LA DIFUMINACIÓN DEL RITUAL; RITUALES ATÁVICOS CONTEMPORÁNEOS.
Álvaro Ortega Santos
Uno de los conceptos que los antropólogos clásicos con más vigor forjaron, el del rito, parece que se nos está deshaciendo entre las manos a medida que lo hemos ido usando, y, sin embargo, perviven en los lugares más insospechados:
Mediante el rito, el hombre -especialmente el religioso- afronta (o afrontaba) los momentos críticos de la existencia, tales como el nacimiento, la pubertad, el matrimonio, la enfermedad y la muerte (rito de paso), ingreso en un grupo o sociedad (rito de iniciación) y los momentos claves para la vida de la comunidad (ritos de intensificación), como la sequía, epidemias, iniciación de actividades colectivas (caza, pesca, siembra, cosecha...), guerra, etc. Todo ello con la garantía de preservar su propia identidad y la de la comunidad [1] .
Mito y rito al formalizar y expresar unos sistemas de valores dados, promueven la solidaridad e integración social y proporcionan un medio socializador de valores culturales con una mínima pérdida de contenido. Es por lo tanto un método usual para legitimar relaciones y sistemas.
El rito acompaña, además, las actividades más comunes de la vida: alimentarse, dormir, la práctica sexual, jugar... , es decir, aquellas actividades fundamentales que en los orígenes tuvieron que ser consideradas arriesgadas y decisivas; «sagradas».
Pero si las actividades cotidianas de los pueblos primitivos se hallaban impregnadas de ritualidad, debido a su carácter repetitivo y rutinario (es propio del rito la no improvisación), en esta sociedad contemporánea sujeta a vertiginosos cambios, innovaciones y despego de la tradición es palpable la pérdida de influencia y la paulatina evolución del rito hacia el ritual, desustanciándose y adquiriendo una forma adjetivada.
Ya no se circunscriben sólo a los "actos tradicionales eficaces que versan sobre las cosas sagradas" (Mauss), y grandes ceremonias sino que se amplían a los pequeños actos seculares de interacción cotidiana. Ahora también incluyen acontecimientos en los que pueden suceder imprevistos (Handelman) y no se limitan a los que consolidan las sociedades, sino que también abarcan los conflictos (Kertzer).
A los tópicos de contraste entre la sociedad tradicional y la industrial se puede añadir éste que marca la presencia innegable de ritos en aquella y su presumible desaparición en ésta (pérdida del sentido de lo mágico, de lo sagrado, secularización...). El cambio sociocultural se presenta incluso como anti-ritualista; desmantelador de las viejas estructuras y de los aparatos simbólicos en los que encontraban su expresión y de los que obtenían su legitimación. Algo tan elemental como por ejemplo la universalización de la sanidad y de la educación a supuesto que multitud de prácticas populares vinculadas a la salud y las fuerzas de la naturaleza desaparezcan. Se trata de la difuminación del ritual.
Por difuminación se entiende un desplazamiento de los rituales en la vida social hacia posiciones menos relevantes. Lo que incluye su sustitución por otras modalidades más dependientes de la actuación que de la competencia y entre ellas se hace mención del teatro [2] y del juego (H. Velasco). En ambos la difuminación consiste en una mutación de la eficacia simbólica en instrumentalización simbólica.
El teatro mantiene buena parte de los elementos que definen los ritos de paso: la confrontación con ideas de orden y de caos, la manipulación osada de los símbolos sagrados, la instrucción sobre los misterios a través de paradojas, el uso de otros códigos sensoriales como lenguaje expresivo y, además, la inversión de papeles sociales. La máscara finalmente no es otra cosa que un ejercicio de reversible disociación social. Algunos estudios parciales han demostrado, como en el caso del teatro, que determinados juegos de reglas, y en particular, los deportivos, han desempeñado un papel similar como ritos de modernización. El fútbol en concreto es mostrado como "condensación ejemplar del ethos que modela al mundo urbano, industrial, moderno..."
Como otros deportes de equipo simboliza en su organización las características de la sociedad industrial: división del trabajo, alianza entre planificación colectiva y activación de las cualidades individuales, igualdad teórica de oportunidades, competición, éxito, jerarquía según méritos...
Pese a todo lo dicho, la celebración de rituales perdura en la actualidad, pero su protagonismo recae ahora sobre las instituciones (sobre todo el Estado); las cuales recurren a ellos tanto en la protocolización de sus actividades, como en claros intentos de legitimación y perpetuación. Sin olvidar que dentro del ámbito interno institucional se generan relaciones informales, canalizadas a su vez en acciones rituales contestatarias; novatadas, banquetes, escapadas ocasionales o periódicas colectivas. Rituales que llegan a ser alentados como formas controladas de expresión. Pero incluso en el ámbito externo puede dar lugar a actos de contestación por parte de los colectivos afectados en forma de manifestaciones, posturas de resistencia...
De estos rituales de rebelión, los de ámbito externo son, al igual que los rituales políticos, parte esencial de todo movimiento político (Kertzer). Permiten crear solidaridades sin necesidad de consenso, canalizan la percepción popular de los acontecimientos y favorecen y legitiman la formación de organizaciones políticas. Es el caso del M.L.N.V. y ETA como ritual dentro del nacionalismo vasco.
Esta organización surgió reivindicando y preservando la identidad de la comunidad en un momento, en el que debido al régimen político existente, el nacionalismo vasco era testimonial y clandestino. Su irrupción aglutinó a las fuerzas opositoras sin necesidad de un consenso ideológico (claramente se apreció en el atentado contra Carrero Blanco), y permitió la restitución y renovación del vínculo comunitario. Tenía igualmente la característica de permitir la integración de elementos extraños al nacionalismo vasco, pues la masa obrera inmigrante se sintió, en su momento, atraída por el novedoso componente izquierdista de su nacionalismo.
La similitud con ritos asociados con el juego, atañe a la mentalidad del activista y consiste en una condensación de la acción por la acción, que queda así convertida en un acto casi mágico (J. Zulaika). Es el caso de las ekintzak que condensan todo un proceso en un acto único, que pretendiendo dar así un salto cualitativo en la situación. Una acción, en la que, al igual que el órdago en el juego, el elemento de suerte es consustancial. Lo cual es otro componente ritual, que interrumpe los nexos instrumentales de causa-efecto.
Como es sabido, una característica esencial del terrorismo es que exige víctimas inocentes al azar; es impredecible y arbitrario, gobernado en buena medida por la lógica de la suerte. Esto, que desde una perspectiva racional es la esencia misma del terror, desde la perspectiva ritual no es más que la condición previa de la víctima perfecta para satisfacer a una instancia divina en un sacrificio ritual.
Por otra parte, hay una conexión profunda entre ritual/conceptos de pureza y polución/tabú por otra. Para obtener la pureza ritual, hay que eliminar la suciedad circundante. Claro ejemplo serían, las ya habituales algaradas protagonizadas por los "chicos de la gasolina" y sus fuegos purificadores.
Polución y tabú entran dentro del ámbito de lo prohibido y lo sagrado, pues el tabú conlleva a la vez el carácter sacro y el ilícito. Y ambas pasiones levanta este movimiento entre sus detractores y simpatizantes; héroes realizando la sagrada tarea de defender la Tierra o violentos carentes de toda moral.
Esta sacralización, se presta a establecer similitudes con la magia ritual, y la brujería. Terrorismos y brujería florecen en situaciones sociales no estructuradas, en las que ciertas personas ocupan roles peligrosamente ambiguos que se convierten así en acreedoras de poderes incontrolables, peligrosos y prohibidos. En sistemas sociales mal articulados -como países sin estado, regímenes totalitarios o países que carecen de cohesión interna- estos poderes se convierten en fuente de peligro y de terror.
Las acusaciones de brujería se relacionan en la historia con las muertes de rito místico. Lo que nos recuerda, que el asesinato puede ser a la vez un sacrificio ritual, al igual que el activista es simultáneamente "sacerdote y asesino" (Frazer). Son conocidas las relaciones entre determinados miembros de la Iglesia y el mundo etarra, si bien libros como «ETA nació en un seminario» hay que tratarlos con las debidas reservas. Elementos sacramentales, como la premisa de dar la vida por la fe patriótica son obvios en el comportamiento político del abertzalismo radical, y de hecho es fácil hallar comparaciones explícitas entre los etarras y figuras sacerdotales redentoras (J. Zulaika). La defensa de la identidad cultural o lingüística puede presentarse así como el último sacramento.
Incluso en el hipotético caso de aceptar las teorías que radican en trastornos psíquicos el violento comportamiento, asocial y sanguinario de ETA, nos encontraríamos con el ensayo de 1907 de Freud sobre «Comportamientos obsesivos y prácticas religiosas», en el que subrayaba la analogía existente entre el rito y el ceremonial neurótico.
Realmente, y aunque los ritos puedan parecer fosilizaciones de la acción social tendentes a desaparecer, son una constante en la evolución del ser humano, y pese a difuminarse, variar de aspecto y perder influencia social, siempre habrá un sustrato entre nosotros, y resurgirán en las actividades más insospechadas.
No es cierto que las sociedades primitivas o tradicionales por serlo tengan necesariamente abundancia de rituales [3] o que sea condición ineludible para justificar la vigencia de los rituales. Ni tampoco que la modernización exija el anti-ritualismo. De hecho, la existencia de las instituciones y pese a tenerse como entidades sociales de modernización, son una firme garantía de la perduración del ritual, pues en sus manos es un dúctil instrumento de legitimación y perpetuación. Por otro lado, en la vida social cotidiana, los rituales de interacción tejen una trama de niveles y también de desigualdades, de homogeneidad y de distinción, de universalidad y de singularidad. Y es que, el hombre, animal gregario por naturaleza es un personaje gris, de pautas fijas y previsibles, que necesita por el bien de su equilibrio mental la seguridad que transfiere lo conocido, lo habitual, en definitiva lo normal.
Bibliografía:
Azcona, J.: Socialización y Ritual en Para comprender la Antropología.2. La cultura. Estella. Ed.Verbo Divino'91. Pág. 171-192.
Erkoreka, A.: Desaparición de los rituales y creencias asociadas al recién nacido en II Congreso Mundial Vasco de Antropología Cultural. Eusko Ikaskuntza'88.
Velasco, H.M.: Los rituales en las sociedades modernas. La difuminación del ritual en Mirando a través del prisma humano. Jornadas de Antropología-Centro UNED Portugalete'92.
Zulaika, J.: Reyes, políticos, terroristas: la función ritual de ETA en relación al nacionalismo vasco en Antropología de los pueblos del Norte de España. Universidad Complutense Madrid'91.
Enciclopedia de la Filosofía y Antropología Cultural Garzanti Editore/Ediciones B. Barcelona'92.
Nueva Enciclopedia Larousse. Editorial Planeta. Barcelona'88.
NOTAS
[1] La escuela sociológica de Durkheim resalta ya, además, la función social del rito, que restituye y renueva el vínculo comunitario, y en este sentido se movía también la escuela funcionalista (Malinowski), según la cual éste está siempre encaminado a reconstruir la integridad del grupo.
[2] Tanto el teatro como el ritual son procesos liminales insertos en la fase del proceso social que sigue a toda crisis y que significa un movimiento de reflexividad y reconducción. No son, por tanto, meros reflejos de la realidad social, sino que tienen capacidad de intervenir en ella (V. Turner).
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