Perspectivas de la Arqueología histórica en Cuba en los umbrales del XXI
Gabino La Rosa Corzo*
*Doctor en Ciencias Históricas, especialidad Arqueología e investigador titular del Centro de Antropología de La Habana.
Los resultados científicos publicados en el terreno de la arqueología histórica en Cuba son exponentes de los aciertos e insuficiencias del decursar de una disciplina que se ha debatido entre dos grandes y reconocidos procedimientos de aprehensión de las realidades pasadas: la historia y la arqueología.
Este campo de la investigación, relativamente joven, es insuficientemente reconocido como tal en el país. Cuando Fernando Ortiz realizó el primer recuento de la ciencia arqueológica en Cuba en su libro Historia de la arqueología indocubana en el año de 1935, registró los antecedentes y resultados del quehacer arqueológico en el terreno del conocimiento de las culturas ágrafas. En este balance quedó evidenciada la inexistencia de estudios de hechos o eventos definidos tradicionalmente como históricos, mediante procedimientos arqueológicos.
Sin embargo, de forma reiterada, en diferentes estudios arqueológicos de las culturas aborígenes del país se habían localizado utensilios, armas y herramientas introducidos por los primeros colonizadores en sitios aborígenes, e inclusive, elementos de la cultura material en los que se evidenciaba el intercambio de recursos y experiencias tecnológicas en la fabricación de diferentes artefactos. Pero como el objeto de las investigaciones se dirigía al conocimiento de los grupos o culturas aborígenes que habían habitado el territorio antes de la colonización española, esos hallazgos quedaron relegados al simple registro, o sea, al inventario de objetos coloniales localizados en contextos aborígenes (Harrington, 1935: 212; Rouse, 1942:50).
Esta forma de ver la cuestión no se circunscribió solo a esa etapa inicial en la que no existía desarrollo alguno en los estudios de lo que con posterioridad sería denominado arqueología histórica. Muchos años después, este tratamiento mediante el cual se separan fenómenos que en la historia se producen de forma continua y concatenada se seguiría utilizando, por lo que en algunos estudios de sitios de comunidades ágrafas de las últimas décadas se pueden encontrar referencias a la localización de evidencias no aborígenes, sin que se enfrenten respuestas al problema, inclusive, existen estudios publicados en los que no aparecen tales menciones a pesar de que en el trabajo de campo fueron localizadas.
No resulta difícil descubrir que detrás de estas posiciones teóricas se encuentra no sólo la falta de visión científica de los problemas, sino también el desconocimiento y poco aprecio por procedimientos que han venido probando su efectividad en los últimos años. Es claro que esta crítica es válida solo para las investigaciones posteriores a los años de la década del sesenta cuando ya la aplicación de los recursos de la arqueología a problemas de la historia posterior a la conquista europea de América eran cosas reconocidas internacionalmente.
Pero volviendo a los años de la década del treinta, con estas referencias de hallazgos coloniales en sitios aborígenes, la preocupación por el conocimiento de aspectos de la historia develados por medio de los recursos de la arqueología comenzó a ganar terreno.
Paralelamente a esta cuestión, durante las décadas de los años veinte, treinta y cuarenta se produjeron algunos avances en el terreno del reconocimiento de los valores patrimoniales de inmuebles coloniales; esto tuvo su reflejo en el terreno de la legislación republicana tendiente a la protección y salvaguarda de sitios coloniales o localidades vinculadas a importantes hechos de la historia colonial.[1]
Este será otro de los pivotes del nacimiento de la arqueología histórica en Cuba como disciplina particular.
Los avances producidos en los aspectos legales para la salvaguarda de localidades y edificaciones consideradas como Patrimonio Nacional contribuyeron a crear un ambiente propicio para los estudios de estos objetivos, para lo cual no basta con los recursos de la historia. La declaratoria de monumentos nacionales aplicada a la Catedral de La Habana y al pueblo de Mantua en Pinar del Río (septiembre 3 de 1935), a la Ciudad de Bayamo (diciembre 30 de 1935), Cementerio Santa Ifigenia en Santiago de Cuba (septiembre 7 de 1937), iglesia de Paula en La Habana (agosto 5 de 1944), casa natal de José Martí (febrero 5 de 1949), y Palacio Aldama (abril 22 de 1949), entre otros, constituyen no solo la base, sino también la demanda principal para el nacimiento de la nueva disciplina.
Fue así, que en agosto de 1937, al crearse la Comisión Nacional de Arqueología[2] se contemplara también entre sus objetivos el estudio y salvaguarda de sitios o edificaciones coloniales. Bajo estos imperativos es que se produjeron los primeros esfuerzos dentro del nuevo campo del saber y se inauguran dos de las líneas principales de la producción científica en este terreno.
La primera de estas centraría su interés de forma espacial en los inmuebles o restos de construcciones coloniales. Así, en las sesiones científicas de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología de principios de los años cuarenta se presentaron varios trabajos que fueron leídos y discutidos. Entre ellos: Informe sobre una lápida correspondiente al siglo XVIII, de R. Pérez de Acevedo; La vieja iglesia del pueblo de Pipián, de O. Morales Patiño y El cafetal Filomeno5, también de este último, los que constituyen las primeras producciones científicas con las que se inicia en Cuba el estudio arqueológico de objetos, lugares o construcciones no aborígenes.
En el lenguaje de otras ciencias sociales contemporáneas estos trabajos constituyen estudios de casos. En ellos se centra el interés en un objeto particular y bien definido. De esta manera, en la arqueología histórica se produce una vertiente muy comprometida con los enfoques tradicionales de la ciencia arqueológica dedicada a las sociedades comunitarias que por aquellos años tenía un carácter muy instrumental o empírico. Hacer arqueología entonces era algo así como analizar en detalles una de las piezas de un gran rompecabezas. En el presente recuento los trabajos de este tipo son considerados como estudios de sitio.
Este procedimiento representó un escalón específico dentro de la trayectoria de la disciplina y era de esperar que con el desarrollo de la misma el objeto de las investigaciones se ampliara. Sin embargo, aun hoy día subsisten y se multiplican trabajos de este corte. Pero de éstos, solo se justifican los que tienen como finalidad el rescate de un valor patrimonial con fines museables o de salvaguarda.
La segunda línea o temática de la producción científica que nació en aquellos años iniciales de la disciplina, lo constituyó precisamente una resultante de los reportes y hallazgos de evidencias coloniales en contextos aborígenes. En el año de 1945, O. Morales Patiño y R. Pérez de Acevedo publicaron uno de los títulos más trascendentales de este campo: El período de transculturación indo-hispánico y cuatro años después, A. García Castañeda (1949) presentó La transculturación indo-española en Holguín.
Si importante resultó para la arqueología en Cuba y en espacial para el nacimiento de la arqueología histórica el estudio de colecciones de evidencias mediante las cuales se demostraba el proceso de intercambio de conocimientos y tecnologías entre aborígenes y colonizadores, más significativo resultó el hecho, desde el punto de vista científico, de que con estos trabajos se inició en Cuba una de las principales líneas o temáticas de la arqueología histórica, y de que por vez primera se aplicaran los métodos arqueológicos no a un sitio o tipo de evidencia en particular, sino a un evento social, a un proceso histórico complejo.
En esto último, más que en las respuestas a las que arribaron, radica el mérito de aquellos primeros estudios, el cual cobra a la luz de la retrospectiva histórica un singular relieve, por cuanto los arqueólogos de aquellos años eran profesionales graduados en diferentes disciplinas y ninguno tuvo como labor principal la arqueología.
A pesar de estos primeros avances de la arqueología histórica producidos en la década de los años cuarenta, en la década siguiente los esfuerzos se encaminaron con más vigor al terreno de la arqueología de la etapa aborigen, la que adquirió en esos momentos un verdadero realce.
Pero en realidad, fue con el nacimiento de la Academia de Ciencias de Cuba en el año 1962 y la creación del Instituto de Antropología adscripto a la misma, que los estudios arqueológicos en Cuba cobraron una significación nunca antes vista.
A partir de esos momentos, y por vez primera, un grupo de profesionales y aficionados a la arqueología tendrían respaldo legal, institucional y económico para transformar la arqueología en su ocupación fundamental. Esto permitió organizar y sistematizar el trabajo a escala nacional, de manera tal que se vertebró con las universidades y otras instituciones afines la tarea de rescate y estudio del pasado más remoto de la historia, sobre bases superiores tanto en los recursos técnicos como en los enfoques teóricos
Pero también en este período los estudios de arqueología de la etapa aborigen resultaron más apremiantes y hacia ella se dirigieron los principales esfuerzos. A esto se sumó la falta de visión y la presencia de prejuicios en algunos de los profesionales de la arqueología que no vieron con beneplácito el tiempo dedicado a problemas “históricos” pues se supuso que para esos problemas existían otros recursos e instituciones. Esto profundizó la ya existente diferencia entre el desarrollo de los estudios arqueológicos aplicados a contextos aborígenes de los dedicados a cuestiones “históricas”
A pesar de ello, la nueva disciplina continuó abriéndose paso y ganando un espacio. Así, F. Boytel Jambú realizó investigaciones arqueológicas y restauración de un cafetal de colonos franceses en la Sierra Maestra en la región oriental de Cuba y publicó los resultados en un título que serviría de pauta en este campo (Boytel,1962). El trabajo en cuestión carece de un marco conceptual apropiado y al fijar su objetivo en dar a conocer una larga y paciente labor de estudio y restauración de un inmueble rural del siglo XIX se puede clasificar dentro de los que se denominó estudios de sitio.
Sin embargo, el trabajo tiene implicaciones mayores. No se trata del simple estudio de un inmueble, sino de uno de los primeros ejemplos en la historiografía especializada de una investigación arqueológica que se revierte directamente en el salvamento y restauración de un complejo arquitectónico y espacial y su explotación turística.
En síntesis, la labor de Boytel Jambú demostró en el marco de la etapa en la que la arqueología de Cuba adquirió carácter institucional, las grandes posibilidades de la llamada arqueología histórica, no sólo en el plano del rescate de parte de la historia colonial y de los valores patrimoniales, sino también de las ventajas económicas de tales trabajos.
Los procedimientos empleados para el trabajo de campo y la restauración de lotes de evidencias arqueológicas y sus implicaciones sociales y económicas convirtieron este trabajo en un nuevo punto de partida para las tareas de rescate y restauración que se han desarrollado con posterioridad en el país.
Sobre la base del trabajo de Morales Patiño y el de Boytel Jambú, la arqueología histórica en Cuba ha demostrado cierta preferencia por el estudio de las ruinas de los cafetales de colonos franceses. Esto está dado en gran medida por el hecho de que las plantaciones cafetaleras de este tipo de colonos contrastan grandemente con las haciendas de españoles y criollos, ya que mientras los primeros residían en las propias plantaciones, las que eran convertidas en lugares apropiados para la vida de estos hacendados, los segundos vivían en las ciudades y sólo la visitaban ocasionalmente, por lo que las estructuras domésticas en estos casos resultan en sentido general verdaderamente pobres.
Pero aunque estos trabajos abordan desde el punto de vista temático una misma cuestión, (con énfasis en las casas de vivienda), no constituyen una categoría aparte de lo que se denominó estudios de sitio, por cuanto no integran el conocimiento de forma generalizadora y lejos de plantearse el estudio de hechos o acontecimientos históricos complejos como bien pudieran ser las particularidades de este tipo de colonización, se han circunscrito a determinados inmuebles, (Payarés, 1968). De todos los trabajos publicados y dedicados a esta línea temática, sólo en un artículo de L. Domínguez (1991) se esbozan las diferencias de estas plantaciones cafetaleras en relación con las regiones del país y los lugares de procedencia de los colonizadores.
Así, el rescate del patrimonio arqueológico colonial canalizaría desde entonces muchos esfuerzos aislados y de conjunto en este terreno. Instituciones como el Museo de la Ciudad de La Habana, el Centro Nacional de Restauración y Conservación Museográfica y algunas otras entidades provinciales y locales emprendieron trabajos complejos de rescate y restauración entre los que sobresalen la reconstrucción de los cascos históricos de La Habana Vieja, Trinidad, Santiago de Cuba y Camagüey, así como de fortificaciones coloniales y de las ruinas de cafetales franceses en la Sierra del Rosario, al este de La Habana.
Todos estos trabajos son testimonio de una de las labores más serias que sobre bases documentales y arqueológicas y de manera sistemática se haya acometido en las últimas décadas en la América de habla hispana. Sobre todo porque la restauración de esos monumentos en Cuba ha implicado el uso comunitario de los mismos. Pero el trabajo práctico y de terreno ha marchado tan veloz, que la teoría ha ido quedando relegada.
Empero estos mismos resultados de grandes implicaciones sociales y económicas obligan a que la disciplina en que se fundamenta este quehacer registre y generalice. De los informes de sito, válidos por su carácter instrumental, pero insuficientes para valorar adecuadamente la experiencia que en Cuba se ha acumulado en este terreno, es necesario pasar ya al establecimiento de categorías y enfoques metodológicos que puedan servir de reconocimiento a lo hecho y de pauta y generalización.
También resulta necesario registra aquí que una parte de la producción científica de esta disciplina, en lo fundamental después de 1962, no ha visto la luz en forma de publicación, aunque en su gran mayoría estos trabajos han sido presentados en diferentes eventos científicos de carácter local o nacional.
Esta problemática se debe a diferentes factores, los que se combinan en correspondencia a cada caso en particular, pero en sentido general, las causas principales radican en el carácter local, parcial o descriptivo de la mayoría de los estudios y a dificultades materiales reales para la publicación de trabajos de este tipo.
A pesar de la gran variedad de temáticas abordadas, en lo fundamental, esta producción científica no publicada puede enmarcarse también en la categoría anteriormente vista. A su vez, dentro de este tipo de tratamiento se encuentran muchos otros trabajos que si vieron la luz de forma impresa. Entre estos últimos sobresalen los de Guarch (1971), Prat Puit (1980), Peña (1987), Ramos (1988a y 1988b), Arrazcaeta y Roselló (1988), Roselló (1989), Rankin (1989). Pero dentro de todos estos, el título Significado de un conjunto cerámico hispano del siglo XVI de Santiago de Cuba de F. Prat Puig significa, sin embargo, dentro de la misma línea un aporte al conocimiento de artefactos coloniales del siglo XVI y es de obligada consulta.
También en el campo general de la arqueología histórica de Cuba existe un buen número de trabajos que por los títulos, sus autores o aspectos de su contenido pudieran catalogarse de arqueológicos, sin embargo, en ellos, el peso de los métodos de esta disciplina es muy reducido. En estos estudios se hace en sentido general la historia de un lugar o varios lugares o acontecimientos pero en modo alguno constituyen investigaciones en la especialidad, más bien son indagaciones históricas en las que se demuestra la necesidad de la aplicación de los métodos y procedimientos arqueológicos: Tabío y Payarés (1968), Bernard et al. (1985), Calvera et al. (1987), La Rosa (1989 a) y Romero (1995), aunque este último título, por sus contenidos y alcances, constituye un libro de cabecera para los arqueólogos que se enfrenten al siglo XVI en la Isla.
En ocasiones, la causa que ha motivado algunos de estos trabajos lo constituye la falta de reconocimiento de la disciplina, como ocurre con el artículo de Domínguez (1986) titulado Las fuentes arqueológicas en el estudio de la esclavitud en Cuba y el de La Rosa (1986) Los palenques en Cuba: Elementos para su reconstrucción histórica, en los que se argumenta, aún avanzada ya la década de los años ochenta, acerca de la utilidad de la aplicación de los recursos de la arqueología a cuestiones “históricas”.
Dentro de los campos de la arqueología histórica en Cuba existe otra vertiente que ha adquirido cierto desarrollo en las tres últimas décadas: la arqueología subacuática. En el año de 1969 se dieron los primeros pasos en este terreno y así se fundó el llamado Grupo de Arqueología Subacuática en el Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias de Cuba. Este grupo realizó los primeros estudios documentales y de lotes de evidencias coloniales colectados mediante el buceo. Logró acopiar información de más de cien naufragios ocurridos en las costas de Cuba entre los siglos XVI y XIX. Realizó varias colectas subacuáticas, entre ellas en el Sánchez Barcaístegui (Montañés, 1970 y 1978), hundido en la Bahía de La Habana en 1898, de un pecio no identificado en Guardalabarca, en la región oriental y de la Escuadra del almirante Cervera hundida en 1898.
Sin embargo, el aseguramiento material y la preparación especializada de los que se dedicaban a estos trabajos fueron renglones difíciles de ejecutar en los marcos de la Academia de Ciencias. Pero otra institución denominada CARISUB, empresa de la corporación CIMEX, entre sus múltiples actividades ha realizado trabajos de arqueología subacuática con mayores resultados, algunos con gran nivel de complejidad como el rescate de una Nao del siglo XVI (López, 1994). El nivel alcanzado por la arqueología subacuática en Cuba se puede evaluar a partir de la aparición del primer libro publicado en el país sobre este campo, titulado: Naufragio en Inés de Soto (Domínguez, 1998).
Pero pasemos ahora de nuevo a retomar una de las líneas temáticas que se habían inaugurado en la década del cuarenta. Se trata de lo que se ha denominado estudio de eventos sociales o procesos históricos complejos, que se inició en la arqueología histórica en Cuba con los trabajos acerca de la llamada “transculturación indohispánica”. A partir del año 1962, con la creación de instituciones financiadas para la investigación arqueológica se retomó esta línea de trabajo para producir una serie de resultados que ampliarían y profundizarían lo planteado hasta entonces.
Así, en 1965, R. Payarés ofreció un estudio aún inédito acerca de este complejo proceso histórico; cuatro años más tarde E. Rey publicó un breve trabajo titulado La transculturación indohispánica en Cuba y en 1981 L. Romero publicó un análisis sobre las evidencias arqueológicas de contacto y transculturación en el ámbito de Cuba, acompañado de un amplio compendio de fuentes documentales.
Pero la contribución más importante y sistemática a esta cuestión se debe a los arqueólogos L. Domínguez y A. Rives. De la primera se destacan los trabajos La transculturación indohispánica en Cuba (1978), Cerámica transcultural en el sitio colonial casa de la obrapía (1980) Arqueología colonial Cubana: dos estudios (1984) y de ambos El enfoque del concepto transculturación indohispánica entre especialistas cubanos (1990) y Supervivencia o transculturación en el siglo XVI antillano (1993) y del segundo: Cómo se ve el contacto aborigen europeo a través de los mitos (Rives, 1992).
Sobre diferentes aspectos de esta temática existen otros títulos, pero éstos son los que principalmente aportan nuevos elementos a la discusión y proceso investigativo.
Si bien entre algunos de los autores existen en ocasiones diferencias en el tratamiento y conceptos empleados para la aprehensión de la realidad histórica objeto de estudio, todos en general aportan elementos que permiten penetrar de forma más coherente en el proceso del intercambio de tecnologías entre aborígenes y colonizadores.
Por lo tanto, la línea temática del estudio de eventos históricos en Cuba, o sea la superación del simple estudio de un sitio o de un lote de evidencias, tiene ya cierto campo avanzado con el tratamiento que se le ha dado la problemática de la llamada transculturación indohispánica.
Inclusive, en los últimos años se han venido produciendo algunos trabajos que abordan el estudio de otros acontecimientos históricos con el auxilio de la arqueología, tales como el comercio colonial, ya bien sea visto a través de los contenedores de mercancías (trabajo aún inconcluso de los colegas Roselló y Arrazcaeta) o de un conjunto de sitios de contrabandistas (La Rosa, 1995).
Significativos resultan también los avances producidos en los estudios arqueológicos acerca de la resistencia esclava como proceso histórico de gran complejidad, cuestión que desde el punto de vista del trabajo de campo interesó a muchos, pero en sus proyecciones teóricas se inició con un trabajo que debe catalogarse como estudios de sitio, me refiero a La Cueva de la Cachimba, estudio arqueológico de un refugio de cimarrones (La Rosa, 1989b), el mismo, sin embargo, representó uno de los primeros pasos para la investigación de un conjunto de sitios, refugios y asentamientos (palenques) de esclavos prófugos, lo que permitió valorar los alcances y posibilidades que brindaba la arqueología para la reconstrucción etnohistórica de estos grupos y comunidades humanas, así como permitieron abordar la cuestión mediante el enfoque de sistema (La Rosa, 1991, 1992 y 1994) y definir los indicativos arqueológicos que caracterizan este tipo de sitios (La Rosa 1996 y 1999).
Todo esto pudiera interpretarse como un proceso de maduración dentro de la especialidad y demuestra las potencialidades existentes en los umbrales del siglo XXI.
En resumen, la producción científica fundamental de la disciplina denominada arqueología histórica está aún enfrascada en gran medida en objetos definidos por los sitios particulares o lotes de evidencias, debido, entre otros factores, a los imperativos del trabajo de rescate y restauración y a la ausencia de enfoques y tratamientos generalizadores y sistémicos. Sin en embargo, los estudios más recientes avizoran un ilimitado campo para la investigación científica y demuestran la efectividad de los métodos arqueológicos aplicados a estas cuestiones.
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NOTAS
[1] La ley de julio 24 de 1928 facultó al presidente de la República para tales funciones.
[2] Esta Comisión, creada en 1937, se ha transformado y variado de nombre con los años, en función del progreso.
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