categoría. Así, la conformación de grupos se ve sobredeterminada y hasta cierto punto regida por las determinaciones que surgen del entramado de las relaciones personales. Los conflictos entre los socios, por ende, son característicamente complejos: tienen una base categorial pero responden a modalidades de desarrollo estrechamente dependientes de las características de los conjuntos de relaciones personales que operan el reclutamiento efectivo de los grupos enfrentados.
Los conflictos que se desarrollan entre los asociados por el acceso a los recursos de la cooperativa involucran, en última instancia, intentos de obtener el control de la entidad, lo que supone ocupar las posiciones disponibles en el Consejo de Administración, y particularmente la presidencia. En el transcurso de estos conflictos, los alineamientos y los clivajes, las alianzas y las oposiciones, reciben diversas formas de expresión simbólica. En particular, las decisiones del Consejo de Administración y las acciones del presidente y los empleados -que controlan, de hecho, la operación cotidiana de la cooperativa-, son presentados en términos de consideraciones de órdenes diversos, sin que se exprese abiertamente el hecho de que ellas resultan del estado del sistema de relaciones resultante del cruzamiento de las categorías de productores y el entramado de vínculos personales. El discurso conservacionista proporciona una de estas formas de simbolización de las relaciones existentes entre los asociados. No es, sin embargo, la principal, de la cual me ocuparé a continuación.
Los asociados de esta cooperativa muestran un visible desconocimiento respecto de la doctrina cooperativista. Este hecho, ciertamente común en toda clase de cooperativas (Balbi 1996), tiene efectos fundamentales sobre las modalidades de desarrollo de los conflictos que enfrentan a los asociados entre sí 12 . Para entender este desconocimiento, es preciso atender a la externalidad del modelo cooperativo respecto al campo social en que actúan los pescadores. La organización cooperativa es un modelo que proviene de un medio social externo y muy diferente de aquel en que operan los pescadores: esta cooperativa en particular fue promovida en la década del setenta por la Dirección Provincial de Cooperativas, y fue reactivada en los ochenta una vez más por iniciativa de esa dependencia.13 Sin embargo, no se trata de que los pescadores no tengan la menor idea de qué es una cooperativa. Tienen una idea abstracta general: asociación, iguales derechos para todos, reparto o reinversión de los excedentes. Pero nada más que esto. Lo que, en cambio, saben muy bien es qué es Su Cooperativa: una asociación no tan igualitaria pero potencialmente provechosa, donde el dinero "excedente" puede ser utilizado de diversas maneras más o menos convenientes para cada uno. Ahora bien, la idea general que tienen del ideal de cooperativa es lo bastante discutible como para convertirse en un elemento importante en sus disputas sobre las decisiones tomadas respecto de su cooperativa. Podría decirse que estamos ante el aspecto significativo del modelo cooperativista: una cooperativa es esto o aquello, hace esto o lo otro. La cuestión es que nadie sabe bien si es esto o aquello ni si hace esto o lo otro. Así, es posible disputar en torno de estas cuestiones significativas, apelando fragmentariamente a ellas en situaciones concretas: ¿qué es una cooperativa? ¿qué la diferencia de una cooperadora y de un sindicato? ¿es X cosa lo que se supone que una cooperativa puede o debe hacer, o más bien eso corresponde a una de las otras formas de asociación?. Desde luego, existen tantas respuestas posibles a estos interrogantes como intereses contrapuestos en cada situación en que son formulados.
Sin embargo, también hay aquí un aspecto normativo. Una organización cooperativa supone cierto contenido moral potencial, en la medida en que existe un compromiso declarado o formal de los asociados con el modelo cooperativista: hay cosas que una cooperativa debe hacer y, si se es asociado de una, uno debe supuestamente ajustarse a ese ideal normativo. De allí que exista una vinculación potencial entre los conflictos y el modelo cooperativista: aunque no es inevitable o necesario que una acción cualquiera (una resolución del Consejo de Administración, una iniciativa del Presidente, etc.) sea leída en términos del modelo, es imposible que esas consideraciones sean omitidas cuando algún socio o grupo de socios expone públicamente la cuestión. De esta forma, las apelaciones al modelo se convierten en un arma poderosa en el juego de la política interna de la cooperativa porque nadie puede desestimar simplemente los argumentos que se fundan en apelaciones a sus -presuntos- contenidos.
Tal es, pues, la virtud simbólica del modelo cooperativista: las apelaciones fragmentarias y contrapuestas al modelo aparecen como formas de exposición simbólica del orden social. Es menester advertir la importancia central de los desacuerdos que los cooperativistas mantienen respecto de sus contenidos: "las contradicciones..." -como sostenía Leach (1976:287)- "...son más significativas que las uniformidades". El peso normativo efectivo del modelo resulta en cada caso de la manera en la que los actores se valen de él en el curso de los conflictos que mantienen por el control de la cooperativa; y cuando sus contenidos están sujetos a discusión, no es el modelo tal cual lo enuncian los promotores de cooperativas el que tiene una fuerza normativa, sino aquellas interpretaciones construidas por los actores que logran imponerse en cada situación específica.
El discurso conservacionista opera de una forma similar. Su importancia resulta de su carácter normativo, básicamente moral: hay que proteger al recurso en beneficio del futuro de los hijos de los pescadores. Ningún pescador puede substraerse a esto, y menos si es socio de la cooperativa, donde la moral ecologista se combina inevitablemente con la cooperativista. Aquí, como el caso del modelo cooperativista, si alguien trae a colación la cuestión es necesario responder públicamente en sus términos. De allí su fertilidad simbólica, su vinculación con los conflictos entre asociados. Por otra parte, no existe acuerdo alguno entre los pescadores respecto de la situación exacta del recurso y de las causas de su supuesta situación de riesgo14 . Al no haber acuerdo sobre estas cuestiones ni sobre las medidas a tomar, el aspecto significativo de la cuestión queda ligado a la normativa legal vigente: nadie está de acuerdo con los períodos de veda existentes (deben existir o no, ser más o menos largos, imponerse aquí o allí), pero siempre es posible calificar una acción individual -propia o ajena- por referencia a ellos.
De esta forma, el discurso consevacionista se convierte en un arma poderosa en los conflictos que se producen entre los asociados. Así, por ejemplo, en una ocasión se expulsó a un asociado acusándolo haber vendido dorado en época de veda, una práctica que en ese entonces estaba muy extendida entre los miembros de la cooperativa, incluyendo a los más entusiastas de sus acusadores. De hecho, la utilización de este tipo de acusación como recurso de ataque es sistemática.
Las apelaciones al modelo cooperativista y al conservacionismo ocupan simbólicamente el lugar de las diferencias categoriales y las relaciones personales que fundan las alianzas y los enfrentamientos entre los socios15 . Permiten representar las acciones que resultan de esos factores, cuando son las propias, como si se tratara de puestas en práctica de opciones positivamente valoradas; e, inversamente, permiten representar las acciones ajenas como violaciones de esos valores. Y todo esto sucede sin que necesariamente se manifiesten públicamente las verdaderas bases sociales y las verdaderas motivaciones de esas acciones.
Lo que me interesa destacar aquí es que la significación política de estos tipos de discurso resulta de su fertilidad simbólica, y que esta deriva de su valor moral. Los pescadores de esta cooperativa tienen, en tanto cooperativistas, un compromiso moral con el modelo cooperativo, y tienen, en tanto pescadores, un compromiso moral con la preservación del recurso. Es por esa razón que esos discursos moralizantes cobran significación política, en la medida en que se tornan ricos receptáculos simbólicos para la expresión de las relaciones que se entablan entre los asociados.
Conclusión: valor moral y virtud simbólica
Me preguntaba anteriormente si el papel simbólico del discurso conservacionista suponía una carencia de valor moral. Como hemos visto con el último ejemplo, no es ese el caso. Al contrario, su papel simbólico resulta, en última instancia, de su peso normativo. Como dije antes, las referencias a la protección del recurso aparecen asociadas a nociones de responsabilidad para con los hijos de los pescadores y para con la comunidad en que habitan: son estas asociaciones, me parece, las que le prestan al conservacionismo su peso moral. De allí, precisamente su significación política, vinculada con el carácter de elemento simbólico privilegiado resultante de su valoración positiva.
La aparición del discurso conservacionista en situaciones en las que no he podido asociarlo con ningún otro nivel de organización social del cual pudiera constituir una forma de expresión simbólica, parece confirmar su valor moral intrínseco. De hecho, he tenido oportunidad de registrar una versión más abarcativa de la preocupación ambiental en las asambleas de la cooperativa y durante acontecimientos sociales que reúnen a sus asociados16 . En estos casos, los participantes suelen expresar una preocupación general por el medio ambiente, abarcando no sólo el peligro de sobreexplotación del recurso sino las amenazas representadas por las obras hidroeléctricas realizadas en el Paraná superior no sólo para el futuro de la actividad sino para la comunidad en general (la altura promedio del río, inundaciones, etc.).
Como expliqué al comienzo, no estoy en condiciones de rastrear el origen de ese valor moral. Sin embargo, no es esta la cuestión principal. Lo que me parece más importante es lo siguiente: sea por la difusión y penetración de los argumentos ecologistas en la vida cotidiana y a través de organismos públicos y no gubernamentales, sea porque los pescadores han desarrollado independientemente cierto nivel de preocupación por el cuidado de los recursos de que dependen, el hecho es que la preocupación por el recurso existe y se refleja en el uso simbólico/político de las apelaciones al discurso ecologista. Los pescadores expresan su posición subordinada en la organización del proceso productivo, y los cooperativistas su competencia con otros intermediarios y sus conflictos internos, en términos del discurso conservacionista precisamente porque este, en tanto portador de una carga moral, adquiere una virtud simbólica que lo transforma en forma de expresión privilegiada para esos aspectos de los sistemas de relaciones sociales en que esos actores operan.
Si mi análisis es correcto, el caso de los pescadores entrerrianos constituye una buena ilustración de la complejidad del fenómeno ambientalista. Nos encontramos ante un caso en el cual la adopción de un discurso conservacionista por parte de ciertos actores no puede ser puesta en relación con la adopción de técnicas productivas acordes, ni puede ser considerada como un mero reflejo del fenómeno innegable de la reciente difusión y penetración del discurso ecologista a nivel nacional. El análisis de las condiciones sociales específicas de la producción de discursos ecologistas por actores sociales determinados se revela, pues, como un requisito inevitable de su adecuada comprensión.
BIBLIOGRAFIA
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NOTAS
* Licenciado en Ciencias Antropológicas (UBA). Becario de Perfeccionamiento, UBACyT. Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL-UBA.
1 La información que manejo procede de mi trabajo de campo en el Dpto. de Victoria desde enero de 1987. Asimismo, me valgo de información recabada por colegas (Mauricio Boivin, Ana Rosato, Cecilia Ayerdi, Jorge Gancedo, Claudia Guebel) que integraron un equipo de investigación dedicado al estudio de la producción pesquera entrerriana entre 1986 y 1990, en cuyo marco inicié mi trabajo en el área.
2 Entendido en el sentido de todas las actividades necesarias para que el pescado fresco llegue a los consumidores, sean estos finales o industriales. El mercado interno para la producción pesquera de la zona se concentra fundamentalmente en el NOA y la provincia de Misiones (Balbi, 1990). La especie de mayor importancia económica es el sábalo (prochilodus platensis). Para información respecto del recurso véase: Boivin, 1991.
3 En la pesca, los riesgos son grandes porque se depende de un recurso natural móvil y porque, dado el carácter rudimentario de la tecnología, la productividad depende directamente de la desigual calificación de los pescadores. En este marco, por un lado, el control directo de la captura sólo resulta conveniente cuando es masivo, es decir, cuando involucra un gran número de equipos de pesca, porque ese número reduce las pérdidas ocasionadas por las oscilaciones de la productividad y permite establecer un promedio adecuado en base a las desiguales capacidades de los peones. Sin embargo, esto requiere de una inversión considerable que no está al alcance de todos los acopiadores (Balbi, 1991). Por otro lado, resulta conveniente para los acopiadores dejar la captura en manos de productores independientes, porque ello les permite transferirles los riesgos y buena parte de los costos a través del control de las condiciones de intercambio.
4 Hablo de "discurso" en el sentido más llano de expresión oral, como nivel diferente del de las prácticas productivas de los actores.
5 Este discurso convive sin embargo con el reconocimiento de la hombría de bien y las cualidades positivas personales de determinados acopiadores, sin que sus autores adviertan contradicción alguna en ello. Esto se explica atendiendo al carácter situacional de las representaciones de los actores, que ha sido destacado repetidamente desde la obra de Evans-Pritchard (cf. 1976). En efecto, se trata de discursos elaborados en circunstancias diferentes y que atienden a distintos aspectos del entramado de relaciones sociales y de intereses que vinculan a pescadores y acopiadores. Mientras que en conversaciones de carácter general y abstracto sobre la condición de los pescadores tienden a surgir las referencias a la explotación, cuando se habla de la organización de la producción o se menciona a individuos particulares entran en juego las diferencias entre los dos tipos de acopiadores, las relaciones personalizadas que unen a los pescadores con algunos de ellos, y las diferencias de carácter entre los individuos (Balbi 1995). En este sentido, en verdad, no hay contradicción alguna en sus dichos.
6 Para una descripción completa de los intermediarios y un análisis exhaustivo de sus actividades véase: Balbi 1995.
7 Asimismo, las acusaciones se contraponen con las favorables referencias personales acerca de este hombre que dan muchos asociados de la cooperativa que antaño le entregaban su producción. Una vez más, esto debe entenderse en términos de la situacionalidad de los discursos en que aparecen las diferentes valoraciones respecto del acopiador local.
8 Este acopiador fue socio de la cooperativa durante su primer período (1974-1978). Posteriormente, la entidad cerró, afectada por el retiro de todo apoyo estatal y por una ruptura interna entre los asociados, divididos entre un grupo de propietarios de herramientas de pesca que contrataban peones y uno de pescadores independientes. El acopiador es mencionado como uno de los asociados que no eran pescadores sino propietarios de equipos de pesca, y se dice que se alejó de la cooperativa e hizo todo lo posible por "fundirla". Algunas versiones dicen que el Estado provincial dejó de apoyar a la cooperativa respondiendo a la presión de este grupo de ex asociados, aunque los más probable es que se haya tratado de un mero ejemplo de la política general de hostigamiento a las cooperativas seguida por los gobiernos de la dictadura. La entidad fue reactivada por iniciativa de la Dirección de Cooperativas provincial en 1985.
9 Los términos "grande" y "chico" con que denomino a los dos tipos son utilizados por los propios actores para describir a los pescadores. El empleo que ellos hacen de los términos es situacional (en el sentido referido anteriormente), incluyendo un uso que se aproxima al que yo les doy aquí.
10 Podemos encontrar también un sector residual (para el cual los actores no tienen un término particular) donde encontramos a productores en franco ascenso que aún no llegan a un nivel tan alto como para considerarlos como pescadores grandes, junto con hombres que tienen bastantes metros de red y una buena productividad pero no invierten sistemáticamente en la expansión de sus unidades productivas sino que destinan sus ganancias al consumo doméstico. En general, su comportamiento se asimila al de los miembros de la categoría a la que más se acerca su nivel de reproducción, por lo que no los consideraré como una categoría diferenciada.
11 En febrero de 1992 -la última que presencié- se incorporaron el hermano de un socio, los hijos de otros dos, el encargado de la cooperativa (un reconocimiento de su importancia destinado a retenerlo en la institución), y otros cuatro pescadores muy chicos que llevaban un largo tiempo vendiendo su producción a la cooperativa -una especie de prueba de amor que los socios más antiguos aprecian mucho; en este contexto la fidelidad da un cariz "personal" a la relación del pescador con la cooperativa, ya que involucra valoraciones y sanciones positivas por parte de los socios-.
12 En verdad, los socios en general no sólo desconocen los seis principios de la organización cooperativa (Balbi 1996) sino que carecen de cualquier noción detallada de los contenidos que algunas expresiones que utilizan -como la de excedente- tienen en la tradición cooperativista. Es más, llegan a debatir sobre el sentido mismo del concepto de cooperativa, comparándolo con los de cooperadora y sindicato.
13 Los actores locales que figuran en el Acta de Conformación como "promotores" de la cooperativa (un pescador y una comerciante local de pescado) fueron, en realidad, los contactos locales de las autoridades.
14 De hecho, todos los pescadores que he conocido respetan mucho a este respecto el limitado e incompleto conocimiento científico al que tienen oportunidad de acceder gracias al trato con biólogos y antropólogos que desarrollan tareas de investigación en el area.
15 La normativa legal que rige la organización y el accionar cooperativos y el reglamento interno de la entidad aparecen también como formas de exposición simbólica de los alineamientos y las oposiciones que se registran entre los socios.
16 No he registrado este tipo de discurso entre pescadores no cooperativizados. Sin embargo, este dato no necesariamente es significativo, en la medida en que mi información se refiere fundamentalmente a los miembros de la cooperativa.
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