ALGO MÁS QUE LA ARQUEOLOGÍA DE SITIOS HISTÓRICOS.
Una opinión
Mariano Ramos [1]
Introducción
En la Argentina, el fin del siglo XX y los comienzos del XXI, nos encuentra dentro de una compleja situación para parte del conjunto de arqueólogos que nos dedicamos a investigar acerca de problemáticas vinculadas con la denominada Arqueología Histórica. El incremento de estudios de este tipo, la teoría utilizada y las diferentes posibilidades de abordaje, junto con los alcances de la orientación y la implementación de recursos diversos, constituyen temas sobre los que en algunas ocasiones se ha polemizado desde perspectivas dogmáticas. Es mi intención, en este escrito, el acercar algunas opiniones fundamentadas acerca de estas cuestiones.
Temas
Desde hace unos años se han incrementado en Argentina las investigaciones dentro del campo de la denominada Arqueología Histórica o Arqueología de sitios históricos. Durante la década de 1990, los estudios sobre la temática general crecieron en forma significativa, superando en muchas regiones al cúmulo de proyectos de investigación vinculados a sitios prehistóricos. Una de las regiones con mayor cantidad de estudios arqueológicos de sitios relacionados con sociedades registradas históricamente fue la Pampeana, y dentro de ella las subregiones Serrana e Interserrana. En referencia a ello se llevaron y se llevan a cabo muchas investigaciones relacionadas a problemáticas particulares, en general vinculadas a adaptaciones humanas en territorios considerados como de frontera (entre otros Ramos y Gómez Romero 1994; Ramos 1995a, 1995b, 1997a y 1997b, 1998, 1999a y 1999b e.p.; Ramos y otros 1996; Ramos y Néspolo 1997, 1997-1998; Goñi y Madrid 1996; Gómez Romero y Ramos 1994; Gómez Romero 1997; Gómez Romero y Bogazzi 1997; Merlo 1997 e.p.; Mugueta y Guerci 1997, 1998; Mugueta y Anglada 1997; Dentone del Corral 1997 e.p.; Ormazábal y otros 1997).
Algunas discusiones arqueológicas
Eventos de la especialidad arqueológica, permitieron que los investigadores que desarrollaban sus proyectos durante la década de 1990, pudieran presentar resultados de sus estudios, e inclusive algunos de ellos iniciaran un debate cada vez más apasionado y dinámico sobre ciertos aspectos del abordaje teórico-metodológico, que por otra parte, otros pensaban que esa instancia ya había sido superada -pese a contradicciones y prejuicios de índole diversa- en otros lugares como los Estados Unidos o la Europa en general (ver entre otros South 1977; Trigger 1982, 1992; Barral i Altet 1989; Sayas Abengochea 1989; Ripoll Perelló 1989; Lambert y Karlowsky 1989; Orser Jr. 1996; Carandini 1997 [1985]).
Hace pocos años Bárcena ensayó una aproximación a varios aspectos vinculados a lo que consideramos de manera amplia como Arqueología Histórica (Bárcena 1995). Su trabajo presenta muchos interrogantes -que entiendo, tienen respuesta- y varias cosas por discutir. Ya en su título -De la Arqueología Histórica a la Arqueología como Arqueología- se pueden reconocer vinculaciones con lo que se llama anclaje disciplinario -en forma similar a los casos de Archaeology as Anthropology (Binford 1968); Historical Archaeology: Is It Historical or Archaeological? (Binford 1977); Arqueología como Arqueología. Propuesta para una terminología operativa (Estévez 1984)-. También su postura puede entenderse como orientada a lo que se denomina atrincheramiento disciplinario (sensu Gianella 1995) [2] , pero, de todas maneras su trabajo puede reconocerse como valioso, y a la vez un punto de partida para el inicio de un embrionario debate respecto del campo en cuestión. No todo anclaje disciplinario debe considerarse como nocivo para la investigación y el conocimiento en general, pero, podría decirse que en el caso de establecer fuertes lazos con la disciplina de formación de cada investigador, no debemos aislarnos respecto de otras miradas disciplinarias que eventualmente pueden aportar otra visión sobre la problemática en estudio, ya que las preguntas formuladas pueden muy bien ser contestadas por más de una sola y exclusiva disciplina dentro del campo en el que tratamos de desenvolvernos.
Posteriormente, otros arqueólogos explicitaron su postura en relación con varios aspectos que vinculaban la Arqueología con la Historia (Goñi y Madrid 1996; Senatore y Zarankin 1996, 1997; Brittez 1997; Senatore y Lanata 1997 e.p.; Gómez Romero y Pedrotta 1997 e.p.; Pedrotta y Gómez Romero 1998). Quizás, los trabajos de Brittez (op. cit.) y el breve, sustancioso y valioso análisis que hiciera Politis (Politis en Gómez Romero 1999) forman parte de las obras que últimamente han brindado claridad, reflexión y contribuciones al debate de la Arqueología Histórica.
En otros análisis, los aspectos enfocados se vinculaban principalmente con los alcances de la denominada ‘Arqueología Histórica’ y el ‘papel’ o ‘rol’ de los documentos escritos dentro de las investigaciones arqueológicas. Sólo en algunos de esos trabajos se contemplaban otros aspectos vinculados, por ejemplo, con las preguntas que delimitan los problemas, y si éstas son arqueológicamente dirigidas [3] .
Sobre este tipo de posturas habría que considerar dos aspectos, el primero relacionado a la implementación de métodos arqueológicos que podríamos denominar puros, con capacidad de ser aplicados sobre cualquier problemática que podríamos llegar a considerar como arqueológica. El segundo, en relación con los resultados obtenidos a través de una investigación arqueológica que enfoque adaptaciones sociales y culturales humanas durante tiempos históricos. Estos resultados son factibles de discutir desde las diferentes posiciones que encarnarían, eventualmente, otros investigadores con diferente formación académica. Por otra parte, y considerando la posibilidad de utilizar alternativamente información de fuentes no arqueológicas de manera selectiva, antes o después de la evaluación de la información obtenida a través de un determinado registro arqueológico, existirían influencias, cualitativas y cuantitativas, mayores o menores de esa información no arqueológica, que pueden brindarnos en todos los casos algún tipo de sesgo a la interpretación arqueológica.
En muchas ocasiones los arqueólogos hemos tomado los problemas vinculados a los sitios históricos como si fueran cuestiones que casi exclusivamente pasaran por la utilización y rol de los documentos escritos o por las categorías, clasificaciones y la interpretación de la evidencia arqueológica obtenida. Si bien, estas cuestiones resultan de vital importancia, y se vinculan con aspectos teóricos y metodológicos, no representan el núcleo del problema, pero no deben soslayarse en cualquier análisis que se quiera hacer sobre los aspectos conflictivos que generan estos estudios, pero, la implementación de esa información documental debería hacerse con múltiples recaudos y prudencia.
En la discusión planteada con varios colegas acerca de los documentos escritos -en el caso de que existieran en vinculación con determinado problema- debería analizarse cuales serían sus alcances dentro de una investigación arqueo-histórica. Todo esto se relaciona con los problemas planteados y con las preguntas que hemos hecho y que, al no encontrar respuestas adecuadas y fundamentadas, han pasado de largo. Esos interrogantes resultan como disparadores para el inicio de una investigación. Entiendo que resultaría válido utilizar la información contenida en los documentos escritos para que a partir de ella pudiéramos plantear hipótesis de partida (sensu Klimovsky 1997: 135) de una investigación [4] .
Pero, por otra parte, debo señalar que un extraordinario trabajo de discusión y planteo de interrogantes generó la arqueóloga Rocchietti, acerca de tres ideas principales: una, presentando al registro arqueológico como un ordenador territorial; la segunda, vinculando a la Arqueología latinoamericana con la categoría pueblo; y la tercera, incorporando de manera decisiva a la Arqueología dentro de la discusión que podemos denominar -en sentido amplio- ciencia y sociedad, tema de amplios alcances y fuertes connotaciones ideológicas (Rochietti 1996). También el análisis de Rochietti puede alcanzar a los problemas que de manera amplia se plantea la denominada Arqueología Histórica, entre otras cosas por las implicancias de complejidad cultural que brindan el marco contextual a los problemas vinculados a sociedades que directa o indirectamente brindaron información sobre otras sociedades o también sobre la propia.
Un caso
Ahora bien, podríamos preguntarnos: ¿cómo haríamos para estudiar sitios históricos si no contamos con documentos escritos en relación con la ocupación humana y un contexto particular? En primer lugar pensemos sobre la posibilidad de hacer arqueología de sitios que presentaron dinámica (sensu Binford 1994 [1988]) durante momentos considerados como históricos en relación con sociedades -supuestamente dominantes- que ejercían influencia sobre amplios espacios territoriales en los que se presentaban situaciones de contacto directo, indirecto y pacífico u hostil. Para introducirnos en los alcances de esta situación podemos citar un caso del centro-sudeste bonaerense: la problemática que constituye la presencia de 26 estructuras [5] de piedra de grandes dimensiones en sectores de las sierras de Tandilia, sobre las que se cuenta con seis documentos escritos que provienen de los siglos XVIII y XIX. Aspectos como constructores, cronología, funcionalidad particular, reciclados y reconversión de funciones constituyen parte de la problemática, aún lejos de resolverse. Dentro del amplio contexto histórico y antropológico que brinda esta zona bonaerense para todo ese período debemos considerar aspectos como territorios ocupados por diversos grupos étnicos aborígenes; algunas poblaciones dispersas de criollo-europeos; territorio rico en recursos naturales con posibilidad de explotación de varios de ellos, por ejemplo ganado cimarrón como bovinos y equinos; fluídas relaciones interétnicas dentro de un contexto dinámico y cambiante de frontera, que incluyen adopciones, adaptaciones culturales materiales y simbólicas y simbiosis múltiple.
Hacia los años ’80, Ceresole y Slavsky inician los primeros estudios tomando información histórica general, interpretaciones etnohistóricas y datos de las prospecciones arqueológicas. Basándose en todo el conjunto de datos formularon una hipótesis de partida que vinculaba a esas construcciones con un tráfico aborigen de ganado cimarrón con destino a Chile (Slavsky y Ceresole 1988; Ceresole MS 1991). A partir del año 1992 me desempeño como Director de la investigación, incorporando desde entonces a la historiadora Néspolo, quien, de acuerdo al registro arqueológico obtenido, reorienta los estudios en relación con el marco histórico general (ver síntesis en Ramos y otros 1996; Ramos y Néspolo 1997; 1997-1998).
Como durante los últimos años varios autores contribuyeron con novedosa información al contexto histórico y etnohistórico general de la región (ver síntesis en Ramos y Néspolo 1997-1998) ampliamos entonces nuestro marco histórico referencial, sobre el que influye la interpretación de la composición del registro arqueológico obtenido durante las tareas de excavación y el relevamiento de las estructuras. Replanteamos así el corpus de hipótesis, que hasta ese momento eran dos, considerando actualmente las siguientes:
1- Dentro del conjunto de estructuras líticas existirían diferentes funcionalidades;
2- Algunas estructuras habrían servido como infraestructura de apoyo para las grandes recogidas de ganado en pie para ser llevado a Chile;
3- La construcción de las estructuras habría sido realizada por los españoles, criollos o por mano de obra indígena bajo su dirección, en relación con el comercio de ganado hacia el Noroeste, o hacia otras zonas (Ramos 1995: 204; Ramos y Néspolo 1997: 113).
No es finalidad de este trabajo desarrollar todos los aspectos vinculados a esta investigación, solamente se citan algunos de ellos de manera muy general y se utilizan algunos aspectos de este estudio para analizar el alcance funcional de los documentos escritos existentes en relación con esta investigación. Pasemos a considerar la documentación disponible en relación con la presencia de las estructuras:
1) existe un documento que data de 1707 (Crimen, Legajo número 2, Archivo Histórico de Córdoba) y que menciona dentro de un hecho criminal, un corral de piedra al pie del cerro del Tandil [6] . Aquí se cita esa estructura utilizada por europeo-criollos y se brinda información sobre su ubicación y funcionalidad como lugar de encierro de animales vacunos en estado cimarrón;
2) otro testimonio escrito, en el año 1772, es el que corresponde al teniente de Navío de la Real Armada Española Don Francisco de Millau y Maraval. Allí este teniente dice que ... “Los serranos tienen sus paradas y habitaciones principales en unos corrales que hacen de piedras en la primera sierra del Tandil y Volcán” ... (Millau y Maraval 1947 [1772]);
3) otro documento, representado por el Diario del Piloto español Pedro Pavón, quien al frente de una partida militar, ubica en un sector de las sierras denominado como “de Cuello” ... “un corral de piedra movediza puesta a mano y sin mezcla alguna” ... (Pavón 1969 [1772]);
4) un cuarto documento, de características similares a los dos anteriores, es el escrito por el embajador inglés Woodbine Parish (1958 [1853]). De manera general atribuye a los indios serranos las construcciones líticas que observa en su viaje a caballo, relacionándolas con funciones de corral;
5) en tanto, Tapson (1962, citado por Mayo y Latrubesse 1993) indica que para mediados del siglo XIX, “corrales con pulpería” -sin aclarar nada más sobre características vinculadas con su construcción- habrían funcionado en esa región en relación con transacciones comerciales;
6) finalmente, Guzmán (1976) menciona una estructura de piedra con función de corral y un rancho, en el texto de la escritura por medio de la que Juan Vieira Vaz, compra a Bernabé Cos una legua de campo limitada por el arroyo de los Huesos, ubicada en la estancia Rodeo Pampa de Azul, el 20 de febrero de 1879. Esta estructura lítica aún se encuentra -aunque bastante desmoronada- en esa estancia.
Teniendo en cuenta este conjunto documental ya considerado anteriormente (Ramos y Néspolo 1997; 1997-1998) creo oportuno hacer la siguiente distinción:
· uno de los documentos, el denominado aquí como (1), cita de manera particular a una de las estructuras consideradas en la investigación, que por su ubicación parecería corresponder al sitio arqueológico situado al pie del cerro del Tandil, actualmente en ese lugar se encuentra en la estancia Santa Rosa, Partido de Tandil. Otro documento -escritura de la estancia Rodeo Pampa- aquí denominado como (6) también señala la existencia de una construcción de piedra que con la función de corral se encuentra en cercanías -100 metros al este- del arroyo de los Huesos;
· otro documento -(2)- también hace referencia a estructuras líticas ubicadas en la primera sierra del Tandil y Volcán, sin hacer mayores precisiones;
· en tanto dos documentos -(3) y (4)- citaban estructuras de piedra en forma tangencial e imprecisa;
· finalmente el documento que aquí denominamos como (5) relaciona la presencia de “corrales con pulpería” con transacciones comerciales, brindando una referencia imprecisa, ya que no aporta ningún dato acerca de aspectos constructivos y por otra parte tampoco informa sobre ubicaciones en el área.
Si consideramos este conjunto de documentos -que para el caso representan el total hallado- dentro de la investigación que considera la presencia de 26 estructuras líticas ubicadas en sectores de las sierras de Tandilia, a mi entender existen dos tipos de documentos en relación con la información que brindan:
I. documentos que informan de manera particular o directa;
II. documentos que informan en forma contextual o indirecta.
En relación a su utilización dentro de la investigación tomada como caso de ejemplo, lo analizaré más adelante.
Sobre la problemática general, primero debemos considerar todo lo concerniente a cada sitio, ya que existe la posibilidad de que cada estructura y su contexto estén representando una historia particular. Luego de conocer esta situación podríamos recién proyectarnos hacia las hipótesis que los consideran en conjunto. La documentación escrita es utilizada como información general e indirecta, salvo la que aquí se ha denominado como (1), aunque todavía no tenemos certeza de que se trate del sitio detectado en la estancia Santa Rosa, que se encuentra al pie del cerro denominado del Tandil. A ésta se le debe sumar la mencionada -(6)- como corral, ubicada en la estancia Rodeo Pampa en Azul, sobre la que se citan algunos datos de referencia, ya confirmados en el trabajo de campo.
Es pertinente señalar que esta manera de utilizar la información escrita forma parte del camino elegido por nosotros para encarar la resolución de la problemática planteada respecto de la presencia del conjunto de estructuras líticas ubicadas en sectores de Tandilia, que han sido tomadas en conjunto, debido a su ubicación areal y aspectos constructivos generales, y no por otras causas.
Estos procedimientos elegidos no consisten en la vía única de resolver cuestiones relacionadas con la Arqueología de sitios en tiempos históricos, representan solamente un análisis y evaluación de la información disponible y nuestro medio escogido para la investigación que, debido a los resultados obtenidos hasta el momento, creemos puede resultar válido. Esta situación planteada en la investigación sobre construcciones líticas de Tandilia se vincula con la exigua disponibilidad de documentos escritos y es factible de presentarse en cualquier otro tipo de estudio en relación con lo que entendemos -de manera amplia- como Arqueología Histórica o Arqueología de sitios en tiempos históricos. Entonces, podemos decir que no siempre la Historia hará aportes documentales dentro de investigaciones de Arqueología Histórica, sin que por ello dejen de denominarse como tales esos estudios, ya que no se trata exclusivamente de la presencia de documentos escritos, sino que la importancia estará dada en el contexto general histórico que en ese caso brindará el marco general de referencia en relación con la ubicación del sitio arqueológico y la composición de su registro.
Temas y problemas
Volviendo al tema de las posturas, a veces discutidas, en la actualidad la tendencia general entre los científicos sociales, por lo menos, indica la no creencia de verdades absolutas, resultando la actitud en una mayor flexibilidad de las posturas y aceptándose más las diferencias. En pocas palabras, una sola verdad no puede dominarlo todo, como se entiende, este principio trasciende, y por supuesto, también alcanzaría a la Arqueología.
En el embrionario debate general planteado en reuniones argentinas acerca de la denominada Arqueología Histórica, también se discutía si era pertinente la subdivisión del campo arqueológico en lo que parecía constituírse como una contribución a la compartimentación in eternum y luego la fragmentación, desintegración y finalmente la disolución de la disciplina arqueológica. Dentro de esa interpretación, la incertidumbre llegaba a tales límites que algunos se interrogaban acerca de que algunas periodizaciones de la Arqueología -tomando el ejemplo de la europea- como la Antigua, la Clásica, la Renacentista, la Industrial y otras, ponían en serias dudas la unidad de la ciencia. Como si las orientaciones o diferentes campos de estudio contribuyeran a crear tantas diferentes Arqueologías [7] .
Si los historiadores, que intentan conocer el pasado a través de otras fuentes de información diferentes a la arqueológica, luego de décadas de debate, discusiones, marchas y contramarchas, no han logrado ‘destruir’ la ciencia histórica al utilizar períodos, subperíodos, etapas, etc, es porque no han visto peligrar la unidad disciplinar al considerar todas esas segmentaciones, como herramientas tan necesarias, si se quiere, para ordenar un conjunto que parecería presentarse como caótico, ‘sin solución de continuidad’. Ciertamente los historiadores no han confundido teorías, métodos y orientaciones, con disciplina. Algo esencial.
Si bien, durante el siglo XIX se conformaron y delimitaron los campos de varias disciplinas científicas -entre ellas la Antropología- las ciencias humanas siguieron manifestando ciertas zonas grises en relación con la imprecisión en la delimitación del objeto de estudio. Esas zonas grises representaban espacios sobre los cuales actuaban, a veces, varias disciplinas. Si bien, los límites entre algunas disciplinas resultan a veces bastante difusos, la continuidad histórica -a veces insuficiente- es una de las razones de mayor peso para que aquellas divisiones de las Ciencias Sociales siguieran manteniendo su actual estructura, pese a lo cual, igualmente han surgido nuevos campos disciplinarios. La creciente especialización ha generado subdivisiones, pero también otros reordenamientos relacionados con la fusión de diversos campos disciplinarios (cf. Gianella 1995).
También los geógrafos o los historiadores han encontrado dificultades en la delimitación de sus objetos de estudio. Algunos han señalado que los mayores problemas de los nuevos historiadores son, sin duda, los relacionados con las fuentes y los métodos (Burke 1993). Y dentro de esas cuestiones también se acercan y rozan al campo que reclama para si la Arqueología. “Se ha sugerido ya que, cuando los historiadores comenzaron a plantear nuevas cuestiones sobre el pasado, a elegir nuevos objetos de investigación, hubieron de buscar nuevos tipos de fuentes que complementaran los documentos oficiales.” (Burke 1993: 26 y 27) ... “La situación es bastante similar en el caso de fotografías, imágenes y, más en general, pruebas de la cultura material” ... (Burke 1993: 28).
Entre aquellas zonas grises a las que nos referimos bien podríamos ubicar a la orientación que en sentido amplio reconocemos como Arqueología Histórica. Hablar de ella significa remitirnos mínimamente a conocimientos que incluyen información de fuentes escritas -ya fueran particulares o generales- y del registro arqueológico. Pero, ¿en qué medidas?, ¿dentro de qué alcances?, ¿desde qué abordajes?, ¿desde qué perspectivas?, ¿dentro de cuales marcos teóricos?.
Tal vez lo más difícil de este tipo de investigaciones, que suponemos mínimamente multidisciplinarias (sensu Somenson 1992; Gianella 1995 [8] ) y posiblemente transdisciplinarias (sensu Somenson op. cit.; Gianella op. cit. o bien Fernández 1997) lo constituya la delimitación y el abordaje del objeto de estudio.
Ahora bien, en relación con nuestras problemáticas, y con la aplicación correcta de estas categorías relacionantes han surgido un conjunto de preguntas. Dentro de todo este conjunto de interrogantes subyacen las antiguas y nuevas ideas acerca de la compartimentación histórica de las ciencias y, muchas veces se han confundido los verdaderos nudos conflictivos del asunto y las cuestiones relacionadas con los nuevos conceptos.
Cuando la epistemóloga Fernández analiza problemáticas de este tipo sostiene: “Los criterios transdisciplinarios se sustentan, justamente, a partir de una elucidación crítica de este tipo de totalizaciones, buscando nuevas formas de articular lo uno y lo múltiple. En su propuesta de contactos locales y no globales focalizan un ‘thema’ en su singularidad problemática y éste es atravesado por diferentes saberes disciplinarios; sin embargo no pretenden unificarlos en una unidad globalizante. Por lo tanto, más que de una búsqueda de universales, indaga matrices generativas, problemas en relación a los cuales los atravesamientos disciplinarios puedan dar cuenta de las múltiples implicancias del tema en cuestión. Esto hace posible elucidar tanto las convergencias como las divergencias disciplinarias en relación al mismo. Este movimiento que propone el atravesamiento de diferentes áreas de saberes, a partir de ‘themas’ a elucidar, sostiene varias y complejas implicancias. En primer lugar, cuando cierta región de una disciplina se transversaliza con otros saberes, pone en crisis muchas de sus zonas de máxima evidencia. En segundo lugar, exige la constitución de redes de epistemología crítica abocadas a la elaboración de aquellos criterios epistémicos que en su rigurosidad hagan posible evitar cualquier tipo de patch-works teóricos. En tercer lugar, y ya en el plano de las prácticas, vuelve necesaria otra forma de constitución de los equipos de trabajo; si no hay disciplinas ‘reinas’ tampoco habrá profesiones hegemónicas. Este pluralismo no es sencillo de lograr.” (Fernández 1997: 139). Creo que sobre estos conceptos epistemológicos que desarrolla Fernández, también los arqueólogos vinculados a problemáticas de sitios que tuvieron dinámica en tiempos históricos, deberíamos reflexionar.
Dentro del amplio espectro de las disciplinas que más han avanzado en el terreno de las relaciones multidisciplinarias e interdisciplinarias han sido, quizás, aquellas que se relacionan con el estudio de grupos humanos. Las dificultades halladas en la imprecisa delimitación del objeto de estudio contribuyeron y contribuyen a actuar en forma dialéctica con otras disciplinas; por ello se avanza en conjunto hacia la resolución de diferentes problemáticas que parecerían encontrarse en territorios brumosos, sin la claridad que se desearía desde la formación académica tradicional de cada disciplina. En esos casos se alcanza a vislumbrar la precaria organización disciplinar montada y reforzada a partir del siglo XIX. Para considerar nuestras problemáticas se debería plantear la necesidad de abrir el pensamiento hacia lógicas pluralistas que legitiman epistemológicamente atravesamientos disciplinarios (cf. Fernández 1997). Dentro de algunas investigaciones, que incluyen a la Arqueología, se han ensayado algunos pocos estudios en ese sentido (ver casos en Ramos 1999 MS).
Un proyecto de investigación que considerara esas relaciones entre disciplinas debería ser creado por un conjunto de investigadores desde el principio. Las preguntas planteadas, las hipótesis formuladas y los objetivos a alcanzar se consensuarían, se negociarían (sensu Fernández 1997) entre arqueólogos, historiadores y otros investigadores participantes. Dentro de este proyecto y durante el transcurso de su ejecución, podríamos decir que el estudio alcanzaría la relación interdisciplinaria, en el sentido que le brindan, por ejemplo, Somenson (1992) y Gianella (1995).
Refiriéndonos a otro tema, algunos arqueólogos han pretendido sugerir cierta objetividad distintiva vinculada a las interpretaciones arqueológicas, por lo que los resultados aportados por la Arqueología brindaban información más ‘objetiva’ y confiable en relación con la que obtenían otras disciplinas sociales -por oposición, más subjetivas- como la Historia, debido a los intereses personales y de clase social que habían motorizado durante el pasado, y con casi homogeneidad, al conjunto de los escritos históricos. Sobre este tipo de falacia es posible diferenciar dos aspectos:
· en relación con la persona que investiga y/o registra información; y
· en relación con la época en la que vive el que documenta hechos o procesos o lo que fuera (ver Ramos 1999 MS).
También la subjetividad interviene en las decisiones de los arqueólogos. En principio, los fenómenos sociales son los que han sido considerados subjetivos. ... “son muchos los autores que aducen que el tipo de material que el científico social debe investigar es peculiar por su carácter subjetivo y significativo. La subjetividad de los fenómenos sociales se plantea de diversas maneras, relacionadas con el problema de cuales se considerarán datos admisibles para una ciencia social.” (Klimovsky e Hidalgo 1998: 209). Dentro del campo de las Ciencias Sociales la tesis de la peculiaridad ético-valorativa sostiene que estas ciencias son sui generis por el papel que juegan en ellas los aspectos apreciativos e ideológicos. Por cuestiones de significación, también por el carácter introspectivo de las valoraciones, o por las interpretaciones que se adjudican a los objetos o a las intenciones de los agentes, siempre el material del cual se ocupa el científico social excede los comportamientos observables y los objetos físicos. (cf. Klimovsky e Hidalgo 1998: 216).
Por otra parte, en diferentes ámbitos en los que se llevaban a cabo eventos de la especialidad durante los últimos años, se discutía desde posiciones opuestas, enfrentadas, intolerantes, que podría caracterizar como lindantes con el fundamentalismo, para con otras posturas que si bien no se compartían, contribuían y contribuyen en mayor o menor medida al desarrollo de la ciencia. Como en las ciencias sociales no existen fórmulas mágicas, o un camino único para alcanzar resultados y precisión, tampoco existen posiciones sagradas, paradigmas incuestionables de perdurabilidad ilimitada o insuperables, teorías únicas o perspectivas infalibles, tampoco puede permitirse un cuasi fundamentalismo como si fuera una vía extrema de imponer una religión -es decir un conjunto de creencias y dogmas- y buscar los medios para establecer su hegemonía. En todo caso habría sido válido que, por intermedio de algún procedimiento, comparáramos hipótesis o teorías con la finalidad de decidir cual es la más adecuada y factible de aplicar a determinado problema y entonces la cuestión pasaría por tratar de detectar la falsedad de una y la verdad de la otra, siempre y cuando todo ello fuera posible (cf. Klimovsky 1997). Pero, aquí no debemos soslayar aquello tan difundido -y a la vez poco considerado- de la variabilidad y la particularidad del registro arqueológico, con sus características que lo identifican como un registro único, sesgado e incompleto. Respecto de los estudios de sitios históricos ubicados en tierras interiores de la provincia de Buenos Aires, también encontramos unicidad, particularidad y a la vez variabilidad del registro arqueológico, y respecto de la documentación escrita disponible, entiendo que también encontramos particularidad y a la vez variabilidad, por lo que debe ser tratada de manera especial y no como un conjunto homogéneo como una fórmula matemática o química.
En otro orden de cosas, hace algunos años Binford había señalado expectativas sobre algunas líneas de la investigación que podrían contribuír a afinar algunas metodologías (Binford 1994 [1988]) y brindar un nuevo semblante a la Arqueología. Diferentes caminos se pueden utilizar con la finalidad de desarrollar y pulir los métodos arqueológicos de inferencia. Estos caminos utilizan la información disponible desde diversos ángulos: estudiando el comportamiento y el registro material que dejan tras de si pueblos contemporáneos vivientes; también mediante la práctica de la arqueología cuyo componente dinámico se encuentra documentado históricamente; y, por último, la experimentación arqueológica, que pretende recrear supuestos comportamientos ocurridos durante el pasado para desentrañar los resultados que brinda un registro estático, como el arqueológico. Todos estos recursos son de vital importancia para perfeccionar y desarrollar los métodos de inferencia relacionados con los conjuntos de objetos realizados -artefactos, estructuras, representaciones- y también con los utilizados -ecofactos, matrices sedimentarias- por el hombre. En este sentido, la investigación dentro de la denominada Arqueología Histórica representa un campo promisorio.
Algunas reflexiones
Creo que sobre la cuestión del significado y los alcances de la Arqueología Histórica, existen varios aspectos que -por lo menos en Argentina- en general, se han visto confundidos. A mi entender habría que contemplar lo siguiente:
· las problemáticas se encuentran atravesadas por más de una disciplina, teniendo la disciplina Arqueología un papel [9] no exclusivo y excluyente, sino relevante;
· es un error el considerar a la interacción entre disciplinas, respecto del trabajo científico, como una mezcla difusa que en el caso de la Arqueología y la Historia, significarían ni una ni otra cosa. Algunos han entendido que esa relación produciría un resultado amorfo, sin identidad con alguna de ellas;
· no considerar que el registro arqueológico y el registro documental escrito son dos fuentes de información diferentes, particulares, unívocas en si mismas; y que sus interpretaciones son de responsabilidad exclusiva de aquellos profesionales formados académicamente dentro de esas disciplinas;
· algunos arqueólogos han cometido el grave error de confundir el objeto de estudio de nuestra disciplina -aunque sobre sus alcances existen algunas diferencias- con la fuente de información u objeto de análisis, es decir, el registro arqueológico. Al respecto, puede considerarse que el objeto de la Arqueología para algunos es básicamente el estudio del hombre y sus conductas en el pasado dentro de la complejidad social y cultural que ello implica; también se puede tomar como “la historia del devenir social, la historia de la humanidad”; o bien, al mismo objeto de “todas las disciplinas sociales; la sociedad como un proceso total” (ver Bate 1998 o síntesis en Alcina Franch 1989); [10]
· una revisión y utilización de la bibliografía académica extranjera y nacional de alcances más amplios. El uso y la implementación de teorías y conceptos provenientes de los centros de dominación mundial, conllevan esencialmente una visión recortada y sesgada de lo social y cultural. Estas ideologías observan al mundo desde su propio etnocentrismo, apoyándose y brindando sustento a las ideas generales del sistema económico de consecuencias sociales dominante en la actualidad (ver análisis general sobre posición teórica en Bate 1998);
· la conveniencia de acercarse a las orientaciones científicas que consideran diferentes posibilidades de relación entre ellas, no por moda u oportunismos coyunturales, sino porque la crisis ideológica de la segunda post-guerra y la complejidad de problemas han ido gestando distintas brechas para intentar cambios hacia la conformación de amplios y promisorios campos del conocimiento.
· En relación con las problemáticas y el registro documental es factible considerar que:
- como mínimo, alguna de las sociedades -dominante o dominada en el sentido de Weber 1984- que habitan un determinado espacio, ha generado información escrita sobre diversos aspectos vinculados a esas sociedades;
- la documentación escrita disponible informa, mínimamente, de modo general;
- existe documentación escrita particular que informa de manera precisa sobre aspectos culturales y/o sociales ocurridos en determinado sitio en estudio.
Dentro de una investigación de Arqueología Histórica la resolución de las problemáticas planteadas, eventualmente, se puede enfocar desde diversos campos de la ciencia a través de la articulación disciplinar apelando a las relaciones multidisciplinarias, interdisciplinarias o transdisciplinarias. Esto se instrumentará de acuerdo a las posibilidades que brinde determinada situación y de la capacidad operativa de establecer esos lazos.
Volviendo a considerar aspectos relacionados con la orientación que reconocemos como Arqueología Histórica, las problemáticas abordadas son tan complejas que, entiendo, una sola disciplina por si misma no puede ni debe arrogarse la facultad de resolución de ellas. La composición del registro arqueológico por sus características particulares, y su interpretación, puede llegar a ser insuficiente para aportar la evidencia necesaria en una investigación de este tipo, por ello resultaría válido el apelar al recurso de interacción disciplinario. Esta es una gran oportunidad que se nos presenta a los arqueólogos para desarrollar, testear y afinar los métodos de inferencia, ya que contamos con la posibilidad de incluir la información -e interpretación- que brindan varios registros diferentes y convergentes.
Una eventual investigación de este tipo enfoca contextos arqueológicos que tuvieron dinámica (sensu Binford 1994 [1988]) en tiempos históricos, sobre los cuales una o varias sociedades generaban escritos en relación con aspectos diversos de la/las culturas implicadas. En el caso de que la documentación disponible no se vinculara de manera directa con las problemáticas planteadas en un particular y determinado sitio, esa información escrita de índole general no sería factible de utilizarse como apoyo para la conformación de un contexto de justificación (sensu Gianella 1995) válido, que fuera factible de contrastar con las hipótesis enunciadas.
Si los arqueólogos decidiéramos, iniciar un ejercicio científico respecto de las preguntas que hicimos sobre determinado tema y sobre las cuales no tenemos respuestas concretas y válidas, entonces podríamos apelar a exclusiva información que proviniera de nuestro exclusivo campo, utilizando solamente nuestros métodos y técnicas, también teoría, que muchas veces se comparte con otras disciplinas. Entonces, a través de prospecciones, relevamientos y algunos sondeos -tomados como excavaciones exploratorias- por ejemplo, podríamos obtener información que nos podría servir para plantear una hipótesis de partida, y luego contrastarla con la composición del registro arqueológico obtenido a partir de ulteriores excavaciones. En ese caso si que estaríamos recurriendo, digamos, a la implementación de nuestros recursos en forma pura, quiero decir, sin influencias directas o indirectas de cualquier tipo que provinieran de otras disciplinas científicas. Pero, por otra parte, podríamos también confrontar nuestros resultados e interpretaciones con la información que hubieran generado otros investigadores de otras disciplinas que pudieran compartir la problemática. Este tipo de ejercicio nos sería muy útil, ya que nos podríamos encontrar con sorpresas de todo tipo, brindándonos de manera cabal cierta idea de nuestras limitaciones dentro del campo que investigamos. También con ello estaríamos contribuyendo a dar un importante paso hacia la afinación y el perfeccionamiento de los métodos de inferencia arqueológicos.
Por otra parte, entiendo que no somos los arqueólogos los que debemos juzgar sobre la confiabilidad y veracidad de los documentos escritos dentro de una investigación de alcances arqueológicos. Entiendo que ello es tarea del historiador, quien se encuentra formado académicamente para contemplar esa posibilidad si ello fuera necesario. También, entiendo que no es conveniente el tomar algunos aspectos descontextualizados, presentar eventos o procesos históricos sesgados, para contribuír a la interpretación de los vestigios arqueológicos. Esa posibilidad sería como considerar a otras disciplinas, como el caso de la Historia, formando parte de un conjunto tradicional decimonónico -vinculado al evolucionismo unilineal de ese período- que contemplaba la existencia de ciencias auxiliares como ciencias de primera, segunda u otras categorías inferiores respecto de la que se encontraba dirigiendo la empresa de investigación, es decir, la disciplina considerada principal o superior. En todo caso si consideramos una de las divisiones contempladas durante los últimos años, podríamos decir que las disciplinas se pueden dividir de dos maneras:
1- horizontalmente, como sería el caso de la Biología y la Geología, donde tenemos dos disciplinas de status similar pero distintas entre si, y
2- verticalmente, como la Física y la Ingeniería, donde ambas están vinculadas entre si y la primera es de nivel más abstracto y base de la segunda (Borello 1998).
En cuanto a las Ciencias Sociales -entre las que incluimos a la Antropología, la Historia, la Sociología, la Economía y la Geografía- la división que puede establecerse es de orden horizontal y no vertical (Mayer 1993), por lo que aquel recurso de auxilio entre Ciencias Sociales no tiene cabida en ningún orden de los estudios que emprendamos sobre las problemáticas que de manera general estamos analizando. Aquella postura que contemplaba ciencias auxiliares estaba considerando una jerarquización disciplinar, una división por capas disciplinarias, en síntesis una estratigrafía científica. Nada más perimido ni tendencioso y a su vez vinculado con jerarquizaciones intra e intersociales.
Por otra parte la utilización de manera indiscriminada de información histórica para la interpretación arqueológica estaría soslayando las características de variabilidad del registro arqueológico, y a la vez su particularidad y especial unicidad, ya que tomaría la información histórica de índole general como información factible de ser aplicada a la interpretación de la evidencia arqueológica obtenida en un determinado sitio. A principios del siglo XXI, y en relación con el aporte de documentación que brinda información de índole general y esa subestimación disciplinaria implícita, entiendo que no sería posible el avanzar hacia la conformación de un contexto de justificación válido por intermedio del cual contrastar las hipótesis formuladas. Existen otras posibilidades que tienden, si no a romper, a flexibilizar los antiguos límites entre los campos de estructuración científica, tan arraigados y transformados en compartimientos estancos desde el siglo XIX. Esos campos se establecían considerando hasta intereses personales de la investigación o de corporaciones pseudocientíficas.
También es importante entender que existe continuidad y nexos entre lo que pueden estudiar diferentes científicos sociales, como pueden serlo los psicólogos y los psicólogos sociales, los antropólogos, los sociólogos ... Actualmente “pretender que cada disciplina científica posea un sujeto de estudio exclusivo, que no se superponga con el de otra disciplina, es equivocado y va contra la práctica efectiva de las diversas ciencias sociales, en las que existen espectros continuos entre los distintos enfoques y un intercambio y complementariedad constante de objeto de estudio” (Klimovsky e Hidalgo 1998: 176).
Entiendo que nuevas perspectivas se nos brindan a los investigadores sociales con la posibilidad de implementación de otras relaciones de articulación entre las diferentes disciplinas. Durante los últimos años se debate y aplica en forma creciente un abanico de posibilidades que brindan las relaciones multidisciplinarias, interdisciplinarias y transdisciplinarias (sensu Somenson 1992; Gianella 1995), y creo que ante la complejidad de los problemas planteados, que se vinculan con lo que de manera amplia reconocemos como Arqueología Histórica, esos son los caminos adecuados de resolución.
Investigación de Arqueología Histórica: esquema
Abordaje hacia la resolución
Caminos
Distinción
- Problema arqueológico
- Problema pluridisciplinario
Posibilidad de resolución a través de
Para 1
composición e interpretación del registro
arqueológico (por ejemplo: estructura del sitio)
Para 2
interrelación pluridisciplinaria a través
de diversas fuentes de información.
Las posibilidades pueden ser:
NOTAS
[1] Arqueólogo UBA. Docente e Investigador de la UNLu, Rutas 5 y 7. Profesional del Conicet (IAA-UBA). Investigador del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas (UBA).
[3] No se trata aquí de criticar esta u otras posturas de manera amplia, ya que es otra mi intención y además, la extensión del trabajo presentado no lo permite (ver Ramos 1999 MS). Pero es conveniente señalar que la cuestión transita por el análisis del tipo de problema que estamos encarando al iniciar una investigación y la actitud que asume cada investigador social, que indudablemente se encuentra vinculada a las teorías que utiliza y que a su vez se encuentran mediadas por las ideologías.
[4] Aquí no podemos hablar de hipótesis generadoras (sensu Bárcena 1995) porque ese tipo de categoría puede llegar a incluír a las hipótesis derivadas que a su vez pueden utilizarse como generadoras de otras hipótesis. Es decir que todo el conjunto formado por hipótesis de partida e hipótesis derivadas -cuando estas últimas se ubiquen dentro de la instancia en que lo hagan, mientras no resulten ser las últimas- pueden considerarse como hipótesis generadoras, porque sencillamente lo que hacen es generar otras hipótesis.
[5] Estas construcciones son conocidas localmente como “corrales de indios” y también como “corrales de piedra”. También varios historiadores las han denominado con esa expresión. Para los arqueólogos este tipo de construcciones no puede tener otra denominación que la de estructuras líticas -o de piedra- debido a que la primera expresión popular conlleva un doble prejuicio de índole funcional y a la vez étnico. La segunda expresión también se encuentra influida por un prejuicio funcional. Por otra parte, la expresión corral tiene bien definida una función especial y particular. De acuerdo a diversos rasgos que presentan algunas construcciones de Tandilia bien podrían haber sido utilizadas como viviendas algunas -como las ubicadas en Interlend y la del Campo de Machiarena- y otras -la trilátera, ubicada en la estancia Santa Rosa, quizás la que corresponda al denominado ‘corral de Ferreyra’- tuvieran la función de estructuras trampa, como por ejemplo las que se ubican en el desierto de Siria y que se conocen como las ‘cometas del desierto’ (Legge y Rowley-Conwy 1987). Como siempre, las funciones habrá que demostrarlas.
[6] El documento cita un solo corral de piedra, pero en una nueva lectura que hiciera Gladys Ceresole durante 1990 en el Archivo Histórico de Córdoba, donde se encuentra el texto, pudo determinar que se trataba de dos corrales: uno situado al pie del cerro, denominado de Ferreyra, y el otro, tachado del documento original, debido a que la partida que arreaba ganado en 1707 no lo utilizó durante ese momento, llamado de los Pantanos. Con Ceresole presumimos, en ese año de 1990, de que se trataría de otra estructura de piedra ubicada en lugares bajos, tal vez inundables. Los resultados de las actividades de campo todavía no nos permitieron asegurar de que el hallado al pie del cerro de Tandil fuera el corral de Ferreyra. Por ahora tampoco pudimos detectar el de los Pantanos, que tal vez fue desmantelado o sedimentado por procesos naturales desde aquella época.
[7] Por citar sólo un ejemplo: en Ingeniería existen numerosas orientaciones que abarcan campos particulares, a veces muy bien definidos. Dentro de esos campos actúan especialistas de formación básica igualitaria que se especializan en determinadas orientaciones, como pueden serlo los ingenieros agrónomos, los ingenieros denominados civiles, ingenieros mecánicos, etc. Cada especialidad aborda temas y problemas particulares y sus representantes se desempeñan en diferentes áreas reuniéndose en eventos de la especialidad particulares, pero igualmente todos ellos continúan siendo y considerándose ingenieros. Algo similar ocurre en muchas otras disciplinas, también en Arqueología.
[8] Al respecto expresa Gianella: “La multidisciplina se caracteriza por el trabajo mancomunado de científicos de distintas ciencias en torno a la resolución de problemas, sin la modificación de los conceptos y procedimientos de cada una de ellas. El trabajo interdisciplinario, en cambio, se caracteriza por el intercambio de información y procedimientos, pero manteniendo las categorías propias de cada ciencia. Por último, el trabajo transdisciplinario requiere de la creación de categorías y procedimientos nuevos, que van más allá de las contribuciones que efectúa cada disciplina” (Gianella 1995: 71). En cuanto a lo que dice Somenson (1992) respecto de las relaciones entre disciplinas, las expresiones son similares.
[9] Los métodos y técnicas deben ser implementados por los arqueólogos con la finalidad de obtener nuevas evidencias y conformar un registro de datos hasta ahora no conocido. El arqueólogo sería el especialista que opera sobre el registro arqueológico y no sobre la problemática. Su información contribuye, como la obtenida a través de otras fuentes, a conformar un contexto de justificación factible de confrontar con las hipótesis de trabajo. Por ello, es el arqueólogo el que en este momento se dispone a operar -como el cirujano- sobre el registro material, siendo observado en ese momento por otros colegas con diferente formación académica. A esta operación le sucederán otros pasos, los que cabe la posibilidad de que sean elegidos y llevados a cabo entre todos los científicos que intervienen en el estudio y la resolución de la problemática.
[9] Tal vez la elección de aquel objeto de estudio para esos arqueólogos -el registro arqueológico- signifique mantener una coherencia en relación con su ideología, ya que dentro del registro arqueológico, constituido por un conjunto de evidencias materiales, en general, no se plantean las contradicciones que si pueden llegar a plantearse dentro de las conductas o comportamientos humanos factibles de detectarse por detrás de los objetos materializados que componen ese registro.
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