DE LA UTILIDAD DE LOS ENFOQUES TEORICOS "POSTMODERNOS" PARA LA PRACTICA ANTROPOLOGICA
Por: Christine M. Danklmaier [1]
Introducción
No quisiéramos que este trabajo se convierta en otra discusión abstracta entre quienes se declaran partidarios de la antropología de vanguardia y adhieren a la corriente postmoderna en la disciplina, y quienes la someten a revisión crítica desde otras posturas teóricas dentro de la antropología o desde otras áreas de las ciencias sociales. Si bien se intentará reconstruir críticamente los postulados teóricos y metodológicos de esta corriente, el objetivo último de este trabajo es revisar la utilidad de las herramientas de trabajo propuestas por sus promotores para una antropología teórico-práctica es decir, una orientada hacia la aplicación de los conocimientos antropológicos.
1- Postmodernismo: Historia del "fin de la historia"
Nos parece importante reconstruir sucintamente el desarrollo de las posturas frente al conocimiento en el último siglo, para poder entender cómo y por qué surge el postmodernismo como corriente de pensamiento, apropiándose de espacios dentro y fuera del ámbito académico. Retomando el esquema histórico propuesto, entre otros, por C. Reynoso (1996; ver también Velasco Bartolomé y Gómez Barquín, 1996; Puledda 1998) podemos decir que la matriz en la que se gesta el postmodernismo es sin lugar a dudas el modernismo de fines del siglo XIX y principios del XX. Existe consenso en denominar modernismo al período histórico que comienza con la Ilustración en el siglo XVII y continúa hasta entrado el siglo XX. Las características principales de este período son la creencia en el progreso indefinido y en la existencia de una realidad objetiva del mundo material y del mundo social. Esta realidad puede ser conocida a través de los procedimientos de las ciencias físicas y biológicas. Las sociedades son estudiadas en este contexto, estableciéndose leyes que rigen su funcionamiento como si se tratase de un fenómeno físico o biológico.
Hacia fines del siglo XIX comienzan a surgir filosofías contrarias al racionalismo imperante; se destaca entre ésas el existencialismo, movimiento filosófico que resalta el papel de la existencia, de la libertad y de la elección individual y sus conflictos, y de la subjetividad en la percepción de los fenómenos sociales. Esta nueva corriente tuvo gran influencia en el pensamiento europeo del cambio de siglo: "Tengo que encontrar una verdad que sea verdadera para mí la idea por la que pueda vivir o morir" sostenía el filósofo danés S. Kierkegaard, expresando de esta manera su convencimiento acerca de que es uno mismo quien debe elegir el camino propio sin la ayuda de modelos universales.
Este movimiento, que -- como dijimos -- comienza hacia fines del siglo XIX, refleja un sentimiento de crisis cultural que resultó estimulante e inquietante al mismo tiempo, en la medida en que abrió nuevos horizontes a las capacidades humanas y cuestionó todos los medios aceptados hasta el momento para el estudio y la evaluación de las nuevas ideas. La confianza del ser humano en sí mismo fue derribada, generándose un sentimiento de incertidumbre ideológica que habría de influir notablemente en la intelectualidad europea, especialmente con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, se propició la aparición de una estética de la experimentación, la fragmentación, la ambigüedad y el nihilismo. Si bien el existencialismo está lejos de constituir la única raíz de la actitud postmoderna, estas "semillas" fructifican plenamente con posterioridad a lo que suele denominarse "sesentismo" y que, desde cierto punto de vista, puede considerarse como "el canto del cisne" del modernismo. La intelectualidad europea, desencantada con el fracaso de la utopía revolucionaria marxista y el posterior colapso de los llamados "socialismos reales", comieza a desconfiar de los "grandes discursos" (la ciencia, las ideologías políticas globales, etc.) y a volcarse hacia los subjetivismos.
Las utopías agonizan lentamente, pero agonizan. El movimiento del "mayo francés" se aburguesa o deriva en misticismos varios. La crisis del maoísmo elimina el último anclaje de las utopías de izquierda con referentes sociales reales y el "golpe de gracia" lo da el colapso inpensado del "Imperio del Mal" -- como lo bautizara el presidente norteamericano Reagan --: la Unión Soviética implosiona hacia el final de los ochenta, marcando el final del mundo bipolar. El capitalismo queda solo en el campo de batalla, por retiro de sus oponentes. La ex Unión Soviética se desbarranca en un capitalismo mafioso, mientras que China sigue el camino del capitalismo autoritario, aunque mantenga los simbolismos y rituales del pasado.
Estos desarrollos políticos tuvieron un profundo impacto en la intelectualidad de Occidente. Con la crisis de los sistemas ruso y chino, aparece claro que la utopía revolucionaria marxista ha gastado definitivamente su empuje y se descarta la creencia en la posibilidad de reformar racionalmente la sociedad a través del conocimiento de leyes "científicas" (Puledda, 1998), La actitud moderna, que había sufrido fuertes embates desde la segunda Guerra Mundial, muere en Europa en los años ´80 dejando espacio a lo que se ha convenido en llamar "postmodernismo" que prevalece en los noventa.
Esta corriente comienza a desarrollarse, como una actitud contraria a las premisas sobre las que se fundó el modernismo. Los promotores de esta actitud, tales como Vattimo y Bell (Reynoso, 1996), descartan la idea de progreso y de realidad objetiva (Puledda 1998). Dentro de las ciencias humanas, las descripciones no son consideradas científicas, sino que se las carátula como "narraciones" equiparables a las otras ideologías, únicamente con valor social y no científico. La idea de "fin de la historia" (Fukuyama, F. 1989 "The End of History?" ) cobra fuerza en el ambiente neoliberal, sustituyendo la noción de progreso: ya no hay progreso en el sentido de superación de sistemas sociales o económicos imperfectos, sino más bien un único sistema, el sistema neoliberal.
El ya mencionado fracaso de las utopías revolucionarias y el clima general de desaliento que marcaron los noventa, abrieron paso a las corrientes "postmodernas" en antropología, que llegaron de la mano, tanto de los postestructuralistas franceses Foucault y Derrida, como del enfoque de los metarrelatos de Lyotard. De Foucault, proviene la idea de la "arbitrariedad de las epistemes", a través de la cual el pensador francés mostró que los criterios de verdad (o falsedad) varían de época en época. Esto lo lleva a proponer la existencia de múltiples verdades y por lo tanto de ninguna "verdad verdadera". Se ha postulado que tal concepto revela la importancia del contexto frente a los "a priori", y supone una primera desfundamentación de la ciencia, así como la primera piedra para la construcción de un relativismo escéptico. (Velasco Bartolomé y Gómez Barquín, 1996). Derrida ha cuestionado la idea de que un texto posea un único significado, para postular que los mismos dependen del número de interpretaciones que éste tenga. La crítica a la persistencia del logocentrismo en la filosofía occidental, la importancia del discurso por sobre la escritura y el énfasis puesto sobre el "significado" en oposición al "significante", están en el núcleo de la obra de Derrida. La "deconstrucción" que incluye en sí el de crítica en sentido moderno, muestra los numerosos estratos semánticos que operan en el lenguaje, cuestionando la idea de que un texto tiene un significado único.
En el campo de la antropología los años sesenta fueron de profundo replanteo. En ese período de gran activismo político se difunde un sentimiento de crisis de conciencia y de identidad profesional. Los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo y el proceso de descolonización provocaron serios cuestionamientos acerca de los objetivos históricos y presentes de la disciplina, al desafiar los supuestos y la práctica antropológica clásicos. Del estudio de los tradicionales "otros" y de la comprensión de sus culturas, se pasa sin mayores preámbulos al estudio de "nosotros mismos" y a la comunicación y comprensión de la propia peculiaridad con todas sus consecuencias. Sin embargo, estas perspectivas son abandonadas con el "fin de la historia" y el rechazo postmoderno a los "grandes relatos".
Es así, que para los antropólogos postmodernos, la práctica etnográfica queda reducida en lo esencial a la tarea de escribir y analizar "textos", con una metodología muy similar a la de la crítica literaria. Se ha llegado a sobrevalorar el texto hasta el punto de plantear que el verdadero objetivo de la antropología es el de poder "leer" las culturas exóticas como si uno fuese un "nativo" (Geertz 1973). Así, de entender la cultura como un texto, como proponía Geertz en su primera etapa [2] , se pasó a abordar únicamente los textos sobre la cultura, argumentando que toda escritura antropológica es interpretación de interpretaciones. Los antropólogos postmodernos se dedican a la "meta-antropología" (Sangren, 1988), a la "antropología de la escritura etnográfica", es decir, se ocupan casi exclusivamente de la escritura etnográfica y del análisis crítico de los recursos empleados en ella, lo cual se aproxima más a la crítica literaria que a la etnografía clásica.
La autoridad Etnográfica y el texto
Tradicionalmente se ha considerado que hay dos grandes momentos en la práctica etnográfica: por un lado, el trabajo de campo, período establecido para la investigación, que implica necesariamente el contacto con el objeto y la recolección de la información; por el otro, el de escritura. Ambos momentos se han considerado mediados por una etapa de manejo o de análisis de la información o de los datos. El cuestionamiento de los autores postmodernos a la representatividad, legitimidad y metodología de la etnografía tradicional, los lleva a cuestionar seriamente la capacidad de ésta para capturar experiencias vivas, argumentando que el resultado son creaciones "textuales" del investigador (Denzin,1997), llegándose a considerar a la etnografía como género de ficción.
Algunos antropólogos de esta corriente -- especialmente los norteamericanos -- han propuesto un replanteo en el trabajo y la forma de la escritura antropológica, a fin de crear textos más "fáciles" [3] de leer, capaces de reflejar de manera vívida la experiencia en el campo, y más abiertos a la voz de sus protagonistas, reconociéndoles una autoridad equiparable a la del etnógrafo. (Velasco Bartolomé y Gómez Barquín, 1996). Desde esta perspectiva, los postulados nomológicos quedan excluidos y se diluye la distancia entre objeto y sujeto y, por lo tanto, la autoría de un texto se torna relativa. Frente a la oscilación del antropólogo entre el "aquí y el allá" [4] , sostienen que el texto etnográfico debe configurarse como una trama heterogénea entre el investigador y su objeto, lo cual conduce a una nueva forma de autoría, llamada por estos antropólogos "autoría dispersa", es decir aquella autoría que deja trasparentar la voz de ese otro. También se postula la necesidad de una mayor reflexividad, tanto durante la investigación como posteriormente en la escritura, en la que el antropólogo se asuma como un participante más (no privilegiado) en el texto.
Si bien no existe una postura monolítica dentro del postmodernismo respecto a las técnicas de escritura y al tratamiento de la textualidad, varios de sus líderes han formulado las bases sobre la que se erigen las actuales discusiones teóricas y metodológicas.
Uno de los principales exponentes de esta línea es James Clifford, quien en un análisis crítico del uso de los recursos teóricos y del -- según él -- "autoritarismo" que caracterizaría a la etnografía convencional, se propone una tarea propiamente dialógica: legitimar un proceso en el que los interlocutores negocian una visión compartida de la realidad. La "autoría dispersa", ya mencionada, incluye ahora la experiencia personal, la dialogía y la polifonía entendida como "descentración" del discurso.
Michael Taussig (1980) ha extremado esta postura, proponiendo la elaboración de verdaderos montajes literarios o collages, en los que los textos se vuelven totalmente experimentales. Consecuentemente, este autor parece haber abandonado recientemente la antropología para dedicarse al teatro. Mientras Taussig se centró en las formas expresivas, el también estadounidense Stephen Tyler lo hace en lo epistemológico. Desde siempre un ferviente idealista -- puede considerársele la contracara de un Marvin Harris -- sostiene que toda idea de objetividad es una práctica ideológica y que, por lo tanto, nada privilegia a la ciencia frente a otras ideologías. Este autor pone énfasis en las dimensiones del discurso [5] más que en su sistematicidad, y en la estética del mismo más que en su validez. La proclamada intraducibilidad intercultural entre discursos y la disolución de la disyunción observador-observado, permitirá, según Tyler, conferir "su derecho a la voz libre" al otro (Velasco Bartolomé y Gómez Barquín 1996).
Para Paul Rabinow, que representa una facción más moderada dentro de la antropología postmoderna, la postura del antropólogo debe ser la de un "cosmopolita crítico" (Reynoso 1996: pg. 33), cuyo valor fundamental sea la ética. Rabinow, influenciado por Foucault en su consideración sobre lo arbitrario de lo verdadero, resalta que los estilos de razonar son muy diversos y que son precisamente estos estilos diversos de razonamiento los que determinan el contenido de certeza o falsedad.
Estos autores se preocupan fundamentalmente por la "expresión de una realidad etnográfica " -- polifonía y dispersión del autor, hipertextos, etc. -- antes que por esa realidad en sí, que se disuelve entre las múltiples narraciones de similar status epistemológico. Curiosamente, su rechazo al cientificismo y al modernismo no se traduce en cuestionamientos de fondo al "armado general" del racionalismo científico que todavía utilizan (Puledda 1998; Reynoso1996). Para el postmodernismo la etnografía es una forma de actuar en el mundo y no de "comprender" el mismo. Renuncian a la producción de textos válidos y con autoridad (Denzin, 1997), pero reivindican la dimensión estética de cómo se presentan esos fenómenos. Consideran que es posible conseguir una transformación radical en la escritura etnográfica, sin que haya mayor necesidad de preocuparse por lo que sucede en el terreno con las relaciones entre el investigador y aquellas personas y grupos sociales sobre los cuales realiza su trabajo.
Conclusiones: "Ya que no eres lindo, por lo menos sé útil"
Como mencionamos al principio de este trabajo, nuestro interés se centra en los posibles aportes de los enfoques postmodernos desde el punto de vista de una antropología que anhelamos científica y con una dimensión aplicada. Reconociendo que no podemos pedirle explícitamente eso a una corriente que se caracteriza precisamente por su rechazo a los enfoques científicos, consideramos sin embargo que podrían haber algunos hallazgos en la discusión del método y de la escritura etnográfica, ya que los mismos ocupan un lugar central en las propuestas de los antropólogos que adhieren a esta corriente. Como veremos, los resultados de tal análisis no son muy alentadores.
Tanto Reynoso (1996) como Velazco Bartolomé y
Gómez Barquín (1996) plantean que en la medida en que la anulación o
el descentramiento de la autoridad que se propone tiene lugar sólo en
el texto y no en la realidad, se trata en última instancia de una decisión
del autor (antropólogo) que no incide sobre el referente empírico. Es,
por lo tanto, un cambio "cosmético" que no innova en lo substantivo
de la práctica etnográfica. Sin embargo -- al menos desde el punto de
vista de quien escribe esto -- es importante tener en cuenta que si
una sociedad desarrolla una ciencia lo hace con el propósito implícito
de utilizar tal conocimiento con fines explicativos y de aplicación.
Si aceptamos este postulado, el enfoque postmoderno invalida la posibilidad
de una antropología aplicada, ya que todas las "narraciones" resultan
igualmente válidas y nada justificaría la intervención para modificar
la realidad. El mismo concepto de "realidad" se vuelve fantasmagórico
e ilusorio, con escasa relevancia fuera del "texto." ¿Tendría sentido
modificar el argumento de, por ejemplo, Moby Dick , porque no
nos guste que muera el cachalote? Sólo los fanáticos del PPC (pensamiento
políticamente correcto) encontrarían algún sentido a tal propuesta.
Steven Sagren (1988) señala que la deconstrucción postmoderna suele aplicarse a producciones antropológicas precedentes, pero nunca a la producción propia, evidenciándose así el carácter no reflexivo de un movimiento que presenta como auto crítico por excelencia (Cfr. tb. Reynoso, 1996).Esta actitud demuestra una ausencia de toma de posturas, que se manifiesta no sólo en el contenido sino también en la misma forma de los escritos de antropología postmoderna. Destaca además, el tono milenarista y tremendista que caracteriza la retórica antropológica de esta corriente y el simplismo de los modelos causales que utiliza. Respecto a este último aspecto, Tim O'Meara (1998) apunta que los "postmos" confunden el hacer ciencia hoy, con el ya caduco empirismo lógico del pasado.
Por nuestra parte, consideramos posible y deseable una antropología científica. El camino elegido por los "postmos" es explícitamente contrario a ese objetivo, como lo evidencia Tyler (1987) al sostener, que la experiencia no es el primer eslabón de la etnografía y considerar que la etnografía "comienza y culmina en lo conceptual, no hay orígenes en la percepción, no hay visiones prioritarias, no hay datos de observación". A pesar de que compartimos la necesidad de incluir la valoración simbólica en el análisis etnográfico, creemos que las actividades explicativas y las valorativas no son equiparables
Toda teoría con potencialidades prácticas, tiene implicaciones políticas, de las cuales debemos ser conscientes como cientistas sociales. El tono "despreocupado" (flemático, displicente, superficial) de la postmodernidad la torna potable para una cultura de masas que entroniza lo "light". Por otra parte, su aceptación superficial de la alienación contemporánea ha sido objeto de acusaciones de irresponsabilidad política. Resulta por lo menos paradójico que una filosofía que apoyó su crítica a la tradición en una revisión exhaustiva de la historia, venga a concluir en una negación sustancial del tiempo y en el relativismo absoluto. El nihilismo sistemático de estos teoristas contribuye en la práctica al mantenimiento del "status quo", al inmovilismo y al reconocimiento "de facto" del sistema socio-económico y cultural dominante (Puledda, 1998). En definitiva, las premisas de la antropología postmoderna se pliegan con facilidad al status quo, se convierten pues en discurso legitimador y conformista (fáctico) del orden -- o desorden -- establecido.
Es indiscutible la presencia de una constante tensión entre el carácter teórico y el aplicado de la antropología; tensión que no se agota en la discusión entre quienes adhieren al postmodernismo y quienes abogan por una antropología que abandona su torre de marfil comprometiéndose con la vida, en palabras de Bastide (1972). Resulta también razonable la proposición de una teoría social requiera un estilo de escritura que se adecue a sus particulares perspectivas. No creemos, sin embargo, que el solipsismo teórico de la antropología postmoderna, su renuncia a la explicación y su desentendimiento con la práctica, constituyan una alternativa para nuestra disciplina. Antes bien, se presentan como un síntoma más en una época anómica. Finalmente, queremos rescatar la afirmación de Menéndez (1984) acerca de que todo saber se construye desde una práxis y de acuerdo a una ideología, no siendo la antropología una excepción a esa regla.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
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NOTAS
[1] UnaM. Facultad de Humanidades y Letras. Programa de Postgrado en Antropología Social. CONICET.
e-mail: tinidankl@hotmail.com
[2] Geertz (1973) plantea la necesidad de una interpretación semiótica de la cultura, en la medida en que la cultura se puede comprender como conjunto de símbolos expresados en comportamientos o hábitos de pensar, particulares de cada sociedad.
[3] Si por algo se ha caracterizado la escritura etnográfica postmoderna, es por sus niveles de complejidad estructural y por su poca transparencia.
[4] Clifford define la observación participante como "taquigrafía para un oscilar continuo entre el adentro y el afuera de los sucesos" (Clifford 1980 p.152)
[5] Tyler considera que el discurso posee diferentes dimensiones, entre las que destaca la función reveladora, persuasiva y sobre todas ellas la función evocativa
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