El espíritu de la época: modernización o posmodernización del vínculo entre el patrimonio y los ciudadanos
Marcelo Martín
Arquitecto, gestor cultural, responsable del Departamento de Comunicación
del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (Sevilla, España)
Correo-e: valleymar@teleline.es
(personal) boletin@iaph.junta-andalucia.es
(revista PH)
"La posmodernidad no es ni optimista ni pesimista: es un juego con los
vestigios de lo que ha sido destruido.
Recuperar cuanto uno ha destruido alegremente y ahora trata de reconstruir
con amargura, para sobrevivir. Realmente, esta es la tendencia. Yo confío
en que haya alguna solución más original. Aunque la verdad es
que por el momento no la veo.
La posmodernidad es el intento -tal vez desesperado- de alcanzar un lugar
donde uno puede vivir con lo que queda. Más que otra cosa es una supervivencia
entre los restos... Todo lo que queda por hacer es jugar con los fragmentos.
Esto es lo posmoderno: jugar con los fragmentos."
Braudillard
"Un cierto grado de error es imprescindible para vivir.
Vivir es una invitación al error de imaginarnos dentro de nuestro mundo
e imaginarnos, además, que el mundo nos precisa."
Castilla del Pino
I
Cada época construye respuestas para su espiritualidad.
La espiritualidad es falsedad, sólo calma nuestra subjetiva percepción del mundo. El arte es el registro formal de nuestra espiritualidad y su génesis tiene lugar al constatar que los sentimientos carecen de forma. Esta tensión lleva al hombre a la formalización, como poemas, como pintura, escultura y demás manifestaciones artísticas. En la espiritualidad los signos son cambiantes y ante el miedo al cambio muchos se refugian en el pasado. Cuando el arte puede ser explicado pertenece al pasado. Pero las relaciones con el pasado también son cambiantes y están sujetas a dos fuerzas de las que parece hemos tomado conciencia: el espíritu del lugar y el espíritu de la época. Así, la Historia, como necesidad racional de comprensión del pasado para entender el presente, se vincula a los avatares de esa cambiante relación.
La continuidad orgánica con el pasado se ha disipado. En su lugar
se ha instalado el distanciamiento, correlato del desarraigo... Se asume que
somos producto del pretérito, pero éste ha perdido la confraternidad
que tenía con el presente, ha pasado a ser un lugar tan extraño
e incomprensible como si de un país extranjero se tratase.
La única forma de articularlo al presente, dotándolo de (nueva?)
significación, es a través de su conversión en patrimonio
histórico, es decir en herencia (de la espiritualidad) de nuestros
antepasados (Lowenthal, citado por Rodríguez Temiño1, los paréntesis
son nuestros).
La Historia nos permite comprender la íntima relación entre las obras y el contexto sociocultural en el que fueron realizadas, así como las transformaciones posteriores nos indican las variaciones de uso, valores simbólicos y modos de vida de quienes los utilizaron.
El Patrimonio constituye un documento excepcional de nuestra memoria histórica y, por ende, clave en la capacidad de construcción de nuestra cultura, en la medida que nos posibilita verificar acumuladamente las actitudes, comportamientos y valores implícitos o adjudicados de la producción cultural a través del tiempo. Junto a estos testimonios de pasadas espiritualidades, recibimos otra serie de documentos procedentes del campo teórico, filosófico, literario, etc. que complementan tal perspectiva de análisis y comprensión.
La espiritualidad de la época que nos toca vivir nos condiciona a la imposibilidad de definir la realidad, producto esta del resultado de infinitos cruces y contaminaciones de imágenes e interpretaciones que nos llegan de los medios de comunicación, sin coordinación y en permanente competencia.
En la sociedad de los medios de comunicación, en lugar de un ideal de emancipación modelado sobre el despliegue total de la autoconciencia, sobre la conciencia perfecta de cómo están las cosas, se abre camino un ideal de emancipación que tiene en su propia base, más bien, la oscilación, la pluralidad y, en definitiva, la erosión del mismo principio de realidad. ¿Tendremos que contraponer a este mundo la nostalgia de una realidad sólida, unitaria, estable y autorizada? Semejante nostalgia corre el peligro de transformarse continuamente en una actitud neurótica, en el esfuerzo por reconstruir el mundo de nuestra infancia donde la autoridad familiar era a la vez amenazadora y aseguradora... 2.
No se trata ya de que la información que suministran los medios sea una imitación, una reduplicación de lo real, ni siquiera una parodia. La operación que llevan a cabo los nuevos medios consiste en sustituir la realidad misma por los signos de lo real. Se trata de una operación que detiene y reemplaza todo proceso real por su doble. La lleva a cabo una máquina metaestable perfectamente descriptiva que suministra todos los signos de lo real a la vez que cortocircuita todas sus vicisitudes. La condición actual del mundo es la de una hiperrealidad, donde el prefijo hiper quiere decir más que, y el término realidad significa reproducción en vez de producción. La hiperrealidad la componen unos simulacros de lo real que a la postre provocan su implosión. Físicamente, la implosión es la ruptura hacia adentro de las paredes de un sistema cuya presión interna es inferior a la de fuera. Por analogía Braudillard llama implosión a la destrucción interior que se produce cuando se vacía de significado el mundo: un proceso de entropía social en virtud del cual se derrumban las fronteras entre la realidad y la imagen, y se abre el agujero negro de la falta de significación. Por ahí pierde el mundo la presión interior que genera el sentido de las cosas, se vacía de significado y la simulación emprende su marcha hacia el nihilismo3.
Mientras más información, menos significado.
De ahora en adelante, lo único que podrá hacer la humanidad es renunciar al deseo moderno de dominar el mundo de los objetos. El hombre de la sociedad mediática está condenado a perseguir simbólicamente la realidad que los simulacros le ocultan.
Permítaseme ahora una necesaria digresión sin ánimos de pretensión literaria. Una ruptura.
Vanidad, tan femenina ella, se miraba extasiada frente a su espejo de mano.
Un temblor de su pulso, generado quizá por una excesiva arrogancia,
hizo que el espejo cayera al suelo y se partiera en mil fragmentos. Cada uno
de ellos reflejaba esquirlas de su rostro y de la realidad que habitaba a
su lado. Sorprendida contempló miles de nuevas diminutas visiones de
un mundo hecho pedazos pero engañoso y fascinante. El todo ya no lo
era, la realidad había estallado, los ángulos de reflexión
infinitos.
Vanidad alucinaba ante una diversidad que multiplicaba su existencia, aún
fragmentada, en miles. Pensó que la historia se había detenido.
Frente a ella eran ahora miles de pequeñas historias las que conformaban
la nueva realidad. Sintió vértigo de pensar en que ya no era
una Vanidad, sino muchas formas de Vanidad. No tendría que pensar ya
en su mundo ideal, ahora había muchos mundos por explorar que podían
contener, cada uno de ellos, el recuerdo de la Utopía, del destino
genial.
Lo que se manifestaba ante si no era solo la fragmentación de una Vanidad,
sino un verdadero espectáculo de Vanidades. La Verdad yacía
hecha añicos frente a si misma suplantada por la incertidumbre de la
diversidad. La objetividad que brindaba su único espejo dejaba paso
ahora a la subjetividad de cada objeto reobservado.
La razón liberadora, que asistía a Vanidad frente a su espejo
unitario, fue suplantada por los dulces fantasmas que arrojan nuevas luces
sobre los misterios liberados con la ruptura de esa razón.
Vanidad concluyó que esa fuerza liberadora de su antigua razón
escondía cierto autoritarismo que se siente al creer poseer la verdad.
¿Cuál era ahora la verdad frente a esa multiplicidad de imágenes
y sensaciones?
Vanidad creyó subir al cielo pensando que había descubierto
algo trascendente. Recordó aquella historia de la multiplicidad de
yoes que habitaban en ella y pensó que, por fin, había ingresado
en una nueva era. Vanidad comprendió que estaba frente a una Crisis,
pero no de existencias, sino de esencias. No dio crédito a su pasado
pero necesitaba pensar en el tiempo, creía que esto podía ser
la clave de esta supuesta nueva era.
Porque el paso del tiempo relega al olvido, poco a poco, aquello que no está
presente, y en el límite, el olvido se confunde con la muerte. Pensó
que había muerto la Modernidad, así llamaba a su espejo. Pero
podría suceder que se prefiera considerar muerto aquello que pesa demasiado
sobre nuestras cabezas. A Vanidad le pesaba la Modernidad, y en un inconsciente
acto defensivo la rompió en mil pedazos y comenzó a repensar
su mundo a partir de los fragmentos. Todavía está en ello4.
II
Retomemos el hilo de nuestras reflexiones. Un proceso de liberalización y aceptación plena de las diferencias como el que nos toca vivir, está fuertemente relacionado con nuestro patrimonio, con nuestra historia, como así también con los patrimonios y las historias. Ello no implica de ninguna forma el abandono de reglas o normas frente a una alegre e irracional manifestación de la espontaneidad: los particularismos, como los dialectos tienen una gramática y una sintaxis y, aún más, podemos agregar que no descubren la propia gramática hasta que no adquieren "dignidad y visibilidad".
El efecto emancipador de la liberación de las racionalidades locales no es, sin embargo, solamente garantizar a cada uno una posibilidad más completa de reconocimiento y de "autenticidad", como si la emancipación consistiera en manifestar finalmente lo que cada uno es "de verdad": negro, mujer, homosexual, protestante, etc. La causa emancipante de la liberación de las diferencias y de los "dialectos" consiste más bien en el compendioso efecto de desarraigo que acompaña al primer efecto de identificación. Si, en fin de cuentas, hablo mi dialecto en un mundo de dialectos, seré también consciente de que no es la única lengua, sino cabalmente un dialecto más entre otros muchos. Si profeso mi sistema de valores -religiosos, estéticos, políticos, étnicos- en este mundo de culturas plurales, tendré también una conciencia aguda de la historicidad, contingencia, limitación de todos estos sistemas, comenzando por el mío5.
En esta sociedad de la comunicación generalizada y de la pluralidad de culturas, el encuentro con otros mundos y formas de vida no es un proceso imaginario: miles de otras posibilidades, de existencias, se llevan a cabo bajo nuestros ojos. Aunque la nostalgia de los horizontes finitos y controlados, amenazadores pero a la vez tranquilizadores, sigue todavía vigente en nosotros, como individuos y como sociedad, nos abrimos con positiva expectación a la manifestación de la diversidad cultural.
Si la progresiva avanzadilla de la conciencia ecologista (ya sea por positiva aceptación o temor apocalíptico milenarista) nos induce a participar activamente en la defensa de la biodiversidad, en igual medida se requiere de nosotros la misma actitud frente a la diversidad cultural.
Desde un punto de vista del equilibrio y afirmación de valores culturales particulares el patrimonio no es un obstáculo sino un vehículo de desarrollo. El patrimonio materializa la tensión entre pasado y futuro y dicha tensión está destinada a pervivir con nosotros por siempre.
¿Le quedan todavía a las ciencias categorías conceptuales capaces de comprender los particularismos culturales?
Un final de milenio es una época adecuada, más que para el nihilismo, para la "tolerancia pluralista": Hablamos de tolerancia pluralista como oposición a la tolerancia indiferente. La indiferencia es la forma principal de tolerancia en Occidente. A menudo nuestra actitud tolerante es poco más que falta de interés o incredulidad: somos tan indiferentes a nuestras propias creencias y tradiciones como a las de los demás.
¿Cuál será la clave que nos permita pensar en el patrimonio desde una perspectiva multicultural tolerante e integradora?
Los particularismos culturales viajan por el mundo. Se establecen, echan raíces en otros sitios, se integran, se oponen, resisten, modifican. Los mismos bienes muebles e inmuebles de un pueblo cobran nuevos significados frente a una inmigración con pautas ligadas a un pasado que les fuera común. Los valores y la moral deberán filtrarse en las categorías de pensamiento científico respecto de la herencia cultural.
No se puede reducir la herencia cultural sólo a las grandes obras que generalmente se califican como Cultura. Toda la vida cotidiana puede ser considerada como una obra de arte. Consecuencia por supuesto de la manifestación de la cultura, pero también porque todas las minúsculas situaciones y prácticas constituyen el humus sobre el que se erigen cultura y civilización. Podemos decir que el fenómeno culinario, el juego de las apariencias, los pequeños momentos festivos, los paseos diarios, el ocio, etc. ya no pueden considerarse como elementos frívolos o carentes de importancia de la vida social. En tanto y en cuanto expresan emociones colectivas, constituyen una verdadera centralidad subterránea, una voluntad de vivir irreprimible que conviene analizar. Hay una autonomía en las formas banales de la existencia que en una perspectiva utilitaria o racionalista, carecen de finalidad, pero no por ello están vacías de significado. Desde el momento en que se deja de considerar el progreso como un imperativo categórico, se devuelve la existencia social a su ser6.
III
El conocimiento de la historia posee en sí mismo todos los elementos de los que es parte el proceso de formación de la conciencia que de si tiene una comunidad. La apropiación de la historia a través de sus testimonios materiales e inmateriales es una labor compleja, en la que se pretende comunicar cómo los objetos, las tradiciones o el paisaje no tienen valor por lo que son, sino por lo que representan (objetos, signos). La valoración de un objeto no radica en su mayor o menor antigüedad y belleza, conceptos meramente subjetivos basados en prejuicios, sino en la medida que nos informa de los aspectos históricos (económicos, sociales, de mentalidad, etc.) de la época que se pretende enseñar.
Respecto de los valores, podemos estructurarlos al menos en dos aspectos radicalmente opuestos en el campo del patrimonio: el valor del consumo de los objetos patrimoniales o, por el contrario, el valor que presenta para la identidad cultural de la comunidad o el valor de uso.
En el primer caso, el valor de consumo, se consideran prioritarios aquellos bienes que presentan atractivos ya sea por su valor artístico relevante o simplemente por su originalidad, curiosidad o extravagancia. En este caso la presencia de la población será evaluada positivamente en tanto contribuya a reforzar la imagen pintoresca y será tratada como un objeto de consumo más o desechable en tanto no agregue nada especial al carácter del sitio.
El tratamiento del patrimonio se inclinará, desde esta perspectiva, a congelar situaciones "valiosas", para lo cual se propondrán restauraciones o arreglos más o menos escenográficos, que "pongan en valor" los elementos considerados de mayor atracción y por tanto crear una falsa identidad.
No pueden admitirse en este caso cambios creativos que pongan el patrimonio al servicio de la población existente. El valor queda directamente relacionado con la productividad económica, con lo que se confunde valor estético y originalidad genuina con extravagancia o decorativismo superficial.
Si, por el contrario, la trascendencia se asocia a la consolidación de la identidad cultural del grupo social, el patrimonio adquirirá valor en función de su capacidad como elemento de identificación y apropiación del entorno inmediato y del paisaje por parte de la comunidad. Las teorías y métodos, tanto para la determinación de los bienes culturales como para su tratamiento, conducirán a operaciones de rescate y conservación más creativas.
Los valores por reconocer serán entonces los que hacen a cuestiones relacionadas con las vivencias sociales, con la historia de la comunidad, esto es, al papel que el objeto ha desempeñado en la historia social.
Se debe atender también a la lectura que de este patrimonio hace la gente, es decir, la lectura de ese objeto donde el individuo reconoce el hábitat de un determinado grupo sociocultural y, finalmente, a la capacidad para conformar su entorno significativo, a conferir sentido a un fragmento urbano, etc.
Si el patrimonio es considerado como apoyo para la memoria social, uno de los valores fundamentales por considerar será la presencia de sus habitantes. Al poner en primer plano la capacidad de identificación y apropiación por parte del grupo social, este grupo pasa a ser considerado como protagonista de cualquier operación que se emprenda: la intervención en el patrimonio tenderá al arraigo y desarrollo de la población, evitando a toda costa su expulsión, o su marginación.
Por otro lado, al considerar a los habitantes como parte fundamental del patrimonio, se compromete al reconocimiento de la necesidad de cambio, de adaptación a nuevas necesidades, nuevos hábitos, transformaciones funcionales, etc. Por eso el congelamiento de situaciones edilicias o urbanas no puede ser la meta de la conservación y se plantea la necesidad de hallar en cada caso la solución que permita el delicado equilibrio entre la preservación de la identidad y los necesarios cambios.
IV
Volvamos a nuestra sociedad tecnológica. En ella la simulación no es ya de un territorio; es la generación vía modelo de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. En una palabra, el territorio no precede al mapa, ni le sobrevive. De ahora en adelante será el mapa el que preceda al territorio. No se trata pues de imitación, ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real. Lo real, sentencia Braudrillard, no volverá a tener ocasión de producirse.
Las transgresiones que se pueden realizar por la vía de la simulación, son más graves que las violencias materiales, que sólo afectan a lo real. La simulación es infinitamente más poderosa, ya que permite ir más allá de la realidad y hacer imaginar que "el orden y la ley mismos podrían muy bien no ser otra cosa que simulación". Disneylandia, valga el ejemplo, es para Braudillard un modelo perfecto de todos los órdenes de simulacros entremezclados. Su carácter infantil es lo que permite ocultar que el verdadero infantilismo está en todas partes. Es en la ausencia de lo real donde está el problema del mundo. En una hiperrealidad sin referentes, lo peligroso es la implosión del sentido que provoca la simulación. La pérdida de realidad que conlleva la precesión de los simulacros envuelve en su sombra aniquiladora todos los acontecimientos imaginables7.
La historia, según Lyotard, no es ya sino un montón de añicos, entre los que muchas microhistorias prosiguen la infinita tarea de complejidad a que ha quedado reducida la historia con minúscula. El origen de la condición posmoderna pasa por el hecho de que la introducción de las nuevas tecnologías influyen en la producción, difusión, distribución y consumo de los bienes culturales con un estilo nuevo. Pero lo que realmente preocupa a Lyotard (y a mi) es que todo ese proceso vaya camino de transformar la cultura en una industria.
Los componentes principales del proceso de modernización son, a juicio de Inglehart, la urbanización, la industrialización, la especialización profesional, la educación formal, el desarrollo de los mass media, la secularización, la motivación empresarial, la burocratización, la producción masiva en cadena de montaje y el desarrollo del estado moderno. En este proceso se debilitaron la autoridad tradicional, la familia y la religión, a costa del auge de la política, mientras que la posmodernización registra un desplazamiento hacia el cultivo de la amistad, del ocio y de la expresión individual. Otro de los rasgos distintivos es el creciente rechazo de la burocracia. La posmodernización va a la par con una tendencia a la liberalización de las costumbres, que el autor centra en el aumento del individualismo, de la experiencia vivida y de la permisividad, así como en el rechazo de todas las formas de autoridad y orden impuesto. Por último, otro es el escepticismo respecto de la idea de progreso; "escepticismo que lleva a pensar más en innovación en tanto que asociada no sólo con el progreso en su sentido más auténtico, sino también con el concepto de cultura" 8.
La crisis de la racionalidad y las búsquedas de una aproximación holística al conocimiento, el predominio de la multiplicidad sobre la unicidad; las transformaciones de los modelos de sociedad, el descrédito de las ideologías políticas, la creciente tensión entre la aldea global y las culturas locales, el imperio de la sociedad de consumo, el creciente divorcio entre las formas del poder económico y tecnológico y el mundo de la vida9, y al mismo tiempo la crítica a la excesiva tecnologización, la ciudad informática que va reemplazando a la ciudad geográficamente localizada; el paradigma termodinámico que sustituye al paradigma mecánico, con la consiguiente valorización del tiempo; son estos algunos de los muchos síntomas que nos hacen sentir la presencia de este punto de ruptura o, como algunos autores gustan llamar, esta catástrofe10.
Los arquitectos pertenecientes al Movimiento Moderno llevaron a cabo la sustitución de la generación de "sitios" por un proceso productivo de "espacio". Al ignorar deliberadamente la historia, haciendo de su profesión una actividad cuantitativa y normalizadora de la producción industrial, cayeron en el agravio de interrumpir la continuidad de la vida urbana destruyendo la dimensión cultural del lugar11. Es de temer que en esta época de la condición posmoderna, la creación de simulacros patrimoniales, al introducir la presentación/interpretación del patrimonio dentro de una estrategia de comunicación más que englobada en un proceso de tutela, interrumpa o condicione de forma hasta ahora no evaluada, el necesario contacto del ciudadano con su patrimonio, destruyendo así la dimensión cultural del contexto patrimonial.
No es intención de estas reflexiones caer en la falacia Moderno=malo, Posmoderno=bueno o viceversa. Coincido con M. Waisman y Rodríguez Temiño en que los razonamientos y, por ende, la ideología de la presente condición posmoderna tiene un correlato en los nuevos criterios impuestos a la tutela de los bienes culturales.
Destaquemos dos de los que consideramos positivos. Dentro de los actuales modos de pensamiento se entiende que en el universo nada existe, nada tiene sentido si no es en relación con aquello que lo rodea y con el todo que lo contiene. Si trasladamos esta idea a nuestro campo de interés surgen ricas consecuencias: por una parte que el elemento patrimonial (material e inmaterial) adquiere su verdadero sentido solamente en relación con su entorno (físico o cultural); pero, paralelamente, el ambiente mismo adquiere su sentido a partir de su relación con el componente patrimonial: es decir que ambos cobran significado, uno a partir del otro.
Coincidimos con M. Waisman cuando afirma que "la condición patrimonial" reside precisamente en la relación entre los elementos patrimoniales y su entorno, entre lo nuevo y lo viejo, puesto que los nuevos significados que emergen de este conjunto, inexistentes en cada uno de los componentes de la relación son, los que en adelante se percibirán como "valores históricos o elementos de identidad".
Otro criterio de valor se relaciona con la ruptura de los grandes relatos históricos lineales o concatenados. Asistimos a la sana proliferación de microhistorias: de la vida cotidiana, de la mujer, de la esclavitud, de las prácticas sexuales, en suma, una ruptura de la trayectoria única, uniforme, de los acontecimientos y de la vida histórica en general que no parece posible ya, ni siquiera en el ámbito de una misma región.
El patrimonio como concepto cultural, y por ende de carácter histórico, está fuertemente condicionado por esta fragmentación de los grandes relatos. Aún cuando se sigue favoreciendo la valoración de un patrimonio que puede o no alcanzar vigencia a escala internacional, comienza a ser significativa la recuperación de "patrimonios" con alto contenido y significación a escala regional y local.
La presencia de los elementos patrimoniales, como evocación y afirmación de una memoria colectiva, como nexo entre individuos que comparten una historia común, es sin duda un instrumento útil para restablecer, al menos en parte, el equilibrio entre totalidad abstracta e individualismo patológico. El primitivo significado del objeto patrimonial se ha transformado, ha sufrido olvidos, ha adquirido nuevas memorias, y despierta cada vez resonancias inéditas y cambiantes, al ser leído por nuevas generaciones, en contextos culturales diferentes y territorios más reducidos.
Como contrapartida, la razón ha sido desplazada sin apenas resistencia por una "racionalización tecnocrática". Las leyes del mercado se imponen a las legislaciones del Estado del Bienestar y la educación se parece más a la aplicación de técnicas de dirección de empresas que al desarrollo de nuestra capacidad de comprensión.
La idea de progreso acabó por centrarse en sus aspectos más utilitarios.
La expansión del neoliberalismo, a consecuencia de la cual el Estado, custodio natural de los bienes patrimoniales, tiende a perder protagonismo, pone en peligro un patrimonio ya amenazado de antiguo por la falta de recursos y de decisiones políticas. Pero aún más peligro corre al convertirse en un valor de mercado más. Citando nuevamente a Rodríguez Temiño, sucede que algunos países encargan su patrimonio a gestores empresariales que introducen los conceptos de la mercadotecnia al patrimonio. Aunque para muchos políticos y administradores de la cultura esto puede parecerles acientífico, y a veces hasta vulgar, sin embargo recomiendan a sus gestores culturales que aprendan de ellos, alegando que se corre el riesgo de "perder audiencia". La presentación/interpretación del patrimonio cuenta de este modo con el respaldo de profe-sionales de comercialización, financiación y estudios sobre preferencia de los visitantes, lo cual de por si, no nos resulta totalmente perverso, en tanto y en cuanto no abandonemos nuestro patrimonio en manos de una concepción generalista, abonada de todas las técnicas del mercado que sean necesarias sino, por el contrario, aboquémonos a una plena concepción humanista de nuestro patrimonio, aún a riesgo de no parecer progre-sistas o "vernos de lleno lanzados a la bancarrota".
El proyecto de la aplicación de la gestión empresarial al patrimonio, con todas sus vertientes positivas (y sin mis comillas), comienza a desembarcar acríticamente en estas latitudes. La necesidad de la puesta al día del debate patrimonial desde todas sus perspectivas: investigación, documentación, intervención y difusión no puede dejar de lado esta problemática. Cuando el mercado se coloca por encima de las necesidades, la cultura, entendida como parte de ese mercado, hace inútiles todas aquellas empresas que no sean eficaces; así sucede que la investigación histórica pierde valor frente a una historia como supermercado de imágenes; las restauraciones cobran interés en la medida del marketing cultural y los centímetros de prensa que generan; la documentación solo importa cuando se digitaliza y es pasible de convertirse en productos iteractivos de distribución masiva, y las disciplinas como la museografía y las técnicas expositivas ingresan definitivamente en el campo de la comunicación.
Volvamos a M. Waisman y prosigamos nuestras reflexiones. En el presente contexto los elementos patrimoniales adquieren un sentido y una función particulares, que trascienden lo estético o lo estrictamente testimonial para convertirse en un núcleo de orden -temporal y espacial-, en una valla frente al avance del desorden representado por el olvido y por la pérdida del sentido del lugar. Frente a la sustitución del tiempo histórico por el tiempo informático, a la anulación de la relación tiempo/espacio, a la presentificación de la historia y la consiguiente pérdida de la conciencia del pasado y la esperanza del futuro, frente a un mundo poblado de simulacros y despoblado de realidades, la presencia del patrimonio representa un anclaje, un punto de referencia desde el cual intentar la comprensión de la totalidad.
La permanencia profunda bajo la superficie de los cambios, la continuidad mantenida durante las transfor-maciones, había sido interrumpida "por el pensamiento moderno, que capta todas las cosas bajo el aspecto del movimiento. Este tiempo ha sido el tiempo del pensamiento desarmado, desecho, impotente, para hacer inteligible un mundo donde la única certeza es la del movimiento"12. Ese pensamiento moderno, que ha caracterizado a un mundo "desencantado", está siendo sustituido, por un pensamiento holístico, que aspira al reencantamiento del mundo. La presencia viva del patrimonio, que afirma la continuidad del tiempo y de las tradiciones culturales, que materializa el espacio en disolución al otorgar sentido a los lugares, que se une al desarrollo de la vida urbana para crear una y otra vez nuevos significados, es sin duda uno de los instrumentos válidos para el avance de este proceso, para la búsqueda de un mundo reencantado.
V
Para quien este discurso esgrime, trabajador cotidiano, dentro y fuera de la administración de cultura desde hace algunos años, quien hasta tuvo la arrogancia de intentar definir la difusión del patrimonio como una gestión cultural mediadora entre los ciudadanos y el patrimonio, (hoy en clara minoría frente a la avalancha semántica que nos aqueja), sólo le mueven dos afanes: uno el intelectual y el otro su pesimismo positivo.
"Se entiende por intelectual, en general, aquel que encarna o debería encarnar el espíritu crítico que no se conforma o debería no conformarse con ninguna doctrina completa y preconstituida; el que siembra dudas, el herético por vacación, el que no soporta ninguna disciplina, el irreductible alimentador del disenso".
"El pesimismo considera que los más altos ideales humanos (felicidad, justicia, solidaridad, etc.) nunca pueden ser conseguidos ni individual ni colectivamente de modo plenamente satisfactorio; que ni siquiera son del todo compatibles entre si; que los hombres no ocupan ni remotamente el centro del cosmos, que no ha sido instituido ni organizado con el fin de satisfacerles; que el dolor y la contrariedad tienen una presencia abrumadora y determinante en la existencia humana; que en cada caso dado, es más probable que la situación se incline hacia lo insatisfactorio para el hombre en lugar de colmar sus esperanzas; que esto se debe tanto a la estructura de la realidad -opaca y poco permeable a nuestros deseos- como a la índole de nuestros deseos mismos, racionalmente incontrolables, mucho más volcados hacia la desmesura que hacia la conformidad; que la muerte es la única liberación definitiva, aunque temida y no deseada, de tantas dificultades13.
(Las disgresiones, aprendidas de la lectura entre otros de J. Marías, vienen a oficiar de subtítulos o pequeños recreos en nuestras reflexiones, que por cierto, continúan).
En el Estado moderno tradicional las estrategias políticas eran, fundamentalmente de orden normativo, es decir reglas, normas, preceptos, supuestamente universales y que podrían resolver la totalidad de los planteamientos sociales. Su correspondencia en la cultura era el carácter patrimonial, basado en la cultura objetual y su conservación como transmisión de la herencia cultural. Su implantación se basaba en normativas conservacionistas, mientras que los equipamientos culturales eran las bibliotecas, los archivos, los museos y los "conservatorios", llevados adelante por los profesionales tradicionales. Podemos apuntar como obser-vación que en este Estado se evidencia una falta de interrelación entre la cultura, la educación y la seguridad social.
El arribo del Estado del Bienestar trae aparejado como cambio fundamental
el traspaso de una política normativa a otra de servicio, el Estado
al servicio de la comunidad. En cultura se pone el acento en la relación
entre las actividades patrimoniales, artísticas y de ocio y los ciudadanos:
se introduce el concepto de democratización de la cultura. Su correlato
en los equipamientos culturales tiene más que ver con la descentralización
y el mediador cultural que con nuevos conceptos, aunque debe su aparición
en esta época el centro cultural, tanto el central como el barrial.
Un nuevo paso en este desarrollo que tendría lugar en la denominada
condición posmoderna, que podría anticipar un nuevo concepto
de Estado o, al menos, un nuevo papel en la sociedad, es el de "Estado
relacional" 14, cuyas estrategias políticas son más de
fomento y de generación de capacidades de actuación. En este
nuevo estadio se pasaría de la democratización cultural a la
democracia cultural, como reflejo del pluralismo social y la relativización
del papel del Estado en la cultura. En el campo de los equipamientos hacen
su aparición los parques temáticos, los centros de interpretación,
los centros de animación sociocultural y hasta el concepto (no nuevo
pero definitivo) de turismo u ocio cultural.
Agrego a continuación un pequeño cuadro que, sin pretensiones eruditas, intenta sintetizar en un sistema de dualidades las características de todo tipo que se dan entre la Modernidad y la denominada Posmodernidad:
Modernidad Posmodernidad
Unidad Fragmentación
Universalidad Individualidad
Ideología Pluralidad
Progreso Decadencia
Utopía Eclecticismo
Discurso Interpretación
Unidad disciplinar Multidisciplinar
ESTÉTICA ESTÉTICA
Espiritualidad Materialidad
Novedad Cita e interpretación
Creatividad Investigación e información
PATRIMONIO PATRIMONIO
Conservar Tutelar/Gestionar
Normativa Metodología
Cultura objetual Contextualización
Educación Comunicación
Esto es patrimonio Todo es patrimonio
Museografía Presentación/Interpretación
Restauración Conservación preventiva
Catalogación Documentación
La presentación de este cuadro sería una forma de reflexión personal un tanto exhibicionista, al tiempo que una síntesis de lo que, en parte, vinimos exponiendo. No creo que todo lo apuntado sea totalmente cierto pero al menos puede considerarse una provocación para continuar pensándolo. No obstante debo dejar totalmente claro que no debe leerse como una criminalización ni un antagonismo del binomio Modernidad/Posmoder-nidad. Simplemente apunto a una mejor comprensión de lo que da en llamarse el nuevo paradigma.
VI
Abusando del sufrido lector quién, además como puede apreciar, no encontrará en este discurso afirmaciones categóricas sino, quizá como reflejo también éste de la nueva época, un collage de textos multidireccionales y autorreferenciales, abusando, decía, de su paciencia, quiero ahora hilvanar en esta secuencia de reflexiones, cuatro textos reunidos por la particular necesidad de proseguir este debate, centrándonos en el campo de la relación entre el ciudadano y su patrimonio.
1. La historia
La memoria colectiva acerca del pasado no permanece inmóvil, sino
que se modifica con el paso del tiempo. Esa memoria es capaz de saber más
acerca del pasado, pero también es expresión del cambio e incluso
un modo de realizarlo. No es una memoria exclusivamente nacional, ni, menos
aún, agresiva o apodíctica sino, por el contrario, más
bien ideológica e interrogativa. Busca comprensión de ese tiempo
pasado pero también una enseñanza moral genérica, sabia
y matizada. Esa memoria es, en fin, más que pedagógica de un
modo elemental o pedestre, capaz de nutrir de contenido el debate de una sociedad
sobre su propio destino.
Por ello el uso del pasado es una tarea delicada. Exige, como requisito previo
imprescindible, un nivel de exigencia que no permite considerar la Historia
como una especie de bien mostrenco sobre el que todo el mundo puede opinar
libremente con la seguridad de acertar... de lo que cabe deducir que es mejor
que les corresponda a los historiadores la función de interpretar el
pasado. Quienes la practican utilizan de forma espuria el tiempo ya transcurrido
en beneficio de una tesis sobre el presente, que puede ser más o menos
defendible, pero no a partir de esos argumentos.
Como sucede con el derecho, el uso alternativo de la historia, so capa de
buenas intenciones, encierra peligros graves. El peor es que, de esa manera,
acaba por no entenderse el pasado mismo.
Javier Tussel15
2. El significado
Vivimos el denominado "giro lingüístico", que implica
reconocerle al lenguaje la capacidad de inaugurar un horizonte de sentido
o de "abrir un mundo": la totalidad de significaciones interconectadas
de una cultura.
La capacidad "poética" del lenguaje permite inaugurar mundos
"originarios" y originales, modos de comprender irreductibles (donde
comprender no significa la forma en que un sujeto "conoce" un objeto,
sino una nueva manera de estar en el mundo, que es previa a todo conocimiento
y que condiciona su posibilidad).
Pero abrir un mundo significa también, fatalmente -con la fatalidad
ineludible de un destino-, cerrarlo a todos los demás, con respecto
a los cuales se declara inconmensurable, y encerrar a sus habitantes en un
círculo hermenéutico que no pueden modificar ni mucho menos
romper, ya que a cualquier experiencia prosaica que difiera de ese marco poético
(incluida la de las ciencias) le serán negadas la autenticidad y la
capacidad para corregir o ampliar los límites del sentido.
A la hora de buscar una salida de esta prisión lingüística
se propone la teoría de la "referencia directa" elaborada
desde la filosofía analítica del lenguaje. Pues tan importante
como procurar a los hombres un horizonte de sentido que les ampare, es permitirles
ponerse a salvo de su marco cultural cuando éste les asfixia.
Fragmento de un comentario bibliográfico hallado al azar.
3. La comunicación
Lo que me inquieta no es que el modelo funcione relativamente mal. Eso es
comprensible porque se ha masificado la difusión cultural (comunicación)
y eso conlleva problemas. Lo que me inquieta, y no acepto, es que se ha cambiado
el modelo sin decirlo ni explicitarlo.
Hemos pasado del museo como lugar de transmisión del saber, como espacio
destinado a aprender una cultura, a un sistema que se convierte en paradigma
de la comunicación, de una comunicación interminable, entre
profesionales y público, entre público, un elogio inacabable
del intercambio. Todo el mundo se llena la boca sobre la necesidad de abrirse
al otro con el imperativo del respeto al público. ¡Todo eso es
absurdo! Si de verdad se quiere ser hospitalario con el público, lo
que hay que hacer es explicarles que la condición primera de nuestra
hospitalidad es su capacidad de escucha. Cuando entran en el museo, en el
monumento, en el yacimiento, acceden a un lugar que guarda un saber que es
mucho más viejo que ellos y que todo el mundo desconoce al nacer. La
demagogia comunicacional está matando el disfrute del patrimonio. Y
esa demagogia también puede consistir en la glosa de las nuevas tecnologías.
En el culto al ordenador se ha caído en una nueva superstición.
Max Weber decía que la razón instrumental, técnica, había
desencantado el mundo, pero Heidegger ha demostrado que la tecnología
puede ser el vehículo de un nuevo encantamiento.
Paráfrasis de una entrevista al filósofo francés Alain
Finkielkraut
(quien en realidad se refería a la escuela).
4. La interpretación
La actual es una de esas épocas en que la actitud interpretativa es
en gran parte reaccionaria, asfixiante. La efusión de interpretaciones
del arte envenena hoy nuestras sensibilidades, tanto como los gases de los
automóviles y de la industria pesada enrarecen la atmósfera
urbana. En una cultura cuyo ya clásico dilema es la hipertrofia del
intelecto a expensas de la energía y la capacidad sensorial, la interpretación
es la venganza que se toma el intelecto sobre el arte.
Y aún más. Es la venganza que se toma el intelecto sobre el
mundo. Interpretar es empobrecer, reducir el mundo, para instaurar un mundo
sombrío de significados. Es convertir el mundo en este mundo (¡este
mundo! Como si hubiera otro).
... La interpretación supone una hipócrita negativa a dejar
sola la obra de arte. El verdadero arte tiene el poder de ponernos nerviosos.
Al reducir la obra de arte a su contenido para luego interpretar aquello,
domesticamos la obra de arte. La interpretación hace manejables y maleable
el arte.
...La interpretación no es sólo el homenaje que la mediocridad
rinde al genio. Es, precisamente, la manera moderna de comprender algo, y
se aplica a obras de toda calidad.
... La interpretación, basada en la teoría, sumamente cuestionable,
de que la obra de arte está compuesta por trozos de contenido, viola
el arte. Convierte el arte en artículo de uso, en adecuación
a un esquema mental de categorías.
La nuestra es una cultura basada en el exceso, en la superproducción;
el resultado es la constante declinación de la agudeza de nuestra experiencia
sensorial. Todas las condiciones de la vida moderna -su abundancia material,
su exagerado abigarramiento- se conjugan para embotar nuestra facultades sensoriales.(...)
Lo que ahora importa es recuperar nuestros sentidos. Debemos aprender a ver
más, a oír más, a sentir más.
Nuestra misión no consiste en percibir en una obra de arte la mayor
cantidad de contenido, y menos aún en exprimir de la obra de arte un
contenido mayor que el ya existente. Nuestra misión consiste en reducir
el contenido de modo que podamos ver en detalle el objeto.
Susan Sontag, "Contra la interpretación", fragmentos16.
Esta secuencia, historia, significado, comunicación, interpretación,
relativamente arbitraria, está en estrecha relación con una
nueva forma de representación destinada a mediar entre el individuo
y su patrimonio. Aunque los textos seleccionados no están exentos de
ironía por parte de quien esto escribe, su inclusión en estas
reflexiones forman parte de la estructuración de un mosaico de reflexiones
que apuntan, por un lado, a un sano pensar sobre nuestra disciplina patrimonial
y, por otro, a establecer un nexo intelectual con un (ahora) previsible giro
que se viene produciendo en las instituciones y las políticas patrimoniales,
movimiento que va de centrarse en los objetos a centrarse en la comunidad.
Del objeto al sujeto. Ello implica una mayor tendencia hacia la descentralización
y territorialización del la difusión del patrimonio, hecho que
viene materializándose, en particular en nuestra comunidad autónoma
y al margen en casi todos los casos de las propias administraciones: pequeños
museos especializados o no, comarcales, barriales o de base comunitaria.
La presentación/interpretación representan, como técnicas, (renuncio a las definiciones en este discurrir y deseo aclarar con con el término interpretación no me refiero a las "estrategias de educación ambiental no formal", desarrolladas por Jorge Morales Miranda en este mismo dossier) lo que se da en llamar el espíritu de la época. Son disciplinas híbridas, carentes de conformación curricular específica, basadas en fragmentaciones científicas diversas y recompuestas en un collage metodológico donde se dan cita, entre otras, la semiótica, la comunicación, la museografía, la mercadotecnia, la dinamización sociocultural, el marketing cultural, pero sobre todo ello un profundo espíritu de renovación y buenas intenciones, a la hora de poner en contacto, de forma renovada, al ciudadano y el patrimonio. Renovadamente sobre todo respecto de lo que significa relacionar nuestra herencia cultural con la posibilidad de convertirse (además) en un factor de desarrollo social.
Existe una marcada predisposición por parte de muchos de los que sustentan y trabajan en estas disciplinas, aplicadas al patrimonio histórico, de evitar el necesario hilo conductor que los vincula disciplinarmente con la museografía. Actitud esta que llama poderosamente la atención y que parece más moderna que post, y que puede entrañar, a mi entender, la desvalorización de una secuencia histórica y evolutiva de exponer, explicar y educar con el patrimonio. No creo en tal corte ni en una supuesta "generación espontánea", como tampoco creo que estas disciplinas sean en si mismas la panacea de esta materia.
El proceso de aceleración histórica que vivimos no debería llevarnos a perder perspectiva. Es preocupante, al menos en parte, que muchos profesionales locales que trabajamos en el tema, realicemos una adscripción urgente y acrítica de lo que nos llega de estas disciplinas, por el mero hecho de no parecer lo suficientemente progresistas.
Desde la necesaria perspectiva patrimonial debemos actuar a partir del análisis y debate conjunto entre profesionales y administración, sobre la complejidad de estrategias aplicables a la difusión del patrimonio (vuelvo a emplear este término, sin ánimo polémico sino por ser una expresión que ya manejamos), entre las cuales estas potentes disciplinas de presentación/interpretación son un importante referente.
Cabe exigirnos prudencia, actitud crítica y contextualista frente a nuestros particularismos culturales, espe-cialmente porque históricamente han sido las periferias -en aras del "progreso"- campos de experimentación de nuevas ideas surgidas, a veces con demasiada prisa, en los centros de producción cultural y no suficientemente contrastadas.
Sin abjurar totalmente de la moda, que también nos iguala y nos permite reconocernos en los demás, y reconociendo la estupidez que entraña la criminalización de una herramienta de trabajo, la aplicación de estas disciplinas a un sector cada vez más significativo de nuestro patrimonio (al menos en la redacción e intenciones de los proyectos), está siendo una realidad tangible. Un poco irreflexivamente y con más voluntad de actuar que debatir modelos y reflexionar pautas de adecuación, un potencialmente creciente número de profesionales estamos, ya, intentando nuestros pinitos "interpretativos" en cultura y medio ambiente, y más para las administraciones locales que para las centrales.
Al menos desde la administración de cultura autonómica la actividad es casi nula, y sospecho que no se atina más que a la sorpresa, una tranquilizadora y permanente incorporación de terminología ad hoc en los planes y proyectos, y la realización de cursos que aumentan progresivamente en calidad pero que son recibidos, todavía, con más horfandad intelectual que sentido crítico. También se publica algo sobre el tema, pero poco.
Llegará un momento en que estas disciplinas, complejas, para nosotros hasta ahora un tanto indefinidas, pasen por un proceso de "autorreferencialidad"17, es decir, que se hagan conscientes de su propia existencia histórica y comiencen un desarrollo sistemático de tomarse en cuenta a sí mismas, a citarse, a evolucionar dentro de su propia especificidad y aspirar así a consolidar una autonomía disciplinar que por ahora no poseen. En este proceso será necesario generar un espacio dedicado a la crítica. Así como el arte, la literatura o el cine se ven sujetos a una crítica autónoma, será necesario impulsar desde las acciones encaminadas a la producción de artefactos culturales mediáticos en torno al patrimonio un sentido crítico y hasta una crítica autónoma que permita ajustar, corregir, evolucionar, etc., desde el punto de vista discursivo y técnico-expositivo. Si se presume de innovación, integración, complejidad, emocionalidad, se debería estar atentos, dentro de la misma dinámica de la incipiente disciplina, a los mecanismos a los que otras han estado sujetas en el tiempo y abiertos y preocupados, no solo a una necesaria/innecesaria actividad asociativa-gremial-corporativa sino sobre todo al debate que implica toda individuación disciplinar en el campo científico-técnico-humanístico donde pretenda inscribirse la "interpretología" o "presentología" del patrimonio.
Bienvenidas la presentación, la interpretación, la escenificación de la historia, la participación y el ocio y el turismo cultural, al tiempo que debemos alertarnos acerca de la distancia mediática que podemos llegar a imponer entre los ciudadanos y su patrimonio.
La mejor interpretación, la más acabada presentación, jamás podrán reemplazar (y no creo que tengan intención de hacerlo) el disfrute genuino del elemento patrimonial y su contexto. Los emergentes materiales de la aplicación de estas disciplinas deben ser, a mi entender, alternativas de uso y nunca imposiciones intermedias. Quiero aclarar que me da cierto temor, y lo digo como reflexión de mi propia actividad, que nuestro celo profesional nos lleve a presentarlo todo, a interpretar lo mucho, a poner en valor lo habitual y difundir lo obvio, hasta alejar al visitante (ya bastante curtido en esta sociedad mediática) a distancias aún mayores de su patrimonio y hacerlo partícipe de un juego, a veces perverso y otras fútil, con el que no pueda arribar por si mismo a disfrutar su pasado, también, tal cual se le aparece hoy a sus sentidos. Fruición, que le llaman.
La espiritualidad de esta época milenarista, que nos toca vivir a quienes arribamos al final del milenio en el ecuador de nuestras profesiones, nos impulsa a proponer, sin fundamentalismos, una breve serie de sugerencias, que cada cual sabrá traducir a su universo profesional, pero dirigida en particular a todos los que nos vinculamos, de una forma u otra, al rescate, supervivencia y disfrute de nuestra herencia cultural:
. Hagamos silencio
. Seamos tolerantes
. No contaminemos de ninguna forma
. Aceptemos y preservemos la diversidad natural y cultural
. Adecuemos y preservemos los recursos de todo tipo para el futuro
. No interfiramos en la capacidad de disfrute de los demás
. No equivoquemos calidad de vida con calidad de la experiencia, ni calidad
de la experiencia con intelectualización del placer estético.
Finalizo ya; restrinjamos el patrimonio a una explotación racional donde siempre prevalezca la educación sobre el ocio y la protección sobre el disfrute.
Verano de 1998.
NOTAS
1. RODRÍGUEZ TEMIÑO, Ignacio. "La tutela del patrimonio histórico de la modernidad a la posmoder-nidad". PH Boletín del IAPH, Nº 23, junio de 1998.
2. VATTIMO, Gianni. "Posmodernidad:¿una sociedad transparente?",
En torno a la posmodernidad.
AA.VV. Ed. Anthropos, Barcelona, 1994.
3. PINILLOS, José Luis. El corazón del laberinto, Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1994.
4. MICHAEL, William. Fragmentos, Ed. Cono Sur, Buenos Aires, 1997.
5. Ib.idem 2, op.cit.
6. MAFFESOLI, Michel. "La socialidad en la posmodernidad", En torno a la posmodernidad. AA.VV. Ed. Anthropos, Barcelona, 1994.
7. Ib.idem 3, op.cit.
8. FERNÁNDEZ-BACA CASARES, Román. "PH Cohesión social e innovación", documento de trabajo, julio 1998.
9. HABERMAS, Jürgen. El discurso filosófico de la modernidad, Ed. Taurus, Madrid 1989.
10. WAISMAN, Marina. El interior de la historia, Ed. Escala, Bogotá, 1990. La arquitectura descentrada, Ed. Escala, Bogotá, 1995.
11. FERNÁNDEZ GALIANO, Luis. El fuego y la memoria, Alianza Ed., Madrid, 1991.
12. BALANDIER, citado por M. Waisman, op. cit.
13. SAVATER, Fernando. "El pesimismo ilustrado", En torno a la posmodernidad.
AA.VV. Ed. Anthropos, Barcelona, 1994.
14. El concepto de "Estado Relacional" fue desarrollado por el profesor Enric Miralles en el Módulo 2 "Modelo de análisis de Políticas Culturales" del curso de posgrado en Gestión y Políticas Culturales, Diputación de Barcelona, octubre 1994.
15. TUSELL, Javier. "El uso alternativo de la historia", Opinión, El País, 23 de julio de 1998.
16. SONTAG, Susan. Contra la interpretación, Ed. Alfaguara, Madrid, 1996.
17. El concepto de autorreferencialidad fue tomado del aplicado al cine norteamericano y desarrollado por el profesor Carlos Colón en sus clases de doctorado (Cine autorreferencial), Facultad de Ciencias de la Información.
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