Especial NAyA 2003 (version en linea del cdrom)

“LAS TRANSFORMACIONES RECIENTES DE LA PROTESTA EN EL CONTEXTO DEL MODELO NEOLIBERAL EN ARGENTINA: CULTURA POLÍTICA Y EXPERIENCIAS DE LOS PIQUETEROS EN JUJUY”

Maricel Rodríguez Blanco[1]

1. Introducción

   Este artículo se propone realizar un aporte al debate actual sobre los movimientos sociales y las acciones colectivas de protesta originadas en la Argentina[2] a partir de la aplicación de una serie de medidas económicas en el marco de una política neoliberal, desde un análisis teórico y un trabajo empírico sobre el caso de Jujuy. Analizamos entonces las expresiones y modalidades que han adoptado dichas protestas a partir del año 1997 en el noroeste argentino; acciones que denotan, por un lado, la emergencia de nuevas formas de articular la lucha que se entremezclan con repertorios tradicionales de acción; y por otro, evidencian cierta transformación de las viejas identidades políticas y la aparición de nuevas subjetividades en las arenas del conflicto, de otras historias: voces que resisten... pero que todavía no han tenido parte...

   Las nuevas formas que ha adoptado el capitalismo en la actualidad, y que hunden sus raíces en las transformaciones económicas de los años ’70 y ’80, de la mano de la reestructuración que llevó a la concentración e internacionalización del capital; producen en la Argentina consecuencias a nivel de la sociedad local que se traducen en una crisis económica, política, social y cultural que incide en el mercado de trabajo, dando lugar al desempleo de grandes masas de población y al surgimiento de nuevas modalidades laborales en un contexto de precarización y vulnerabilidad. Es en este contexto de ajuste neoliberal que estalla una serie de protestas o conflictos sociales a lo largo de todo el país, que expresa la crisis de las economías regionales y hace visible la miseria de amplios sectores de la población.

   Si bien estas protestas suponen ciertas rupturas en relación a las tradicionales protestas obreras, ya que han puesto en evidencia el cuestionamiento a las tradicionales vías de representación política como son los partidos políticos, configurando un espacio de aparición diferente; sin embargo, implican al mismo tiempo ciertas continuidades, en tanto resignifican el papel de los sindicatos, pero manteniendo lazos en relación a un sector sindical-partidario como es la CCC[3].

   Dentro de las protestas de desocupados como tema, centraremos la atención en los cortes de ruta -como formas de protesta social- que se enmarcan entonces en el contexto de la crisis y del ajuste, en un país en el que la desocupación aumenta día a día y sobre todo en el interior del país, por el impacto de la reconversión y privatización de grandes empresas ligadas al petróleo o a la elaboración de acero. El comercio con Brasil a través del Mercosur y el avance de capitales multinacionales que priorizan la industrialización de sectores de punta provocando la desindustrialización del resto del país, constituyen también variables que configuran el contexto en el que se desarrolla la acción del corte de ruta. Esta situación conduce a una creciente fragilidad de la independencia de la industrial nacional, afectando las condiciones laborales de los obreros; lo cual se traduce en despidos de trabajadores, afectados también por la inseguridad en el empleo y la disminución del salario y de los beneficios sociales (Roffman, 1999).

   Tener en cuenta el contexto de crisis antes descrito, nos permite situar las protestas –y dentro de ellas, las que adoptaron la forma de corte de ruta- en el marco más amplio de las transformaciones del capitalismo y del modelo económico neoliberal. Sin embargo, si bien este enfoque de la protesta, que nos lleva a interpretar las acciones como expresión de resistencia frente a la crisis, contribuye a historizar el análisis de la acción, ubicándola en un contexto determinado; no nos permite dar cuenta de la importancia simbólica y política de tales acontecimientos.  En otras palabras, no nos dice nada acerca del hiato, de la distancia que media entre los contextos de posibilidad de la acción y la acción misma. Y es precisamente este punto el que nos interesa: se trata de dar cuenta de las rupturas, de la posibilidad de la novedad, de la acción como acontecimiento, en el sentido arendtiano del término. No serían entonces las condiciones estructurales la única variable explicativa de las protestas, ni serían las crisis regionales las que generan espontáneamente la emergencia de movimientos sociales y una revolución en el ámbito cultural al provocar nuevos comportamientos de viejos y recientes actores sociales que redefinen sus interacciones y su relación con el Estado y la política, sino que habría otros elementos del orden de lo político –tomado en el sentido de lo constituyente, lo conflictivo- y por ende, elementos simbólicos, que permiten comprender aquello que a nosotros nos interesa en particular. confluyen en ella otras dimensiones como el contexto de oportunidades políticas que presenta ciertas características que incentivaron o posibilitaron la visibilidad y difusión del conflicto, a partir de lo cual podemos hablar de protesta. En este sentido el efecto de los cortes de ruta en tanto interrupciones en la circulación fue potenciado por el papel de los medios de comunicación como difusores y canalizadores del conflicto e incluso como formadores de opinión, lo cual a su vez incidió en el logro o fracaso de las demandas. Los medios han contribuido también a la visibilidad de una serie de debates sobre la política y la protesta, cuyos lineamientos resultan de gran actualidad.

   Hemos tomado el año 1997 por tratarse de un año clave en cuanto a la magnitud que tuvieron las protestas en la Argentina. Entre marzo y julio de dicho año se pudieron identificar alrededor de 50 cortes producidos simultáneamente en todo el país, siendo 19 la cantidad de cortes que se mantuvieron por una semana sólo en la provincia de Jujuy.     Recordemos que esta ola de cortes en dicha provincia contaba con los antecedentes de las puebladas de Cutral-Có y Plaza Huincul (1996) y sobre todo, tenía como referentes a los cortes de ruta de Tartagal y General Mosconi en la provincia de Salta. La misma provincia de Jujuy había sido testigo de cortes de ruta –aunque no de la misma magnitud- en la zona de La Quiaca durante el año 1994. En general, las demandas tenían que ver en principio con un reclamo de trabajo, consistente en puestos de trabajo y subsidios al desempleo; y fueron realizadas por una variedad de actores.

   Es en este sentido que resulta significativa dicha fecha para comenzar el análisis y la comprensión del fenómeno, si bien ya desde 1991 -y anteriormente, a partir de la crisis que suscita la hiperinflación- se venía sucediendo una serie de protestas sociales con las características de los cortes de ruta. Interpretaremos estas protestas históricamente; en función de las luchas previas y de cómo éstas últimas junto a ciertos repertorios utilizados, han incidido en las protestas sociales de los años ’90 hasta la actualidad. Es decir que nos centraremos en un análisis que considere el conflicto y la acción de protesta en su carácter dinámico y complejo.

   Concretamente nos referiremos a los cortes de ruta que contaron con la participación de los pobladores de las localidades de Libertador San Martín, San Pedro, Palpalá y Zapla. Cortes de ruta que, en tanto ‘formas de acción política de protesta’, combinan repertorios tradicionales con elementos novedosos. Se trata de indagar en las experiencias de los desocupados durante los meses de marzo a julio de 1997 en esta región andina, haciendo especial hincapié en las significaciones que están en juego en el marco de la cultura política particular de Jujuy. Esto implica conocer las representaciones, las herramientas o elementos simbólicos con los que contaron los actores para llevar adelante el conflicto a través de los cortes; elementos simbólicos que -al contribuir en la configuración del horizonte de posibilidades de la protesta- nos permitirán explicar por un lado, el proceso de constitución de identidades y, por otro, el grado de estabilidad de las formas de organización de la protesta. Entendemos el corte de ruta como forma de acción colectiva que nos remite a una situación de exclusión o de vulnerabilidad y precariedad características del contexto propio de los años ’90.

El conflicto como constitutivo de la acción de protesta

   Para analizar un fenómeno como el de las protestas sociales, deberemos tener en cuenta –por un lado- el concepto de conflicto social y por otro lado el concepto de acción; así como la pregunta por las relaciones de poder entre los distintos actores que se van constituyendo a partir del litigio que establecen a lo largo del conflicto. Creemos que las acciones pueden ser caracterizadas como acontecimientos (Arendt, 1998) signados por lo novedoso, lo mágico, lo espontáneo, lo disruptivo, lo incierto y hasta azaroso. En este sentido, estas acciones colectivas presentan una dimensión que responde a esta caracterización de ‘acontecimiento’. Es decir, se trata efectivamente de acciones que rompen con la continuidad del acaecer cotidiano, y en este sentido, tienen un efecto disruptivo en relación con aquel. Estas protestas podrían interpretarse entonces como ‘nuevas formas de protesta’, en relación con las modalidades que tradicionalmente había presentado la protesta obrera[4], cuya novedad residiría no en la forma de corte de ruta en sí[5], sino en los nuevos sentidos y el efecto político que produce, en este caso, la yuxtaposición de formas tradicionales de protesta y otras que incorporan nuevos modos de acción y nuevos actores a la escena del conflicto. La acción no es nunca puramente espontánea, en el sentido de que no surge de un vacío de sentido, ni mágicamente; sino que se inscribe en un entramado de sentidos configurados previamente y reactualizados en el momento de la acción misma. La acción no se halla sobredimensionada o determinada a priori, sino que justamente su determinación o sus límites se hacen presentes o visibles al momento mismo de actuar. En este sentido, las estructuras sociales, culturales y políticas que decimos que ‘preexisten a la acción en sí’ juegan -en realidad- como contexto de posibilidad de la acción, incentivándola o inhibiéndola, generando un marco de condiciones básicas dentro del cual se desarrolla el conflicto, en el caso de las acciones de protesta.  Aquellas estructuras se materializan y corporalizan pues en la cotidianidad de la lucha a partir de la forma que van adoptando las identidades en disputa.

   Para comprender los fundamentos y el sentido de la acción de protesta, debemos recordar la doble dimensionalidad de la misma. Por un lado, la historia, la narratividad en la que aquella se inscribe y el entramado cultural de significaciones dentro del cual estas acciones adquieren su sentido. Esta trama de significaciones contribuye a configurar las acciones de los sujetos, o en otros términos, estructura sus prácticas. La pregunta que nos urge responder gira en torno a la posibilidad de una acción totalmente novedosa: es decir, en qué medida es esto posible teniendo en cuenta la perspectiva de Bourdieu? Precisamente este autor para responder a las críticas orientadas hacia su tendencia estructuralista incorpora el concepto de habitus (Bourdieu,1990). Los valores o pautas culturales en el marco de los cuales se inscribe la acción no estarían determinando la misma sino que serían incorporados por los sujetos en forma de habitus o predisposiciones para la práctica; para el uso por ejemplo, de determinados repertorios de acción, de ciertas formas de protesta.

   En un análisis de la protesta no alcanza entonces con dar cuenta de los marcos institucionales y del contexto económico, social y cultural del país, si la pretensión es la de interpretar y analizar el sentido de la acción. Entendemos que la protesta, más allá de estas influencias externas, presenta una lógica específica, pasible de ser comprendida en tanto dirijamos nuestra mirada hacia los sentidos que los actores mismos otorgan a la acción y podamos dar cuenta del efecto simbólico y político de ésta. Porque... en fin, ¿cómo se explica que estas manifestaciones de protesta irrumpieran en esa escena y en ese momento particular y no en otro? Podríamos decir que siempre hubo motivos para que los pueblos se rebelaran frente a la miseria y a la explotación, frente a situaciones percibidas por ellos como injustas; pero según señala Farinetti, en términos de Thompson[6], la pregunta sería: ¿por qué hacerlo en ese preciso contexto? Y ¿por qué elegir la forma de corte de ruta y no otras?

   Desde esta perspectiva, consideramos el conflicto como constitutivo del orden social e intrínsecamente ligado a la noción de acción política. Conflicto que se deriva de la heterogeneidad de actores, de subjetividades, de sentidos otorgados a la acción que no agotan nunca su definición. En otros términos, si aceptamos la conflictividad del orden político, producto de aquella diversidad, y la imposibilidad de ser suturado de modo permanente[7], existe siempre la posibilidad de dislocación, de irrupción de nuevas subjetividades, de nuevas formas de acción política, de nuevas estrategias implementadas por distintos actores que conjugan en su interior repertorios tradicionales de acción. Es acción porque se da en un espacio público frente a otros y en este sentido su condición esencial es la pluralidad. La acción política entonces se nos presenta bajo dos aspectos: aquel que enfatiza su inscripción en un entramado cultural y en un juego particular surcado por la experiencia histórica y subjetiva, y el que remarca su carácter azaroso, contingente, disruptivo.

   Siguiendo a autores como Rancière (1996) y Laclau-Mouffe (1986) partimos de la idea de que el concepto de identidad no refiere a aglutinamientos estancos e inmutables, configuraciones de sentido dadas y previas al momento de la acción, sino que es construido por los protagonistas en el momento mismo de la acción, en el escenario de la lucha. Y es a partir del reconocimiento mutuo en el espacio de conflicto, y en la lucha misma que los actores se constituyen en sujetos de la acción, lo cual se logra a lo largo de un proceso.

   Existe entonces una serie de cambios económicos, sociales y políticos, que motorizó e hizo posible una serie de reclamos. Es decir, viabilizó o permitió a estos actores el aprovechamiento de ciertas oportunidades políticas en pos de manifestar su reclamo espontáneamente. Atraídos en la mayoría de los casos por motivos variables a lo largo del tiempo, contribuyeron a configurar alianzas de poder diferentes. Pero las condiciones de posibilidad de la protesta tienen estrecha relación, además, con la “capacidad” de los distintos actores para aprovechar esas oportunidades, concretar un reclamo, y capitalizar los resultados de la protesta. Aquello que posibilita la protesta no es exclusivamente el entorno de oportunidades existente; sino que tiene que ver con las interpretaciones que cada actor construye acerca del contexto que lo rodea y con el capital cultural, simbólico, económico y social (Bourdieu,1990) que hace visibles ciertas oportunidades y hace posible su aprovechamiento. Una vez más sostenemos que la acción de protesta demuestra un carácter novedoso, contingente, pero se inserta al mismo tiempo en un entramado cultural que le otorga determinado sentido. Entramado constituido por redes sociales y marcos culturales de significados diferenciados -construidos históricamente- que habilitan distintas fuentes y capitales culturales y sociales desigualmente distribuidos, lo cual incidirá a la hora de superar los obstáculos existentes en el escenario mismo de la acción de protesta.

El desarrollo ausente. El comienzo de la protesta en el marco del ajuste y las privatizaciones.

   Algunas de las explicaciones que buscan dar cuenta de los orígenes de la crisis y de las protestas que se desencadenaron en la región, se remontan a la crisis ocasionada por la hiperinflación durante el primer gobierno democrático luego de la dictadura militar del ‘76. Otras, analizan las protestas y la crisis actual desde interpretaciones que hunden sus raíces en un pasado algo más lejano, pero que evidentemente ha dejado huellas -y muy profundas- a nivel económico y a nivel social y político en la región y en el país en general. Es decir, a partir de la última dictadura militar quedaron sentadas las bases para la instalación y profundización del modelo neoliberal, a partir del cual se privatizaron empresas y servicios públicos y que generó un grado de desocupación nunca antes visto.

   Con la sanción de la Ley de Reforma del Estado se declara una situación de emergencia administrativa -que no debía durar más de un año a partir de la entrada en vigencia de la ley-, a partir de la cual se requeriría de la anuencia de los respectivos gobiernos provinciales y/o municipales para hacer efectiva la Ley. Al mismo tiempo se establece la intervención de los organismos públicos, a excepción de las universidades nacionales. El interventor designado podía según la ley disponer el despido del personal. Comienzan así entre 1991 y 1993 una serie de intervenciones y privatizaciones que dejan como saldo miles de despidos.

   Según afirman nuestros entrevistados, los primeros cortes de ruta tuvieron lugar en La Quiaca. En el año 1994, y en repudio a la corrupción del gobierno local, el pueblo de La Quiaca corta la ruta. Los protagonistas de aquella protesta, que en su mayoría eran desocupados constituyen la Comisión de Desocupados de la Quiaca, cuya organización debe mucho a la labor del Padre Olmedo en la región.

   En la zona urbana, la misma capital de provincia fue escenario de protestas que adoptaron la forma de ‘cortes de puentes’[8]; los cuales se extendieron hacia el Este de Jujuy; o hacia lo que se conoce como la zona del Ramal, de Libertador Gral. San Martín, adquiriendo gran magnitud. Ésta se debió en parte a la difusión que alcanzó la protesta a través de los medios masivos de comunicación. Estos cortes de puentes y de rutas se llevaron a cabo en la semana del 22 al 31 de mayo de 1997, durante la cual se realizaron en total 19 cortes simultáneos en toda la provincia, a lo largo y a lo ancho de numerosos pueblos. La consigna general en ese entonces era pedir por trabajo y puestos de trabajo en nombre de la ‘dignidad del trabajador’. Esta consigna, sin embargo  de particularidades La protesta comienza cuando sienten desde la dirigencia de los gremios –las respectivas comisiones directivas- que el problema de la crisis en que había sido sumida la provincia bajo el modelo económico desarrollado a partir de la última dictadura militar, era un problema que concernía a todos. En palabras de Milagro Salas, Subsecretaria de ATE, “llegamos a entender que si no nos juntábamos entre todos no íbamos a poder hacer nada y que el gobierno nos iba a seguir jodiendo. Porque hoy solucionaban el problema tuyo, pero mañana solucionaban el problema del otro”. Las respuestas de parte del gobierno nacional y provincial habían beneficiado siempre a los intereses de unos pocos en desmedro de los intereses del pueblo.

   Como desenlace de estas primeras manifestaciones de protesta, la represión. Y por otro lado, toda la respuesta del Estado en el ’97 consistió en la implementación de Planes de Empleo, pero que no resolvieron el problema de fondo.  Ya en el año 2000, el Estado resuelve implementar los Planes de Emergencia Laboral (PEL), uno de los cuales es el tan conocido ‘Plan Trabajar’.  Dentro de los PEL, están los PEL Comunitarios que son programas de ‘empleo transitorio’ dirigidos a ‘trabajadores/as desocupados, preferentemente jefes/as de hogar, que no estén percibiendo prestaciones por seguro de desempleo ni estén participando en algún otro programa del Ministerio’. Estos programas exigen que ‘un mínimo del 60 % de los beneficiarios propuestos sean mujeres’ y el Ministerio de Trabajo ‘financia una ayuda económica no remunerativa de hasta 160 pesos mensuales para personas que trabajen en proyectos de 3 a 6 meses de duración, que tengan por finalidad brindar servicios de utilidad pública y social a la comunidad y que sean llevados a cabo por organismos públicos nacionales, provinciales, municipales u ONG’s sin fines de lucro, que deberán proveer los materiales, maquinarias, herramientas y la mano de obra calificada necesaria para la concreción de las obras o las tareas a desarrollar’[9].

   La resolución que enmarca legalmente a los Planes de Emergencia Laboral –la SE Nº 11/2000- establece que estos programas tienen por objeto ‘brindar ocupación transitoria y capacitación laboral a trabajadores/as desocupados/as con baja calificación, preferiblemente mujeres’. Varios de los beneficiarios son estudiantes, lo cual merecería una explicación adicional. La implementación de los PEL en el caso de Jujuy, estuvo en manos de la Iglesia en algunos casos, como por ejemplo, el de la Comisión de Desocupados de La Quiaca, creada por el Padre Olmedo. En otros casos, como en la capital, San Salvador de Jujuy, los planes fueron administrados por los mismos delegados de las asambleas, que eran elegidos por el pueblo mismo, de forma directa y sin mediaciones en el escenario mismo de la protesta. Estos delegados eran rotativos y siempre pasibles de ser revocados por la decisión conjunta de la asamblea en caso de que hubiese habido algún acto de corrupción o en caso de que no se respetara con lo dispuesto por la asamblea. En este sentido, estaba ‘prohibido candidatearse’ así como también para los delegados no podía existir remuneración a cambio del trabajo de ser delegados. La propuesta había sido que ellos fueran solamente ‘voceros’, es decir, portadores de la voz de la asamblea, de la voz del pueblo, y no representantes. En el caso de los piquetes de San Salvador, los delegados eran estudiantes, elegidos por el reconocimiento que inspiraban por demostrar mayor facilidad de palabra y un discurso que parecía ser más coherente o más elaborado argumentativamente. En estos casos, se vieron desbordados muchas veces –según cuentan los entrevistados- por la responsabilidad que suponía el estar a cargo de la administración de una enorme cantidad de planes.  Pese a la inexperiencia de estos jóvenes en administrar planes de empleo y manejar por ello cierta cuota de poder, fue precisamente debido a esta administración de los planes por los estudiantes que se impidieron actos de corrupción o campañas políticas que sí se dieron en el caso de los planes que administraba la Municipalidad ganada por los intereses partidarios.

Para una simbólica del corte. El corte como mensaje y efecto.

   El análisis de las entrevistas y del trabajo etnográfico realizado en la región sugiere la presencia de los diversos motivos y sentidos que los actores otorgan a la acción. En primer lugar, la pluralidad de actores se despliega paralelamente a la heterogeneidad de sus fines, en el sentido de que no todos se encuentran en ese espacio de la ruta con las mismas intenciones. El corte de ruta supone un lugar de reunión de sujetos que sienten –y en principio sería ésta una condición de la acción de protesta- que se les ha inflingido un daño, o lo que es lo mismo, sienten que son objeto de una injusticia a partir de la cual deciden generar alguna forma de acción. En este punto aparece como relevante el concepto de solidaridad tal como lo entiende Melucci, aunque no se trata de solidaridades previas o preexistentes al momento de la acción, sino de sentimientos de solidaridad que ligan a los sujetos en el momento mismo en que éstos se ven afectados por algo ‘externo’[10]. Participan del corte –sin embargo- miembros de los sectores sociales más diversos: desde obreros y empleados estatales hasta trabajadores desocupados, miembros de comunidades aborígenes y de los sectores más carenciados. También confluyen en la acción de protesta los dirigentes y miembros de los diferentes gremios y corrientes como la CTA, ATE y la CCC. La gran mayoría sin embargo está representada por trabajadores desocupados, expulsados de los ingenios azucareros como Ledesma y La Esperanza y de empresas industriales como Altos Hornos Zapla. También engrosan estas filas aquellos despedidos del Estado, empleados municipales, que encabezaron muchas de las protestas y constituyen un alto porcentaje de los trabajadores, puesto que el Estado sigue siendo el mayor empleador de la provincia. La mayor parte de los que protagonizan los cortes de ruta no tienen muchas posibilidades: o participan de este proceso de lucha y ponen el cuerpo allí en la ruta o mueren. Dada la situación de exclusión, de marginalidad que vive la provincia, ellos no tienen nada que perder; no tienen nada... están excluidos de todo, al borde...

   Es interesante destacar también que frente a las tesis que remarcan el fin del trabajo, en estas protestas se observa justamente lo contrario: una apelación a la identidad del trabajador. Esto se evidencia en la forma en que se nombran a sí mismos: los ‘trabajadores desocupados’, los ‘trabajadores ocupados’, etc... Esta idea también se transmite en este reclamo que reivindica por sobre todo la dignidad del trabajador. Su situación de desocupados no supone la pérdida de su condición de clase trabajadora, la cual imprime sus marcas y deja sus huellas en la acción de protesta. Las experiencias previas de los trabajadores grabadas en la memoria y en los cuerpos se actualizan en la acción y hacen visibles ciertas trayectorias de clase dando iniciativa a la protesta.

   La ruta deja de ser un lugar de circulación, de comunicación entre pueblos, de articulación de un territorio, para constituirse en punto de fractura, de fragmentación que lejos de sostener la unidad del territorio, da cuenta de sus fisuras... 

   La significación de los cortes de ruta como método de protesta social radica fundamentalmente en su potencialidad para instituir otra concepción del espacio, del territorio, de modo de hacer visible lo que antes estaba oculto: la exclusión, la marginación, la desocupación que, siendo funcional al sistema, mientras no altera el ‘normal’ funcionamiento del mismo, no es percibida ni ‘contada’ como parte de aquel. En este sentido, en el contexto de un mundo globalizado dominado por flujos y comunicaciones que parecen estar paradójicamente alejados del territorio (ya que son flujos virtuales), el cortar la ruta implica cortar la comunicación y es en ese gesto simbólico que los desocupados y piqueteros, el pueblo marginado y excluido del sistema, esos ‘nadies’, logran llamar la atención, reivindicando lo local, el territorio, la tierra. A través de los cortes, los piqueteros, desocupados y otros actores logran alterar la institucionalidad del orden territorial, irrumpen en un espacio de visibilidad y fundan de este modo una lógica disruptiva con relación al orden instituido, de cuya cuenta social el desocupado es ‘excluido’. Son los ‘no contados’, los ‘nadies’ los que se hacen oír esta vez inaugurando ‘la parte de los que no tienen parte’ (Rancière, 1996)  Para este autor, las cuentas no cierran, nunca han cerrado. Y es necesario cerrarlas al menos por un momento, a modo de breve intervalo o paréntesis, para poder gobernar. Esa sería la función de la policía -en el sentido que le da Rancière- como esa continuidad ficticia que es necesario construir para reproducir el status quo, como “el conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución”.[11] Esto que Rancière denomina policía es lo que usualmente se conoce con el nombre de política, cuya lógica tiene que ver con ‘la cuenta de las partes’, con la distribución exacta de los cuerpos en el marco de un espacio de visibilidad-invisibilidad, en el cual los modos de ser, de hacer y de decir, concuerdan; porque todavía no se ha hecho presente ‘la parte de los que no tienen parte’ que es lo que viene a desquiciar el mundo, a suspender la armonía reinante actualizando es esa aparición la contingencia sobre la que se sostiene todo orden.  En un análisis de la dimensión simbólica del corte de ruta, la cuestión de la visibilidad, de la aparición en un espacio público de unos sujetos que allí son reconocidos en tanto tales, se constituye en el punto central. Y sería fundamental también –desde una teoría de la difusión, por ejemplo- analizar el valor y sentido que adquiere la protesta en relación con un tercero, que son los medios de comunicación, que difunden los acontecimientos desde un discurso teñido de ideología, a partir del cual se difunde el reclamo por un lado, pero también por otro, se contribuye a la construcción de una imagen estigmatizante del piquetero y del desocupado.

Nombre y visibilidad en el escenario de la protesta. La ruta como espacio de aparición.

“Los nadies; que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”

E. Galeano, El libro de los abrazos

   Los cortes de ruta se constituyen entonces en espacios de materialización del conflicto, a partir de los cuales los sectores excluidos por esta nueva forma de capitalismo salvaje se tornan visibles. Es decir, aquellos que no tenían voz –y sólo eran contados en función del voto o del despido- instituyen a través de la acción del corte de ruta nuevos sentidos, alteran el orden policíaco de las cosas, el orden de la reproducción de lo social, para instituir otro discurso –o al menos dejan entrever la posibilidad de constituirlo-. En términos de Rancière, estos sujetos instituyen ‘la parte de los que no tienen parte’. Los desocupados dispersos en su heterogeneidad, en su número incontado, se hacen visibles dentro de la configuración de lo social.

   Hay cierto consenso con respecto al análisis de los cortes en función de que responden a demandas concretas y suponen la amenaza al orden, o al menos al normal funcionamiento del mismo. Pero en muchos casos, los cortes de ruta y los piquetes comienzan a ser parte del paisaje de las rutas y se rutiniza entonces el objetivo primordial que les había dado origen, inhibiéndose pues su carácter disruptivo y de efectiva amenaza. Vemos esto cuando por ejemplo, se corta la ruta pero se deja un espacio para que –lentamente- comiencen a circular los camiones y otros vehículos. O por ejemplo, cuando se comienzan a prever los cortes, la población se organiza de modo tal de no quedar sujeta a las incomodidades de circulación que éste provoca. Es así como en algunos casos hemos comprobado que anticipándose al horario del corte –entre las 9 y 10 de la mañana- la gente viaja desde el interior hacia la capital de Jujuy muy temprano en la mañana. También se sabe que los cortes duran determinado tiempo y se realizan en un cierto horario, con lo cual en las últimas horas de la tarde, la ruta ya está despejada y habilitado el paso. Las empresas de remises también tienen su parte en ello ya que se organizan como para trasladar a la población local o a los turistas hasta el lugar del corte, para luego de atravesar ese tramo a pie, los espere otro remis para llevarlos a destino. El comercio y el transporte de mercadería tampoco se veían ya afectados por el corte, ya que como cuenta uno de los entrevistados “yo me quedaba con ellos, me invitaban a comer y cuando ya me hacía amigo, pasaba con el auto”.

   Entonces la pregunta que surge inmediatamente es cuál es el efecto, la eficacia, de los cortes de ruta y si efectivamente tienen algún sentido como medidas de protesta. La respuesta a esta pregunta requiere por un lado de una periodización, o al menos la incorporación al análisis de la dimensión histórica. Y, por otro lado, sugiere la necesidad de profundizar en la dimensión de la difusión de la protesta, tema en el que no nos introduciremos aquí. 

   Como señaláramos antes, la acción de protesta se da en un escenario en el cual se hace posible determinado reclamo y con ello, la visibilidad de los actores que demandan. Es importante remarcar aquí la noción de espacialidad que contiene esta idea. No se trata de un espacio ya existente dentro de cuyos bordes se dirimen los combatientes, sino de la construcción de ese espacio. Y esa construcción es posible a partir de la existencia del otro antagónico y de un tercero que –en este caso- sería el Estado o los medios de comunicación. Es decir, el actor se vincula con otros y en ese mismo acto constituye un espacio, un ‘entre’, cobrando entonces visibilidad frente a la mirada de los demás.

   De este modo, los actores son ‘reconocidos’ dentro del espacio público de conflicto que han generado por otros actores. Este reconocimiento se da en función de la visibilidad que asume el actor en tanto colectivo. Pero en nuestro caso, el reconocimiento de los desocupados, de los piqueteros, en tanto actores protagónicos de la protesta asume un cariz problemático, puesto que lejos de agruparse alrededor de un ‘nosotros’ frente a un ‘ellos’ delimitado –condición por otra parte de la identidad en su definición clásica-, estos actores de la protesta se presentan como un colectivo heterogéneo. No existen entonces ‘los desocupados’ o ‘los piqueteros’ sino el desocupado de Altos Hornos Zapla, el del Ingenio Ledesma, las mujeres esposas de esos desocupados, chicos y jóvenes, ancianos, miembros de asociaciones u organizaciones por los derechos de los aborígenes, miembros de los distintos gremios y corrientes: SEOM, CTA, ATE, CCC, ADEP (docentes), asociaciones de derechos humanos, etc.

   La heterogeneidad de este colectivo se evidencia -en primer lugar- a partir de los diferentes motivos que los han impulsado a la acción de protesta. Asimismo, encontramos que los distintos modos en que son nombrados por este tercer actor: la prensa, dan cuenta de la imposibilidad de reconocerlos como parte de un todo homogéneo o al menos, de un colectivo cuyas metas se solidarizan. De este modo, los diferentes periódicos adjudican nombres distintos a los actores en cuestión. En general, son llamados ‘desocupados’ o ‘piqueteros’ anulando su dimensión heterogénea y fragmentada.

   Dar cuenta entonces de la complejidad y pluralidad de los distintos actores involucrados supone considerar las formas de nominación, pero no sólo desde el reconocimiento de los actores que protestan por parte de los otros. Es cierto que –como dijimos antes- la acción de protesta supone -en tanto acción- la visibilidad del quien de los actores frente a otros y con otros, pero no es ésta la única condición de la conformación del colectivo. Sino que los modos en que se nombran a sí mismos los actores constituyen una clave fundamental para comprender el proceso de construcción de la acción de protesta y de la identidad. En este punto es interesante observar que esos modos de nombrarse nacen –por un lado- de la acción en sí, y en este sentido podría pensarse que rompen con el orden policíaco de las cosas, con lo existente, con la normal -y concebida como natural- disposición o división de la sociedad en diferentes sectores. El mismo acto de darse un nombre: ‘nosotros somos los desocupados del Ingenio La Esperanza...’ por ejemplo, supone la denuncia de un daño, a partir del cual hacerse visibles en un espacio de conflicto. Implica pasar de no ser contados a formar parte de la cuenta del sistema (Rancière, 1996). La protesta en este sentido da cuenta del proceso de corrimiento de unos actores desde el lugar de exclusión que ocupaban previamente –en tanto sujetos aislados, ya no actores- que los transformaba en ‘nadies’ hacia un lugar público de visibilidad en el que la palabra, el discurso, el nombre que interpela, el darse un sentido en tanto colectivo, resultan fundamentales.

La novedad de la protesta

  A partir del trabajo de campo realizado, pudimos constatar algunas de las hipótesis señaladas a comienzos del proyecto. En este sentido, las protestas desarrolladas en la provincia de Jujuy entre el año 1997 y la actualidad evidenciaron por un lado, la heterogeneidad de los sujetos de la acción; y por otro, la diversidad en cuanto a los repertorios de protesta utilizados –para retomar un concepto de Tilly-. Se ha podido observar que si bien los cortes de ruta en sí mismos no resultan un método novedoso, ya que como se señaló anteriormente, fueron utilizados en la época del Grito de Alcorta; sin embargo, se articulan con otras estrategias de acción en el marco de estos conflictos y producen una mezcla o yuxtaposición de formas de protesta que pueden ser caracterizadas como ‘novedosas’. Pero... en dónde reside la novedad entonces?

   Teniendo en cuenta el concepto de acción que Hannah Arendt desarrolla, la acción se da con relación a otros, en el ‘entre’ que media las interacciones de los hombres; es decir, en el espacio de lo público. Es este espacio para la autora el lugar fundamental en el cual se dirime la lucha política, es decir, la lucha por el sentido. La acción en tanto es desarrollada solamente por hombres, tiene un aspecto de novedad que seguirá existiendo dice la autora, siempre que siga habiendo nacimientos. Esto es: cada hombre produce sentidos y ‘mundo’ al articularse en un espacio de aparición con otros hombres, pero ese espacio y esa relación que es –para Arendt- la política, tiene un carácter de contingencia, no está predeterminado. El hombre no es para ella zoón politikon, como para la tradición de la filosofía política clásica, no tiene una esencia gregaria, política, sino que la política nace en el momento en que ese hombre se une con otros. En este sentido, la reunión del pueblo, de los desocupados, piqueteros, y demás actores de las protestas, en el espacio de la ruta, supone en sí –desde Arendt- una acción; una acción con sentido, aunque desde la autora la acción no tiene metas ni fines, sino que es novedad. Entonces, si Arendt nos permite visualizar y comprender el sentido novedoso de la acción, y por ende las rupturas; es un enfoque que aprecie la dimensión cultural el que nos hará posible entender las continuidades de la misma. En este sentido, el corte de ruta en tanto acción de protesta adquiere un sentido en el marco de un entramado de significaciones o de códigos que llamamos cultura y que es continuamente actualizado a través de las prácticas mismas, con lo cual es pasible de ser modificado por el sujeto en la lucha, pero que otorga de todos modos una significación particular a la acción[12].

   Entonces hay un rescate de lo que se ha dado en llamar por autores como Tilly un ‘repertorio de acciones de protesta’ tradicional, a la vez que es sometido a un revisionismo que incorpora nuevas formas de protesta. Esta novedad puede explicarse en parte si acudimos a los motivos que dan origen a la acción: se resiste un modelo de exclusión y se demanda la inclusión como ‘ciudadanos’, como ‘trabajadores’ en el marco del sistema. No es una lucha revolucionaria, pero sí hay una búsqueda por romper con formas tradicionales de acción que se consideran ya sin sentido. La forma que se elige a través del piquete apunta –como ya hemos analizado- a ‘cortar la circulación’. Frente al poder del discurso globalizador, se refuerza lo local, la identidad local, el lazo social del trabajador, el lazo del hombre a su tierra...

   El análisis del surgimiento de esta protesta en Jujuy nos ha permitido sugerir la hipótesis de que pese a que las primeras demandas y reivindicaciones tenían un sentido puramente económico, luego este sentido fue variando –al menos durante el año 1997- y fue dando cuenta de cierto espíritu combativo y de resistencia a los mandatos de sometimiento y aceptación. Es decir, si bien las primeras acciones nacen del hambre y la urgencia, se puede apreciar, analizando la protesta a lo largo del tiempo, un intento por organizar la acción colectiva recuperando críticamente la experiencia histórica de luchas pasadas. La reconfiguración de ciertas formas de protesta históricas como la huelga, las marchas, etc. supone la elaboración de nuevas formas de lucha. Frente a la corrupción de algunos políticos locales y de gran parte de la dirigencia nacional, frente al vaciamiento de sentido de la idea de democracia, estas nuevas protestas reivindican para sí una ‘verdadera democracia’, cuestionando las tradicionales formas de la representación política y valorando la horizontalidad en la organización de asambleas, reuniones y piquetes.

Reflexiones finales

   “Los condenados de la tierra. Pedro Orce, un personaje de la última novela de José Saramago La balsa de piedra, percibía que la tierra temblaba ante sus pies. Sentía una especie de murmullo que le producía un suave cosquilleo en la planta de sus pies. Sólo Orce sentía ese murmullo mientras la Península Ibérica se iba lentamente desprendiendo de Europa, que a través de una grieta abierta a lo largo de los Pirineos se producía la separación del continente europeo de la península, transformándola en una gran isla flotante... Camino de una utopía nueva, decía Saramago”.

Eduardo Pavlovsky, Micropolíticas.

   El análisis de la protesta social en la Argentina y en particular de aquellas provincias más pobres y más afectadas por el modelo de ajuste neoliberal -como es el caso trabajado en esta investigación- me ha permitido desentrañar un complejo mapa en el cual se entremezclan viejos y nuevos modos de configuración de las identidades sociales y políticas.  Pero son quizás estas últimas las que despiertan nuestro interés hoy por poner de manifiesto precisamente las grietas de una estructura social, de un sistema político y cultural, de ciertos modos de representación de lo social, que de este modo se nos presentan en su contingencia y finitud.  Es decir, las viejas identidades sociales y colectivas que otrora suponían marcos cognitivos dentro de los cuales se habían desarrollado movimientos y protestas guiados por sujetos políticos y horizontes utópicos, han devenido fragmentación, ruptura, crisis de representación y conflicto. Y en este proceso histórico de transformaciones, la protesta actual evidencia justamente el carácter esencialmente conflictivo del orden. Entonces, frente a los planteos que substancializan lo social, se yergue lo político como fundamento mismo del orden social; y en este sentido, la protesta social de los piqueteros y desocupados del Noroeste argentino expresa una explosión de la subjetividad. Las demandas y necesidades que declaran los actores en conflicto, la irrupción de una acción que rompe con algunas reglas dadas, y desquicia finalmente el normal funcionamiento del orden policial, instituyendo la parte de los que no tienen parte (Rancière, 1996), dan cuenta de una estructura que no cierra y que no se permite tampoco ser repensada en función de cierto grado de estabilidad y continuidad. Antes bien, estos deseos y proyectos insatisfechos coartan cualquier intento de pensar en articulaciones comunes a todos los actores en lucha, si no es reconociendo la diversidad que los caracteriza.

 Pero entonces... ¿cómo clausurar en unas cuantas palabras finales el devenir de un conflicto que lejos de resolverse, parece profundizarse cada vez más hundiendo sus raíces en el lodo de un modelo económico que grita a través de las voces oprimidas su crisis? ¿Cómo desarrollar conclusiones de unos hechos que nos han demostrado su infinita capacidad para desbordar aquello hilvanado ni bien se enuncia? ¿Y qué decir pues desde la investigación social que no vaya a morir ni bien se dibuja en palabras?

   No se trata de sino de comprender la extraña flexión y reflexión de la estructura social cuya matriz constitutiva nos obliga a hablar de conflicto más que de consenso, o en todo caso, de la perentoriedad y finitud, de lo contingente y lo transitorio, no de lo dado sino por el contrario, de lo construido y entonces inevitablemente ligado a la posibilidad de desbordarse y de quebrarse, de todo orden social.

   En este sentido, las experiencias de los piqueteros y desocupados del Noroeste argentino, más precisamente de la Quebrada y Puna jujeñas, nos han demostrado que era posible no sólo denunciar y hacer evidente al conjunto de la sociedad, sino también quebrar de algún modo el orden policíaco existente –en el sentido que le adjudica Rancière- en que se partía lo social. La institución de un conflicto a partir de señalar el daño ocasionado: la injusta repartición de la riqueza, la ineficacia y corrupción de los gobiernos de turno, la lógica excluyente y represiva del sistema económico y político que dejó a la mitad de la población desocupada, etc.; creó un nuevo escenario de lucha en el marco del cual se irían configurando nuevos actores: los desocupados, los piqueteros, las mujeres y los jóvenes. Sin embargo, si bien es cierto que estas protestas generaron experiencias en algunos aspectos novedosas, cuestionando las formas ortodoxas de la protesta y combinando esos repertorios tradicionales con otros más nuevos; también es necesario remarcar como características particulares que han surgido del análisis de este caso, que dichas protestas presentaban una gran heterogeneidad en la composición de sus actores, que derivó en la fragmentación y por tanto, en la imposibilidad para plantear y llevar a cabo un proyecto político que tuviese algún horizonte común. La accidentada continuidad y desarrollo de la protesta en Jujuy evidenció claramente que –por el contrario- los intentos por proyectar la acción hacia ciertos horizontes pecaron de idealistas –en palabras de los mismos entrevistados- quedando sepultados y subsumidos en el tiempo frente a la fuerza aplastante del orden social.

   De este modo, creemos que las acciones de protesta encabezadas por desocupados y piqueteros han tenido momentos distintos a lo largo del tiempo: en un primer momento de poca participación, el carácter de la protesta ha sido manifiestamente disruptivo, pero sin llegar a impresionar o a difundirse hacia el resto de la sociedad; lo cual se dio a partir de la actuación de los medios de comunicación y las especiales alianzas entre piqueteros y desocupados con algunos miembros de las estructuras eclesiásticas, entre los meses de marzo y julio de 1997. Ese fue quizás el pico de una serie de protestas que venían desarrollándose localizadamente y en otras regiones del país, que –sin embargo- no  han podido lograr acabadamente sus demandas. Algunas de esas protestas se diluyeron ese mismo año y otras, se cristalizaron en formas más organizadas –como es el caso de las Comisiones de Desocupados- algunas de las cuales tuvieron una corta vida y otras, como la que ha fundado el Padre Olmedo en la Quiaca, persisten hasta el día de hoy. La pregunta que surge entonces es: ¿Hasta qué punto la acción de protesta ha logrado efectivamente mantener ese espíritu disruptivo que veíamos en un principio? ¿Y hasta qué punto se logró capitalizar los momentos de quiebre o ruptura del orden en función de construir algún proyecto político y trascender el horizonte inmediato de algunas demandas? No se trata de interpretar esos momentos de ruptura, de alta conflictividad, simplemente ubicándolos en el esquema más amplio de un proceso revolucionario cuyas etapas y destino se hallan preconfigurados, aunque Melucci señala que algunas acciones de protesta y movimientos sociales pueden devenir revoluciones. Sino más bien, de comprender su especificidad, su singularidad, en tanto acciones de protesta que han logrado dislocar en algún punto aquella estructura social que se consideraba inexpugnable, aunque más no sea de modo efímero, instituyendo simbólicamente otras formas distintas de protesta, otros sentidos, en el contexto de oportunidades concreto que caracterizó a la región durante aquella época incluyendo las rupturas y continuidades hasta el presente.

   Al preguntarnos por la acción social en su dimensión colectiva, no podemos dejar de lado entonces, aquellos aspectos emocionales y cognitivos de los actores volcados en la interacción; es decir, el sentido que aquellos adjudican a la protesta, que no es el mismo que aquel que el análisis social puede llegar a comprender. Si uno de los sentidos del corte de ruta parece estar dado -en principio- por la cuestión del corte de la circulación (Scribano, 1998), su poder simbólico y su eficacia; sostenemos si embargo que adquirió múltiples significaciones para los distintos actores.

   Como señala Alberto Melucci: “Incluso en los niveles menos estructurados de la acción colectiva, los actores “organizan” su comportamiento, producen significados y establecen relaciones. La implicación o el compromiso individual necesitan, por tanto, explicaciones que atiendan a la capacidad de los actores para “construir” su acción colectiva de maneras distintas”[13].

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Otros materiales utilizados

- Apuntes del Centro de Estudiantes de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Jujuy.

- Cartas manuscritas de desocupados y piqueteros.

- Actas de las Asambleas y Reuniones realizadas en la ruta 66 y en Alto Comedero. San Salvador de Jujuy.

- Partes de prensa.

- Notas del diario ‘El Jujeño’, ‘El Pregón’ y ‘El Tribuno de Jujuy’. Además, comentarios y novedades que aparecieron en los diarios de la Capital Federal: Semanario Hoy, Clarín, Crónica. Años 1997, 1999 Y 2000, correspondientes a las semanas que duraron los cortes de ruta y a los meses a lo largo de los cuales se extendió el conflicto y la discusión sobre el mismo.

- Mensajes y comunicaciones varias del Gobierno de la Provincia.

- Artículos varios.

- Volantes.

- Informes del INDEC y del Ministerio de Economía y Obras y servicios Públicos; así como otros organismos públicos.

- Revistas: Veintidós. Notas: “El infierno tan temido” y testimonios de dos piqueteros, jueves 18 de mayo de 2000, Política y Teoría y La Marea, reportaje al “Perro” Santillán.


NOTAS

[1] Lic. en Sociología y docente en la Facultad de Ciencias Sociales-UBA/ Instituto Gino Germani. Coordinadora del Equipo de Investigación sobre Conflicto Social- Dpto. de Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación.

[2] Este trabajo es un primer avance de una investigación sobre la protesta social, realizada en el marco del Departamento de Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación. La metodología utilizada incluye el análisis de datos obtenidos de fuentes de tipo secundario, pero se sustenta fundamentalmente en un trabajo de tipo etnográfico que consistió en la realización de alrededor de 20 entrevistas en profundidad a protagonistas de las protestas y la organización de un grupo focal, lo cual fue complementado con la observación participante.

[3] Se trata de la Corriente Clasista y Combativa.

[4] Ver FARINETTI, Marina (1998): “¿Qué queda del Movimiento Obrero? Las formas del reclamo laboral en la nueva democracia argentina”, en: Documentos de Trabajo, Cátedra de Análisis de la Sociedad Argentina (Sidicaro), Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

[5] Vale aclarar que el corte de ruta no fue inventado por los desocupados y piqueteros sino que se trata de una estrategia implementada por los chacareros pampeanos que iniciaron el “Grito de Alcorta” al sur de la provincia de Santa Fe a principios del Siglo XX; y por ende, no resulta de por sí una novedad como forma de protesta. Confr. con Giarracca, N y Teubal, M (1997): “El Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha. Las mujeres en la protesta rural en la Argentina”, en Realidad Económica Nº 150, Buenos Aires.

[6] E. P. Thompson analiza los motines de subsistencia en la Inglaterra del siglo XVIII y acepta que los mismos se hallan asociados al aumento del precio del pan, pero –sin embargo- cuestiona por reduccionista la visión que no avanza más allá de esta explicación causal para justificar las revueltas. Si bien se trata de otro objeto de estudio diferente del nuestro e instalado en otro contexto, creemos apropiado introducir la idea de Thompson sobre la acción, que para él se sostiene en una cuestión cultural y no sólo atravesada por la necesidad fisiológica. Confr. Con “La economía moral de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII” en: Thompson, E. P.; Costumbres en común, Ed. Crítica, Barcelona, 1995.

[7][7] MOUFFE, Chantal:   "Desconstrucción, pragmatismo y la política de la democracia", en: MOUFFE, Chantal (comp.), 1998: "Deconstrucción y pragmatismo". Buenos Aires, Paidós.

[8] Para un análisis de los cortes de puentes que tuvieron lugar en San Salvador en el año 1997, ver: GARCÍA VARGAS, Alejandra (2000): "Acción colectiva, visibilidad y espacio público en la construcción de la ciudadanía / Los cortes de puentes de mayo del 97 en San Salvador de Jujuy", en Revista Latina de Comunicación Social, número 35, de noviembre de 2000.

[9] Ver Resolución SE 11/2000 sobre los Planes de Emergencia Laboral.

[10] De allí que las formas de solidaridad que estas protestas han generado en la mayoría de los casos mueren cuando la acción de protesta se disuelve, no dando lugar a la conformación de identidades estables o de algún tipo de organización más permanente y consolidada. La excepción la representan quizás las Comisiones de Desocupados que se constituyeron a partir de la experiencia de lucha del ’97, lo que las transforma en un caso interesante de análisis.

[11] Rancière, Jacques (1996): El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, pág. 43.

[12] Arendt no desconoce esto, por el contrario, ella sostiene que el hombre en relación con otros crea mundo, y esto supone crear sentidos que lo trasciendan, ya que las cosas, los objetos, son perecederos.

[13] Melucci, Alberto: “Asumir un compromiso: identidad y movilización en los movimientos sociales”, Revista Zona Abierta, Nº69, año 1994.


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