V Congreso de Antropologia Social |
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La Plata - ArgentinaJulio-Agosto 1997 |
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HOMOGENEIZACIÓN O PLURALIDAD ÉTNICA: UN ABORDAJE COMPARATIVO DE LA INSERCIÓN DE MINORÍAS DE ORIGEN INMIGRANTE EN BUENOS AIRES.
V CONGRESO ARGENTINO DE ANTROPOLOGIA SOCIALLa Plata, 29 de julio al 1 de agosto de 1997
Mtro.Daniel BARGMAN
"Sí siñore, sí, 'la raza forte'. Ma io digo,la raza forte -no sale de la mescolanza? -Y donde se produce questa mescolanza? -Al conventillo! Entonces, la cuna de la raza forte es el conventillo...
-Y perqué a Buenos Aires está saliendo esta "raza forte"? Perque questo é un país hospitalario, que agarra tuta la migrazione, te la encaja al conventillo, viene la mescolanza y te salen a la calle todos esos muchachos pateadores, boxeadores, cachiporreros, malandrines e asaltantes de la madonna.E lo lindo e que en medio de este batifondo, al conventillo tuto é armonía, todos se entienden: rusos con japoneses, italianos con africanos, franchese con tedesco...-Ma digo ío, no? A qué parte del mondo se entiéndeno como acá catalano con españolo, romagnolo con calabrese, andaluce, genovese...-En nesuna parte! Perque questo é uno paraíso, é una jauja...!" Cocoliche (1) La literatura costumbrista expresa la integración de los inmigrantes en el crisol de razas diseñado por las élites, proyecto en el cual subyacía la idea de que la mezcla "racial" que se estaba gestando implicaba al mismo tiempo una mixtura cultural.
Lejos de ser un fenómeno aleatorio de la historia argentina, la inmigración de contingentes provenientes de los orígenes más diversos se constituye en un factor estructurante de la idea de nacionalidad en este país. Esto es así tanto por el papel destinado a la inmigración en el proyecto de las élites fundadoras de la república, como por la dimensión cuantitativa y el impacto cualitativo del aluvión migratorio.
Al extraer algunas conclusiones a partir de la interacción que diferentes minorías inmigrantes han establecido entre sí y con la sociedad nacional considerando las transformaciones acarreadas por la experiencia de su inserción a nivel de sus identidades, procuramos realizar un aporte al diseño de un marco explicativo para estos procesos (Cfr.Bargman et al., 1992).
En las orientaciones ideológicas de acuerdo a las cuales las élites argentinas definieron los criterios de inclusión y exclusión en la nacionalidad, acorde a los cuales se perfiló el rol que deberían jugar los inmigrantes en la construcción de la nación, estaba implícita la idea que una identidad, la nacional, habría de subsumir todas las demás.
El proyecto del "crisol de razas" fue llevado a cabo con éxito en la Argentina, al imponer una identidad cívica nacional sobre poblaciones nativas e inmigrantes, a costa de la supresión de las identidades étnicas originarias de aquellas.
Varios son los actores involucrados en el imaginario argentino a partir de este proyecto fundacional: en cuanto a su inclusión, los inmigrantes deseados eran los europeos nórdicos a través de los cuales, bajo la inspiración de un darwinismo social, se suponía que se habrían de transplantar a este suelo la industriosidad y la democracia. Los inmigrantes realmente incluidos - resultaron ser la base del crisol argentino, conformado por contingentes mayoritariamente provenientes de distintas regiones italianas y españolas. (Cfr. Shumway, Halperin Donghi e H.Sábato). Otros grupos oriundos de Europa Oriental, Medio Oriente y Asia resultaron ser minorías exóticas (Senkman 1983, Klich 1992). Desde el inicio de estos procesos el elemento nativo (indígenas, gauchos) es negado persistentemente, haciendo su reaparición en la Argentina metropolitana como migrantes internos o "cabecitas", y continúa siendo objeto de rechazo cuando se hace presente en las migraciones limítrofes (2).
Notoriamente a partir del Centenario se pusieron de manifiesto procesos de exclusión por parte de las élites contra aquellos inmigrantes considerados "indeseables" tanto por razones raciales como políticas. Hacia 1930 una sociedad urbana "blanca" integrada en buena parte por los grupos de origen inmigrante -sintiéndose ya acrisolados y nacionalizados- ejercía mecanismos de exclusión contra los migrantes internos y limítrofes.
En tanto el paradigma integracionista tiende a relativizar la importancia de las culturas inmigrantes como meros vestigios de "identidad simbólica" condenada a desaparecer ante las fuerzas irresistibles de la asimilación (cfr.Gans), una conceptualización como la de "invención de la tradición" entiende la etnicidad no como primordial -antigua, inherente a la sangre, el alma o el pasado de un grupo-, ni como puramente instrumental -manipulada con fines políticos- sino como una construcción cultural hecha a lo largo del tiempo (Cfr.Conzen et al.). (3)
Los migrantes pueden manipular su identidad de origen, en una afirmación o una negación de la misma. Su identidad étnica sólo existe por la relación que los individuos mantienen, en términos reales o potenciales, con su grupo de origen. (Cfr.Bonfil Batalla, 1989)
Al abordar los procesos de inserción de las comunidades étnicas debemos tener presente que las mismas no poseen límites fijos. A partir de un núcleo o élite de miembros plenamente adscriptos, los integrantes del grupo se ubican en posiciones periféricas hasta llegar a áreas de indefinición en los bordes, donde la comunidad se confunde con la sociedad mayor. (4) Quienes se ubican en el núcleo del grupo étnico producen y resguardan los valores y las normas propios del grupo, en virtud de las cuales se provee o se quita legitimación a la pertenencia de los miembros. Es en el núcleo o élite donde se producen las ideologías étnicas, se generan los ámbitos para la reproducción de la identidad grupal, y se articula la comunidad con el entorno circundante.
La interacción entre núcleos o élites étnicas y sus periferias atraviesa las experiencias y las estrategias de cada uno de los grupos de origen inmigrante en su inserción en la sociedad mayor. Coexisten en los grupos étnicos de origen inmigrante, en el contexto aquí estudiado, diversas ideologías étnicas, que en una posible lectura pueden ser particularistas, cuando procuran restringir la articulación étnica con el entorno a las áreas indispensables, o bien integracionistas si se focalizan en ampliar la articulación del grupo con el entorno.
La diversificación social y económica conspira contra la solidaridad de un grupo étnico, pudiendo tener como correlato la elaboración de distintas ideologias étnicas en confrontación.
Pero la etnicidad no se restringe a lo normativo: puede actuarse tanto como participación en el ámbito público-institucional como en lo privado, en la cotidianeidad de la vida familiar.
A partir de la década de 1980 y desde la aceptación de la posibilidad de un pluralismo político, se afianza el reconocimiento y la posible legitimación del carácter plural de la sociedad argentina también en su dimensión de identidades étnico culturales. Este pluralismo no sólo supone la aceptación del extranjero diferente, sino que comienza por asumir lo autóctono como propio. (5)
A las demandas de acrisolamiento por parte de la sociedad receptora, las minorías de origen extranjero ofrecieron diversidad de respuestas, tanto integracionistas como particularistas.
Las distintas experiencias protagonizadas por estos grupos revelan los avatares de sus identidades, que desembocan en trasmutaciones de las mismas, atribuibles tanto a la pérdida de elementos de la cultura de los inmigrantes, a su transformación, o a una reetnización en términos de un regreso a contenidos propios, si bien definidos y actuados con nuevas características. En cuanto a la interacción con la sociedad receptora, las comunidades de origen extranjero oscilan desde una superposición de la mayor parte de sus áreas propias con el ámbito mayor (caso de las colectividades española, italiana y sectores árabes cristianos en la actualidad), hasta la intersección mínima de las mismas preservando la mayor parte de sus dimensiones para la interacción endogrupal (tal sería el caso de los coreanos). En un término medio se encontrarían grupos como los árabes musulmanes y los judíos.
Construyéndose como étnicos
En la interacción con la sociedad mayor así como con otras minorías, los inmigrantes desarrollaron un doble proceso: a la par que se construían como actores étnicos - se argentinizaban con una connotación cívica o bien nacional.La etnicidad se expresa a través de clivajes de tipo religioso, de nacionalidad de origen, ocupacional, lingüístico, de aspecto físico en términos de percepción social de "raza" en un contexto dado. Es de suponer que cuantos más rasgos posea un grupo que funcionen como diacríticos distintivos para su señalamiento en el entorno, mayor será la posibiidad que mantenga y sea objeto de diferenciación.
Como se verá más adelante, los oriundos de los diversos paese de la península construyeron en el contexto argentino, a partir de sus identidades parroquiales y regionales, una italianidad definida por lo nacional bajo el influjo de las ideologías de sus élites comunitarias.
En cuanto a los árabes, esta categoría debe entenderse como concepto cultural que unifica a los distintos grupos hablantes de esta lengua, llegados mayoritariamente desde Siria y Líbano.
Sus núcleos o élites se recortan por lo religioso, tratándose de cristianos (ortodoxos y maronitas), y de musulmanes (sunnitas y chiítas) (6).
Junto a la lengua y la religión, los nombres y apellidos han sido los principales diacríticos diferenciadores del grupo árabe en la Argentina, rasgos que se van perdiendo a medida que avanza el proceso de integración.
Existe una muy amplia periferia constituida por descendientes de tercera o cuarta generación que tienen algún antepasado árabe, cuya adscripción puede no resultar clara para los propios actores, pero que mantienen en su vida cotidiana formas de "etnicidad simbólica".
Los inmigrantes de lengua árabe no llegaron al país a principios del siglo 20 como sirios o libaneses, sino que se construyeron como tales aquí. Ellos procedían de una sociedad donde la identidad se expresaba por referencia a la afiliación a una comunidad local y religiosa. Citando a G.Jozami (1994) "De sus labios brotaba espontáneamente, 'soy ortodoxo de Farbo', 'musulmán de Yabrud'... discurso coherente con este modo de clasificar las adscripciones en el Imperio Otomano". En tanto las élites fueron elaborando una definición de identidad "siriolibanesa" que se generalizó en la decada de 1930, "para los criollos, estos extranjeros eran simplemente los 'turcos' y no precisamente en el sentido positivo". (pp. 196 y 201)
La comunidad judía presenta gran fragmentación de acuerdo a las diversas comunidades de origen ashkenazíes y sefaradíes; a la religiosidad (ortodoxos, conservadores, reformistas, laicos) y a las diversas ideologías étnicas existentes.
Igualmente los descendientes de estos inmigrantes se han diversificado mucho en lo social y económico.
El núcleo o núcleos de la comunidad están rodeados de periferias, donde en una zona liminal se ubican miembros cuya adscripción resulta incierta (tal el caso por ejemplo de algunos integrantes de familias exogámicas).
Cuando la mayor parte de los diacríticos se han diluido, el apellido continúa teniendo poder marcador. Tras los atentados sufridos en la década de 1990, nuevos signos externos de diferenciación aparecen en la forma de vallas físicas de protección frente a las instituciones judías.
En tanto judíos y árabes cristianos venían con la experiencia de ser minorías étnicas o religiosas en sus regiones de origen - los coreanos devinieron étnicos al tornarse minoritarios en el nuevo contexto, reinterpretando su coreanidad en términos de su nueva experiencia argentina.
El grupo coreano se presenta bien delimitado por la percepción social de "raza", en virtud de la cual los descendientes nacidos en la Argentina son también percibidos como "coreanos", así como por el uso del idioma como código endogrupal.
Su interacción con la sociedad mayor se restringe a ámbitos específicos como el mercado, constituyendo lo que se ha denominado un "enclave étnico" (7). Con la salida de los hijos de los inmigrantes fuera del ámbito del trabajo familiar, se van ampliando las áreas de articulación de la comunidad con el afuera. (Cfr. Bialogorski, 1993)
Categorías nacionales se tornan étnicas en el proceso migratorio. En la percepción de la sociedad mayor metropolitana la categoría "boliviano" incluye ciertamente migrantes argentinos del Noroeste, siendo que a partir de entrevistas realizadas resulta que jujeños y otros provincianos simulan ser nacionales de Bolivia como estrategia de búsqueda laboral. (Bargman, 1996) En estos procesos se pone en evidencia el desfasaje entre la pauta de nacionalidad "jus solis" y la pauta "jus sanguinis" percibida por el imaginario argentino en base a signos diacríticos propios de la percepción social de raza. De este modo, cuando en los años 1970 habitantes de las villas de Buenos Aires fueron objeto de erradicaciones compulsivas, los hijos argentinos de los inmigrantes, quienes eran percibidos como bolivianos, fueron también expulsados hacia Bolivia.
Los limítrofes aparecen en el imaginario argentino por primera vez como "extranjeros", categorización que es impugnada por una entrevistada de origen boliviano: "Como yo escucho ...que dicen: 'extranjeros de Bolivia, de Chile, de Perú.. (digo) ...que no saben lo que es un inmigrante, porque nosotros somos de esta tierra... porque no saben ellos mismos qué son argentinos y qué no son argentinos." Según lo afirmado por Grimson (1996), en el caso de los bolivianos en la Argentina la construcción de una colectividad identificada con la nación -por encima de las identidades regionales, étnicas y de clase que parecen primar en Bolivia- se erige como hegemónica en el marco del desplazamiento territorial y simbólico y en el cambio de contexto histórico implicado en la migración: "ser bolivianos" no se siente tanto en Bolivia como estando lejos de ella.
A esta etnización expresada por lo nacional, lo lingüístico, lo religioso o lo percibido como racial podemos sumar la construcción de una identidad basada en la militancia política, como se evidencia en el caso de los exilados republicanos españoles. Al decir de una exilada, cuando le preguntaban: "-Tú de dónde eres? Y no le decía: de Valencia, de Sevilla - (sino) 'Yo soy CNT-FAI'. Esto era muy fuerte y yo me crié en un ghetto de exilados políticos... La migración política tiene una identidad. Te lo puedo decir como española, te lo puedo decir como militante"; identidad que se pone de manifiesto en las elecciones que estos hijos de los exilados hicieron a lo largo de su vida. (8)
Integración y transformaciones de la etnicidad (9)
La necesidad de identificación con el país receptor resulta evidente a partir la primera generación de inmigrantes, a la par de la preocupación por la transmisión de su particularidad a los descendientes.Dada la magnitud del impacto inmigratorio en la Argentina, Gino Germani descartó toda posibilidad de absorción de los extranjeros en el cuerpo de la sociedad nativa, postulando a partir de un paradigma integracionista que lo que en verdad ocurrió fue una fusión en términos de la emergencia de una nueva estructura y un nuevo tipo social, producto sincrético de los diversos componentes nativos y extranjeros (Cfr.Germani).
No sería en consecuencia posible hablar en términos de integración a una sociedad argentina previa a la inmigración, sino más bien de la construcción de una nueva sociedad, en la cual se articularon los inmigrantes de diversos orígenes, los migrantes internos y los que siendo locales se sentian "extraños" en un mundo que cambiaba aceleradamente (Cfr.H.Sábato).
De esta manera, tampoco sería apropiado referirse a los grandes contingentes inmigratorios formados mayoritariamente por grupos provenientes de regiones italianas y españolas como minorías, puesto que constituyen las mayorías nacionales. (A propósito de esto, Borges decía sentirse menos argentino por no tener ningún antepasado italiano).
A nivel de élites dirigentes, se observa desde la fundación de Unione e Benevolenza en 1858 que el núcleo de la comunidad italiana se fragmentaba según la disyuntiva ideológica entre monárquicos o mazzinianos republicanos, así como a partir de 1920 este quiebre se produciría entre fascistas y antifascistas (Devoto, 1985).
El modo de inserción de esta colectividad generaba hacia 1880 críticas como las formuladas por Sarmiento, quien objetó que el Congreso Pedagógico Italiano no se ocupase de pedagogía sino de la defensa de la "italianidad". Se consideraba que la "nostalgia" de los inmigrantes por su patria de origen y su falta de participación activa en la política nacional era expresión de una falsa conciencia de su propia situación, lo cual se juzgaba como peligroso para la creación de una nación integrada. (Halperin Donghi, pp.213-216).
Desde un inicio se incentivó a partir de las élites permeadas por la ideología de la unidad y del Risorgimiento, la construcción de la italianidad como un proceso que se dio en la Argentina sobre las identidades de las masas de inmigrantes, iletrados, quienes se referenciaban en el paese, identidad local de origen.
La inmigración italiana de posguerra, mayoritariamente de las regiones meridionales y marcadamente católica, se organizó en sociedades regionalistas al no encontrar cabida en las asociaciones mutuales existentes, cuya ideología era laica y antifascista y su carácter, unitario por encima de las adscripciones regionales.
Según M.L.Leiva (1992) esta inmigración, que no pudo repetir el ascenso social de las anteriores "padeció de 'desestima étnica', producto de su conciencia de expulsados por la miseria en la patria, y por la imposibilidad de identificarse con las memorias de la vieja inmigración". Tan sólo la reconstrucción de Italia como potencia industrial les permitió volver a encontrar un referente para reforzar positivamente su etnicidad.
Si bien en la actualidad los líderes de la colectividad se refieren a los italianos como "la mitad del país", incluyendo descendientes de italianos, (Schneider 1989) la realidad es que resultó difícil a las élites ítalo argentinas persistir en la convocatoria exitosa de los hijos de los inmigrantes, observándose que el interés principal de los asociados, aunque no del núcleo convocante, residía en la ayuda mutua. (Devoto, 1985).
Cabe preguntarse en qué medida grupos más minoritarios que italianos y españoles habrían repetido una dilución de este tipo en el seno de la sociedad mayor. Los inmigrantes árabes, con su alta tasa de masculinidad y con una fuerte aculturación en el contexto, se hallarían ubicados en dicho caso.
Estela Biondi (1986) sostiene que la religión es el parámetro que identifica a los varios grupos de inmigrantes árabes y sus descendientes, diferenciando los maronitas de origen libanés, quienes se han integrado a los modelos de conducta de la sociedad dominante y han internalizado los valores del entorno argentino, de los musulmanes y de los cristianos ortodoxos, quienes han logrado una síntesis cultural... aceptando algunos rasgos de la cultura dominante sin perder el deseo de mantener la distinción cultural y étnica (p.10).
En una sociedad que permitía la movilidad social y económica pero planteaba exigencias de integración, las identidades particulares fueron mantenidas en el ámbito privado. Refiere Jozami (1996): "'Aquél es un mahometano' diría por lo bajo un cristiano árabe. Pero los hijos del supuesto 'mahometano' se educan en las escuelas argentinas, sean éstas privadas o religiosas, sus padres y abuelos habían sido pocos, muy dispersos geográficamente y con mayoría masculina...y la mixtura, deseada o no se produjo, como también se produjo su compleja inserción" (p.36).
Las comunidades judías dejaron de ser, con su inmigración, grupos cerrados cuyos límites eran fijados desde adentro y desde afuera por un cúmulo de preceptos e inderdicciones.
En marco urbano, los judíos se integraban a su manera en el crisol. De acuerdo a Feierstein (1994) el "judío de barrio" se ha criado entre un mestizaje esencial de "rusitos y vascos, italianos y españoles, el yugoslavo de la pinturería y el chileno pintor de letras, todos naturalmente acunados con los rumores del tango, el café-bar-billares, la barra de la esquina que cambia figuritas, el fútbol y la pizzería, el cine del domingo a la tarde...".
En el marco rural, la instrucción que se impartía en las escuelas de las colonias agrícolas judías fue objeto de críticas de quienes entendían que ésta conspiraba contra la asimilación deseada al medio argentino. Pensadores nacionalistas como Ricardo Rojas objetaban esta educación junto a "los imperialismos antiargentinos de los italianos, los ingleses y los alemanes". Planteando una disyuntiva entre identidad minoritaria e identidad nacional, pronosticaba la aparición de problemas "cuando el hijo de inmigrante semita prefiera ser judío, en lugar de transformarse en un argentino plenamente integrado al pueblo y a la tierra en que nació". (10)
Sin embargo, los maestros rurales judíos graduados en la escuela Alberdi de Paraná asumían consignas de argentinización tales como "En el país donde estás, su idioma hablarás" (Senkman: 1983, p.80). Los docentes de estas colonias, donde no llegaba la enseñanza oficial, se tornaron en agentes de argentinización, transmitiendo contenidos cívicos tanto a hijos de inmigrantes judíos como a los de los peones criollos.
El ámbito de las colonias agrícolas -a diferencia quizás de los guetos urbanos- sirvió para modelar una generación de judeo-argentinos, cuya identidad está compuesta por una identificación con ambos grupos de referencia.
En la comunidad judía, se nota en la actualidad una persistente alarma por parte de representantes del núcleo étnico ante lo que perciben como una creciente "asimilación". Quizás nos encontremos ante el resultado de una profunda transformación en las pautas de agregación y en la etnicidad, que evidencia el desfasaje entre las normas de cumplimiento ideal y las conductas efectivamente actuadas en la cotidianeidad real de los judíos.
En un análisis sobre la interrelación de la comunidad de inmigrantes coreanos con la sociedad argentina, Mirta Bialogorski (1993) señala que algunos síntomas de conflicto se dan en lo referente a la lengua y a la mentalidad. Ante las dificultades idiomáticas, la comunidad coreana manifiesta una estrategia de repliegue sobre sí misma, que se observa asimismo en su vida laboral, donde se hace uso de las redes de solidaridad familiares y étnicas.
Los inmigrantes coreanos entienden que su identidad está asociada al mantenimiento y la transmisión del lenguaje propio, en el cual expresan su manera de construir el mundo. El conocimiento de los códigos lingüísticos así como la sociabilidad endogrupal que refuerzan la identidad coreana se reproducen principalmente en el ámbito de las iglesias -mayoritariamente protestantes-.
La incomprensión entre la primera generación de coreanos y el entorno argentino en términos de códigos genera conflictos y alimenta el prejuicio cuando frente al malentendido se tiende a pensar en la mala fe". (Cfr.Bialogorski y Bargman, 1996 a).
Entre los jóvenes socializados en ámbitos argentinos se produce un quiebre con las pautas de comportamiento tradicionales: " 'Hasta los 11 o 12 años decís 'sí papá', pero después vos razonás, pensás, mirás, y decís pero yo qué soy coreana o argentina?...ese es el problema hasta la adolescencia...qué soy y soy la mitad, hay una parte que tiene sentimientos de rebeldía y hay otra parte que digo no, yo soy coreana...'". (Mera) Son estos jóvenes quienes se tornan en puente comunicativo entre sus padres y la sociedad receptora.
Se observa también en la joven generación la producción de un discurso que toma conciencia del conflicto comunicativo y abre el camino para mejorar sus estrategias de vinculación con la sociedad argentina: "...tampoco nuestro propósito es automarginarnos. Es que como toda colectividad extranjera compartimos costumbres y códigos entre nosotros que nos llevan a una mayor afinidad. Como jóvenes, además, somos el nexo para ayudar a los mayores a integrarse más a un país que generosamente nos abrió las puertas...Así ocurrió en la Argentina a principios de siglo cuando recibió a tantos inmigrantes europeos". (11)
Si la pauta de inmigración es familiar y organizada, mayor será la posibilidad de construcción de un ámbito donde transmitir, crear y recrear la cultura propia. Esto se evidencia en el caso de las colonias agrícolas judías, o en el asentamiento urbano concentrado en barrios étnicos, como los coreanos.
Una pauta de inmigración como la de los árabes, en cambio, al ser predominantemente masculina implicará la preponderancia de la exogamia, que ha sido señalada como determinante en la modalidad de inserción de esta comunidad en el país, La verdadera dimensión de la exogamia y su consecuente "mezcla total" son relativizadas sin embargo por autores como Estela Biondi (1986), quien observó entre los musulmanes estudiados en Tucumán y provincia de Buenos Aires una tendencia a la endogamia hasta la actualidad.
En este sentido, la literatura escrita por descendientes de árabes presenta una imagen idealizada de la integración de los inmigrantes según la cual el árabe se fundió con el criollo, a través de sus casamientos, adoptando sus costumbres, y comparando su arquetipo, el beduino, con el gaucho.
Entre los musulmanes se observa igualmente que, a diferencia de los árabes cristianos, el conocimiento del idioma árabe, lengua del sagrado Corán, se mantiene en alguna medida hasta la tercera generación.
Si los inmigrantes mantienen el contacto con el país de origen, si continúa el flujo inmigratorio, si hay una reemigración, su identidad tendrá mayor ocasión de realimentarse.
Del mismo modo opera el contacto con comunidades hermanas, y especialmente a nivel del núcleo comunitario, con difusores de ideologías de revitalización nacional, religiosa o étnica.
La construcción de la etnicidad se refuerza en la identificación con referentes externos. La interrupción de este contacto puede derivar en una entropía, un flujo que lleva a la pérdida de contenidos culturales propios.
En el caso de los coreanos, de reciente inmigración, su identidad remite a un referente nacional inmediato con el cual se mantiene permanente contacto, a diferencia de los judíos y árabes, cuya identificación con el moderno Estado de Israel o bien con el Mundo Arabe contemporáneo resultan en gran medida de construcciones ideológicas realizadas en el país receptor.
Reetnización
Sea cual fuere el camino recorrido en estos avatares de la identidad, se nota en la tercera generación de algunos grupos estudiados un proceso de reetnización en el que la invención de la etnicidad puede resultar en una identidad simbólica.Según Arnd Schneider (1989) entre los italianos del Gran Buenos Aires más que una revitalización de la identidad étnica puede observarse la búsqueda de una nueva identidad, en proceso de reinterpretación de la misma. Junto al discurso de las élites que hablan de "recuperar la identidad" es preciso atender a los procesos de formación de identidad étnica que se observan en la esfera privada. (Cfr.Schneider, 1989) La recuperación de las raíces no está exenta de instrumentación. Según una inmigrante española: "...yo ahora soy una ciudadana de la Comunidad. Y cuando voy al consulado me encuentro con chicos muy bien vestidos, además, de sectores sociales medios, medios-altos, que te das cuenta al hablar con ellos, estudian, y quieren recuperar la ciudadanía que tenían sus abuelos. Quieren recuperar el lazo de descendencia -estos 'gallegos' que siempre cocinaron con unto...y esas comidas raras que hacen y no se les entiende lo que hablan...y ahora: 'abuelito!'- Y vos los ves entrar con viejos que se caen a pedazos, que los traen, los traen para que firmen. Pasa lo mismo en el consulado italiano" (12).
Entre los árabes y los judíos, se observa entre los descendientes de la tercera o cuarta generación un fenómeno de reconstrucción de las identidades étnicas particularistas.
Esto se manifiesta entre los árabes, según G.Jozami (1996) como una salida a la luz de los musulmanes. Quienes aún se sienten parte de la identidad siria y libanesa se asumen discriminados. "Contrariamente al supuesto de que 'están en el poder', adoptan un perfil diferente; sin abandonar el discurso integrador, definen con mayor fuerza su etnicidad". En el caso de algunos sectores se asume la definición de una "identidad islámica con características argentinas" (Jozami, 1996, pp.28 y 38).
Debido a procesos internos como la búsqueda de las propias raíces, así como a la identificación con referentes árabes y musulmanes a nivel internacional se ha generado una reetnización que puede revestir tanto formas formas nacionales sirias, libanesas o palestinas como también religiosas, que se expresan públicamente en un renacer de lo islámico. Ante la inauguración de mezquitas en Buenos Aires, los medios reaccionan reproduciendo a nivel local prejuicios que construyen lo musulmán como la corporización de ese "otro" que en esta era de globalización es inventado como el nuevo enemigo.
Entre los judíos sefaradíes, observamos la respuesta que el liderazgo de la comunidad de inmigrantes sirios de Alepo encaró ante los procesos de modernización que esta congregación estaba protagonizando hacia la década de 1950.
A fin de frenar el alejamiento de las tradiciones, se decidió sancionar toda transgresión a preceptos religiosos como la endogamia, a la observancia del reposo sabático y de las normas alimentarias (kashrut), llegando a contemplar la desadscripción de los transgresores. Con este reforzamiento de los límites, esta comunidad frenó las tendencias centrífugas, al costo de una mayor cerrazón ante el contexto social circundante (Bargman,1997).
La extinción de las funciones asistenciales del Estado argentino lleva a un número de judíos de la periferia a aproximarse a su comunidad de origen en una reactivación de las redes étnicas, movilizables en términos de capital social. Sin embargo, en la mayoría de los casos este revival implica tan sólo sumar una dimensión más, la del grupo de origen, simbólica y resignificada, a una identidad multifacética, argentinizada y cosmopolita.
Los atentados acontecidos en 1992 y 1994 respectivamente contra la Embajada de Israel y la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) provocaron un replanteo de la identidad judía en la Argentina. En el plano de los diacríticos, las barreras físicas evidentes en torno a las instituciones judías en las calles de la Argentina dan ocasión sin duda una exacerbación de los signos diferenciadores impuestos por temor a la agresión externa.
En el plano de los valores, se nota la activación de un uso de la memoria grupal en favor del esclarecimiento de los atentados, que se suma al hecho de asumir una reflexión más comprometida en torno a la memoria del Holocausto.
A más de un siglo del comienzo de la inmigración masiva, el proceso de inserción de la comunidad judía sufre avances y retrocesos. La confusión aún reinante en cuanto a la legitimación de la existencia judía en la Argentina resulta evidente cuando tras el atentado a la Asociación Mutual, el presidente argentino telefoneó al primer ministro de Israel para transmitirle sus condolencias por las víctimas, quienes en definitiva eran ciudadanos argentinos, judíos y no judíos.
Interacciones
Al encarar una serie de trabajos acerca de la vinculación de comunidades en el barrio porteño de Flores (coreanos, bolivianos, judíos sefaradíes) desarrollamos un modelo que contempla las distintas modalidades que pueden adoptar las relaciones entre minorías étnicas a partir del plano económico: a- complementación entre especializaciones étnicas, enmarcada en una división étnica del trabajo; b- competencia por un mismo segmento del mercado, por espacios y recursos; c- sustitución étnica, donde un grupo pasa a ocupar las estructuras, las zonas residenciales, las ramas productivas o las instituciones creadas por el grupo precedente (Bialogorski y Bargman 1996 a y b) (13)La articulación interétnica entre estos grupos se produce en el ámbito laboral, quedando otras áreas de la vida comunitaria restringidas a lo endogrupal. Los sistemas de valores específicos de cada conjunto tienden a privilegiar un tiempo, un espacio y una red de sociabilidad propias. De este modo, adscripciones religiosas, competencia lingüística, endogamia y demás pautas tradicionales actúan en el sentido de reforzar los límites de los grupos en el contexto mayor.
La interacción entre los judíos sefaradíes inmigrados a principios del siglo 20, y los coreanos que lo han hecho en época más reciente se establece en el barrio de Flores específicamente en el ámbito textil.
Muchos de los inmigrantes judíos sirios se iniciaron en la actividad en la Argentina como vendedores ambulantes, debido a que este tipo de comercio no requería contar con un capital inicial ni con conocimiento del idioma. El carácter independiente de esta actividad facilitaba la observancia de las festividades, y permitía a la vez el ascenso económico. En el caso de los coreanos, se observó que la actividad en los talleres de costura no requería el uso del castellano porque se desarrollaba básicamente en el interior del grupo (14).
Al iniciar su vinculación, se estableció una complementariedad en la que el judío aparece como minoría mediadora, articulando al nuevo inmigrante con la sociedad receptora, incorporando los coreanos pautas y conocimientos laborales a través del contacto con aquéllos.
Sin competir con los sefaradíes, los coreanos se orientaron en un principio a abastecer una franja de mercado de bajos recursos, produciendo en sus empresas familiares indumentarias a bajo costo.
Pronto se pasó a una situación de competencia, en la que cada uno de estos actores no se posiciona de manera individual en función de las leyes del mercado sino en tanto miembros de una colectividad que se perciben mutuamente en términos corporativos.
Ambos "contendientes" enfatizan así como factor de impulso de tal competencia, todo aquello que puede vincularse con los recursos étnicos de un grupo en el sentido de la utilización de redes de solidaridad, la cohesión grupal y la concepción y modalidad del trabajo.
Procesos de sustitución han ocurrido en nuestro país por ejemplo cuando el barrio porteño de La Boca, poblado inicialmente por navegantes lígures se tornó hábitat de migrantes uruguayos y otros limítrofes, o bien cuando los judíos de las colonias agrícolas de Entre Rios migraron al ámbito urbano, siendo sustituidos en sus chacras y sus cooperativas por criollos.
En virtud de un proceso de sustitución de este tipo comerciantes coreanos estan desplazando a los sefaradíes. Los judíos expresan su percepción de exclusión del circuito comercial coreano: "Son una colectividad muy cerrada que trabajan todo para ellos, es muy raro que den algo afuera".
Sin embargo, las estrategias de cohesión desplegadas por los recién llegados evocan en los entrevistados sefaradíes su propio inicio como inmigrantes: "Cuando empezó la inmigración judía había una gran solidaridad entre los judíos a nivel de que cuando llegaban tenían trabajo, medios de vida y alguien que le diera algo sin que le pida nada...nuestros abuelos dormían también en su fábrica, no tenían otro lugar."
En su interacción con los coreanos, los judíos sefaradíes, -también diferenciados de la sociedad mayor- "juegan de local" acentuando su identificación como argentinos. Un informante sefaradí habla de sí mismo como formando parte del "paisanaje en la Argentina" cuya "calidad de confección es muy superior" a la del coreano, caracterizado como "empresario golondrina... ave de paso", en consecuencia, despreocupado y descomprometido con el país receptor.
En sus negocios y talleres textiles, los coreanos emplean a argentinos -principalmente provenientes del interior-, y a inmigrantes limítrofes -mayormente bolivianos-. Si los coreanos prefieren tomar trabajadores bolivianos antes que argentinos, esto se debe a que los perciben como sumisos y disciplinados.
En la relación entre coreanos y bolivianos, vemos que estos grupos establecen una articulación interétnica e interclases, en la que patrón y coreano, trabajador y boliviano operan como categorías que aparecen siempre correlacionadas. Se plantea de este modo una interacción en la cual a la articulación laboral se suma la relación interétnica entre dos minorías. Esto trae como consecuencia el encuentro de universos simbólicos diferentes, en términos de la confrontación de dos culturas del trabajo.
La relación que los bolivianos establecen con los coreanos en el plano laboral puede caracterizarse como complementaria, puesto que ambas minorías se articulan jerárquicamente en el mismo rubro sin competir, dada la necesidad de los coreanos de emplear mano de obra barata incumpliendo a menudo con las cargas laborales e impositivas encontrando disponibles a los bolivianos puesto que la marginación, la discriminación, y en ocasiones la indocumentación no les dejan alternativa.
En cuanto a los bolivianos, su condición indígena y mestiza la asimila a una categoría social estigmatizada y excluida. Su inserción se produce en sectores de la estructura económica que ya no interesan a nativos, o como mano de obra complementaria.
La percepción de una situación de competencia con trabajadores argentinos -más allá de la mínima incidencia real de la misma- genera las condiciones para la elaboración de discursos y actitudes xenofóbicos, asumidos por sectores de los estratos trabajadores.
El discurso discriminador construye al "otro" como objeto de proyección de conflictos propios del contexto social mayor: la injusticia social, la inmigración ilegal, la desocupación estructural, la corrupción.
Tanto coreanos como bolivianos son conformados como usurpadores, unos, de ganancias, otros, de espacios y trabajo. Se evalúa socialmente asimismo que el avance económico evidenciado por la comunidad coreana es mucho mayor que el grado de integración lograda a nivel simbólico.
El señalamiento se facilita debido a que coreanos y bolivianos son sumamente visibles, y a diferencia de árabes y judíos, no han elaborado aún una estrategia adecuada para legitimar su presencia en el seno del país receptor.
Conclusiones
La inmigración masiva a la Argentina ha implicado para la mayor parte de los contingentes un pasaje a la modernidad. La urbanización, la secularización, el acceso a la educación pública y la posibilidad de movilidad social ascendente ocasionaron a menudo la ruptura de los lazos tradicionales.En el nuevo contexto, las etnicidades son construidas como identidades que pueden adoptar formas nacionales, religiosas, lingüísticas, políticas. En el caso de los bolivianos y otros migrantes limítrofes, en su interacción con una clase media formada mayormente por descendientes de inmigrantes de ultramar, su identidad étnica se conjuga con una identidad de clase.
Si como señala Devoto (1985) en las primeras etapas de la inserción parece darse entre los distintos grupos inmigrantes "una cierta supremacía de la solidaridad étnica por sobre la solidaridad de clase", podemos pensar consecuentemente que la ulterior heterogeneización conspira contra la solidaridad de un grupo étnico.
Árabes, judíos, coreanos, -grupos atípicos con respecto a la inmigración masiva- siguen siendo percibidos por importantes sectores de la sociedad argentina como diferentes y aún como extraños. En tanto los distintos sectores de las comunidades judía y árabe han experimentado en su inserción en el país diferentes estrategias al plantear cómo integrarse sin perder sus rasgos distintivos, los coreanos, de arribo más reciente, se preguntan cómo responder a las demandas de integración sin caer ni en la asimilación que borra toda especificidad, ni en un encapsulamiento que los aislaría. El momento superador de este proceso aún está por verse.
Como mestizos o indígenas, los bolivianos evocan aquellos actores nativos de este suelo que fueron negados como factor de progreso por los ideólogos de la construcción nacional en el siglo 19.
Pero estos grupos no son la primera inmigración no deseada en la Argentina. Italianos y españoles defraudaron en el período de la inmigración masiva las expectativas trazadas por las élites gobernantes que esperaban el aporte europeo nórdico.
Finalmente los distintos contingentes se insertaron en el país receptor; no sólo fueron aceptados sino que pasaron a constituir la sociedad y la cultura de la Argentina metropolitana. Son ahora los descendientes de estos gringos quienes a menudo expresan el rechazo a la nueva inmigración.
Cada grupo, de acuerdo a sus particularidades, ha elaborado su propio modo de responder a las demandas integracionistas. En esta estrategia se ha recurrido tanto a la manipulación de identidades como a la reformulación de la identidad a la luz de los procesos de creación, recreación, resistencia al cambio, apropiación e incorporación, en un proceso de inserción cuya dinámica presenta avances y retrocesos.
El proyecto del crisol de razas implicaba el supuesto de identidad unidimensional, demandando de los individuos una adscripción exclusiva a la nacionalidad en términos cívicos.
En ese contexto, la igualdad proclamada por los sectores hegemónicos debía interpretarse como una demanda de ser iguales a ellos. En la medida que el crisol se asume como exitoso resulta posible evaluar la igualdad como resultado de una construcción común. La alternativa pluralista propone el reconocimiento de una igualdad en las diferencias.
Si es cierto que se han superado disyuntivas propias de la modernidad, es posible concebir también desde la óptica del pluralismo cultural en la Argentina una identidad de dimensiones múltiples con la que los individuos se pueden comprometer en lo étnico, lo nacional y en otras esferas sin que ninguna de ellas sea exclusiva.
Notas
(1) "Cocoliche", personaje de un sainete interpretado por los hermanos Podestá. El Sainete (Eduardo Romano, Videoteca Educable, Programas Santa Clara, Buenos Aires, 1996).(2) Para una discusión acerca de las connotaciones esencialistas y racistas de la idea del crisol, así como de las actitudes de las élites argentinas acerca de los grupos deseados para la inmigración, los que debían aceptarse por responder al crisol realizado, y los que debían rechazarse, véase Schneider, 1996.
(3) Autores como Michael Novak (1971) sostienen que la etnicidad es primordial y que como tal continúa influyendo poderosamente sobre los descendientes de la tercera y cuarta generación en Estados Unidos. Glazer y Moynihan (1973) entienden la etnicidad como instrumental, un medio para movilizar una cierta población detrás de temas relativos a su posición socioeconómica en la sociedad mayor.
(4) Este modelo coincide en algunos aspectos con el marco de Fredrik Barth (1976) para el estudio de la interacción entre grupos étnicos, y con el esquema propuesto por Daniel Elazar (1989) para el análisis de comunidades judías en la diáspora.
(5) Esto se expresa en la Ley Antidiscriminatoria de 1987, y en algunas cláusulas que lograron incluirse en la reforma constitucional de 1994 reconociendo a los indígenas como pueblos preexistentes a la nación argentina a quienes el estado se compromete a brindar educación bilingüe y multicultural, así como en el cese de la obligación de que el presidente pertenezca a la comunión católica.
(6) Según I.Klich (1996), las identidades árabe y judía en la Argentina fueron modeladas por el conflicto árabe-sionista. Cabe hablar en un principio de árabe-parlantes en general, categoría de la cual formaban parte los judíos sirios.
(7) El "enclave étnico" es definido según Marta Panaia como "la concentración espacial de grupos inmigrantes que establecen las empresas que sirven al mercado étnico y al mercado general".
(8) CNT-FAI es la sigla de Confederación Nacional de Trabajadores - Federación Anarquista Ibérica. Entrevista a Josefina Juste, 6/6/-97.
(9) Empleamos aquí el término "integración" sin la connotación que se le da desde el paradigma integracionista, según el cual las identidades étnicas son meras supervivencias destinadas a ser asimiladas por los estados nacionales.
(10) Rojas, Ricardo. La Restauración Nacionalista. Librería La Facultad, B.Aires 1922, p.180.
(11) No hay discriminación. Fabiana Kim, ex presidenta de FEMCA. Capital Federal. Cartas al País. Clarín 3/6/-97.
(12) Entrevista a Josefina Juste.
En la actualidad la comunidad italiana en la Argentina, que incluye descendientes de los inmigrantes y cuenta con un millón de miembros activos, se moviliza en torno a la elección de representantes para los COMITES (Comités Italianos del Extranjero). Uno de los candidatos, argentino nativo manifiesta: "Tengo un metejón cultural con lo italiano. Soy nieto de italianos por ambas partes y siempre luché por la defensa del idioma" (Página 12, 14/6/-97).
(13) En este subtítulo se discuten trabajos de campo de Bialogorski y Bargman (1996) a y b, y Bargman (1996).
La sustitución puede constituir un proceso pacífico donde en virtud de una movilidad ascendente generalizada un grupo suplanta a otro en los nichos que éste deja vacantes por su propio ascenso social o bien puede revestir carácter conflictivo. El modelo resultante tendría un correlato en la perspectiva ecológica sugerida por F.Barth (1976) según la cual los grupos en interacción pueden competir o no por un mismo nicho, guardar distintos grados de interdependencia, convivir simbióticamente, complementarse o bien desplazar unos a los otros.
(14) En este sentido es dable plantear si acaso el tipo de especialización textil en la que se insertaron, que podría considerarse exitosa en términos de integración rápida en la estructura económica del contexto receptor, no actuaría acaso trabando la integración a nivel intergrupal y con la sociedad nacional.
Este planteo surge a propósito del caso específico de la comunidad sefaradí a la que hicimos referencia, cuyos miembros permanecieron en gran parte, a lo largo de tres generaciones en el ámbito textil, manifestando poca apertura hacia el entorno. Asimismo, ante la percepción que surge de los testimonios de inmigrantes coreanos, en la que aparece acentuado el carácter cohesivo endogrupal en torno a esta actividad que les permite una creciente autonomía.
(15) En estudios encarados por historiadores e investigadores norteamericanos como Nancy Green, Ronald Bayor y otros, se señalan similares procesos de competencia por recursos, colisión de intereses y "sucesión étnica" en barrios de inmigrantes y especialidades étnicas.
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