Toxicología, la ciencia de las flechas.
Dr. Eduardo Scarlato.
Médico Toxicólogo. Serv. Toxicología. Hosptial de Clínicas "José de San Martín" UBA. Argentina
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Resúmen
El vocablo toxicología, nos remonta semanticamente a aspectos muy disímiles de lo que actualmente abarca esta disciplina. Es a partir entonces, de la etimología del término de esta disciplina, que se hace una revisión acerca de los tipos de venenos que han sido utilizados para el empozoñamiento de las flechas en las distintas èpocas y culturas de la humanidad.
El vocablo toxicología nos remonta semanticamente a aspectos muy disímiles de lo que actualmente abarca esta disciplina.
Etimológicamente la palabra deriva del latín toxicum (veneno) y éste del griego toxicón, pharmacón, que significa veneno para flechas, derivado a su vez de toxón o arco de tirar, relacionado seguramente con las sustancias con que se impregnaban las flechas disparadas con aquel, por lo que representa la idea de esta acción. Las flechas eran denominadas toxeuma.
Puntas de lanzas y flechas envenenadas fueron usadas ya por el hombre del Paleolítico, según lo atestiguan investigaciones arqueológicas de Saint Hilaires y Parrot, lo que nos habla del tiempo que el hombre viene usando venenos a través de este mecanismo.
Las flechas pueden obrar entonces como agente vulnerante, pero también como agentes tóxicos.
Los venenos de las flechas son ordinariamente extractos acuosos o zumos vegetales concentrados. Algunos, además contienen "aditivos" destinados a darle consistencia o a conservarlos, o a potenciar su toxicidad.
Estas sustancias se presentan como masas parduscas de viscosidad notable y de duración indefinida. Tales venenos deben en general conservarse al abrigo del aire después de su preparación, o bien ser usados inmediatamente para recubrir las flechas.
Cuando se estudian los tipos de venenos que el hombre utiliza o utilizó, puede observarse en líneas generales que hay una clara diferenciación continental en lo que respecta a los tipos de venenos empleados; preponderando en Africa las flechas con productos cardiotóxicos, y en América aquellos preparados a base de elementos paralizantes.
La mayoría de los usados en Oceanía actúan como tetanizantes y/o sofocantes.
Existen algunos que sólo causan fenómenos de irritación. También se emplean ponzoñas animales para la preparación de estos venenos. En estos casos, puede comprobarse su inocuidad por la vía bucal y su toxicidad por la circulatoria.
El uso de venenos animales y vegetales en las flechas, como lo dijera, es sumamente antiguo. Ya lo mencionaban Dioscórides y Plinio, al igual que Celso y Aulo Gelio. Se citaban entre tales venenos el del tejo (Taxus baccata), eléboro (Helleborus viridis, foetidus y níger) que combina las propiedades tetanizantes en el músculo estriado junto a la bradicardia e hipotensión a nivel cardiovascular, y el limeum helenium y ninum.
La palabra eléboro, veneno también usado para las flechas, proviene del griego elein: para dañar, y bora: comida. Plinio informa que el eléboro era usado por un médico llamado Melampus, y por esta razón se denominaba también a esta planta Melampodo.
Aristóteles menciona la ponzoña de la víbora y Estrabón la de peces toxicóforos utilizados en la confección de flechas venenosas.
En los pueblos de Colombia, como por ejemplo los indios chocos y en Panamá prehispánicos, fueron usados venenos extraídos de ranas, y usados en dardos envenenados, tanto para la caza como para prácticas mágico religiosas. Los sapos utilizados probablemente pertenecían a los llamados kokoi (phyllobates bicolor y dendrobates tinctorius). Estos sapos de espectaculares colores son sorprendentemente venenosos. La secreción de un sapo de árbol que mide menos de tres centímetros de largo, posee una dosis de veneno suficiente para matar a mil ratones!.
Durante la edad media no se perdió la tradición del uso de flechas envenenadas, como lo prueban las leyes francas que las penaban especialmente.
Sólo el progreso de las armas de fuego acabó con esta costumbre en Europa, permaneciendo aún en las comunidades tribales de casi todo el mundo con modalidades peculiares según la cultura y el área geográfica.
Así, en el Africa Occidental se recurre al dundaké que es la corteza del Sarcocephalus esculentas. Procede éste del árbol llamado diunk en portugués, y puede asimilarse por sus efectos al estrofanto.
Se puede mencionar la fisostigmina, que constituye la base del veneno jirou y eseré del delta del Níger.
Lo propio cabe decir del ogon y del quenda de Sierra Leona.
En el centro de Africa se da preferencia a las estrícneas en la confección de venenos. Entre las plantas de aquel grupo parece que la más empleada es el Strychnos icaja. El Ervthrophloeum guineense, el Palisota Baulcis y el Combetum grandiflorum se utilizan igualmente.
Puede señalarse también los hongos llamados genéricamente mboa, que se cree pertenecen al grupo faloide.
En el Sudán egipcio y el Alto Nilo se recurre al látex endurecido del euforbio (Euphorbia resinífera) con el nombre de ellie o bulo. Las tribus del Africa Oriental y en particular los somalíes, se valen de la uaba (Acocanthera ouabaia), cuyo principio no es más que la ouabaína. Este compuesto se ha obtenido también de una variedad de semillas de Strophantus glabrus. Los animales muertos por las flechas envenenadas con estrofanto, son tratados previamente por los africanos antes de comerlos de la siguiente manera: cortan los bordes de la herida e introducen en ella un pedazo de corteza de baobab, dado que ésta tiene aparentemente propiedades antagonistas.
En el Africa austral se usa la llamada echuja, cuyo principio activo es un glucósido cristalizable, extraído de la Adenium boehmianum.
Los cafres y los bosquimanos recurren también a las ponzoñas de serpientes y arañas. Estos no son usados solos, sino mezclados al euforbio, Amaryllis distichia o Acocanthera.
En Asia septentrional se atribuía a los esquimales y tunguses el empleo de flechas envenenadas por inmersión en cadáveres putrefactos. En realidad, el veneno comprobado de aquellos pueblos, como el de los siberianos nativos procede de la planta llamada zgate. Esta es una Anemone en cualquiera de sus variedades locales (altaica, parviflora y ranunculoides).
Entre las tribus del Indostán se conoce desde largo tiempo el bish. Procede del Aconitum ferox mezclado o no con otras plantas como la rafidófora.
Los ainos del Japón empleaban como veneno el shoukou, que es el jugo desecado del Aconitum japonicum.
En zonas de Indochina los venenos proceden de la Antiaris toxicaria. Esta se asocia a veces al Strophantus giganteus, el que también es usado solo.
El upas del archipiélago Malayo es el veneno que más controversias ha suscitado. En realidad deriva de diversas especies de Antiaris y del Strychnos Tieuté. Cuando se quiere aumentar su potencial tóxico se ha mezclado a las espinas de un Tetradon venenoso.
No faltan tampoco en las flechas asiáticas, los preparados estrícneos. El umei malayo se obtiene de la raíz del Cocculus y el lombok de las hojas del tabaco.
En Java el veneno de las flechas llamado legen o dendang se preparaba con la cantárida denominada Epicauta ruficeps.
En cuanto al kandjas de la India parece proceder del Gecko virosus.
Las tribus de Filipinas se valen del abubab, lunas y pait. Estos venenos derivan de los glucósidos de las especies botánicas Rabelaisia, Lunasia y Lophopetalum
Los pieles rojas de América del Norte utilizaron diversos venenos. Uno de ellos procede del Gonolobus macrophyllus y otro de la serpiente de cascabel.
Algunas tribus de América del norte utilizaron para sus flechas, un extracto de la Cynanchum sarcostemmoides.
En Méjico se valieron también de ponzoñas de crotálidos, escorpiones y miriápodos.
El célebre curare de los indios americanos procede de diversas especies botánicas del grupo estrícneas (Strychnos crevauxii, toxifera, castelnaei). Las flechas curarizadas se usan actualmente en el Amazonas y las Guyanas, como así también otras toxinas. Entre ellas figuran las procedentes del Ocheoma lagopus, la Euphorbia cotonifolia y el Paullinia cururer.
Algunas tribus del norte del Brasil, combinan las propiedades del curare con el agregado de venenos de serpiente para potenciar su letaliadad.
Uno de los primeros europeos en conocer las flechas con curare fue Alonso Pérez de Tolosa en 1548 durante la exploración del lago Maracaibo en Colombia.
Y dado que actualmente es el curare el veneno que se asocia más comunmente a la utilización de las flechas, podemos decir de él que quien llevó esta droga a Europa fue Keymis tras recorrer el Orinoco en 1596. Ya en el siglo XVIII, nombres como Gumilla, La Condamine, Ulloa y Veigl, entre otros, aportaron información al viejo mundo sobre las propiedades venenosas de las que con el tiempo sería un medicamento. Humboldt y Bonpland fueron los primeros científicos en estudiar sus propiedades a los comienzos del siglo XIX.
Continuaron luego las exploraciones de Martius y Spix, Poepping, Youd, los hermanos Schomburgk, De Castelnau y Spruce quienes a mediados de siglo, extendieron los conocimientos botánicos, etnológicos y científicos del curare.
En síntesis, estén sus puntas envenenadas o sumamente afiladas para traspasar a su blanco; sean sus cuerpos pulidos para ganar velocidad o ásperos para producir mayor grado de lesión, las flechas fueron hechas y usadas para matar.
Y como el dolor que seguramente han producido en la humanidad durante miles de años de su uso ha sido demasiado grande, aquí va la única historia que he encontrado en referencia al uso de flechas sin que éstas tuvieran una misión mortal. La leyenda nos sitúa en América, y el personaje un cacique con gran fama de hechicero. Fue en la época en que el naciente estado de Mexica empezaba a consolidarse. Este pueblo provenía de un éxodo de su patria natal, una isla llamada Aztlán. Huitzilihuitl (Pluma de Colibrí), había heredado la jefatura de su padre, el heroico rey Acamapichtli (Manojo de Castañas), muerto en 1391.
Al morir la esposa de Huitzilihuitl, una princesa tepaneca, cuando su hijo Chimalpopoca contaba nueve años, el rey mexica puso sus ojos en Miahuxihuitl, hija del señor de Cuahnahuac, situado en la actual Cuernavaca. Pero el cacique, consumado hechicero también, había protegido a la princesa con un extraordinario ejército de guardianes. Llamó a todas las arañas y a los ciempiés a que la cuidaran, lo mismo que a un batallón de murciélagos y escorpiones. Y por si fuera poco, las rejas del palacio estaban defendidas por bestias salvajes.
Las pretensiones de Huitzilihuitl no fueron bien acogidas por quien debía ser su futuro suegro. Fue durante un sueño que encontró la solución.
Con arte y paciencia construyó una hermosa flecha, y colocó en ella una piedra preciosa de refulgentes destellos. Situado a una distancia conveniente, tensó su arco y disparó certeramente, cayendo la flecha en el patio por donde la princesa solía pasear. Sorprendida ante aquella saeta que parecía haber descendido del cielo mismo, la gentil doncella la tomó en sus manos, y al ver la joya la puso entre sus dientes para ver cuál era su dureza.
Tal como el rey mexica había visto en su sueño, la princesa se tragó inadvertidamente la piedra preciosa, y de forma mágica quedó encinta.
Nueve meses más tarde, nacería un niño al que llamaron Moctezuma I, quien sería luego el más grande de los emperadores aztecas. Pero esa es otra historia.
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