ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA
E HISTORIA |
Pinturas espirituales.
Identidad y agencia en el paisaje relacional de los cazadores, recolectores y pescadores del centro-oeste de Sonora
TESIS
QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE
DOCTORA EN
ARQUEOLOGÍA
PRESENTA
SILVINA ANDREA VIGLIANI
DIRECTOR DE TESIS: DR. STANISLAW IWANISZEWSKI
MEXICO, D.F. |
2011 |
III. ANTECEDENTES
1. Etnohistoria y Etnografía
De acuerdo a los primeros viajeros y misioneros de la época colonial, la desértica costa central de Sonora estaba habitada por grupos cazadores, recolectores y pescadores, los cuales diferían de sus vecinos pimas, opatas y cahitas de base agrícola. Expedicionarios tales como Cabeza de Vaca, Ulloa, Alarcón e Ibarra dan algunos datos sobre la ubicación y calidad de estos grupos nómadas aunque es muy poca la información que dichas fuentes proporcionan. Sin embargo, se sabe que estos cazadores, recolectores y pescadores no eran un solo grupo unificado como se los conoce hoy en día bajo el nombre de seris, sino varias bandas diferenciadas.
La historia oral seri distingue seis o siete bandas semi-territoriales y políticamente independientes, algunas de las cuales diferían entre sí en cuanto a sus dialectos y rasgos culturales [Moser, 1976]. Dicho sistema de bandas perduró hasta el siglo xix cuando, diezmados por las frecuentes persecuciones y enfermedades, pasaron a formar un solo grupo reconociéndose a sí mismos como Comca’ac [la gente]. Si bien los primeros europeos en llegar a Sonora reconocieron la existencia de distintos grupos o bandas que se movilizaban por la planicie costera, no era muy claro para ellos a qué respondían tales divisiones. Por tal motivo, varios de los términos españoles con los que los designaban respondían al nombre del lugar en donde ocurrían los encuentros –tepocas, salineros, seris, carrizos, bacoachis, cimarrones, tastioteños, etc.-, por lo que en algunos casos llegaban a ser redundantes [Bowen, 2000: 443]. De acuerdo a Mirafuentes [2000], dichas denominaciones también pudieron ser expresión de algunas variantes locales en los rasgo del grupo como por ejemplo, los relativos al adorno del cuerpo y al dialecto, o a la elaboración y acabado de los distintos artefactos, sea de uso doméstico o para la caza, la recolección y la guerra. Según este autor, “la existencia de estos particularismos explicaría la conciencia aparentemente marcada de una identidad local o de grupo en las distintas agrupaciones seris y, por ende, las rivalidades y los conflictos que oponían a esas agrupaciones entre sí y con los grupos de los alrededores como los yaquis, los pimas altos y los pimas bajos” [2000: 594].
A fines del siglo xvi los jesuitas se dirigen al noroeste de México y para las primeras décadas del siglo xvii ya están en el desierto de Sonora. Los intentos de los jesuitas para lograr la sedentarización de estos grupos fueron prácticamente infructuosos. Recién en 1679 logran establecer entre los Tepocas la Misión de Nuestra Señora de Pópulo, en las cercanías de Horcasitas, a cargo del misionero jesuita Juan Fernández, quien poco tiempo después es removido y la misión abandonada. Años más tarde, en 1688, se estableció el padre Adamo Gilg para congregar nuevamente en Nuestra Señora de Pópulo a un grupo seri. La carta que el misionero escribe a sus superiores en 1692 es una de las primeras fuentes de información sobre los seris. Si bien esta carta es en realidad un resumen de las frustraciones e intentos fallidos para establecer y hacer permanente la misión del Pópulo, da una visión general de estos grupos documentando por primera vez algunas de sus costumbres, creencias y comportamientos.
Además de la falta de apoyo de los soldados a las misiones, los problemas que debían enfrentar los misioneros para congregar y adoctrinar a los seris no eran pocos. Entre ellos, Mirafuentes destaca la inclinación general de los seris reducidos a desertar frecuentemente de los pueblos para volver a sus antiguos dominios; una de las causas más visibles de ello era la preferencia que concedían a los alimentos que obtenían de la caza y la recolección por sobre los productos agrícolas. Al respecto, comenta el padre Adamo Gilg que “uno de mis indios me dijo que estos alimentos [en referencia a lo que ellos cazan y recolectan] son puros, en cambio los que comen los europeos son malos, particularmente la carne de ovejas y todos los alimentos condimentados” [Montané, 1996: 158].
Otro de los problemas que afectaban a las misiones eran los conflictos interétnicos e intergrupales de la región, los cuales tendieron a multiplicarse conforme avanzaba la dominación colonial en la región [Mirafuentes, 2000]. Ya desde finales del siglo xvii, las diferentes bandas seris se dedicaron a hostilizar a los grupos sedentarios circunvecinos que se iban incorporando a los establecimientos misionales fundados a los largo de los ríos Yaqui, Sonora y San Miguel. Aislados del resto de la población nativa por esos establecimientos, los seris tendieron a adquirir por medio del robo lo que antes obtenían del intercambio. Tales acciones de robo, atraco o pillaje causaban, a menudo, estragos en los ranchos y en los asentamientos de los españoles. Éstos no tardaban en responder con persecuciones y represalias militares.
Mapa 4: Costa Central de Sonora en los siglos xvii y xviii . Misiones y Presidios
Hacia el 1700 se inician las hostilidades contra los seris de manera sistemática, lo que lleva paulatinamente a la disminución numérica del grupo, así como a su mayor dispersión por toda la costa central. En abril de 1750 seis padres jesuitas junto con el Gobernador de la provincia firmaron un documento donde declaraban oficialmente el fracaso en la conversión de los seris. Esto dio pie a una serie de campañas militares de exterminio contra los seris, especialmente en la Isla Tiburón, a lo que estos grupos respondieron con un violento ciclo de vendettas e incursiones a las rancherías establecidas dentro de su territorio. En este contexto, y poco antes de la expulsión de los padres de la Compañía de Jesús de las provincias de la Nueva España, los seris y los militares europeos estuvieron enfrascados en una guerra abierta. En el periodo comprendido entre 1750 y 1770 la guerra de exterminio encabezada por Parilla los obliga a refugiarse en la Sierra Prieta, desde donde mantuvieron en jaque a la provincia de Sonora asaltando las diligencias que transitaban en la ruta Pitic (Hermosillo) – Guaymas. Al mando del coronel Domingo Elizondo, los soldados de la expedición pasaron más de tres años a caballo para conseguir una paz relativa, lo que no se consiguió sin dificultad. El proceso de pacificación tomó más de veinte años y requirió la más grande movilización militar llevada a cabo en la historia de la Sonora colonial. Al decir de Thomas Sheridan, el prolongado conflicto entre españoles y seris no se debió a la falta de familiaridad entre ellos, por el contrario, españoles y seris entendieron muy bien que eran demasiado distintos, y simplemente fallaron en acordar cual debía ser la forma apropiada de comportarse [Sheridan, 1999 en Bowen, 2000: 445].
La primera mitad del siglo xix, marcada por las guerras yaquis y la independencia mexicana, no implicó cambios significativos por lo que las relaciones entre seris y mexicanos continuaron alternándose entre momentos de treguas difíciles de sostener y periodos de mutua violencia. Durante este tiempo, los seris se vieron obligados a replegarse cada vez más hacia el inhóspito desierto con el fin de aislarse de blancos y mestizos.
Hacia mediados del siglo xix, los rancheros mexicanos comienzan a invadir la zona costera. En 1844 Pascual Encinas estableció el rancho Costa Rica en el área conocida como Siete Cerros. En un principio intentó establecer relaciones con los seris acampados en las cercanías del rancho para utilizarlos como mano de obra. Sin embargo, dado que el ganado de Encinas bebía en los mismos aguajes y se alimentaba en algunos de los terrenos en donde los seris cazaban y recolectaban, no tardaron en ser incorporados a la dieta de éstos. Además de ello, los seris siguieron incursionando ocasionalmente en su rancho para tomar cualquier cosa que les fuera útil ya que consideraban que éste estaba dentro de su territorio. Ante estos hechos Encinas les declaró la guerra, conocida como “las guerras de Encinas”. Se cree que entre mediados de los 50 y mediados de los 60 del siglo xix los Encinas acabaron con la mitad de la población seri. Para ese entonces había muy pocos seris para sostener la organización de bandas por lo que muchos de los sobrevivientes se unieron en un único grupo denominándose a sí mismos Comca’ac.
Pocos años después de estos hechos, específicamente en 1894 y 1895, el etnólogo William McGee visita Sonora y escribe su extensa monografía sobre los seris como producto de dos cortas temporadas en el área, convirtiéndose en el primer estudio etnológico de estos grupos. Si bien se le ha cuestionado el hecho de que nunca estuvo en contacto con los seris en su propio territorio sino con un grupo marginal asentado en los alrededores del Rancho Costa Rica, y de que sus principales informantes tenían largo tiempo viviendo entre los rancheros del área, su obra ofrece valiosa información acerca de su cultura material, su medio ambiente, sus patrones de producción y de consumo, sus descripciones lingüísticas, etc.
En las primeras décadas del siglo xx la población seri, que había quedado replegada en la zona costera y la Isla Tiburón, siguió viviendo de la caza, la recolección y la pesca. Durante este tiempo se siguieron sucediendo esporádicos incidentes de violencia con los pescadores mexicanos que empezaban a aparecer en el área. A finales de la década del 30 la economía seri había comenzado a girar hacia la pesca comercial y las relaciones con los mexicanos empezaban gradualmente a estabilizarse.
Fue en 1930 cuando el antropólogo Alfred Kroeber visita el área y publica un año más tarde su monografía The Seri [Kroeber, 1931]. En ella presenta algunos aspectos relacionados a su tradición histórica, formas de subsistencia y tecnología, así como cuestiones relacionadas a la mitología y religión, chamanismo, tabúes, juegos, danzas, cantos, calendario y astronomía. Sostiene que los seris no son una tribu sino el remanente consolidado de una serie de grupos dialectalmente distintos. Tales dialectos sin embargo, provienen del Yumano, procedente de California y Baja California, a diferencia de sus vecinos inmediatos –Cahita, Pima, Opata, etc- cuyas lenguas pertenecen a la línea Uto Aztecas. Asimismo, rebate algunas de las ideas propuestas por McGee, especialmente en lo referente a los sistemas de parentesco y a la supuesta matrilinealidad, planteando que más bien se trata de grupos con linajes patrilineales.
Entre los años 1955 y 1956 realiza su trabajo de campo el antropólogo William Griffen, de la Escuela de Estudios Inter-americanos, del cual resulta su trabajo Notes on Seri indian culture. Sonora, México, publicado en 1959. Dado que durante la década del 50 los contactos con mexicanos y extranjeros se habían intensificado, tanto su trabajo como el de Kroeber resultan de vital importancia. 1 Por aquellos años la tradición oral aún recordaba los nombres de siete bandas. Si bien los seris ya estaban replegados hasta la costa y la Isla Tiburón, la gente de mayor edad relataba cómo aquellas bandas se desplazaban tierra adentro hasta la zona de Pitic (Hermosillo). En su monografía el autor trata temas sobre la tecnología y cultura material, la organización social y económica, así como la recreación y la religión. En este último aspecto introduce elementos importantes acerca de las prácticas de iniciación chamánica y su relación con las danzas y cantos seris, así como de su mitología. Asimismo, describe el sistema de intercambio amak, en el que cada familia tiene una especie de sponsor destinado al desarrollo de ciertas prácticas rituales consideradas peligrosas por la presencia de las fuerzas espirituales. Su trabajo resulta ser un aporte sumamente importante acerca de los seris de mediados del siglo xx.
En los años cincuenta, el control ejercido por los mexicanos sobre la industria pesquera del Desemboque, 2 se caracterizó por las constantes injusticias y negociaciones desventajosas cometidas contra los seris, lo que intensificó la crisis alimentaria, sanitaria y laboral. Sin embargo, una crisis de otro tipo llegaría para sacudir los cimientos de la cultura seri: “El embate misional tanto del Instituto Lingüístico de Verano como del Comité de la Sociedad de Amigos y el de la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, dentro de un entorno económico enrarecido y fracturado por la crisis de la posguerra, sentó las condiciones necesarias para lograr aquello que siete décadas de esfuerzos misionales jesuitas no consiguieron tres siglos atrás: la evangelización de los seris” [Rentaría, 2006: 70].
Es así que en 1951 llegan al corazón del territorio seri, Edward y Mary Beck Moser, una joven pareja provenientes del Instituto Lingüístico de Verano, quienes viven por más de 25 años entre los seris. La pareja se avocó a la difícil tarea de comprender la compleja fonología y estructura de la lengua comca’ac o cmique iitom. En la medida en que el conocimiento y dominio de la lengua les fue permitiendo a los Moser acceder a la intimidad de las dinámicas sociales, comenzaron a desarrollar una vasta obra a la luz de dos vertientes. Por un lado, realizaron extensos estudios sobre aspectos de la cultura seri a los que nadie hasta el momento había podido acceder. Tales estudios resultaron en la publicación de un gran número de trabajos antropológicos sobre la cultura y la etnobotánica seri, así como del diccionario seri-español. Por otro lado iniciaron un proceso interno de convencimiento y conversión entre los seris que contrataron para la investigación de la lengua, en donde los pasajes del nuevo testamento resultaron ser el principal material del trabajo [Rentaría, 2006: 73-74]. La posterior aparición de otros dos grupos protestantes –mencionados más arriba- terminó por apuntalar el desarrollo de la misión de fe. Si bien Griffen fue testigo de las profundas influencias que empezaban a llegar a la comunidad seri por parte de la Iglesia Protestante, fue el antropólogo William Smith quien más sostuvo una distancia crítica de los procesos que se empezaban a perfilar. 3
Más allá de la labor evangélica de los Moser, su producción científica es invaluable. Uno de sus trabajos más importantes y referencia obligada para cualquier investigador interesado en estos grupos, refiere al estudio de las bandas seri, publicado por Edward Moser en 1963 (traducido al español en 1976). Gracias al amplio conocimiento de su lengua, logra definir la existencia de al menos seis bandas históricas las cuales en conjunto ocupaban, antes de la desintegración social del siglo xix, el área comprendida entre los alrededores de Empalme y Guaymas al sur, hasta Puerto Libertad en el norte, así como las islas de Tiburón y San Esteban. Cada una de estas bandas tenía un dialecto y una territorialidad diferente, aunque éstos deben haber sido permeables y la pertenencia a una banda flexible y fluida. Además de su larga experiencia en campo, utiliza los informes de McGee, de Kroeber y de Griffen, aunque sostiene que los últimos dos autores ofrecen datos más amplios y más exactos. Las seis bandas descritas por Moser son las siguientes:
Banda I: Xíca Hái Ic Cóii (“los que viven hacia el verdadero viento”): Se los menciona comúnmente como los Tepocas o Salineros. Habitaban un área comprendida entre Puerto Lobos y Cabo Tepopa, y hacia el interior hasta el río San Ignacio, no obstante llegaron a establecer campamentos hasta el río Colorado.
Banda II: Xíca Xnái Ic Cóii (“los que viven hacia el viento del sur”): Conocido generalmente como Tastioteño, este grupo se movía por la costa desde Guaymas hasta Bahía Kino. Es probable que algunos miembros de este grupo se hubieran integrado a la misión de Belén junto con Pimas y Yaquis. Dentro de este grupo estarían considerados los Guaymas y Upanguaymas, que fueron otras denominaciones que recibieron quienes colindaban con los Cahitas.
Banda III: Taheöjc Comcáac (”la gente de la Isla Tiburón”): Esta banda de la designa con el nombre de Seri o Tiburones. Ocupaban la costa este de la isla Tiburón y la franja costera adyacente al canal del Infiernillo. Fueron quienes tuvieron mayor contacto con los europeos.
Banda IV: Heno Comcáac (“la gente del desierto”): Vivían en el interior de la Isla Tiburón y dependían principalmente de los recursos terrestres aunque ocasionalmente visitaban la costa.
Banda V: Xnaa Motat (“los que vienen de la dirección del viento del sur”): Habitaron en torno a los extensos manglares de la costa, en las inmediaciones de Punta Sargento. Es probable que estos grupos vinieran de algún lugar situado al sur de Guaymas.
Banda VI: Xica Hast Ano Coíi (“los que viven en las montañas”): habitaron en la Isla San Esteban y en el suroeste de la Isla Tiburón, y fueron los que estuvieron en condiciones de mayor aislamiento.
Moser señala la presencia de subdivisiones o ihizitim, para tres de las seis bandas (bandas i, iii y vi), así como diversos movimientos que éstas hacían a lo largo de su territorio. De acuerdo al autor, la estructura social de las bandas solo podía entenderse con relación a sus subdivisiones. Estas ihizitim tenían nombres propios, estaban basadas en una descendencia patrilineal, tenían una residencia patrilocal y estaban asociadas a áreas especificas de recursos. Asimismo, sostiene que las contiendas internas fueron un factor de importancia para el establecimiento del sistema de bandas, mientras que las contiendas externas fueron el factor determinante para su colapso [Moser, 1976]. Para el caso que me ocupa en esta investigación, rescato la subdivisión 15 de la banda iii. Ésta ocupó el área que posteriormente fue Villa de Seris, al sur de Hermosillo (actualmente es parte de la ciudad), aunque con el crecimiento de esta ciudad debieron volver a la Isla Tiburón.
Durante las décadas del setenta y ochenta, Richard Felger y Mary Beck Moser recopilan y publican en una serie de artículos los conocimientos etnobotánicos de estos grupos, dándonos a conocer el enorme potencial alimenticio, especialmente vegetal, que existe en la desértica costa del centro de Sonora, al tiempo que aportan importante información acerca del uso medicinal de plantas y animales, pigmentos, adornos y vestimenta, etc. El profundo conocimiento de la flora y fauna local, de sus nombres y utilidades y de los contextos de participación les permite a los autores indagar en las dimensiones simbólicas y rituales de ese mundo no humano. Tales conocimientos culminan con una de las obras más extensas y profundas sobre la cultura y la etnobotánica seri: People of the Desert and Sea. Ethnobotany of the Seri Indians, publicado en 1985.
Numerosos investigadores, nacionales y extranjeros, han visitado a la comunidad seri desde entonces. Sin embargo, los trabajos de McGee, de Kroeber, de Griffen y de los Moser siguen siendo las principales referencias, como lo son los aportes de Thomas Bowen en arqueología, a quien me referiré en la sección correspondiente. A continuación mencionaré los rasgos más generales de estos grupos.
Características generales de los grupos Seri
Normalmente, se asume que el hábitat tradicional de los seris, incluso desde antes de la llegada de los españoles, era la desértica planicie costera de Sonora, entre Guaymas al sur y la desembocadura del río Concepción al norte. Hacia el interior las opiniones varían proponiendo que ocupaban una reducida área adyacente a la costa [McGee, 1980 (1898): 17], o que llegaban hasta Siete Cerros [Kroeber, 1931: 5], Pitic –Hermosillo- [Griffen, 1959: 1], Horcasitas [Nolasco, 1967: 130], o Villa de Seris [Moser, 1976], mientras que hacia el oeste, además de la costa, todos coinciden en que ocuparon las islas cercanas de Tiburón y San Esteban. Actualmente se reconoce que su territorio se extendía desde la desembocadura del río Yaqui, al sur, hasta la del río Concepción al norte. Por el este alcanzaba las márgenes del río San Miguel, y por el oeste la costa, incluyendo la Isla Tiburón. Al parecer, la Isla San Esteban fue ocupada tardíamente, empujado por la presión de los españoles y luego del gobierno mexicano [Bowen, 2000].
Por las características ambientales ya citadas, la movilidad era la estrategia de subsistencia elemental por medio de la cual podían aprovisionarse de los recursos básicos mediante la recolección, la caza y la pesca. De este modo, trasladaban periódicamente sus campamentos a lo largo de territorio que ocupaban con la finalidad de obtener los recursos disponibles especialmente del rico litoral y de las zonas intramareales que existían entre el desierto y el mar. Durante el siglo xx, el cambio a la residencia permanente así como la restricción de su territorio hacia la línea costera e Isla Tiburón, hizo que la pesca y los recursos marinos constituyan la base de su subsistencia. Incluso a primera vista, dice Griffen, muchos de sus rasgos más tradicionales parecen estar fuertemente orientados hacia el mar. Sin embargo, es indudable que el comercio pesquero ha intensificado ese aspecto relegando la caza y la recolección a una posición secundaria. A su vez, los seris representan hoy la conjunción de varios grupos los cuales probablemente tenían diferentes formas de hacer su vida dado las diversas oportunidades que les brindaba el entorno, así como a los diferentes contactos con grupos foráneos. De este modo, tanto su base económica como otros rasgos de la vida social son el resultado de la selección, modificación y reorganización de prácticas fusionadas de las antiguas bandas seris [Griffen, 1959: 31-32].
Para comenzar con la pesca, ésta se realizaba en los manglares que yacen a lo largo de varias partes del litoral, donde atrapaban todo tipo de peces y jaibas, así como mar adentro, donde arponeaban desde sus pequeñas balsas de carrizo, peces, leones marinos y sobre todo tortugas marinas. El alimento más destacado de la dieta seri era la caguama o tortuga marina la cual abunda en todo el golfo de California. Los seris conocían y explotaban la cinco especies de tortuga marina que habitan en la región con especial énfasis en las tortugas verdes o cariprietas (Chelonia mydas), de las cuales distinguían ocho tipos diferentes de acuerdo a la edad. Sobre el tema de las tortugas marinas profundizaremos más adelante. Finalmente, los moluscos y crustáceos estaban también presentes en la dieta de los seris. Las aves acuáticas ocupaban un lugar importante entre las presas seri preferidas, siendo el ave más destacada el pelícano. De acuerdo a McGee, la caza del pelícano era un proceso colectivo muy bien organizado.
Respecto a la fauna terrestre se cazaban venados bura y cola blanca, antílopes, borregos y jabalíes, y se recolectaban tortugas del desierto, liebres, serpientes, lagartos, varias especies de roedores, insectos y pájaros incluyendo halcones y lechuzas. De acuerdo a Felger y Moser, los seris utilizaban más de 94 especies de plantas como alimento incluyendo el trigo de mar (zostera marina). No obstante, uno de los principales recursos correspondía al fruto más característico de los desiertos, la tuna. Ésta se da en todos los cactus de la región como la pitahaya, el saguaro, la saguesa, la cina y el nopal. Si bien pueden hallarse tunas a lo largo de todo el año, la cosecha normal tenía lugar a mediados del verano, poco antes de la temporada húmeda de julio-agosto y duraba algunas semanas.
Antiguamente, los seris movían sus campamentos a lo largo de la costa de acuerdo a la estacionalidad de la fauna marina, especialmente de las caguamas. Cuando maduraba la pitahaya y otros frutos del desierto se alejaban de la playa y establecían sus campamentos cerca de los aguajes para recolectar, cazar y obtener materiales para sus habitaciones y otras necesidades. Para la habitación solían utilizar abrigos rocosos, cuando disponían de ellos, o bien, especialmente en la playa, paravientos o chozas. Estas últimas eran enramadas de ocotillo al que se le agregaba cualquier tipo de ramaje formando una especie de glorieta. Podían durar varias ocupaciones durante meses o años.
La familia extensa era el centro de la vida social seri. El complejo sistema de parentesco, con más de sesenta términos distintivos, una fuerte tendencia a términos recíprocos y términos que sirven para diferenciar grupos de edad especialmente si son del mismo sexo, ha dado pie a plantear una estrecha afinidad con los sistemas yumanos de California [Kroeber, 1931: 9]. Asimismo, existían costumbres de intercambio de obligaciones que estaban asociadas con el sistema de parentesco. Cada persona tenía la obligación de compartir tanto bienes materiales como comida. Cuando estaban disponibles, estos bienes debían ser compartidos con miembros específicos de la familia extensa, quienes estaban obligados a devolver el tipo opuesto de bienes. Al respecto, cuenta el padre Gilg que “uno regala todo lo que tiene a un amigo, lo cual ellos consideran un gesto muy importante y les gusta contarlo. En cambio una persona ahorrativa la desprecian” [Montané, 1996: 157].
Actualmente, el matrimonio entre los seris es monógamo, aunque alguna vez incluyó la poligamia, al menos durante las mayores hostilidades del siglo xix [Felger y Moser 1985: 6]. De acuerdo a la mayoría de los autores la residencia es patrilineal.
Otro aspecto interesante relativo a las interacciones sociales era el sistema amák. Este consistía de “diversos roles que eran puestos en práctica en ciertos contextos donde podía haber peligro sobrenatural” [Griffen, 1859: 42]. Cada familia tenía otra familia que era su amák, y aparentemente era heredado por línea paterna. Los deberes de la familia amák consistían especialmente en hacerse cargo de las fiestas de pubertad y de los entierros. En el caso de estos últimos, el amák pintaba sus manos en negro o blanco para evitar los peligros que implicaba tocar el cuerpo del difunto. Las posesiones más personales del muerto se enterraban con él, y su casa y su balsa eran quemadas. El resto se convertían en propiedad del amák quien estaba obligado a devolver el equivalente a la familia del difunto. Este intercambio eliminaba el poder espiritual que contaminaba las posesiones del difunto desde el momento en que éste moría [ibid.: 43-44], mientras que el nombre del difunto se dejaba de pronunciar [Kroeber, 1931]. De acuerdo a McGee, los muertos eran enterrados con sus posesiones personales y cubiertos con piedras; mientras que tierra adentro se le agregaban además plantas espinosas. Para el padre Adamo Gilg, en cambio, los cuerpos eran colocados en los árboles y cubiertos con ramas [Montané, 1996: 155].
Las fiestas ceremoniales o encuentros sociales servían para celebrar una diversidad de eventos. De acuerdo a Felger y Moser, estos eventos no estaban calendarizados ni eran previsibles, con el fin de evitar una gran concentración de gente en determinado lugar. 4 En sus fiestas solían ejecutar danzas y cantos de guerra, de la naturaleza, de nacimiento y otras relacionadas con los ritos de paso, principalmente con la pubertad. Tales cantos eran obtenidos de las entidades espirituales con las que se comunicaba el iniciado y eran consideradas como el habla de los espíritus (más adelante ahondaré al respecto). A lo largo del siglo xx fueron desapareciendo los rituales asociados al nacimiento, así como el que celebraba la pubertad entre los hombres. Probablemente, sus últimas derrotas y la invasión a la isla Tiburón terminaron con la antigua danza de guerra que alimentaba sus espíritus guerreros [Aguilar, 1999].
Tanto hombres como mujeres usaban pintura facial y corporal y solían tatuarse la cara. Respeto a esto último, señala Adamo Gilg que los seris “punzan a los niños no únicamente las orejas y el tabique nasal, sino también las mejillas y la boca con espinas, para que cuando se acaben de sanar las heridas se queden puntos negros en las cicatrices que sirven como decoración” [Montané, 1996: 154]. Con relación a la pintura, dice Gilg “Decoran el cuerpo con toda clase de colores”, y pintan “las mejillas de azul o con la sangre de animales silvestres” [Ibid. 1996: 155-156]. Si bien en la actualidad la pintura facial parece tener un sentido puramente estético, en la antigüedad debió haber tenido algún significado social o ritual importante [Nolasco, 1967]. Al respecto, cabe destacar que la mayoría de los autores coinciden en afirmar la presencia de personajes asociados al chamanismo [McGee, 1980; Kroeber 1931; Griffen, 1959; Moser y White, 1968; Felger y Moser, 1985; entre otros]. De acuerdo a Kroeber, la iniciación chamánica tenía lugar en “una cueva en la montaña” en la cual el iniciado “pintaba un signo o marca en la pared para que se abriera y él entrara. El espíritu de adentro […], puede ayudarlo o no, si lo hace, golpea al hombre y entra en su cuerpo. A través de ello el chaman puede curar, [ya que el espíritu dentro suyo le permitía] ver la causa de la enfermedad en el cuerpo del paciente. El espíritu no es visible a otros ni puede hablar a través del cuerpo del chaman [Kroeber, 1931: 13]. Al parecer, aún en la actualidad, ésta es una práctica accesible a cualquier miembro de la comunidad. Cada persona que desee tener una visión debe seguir un patrón generalizado, que consiste en estar solo, en ayunas y lejos del campamento. La visión se puede buscar en una cueva pero también en un círculo de piedras (vision quest), en una choza de ocotillo construida en la playa, o en el desierto y debe durar cuatro días [Felger y Moser, 1985; Kroeber 1931].
Finalmente, antes de pasar al próximo apartado cabe señalar que la arqueología de la costa central de Sonora se ha caracterizado por el uso intensivo de la analogía etnográfica, en tanto que se considera a los actuales Comca’ac como la población superviviente de los que habitaron este espacio en tiempos prehispánicos [Villalpando, 1992]. Al respecto, se asume que antes de la llegada de los europeos, el área estaba habitada por grupos cazadores recolectores que se distinguían claramente del resto de los antiguos pobladores de Sonora, tanto en el sentido lingüístico como en el modo de vida. Si bien se reconoce que el modo de vida de los grupos actuales ha sufrido modificaciones con el tiempo, la información etnohistórica y etnográfica ha constituido un punto de partida y de apoyo de suma importancia para la interpretación arqueológica de la costa central [Villalpando, 1989]. Vale como ejemplo la extensa monografía, rica en elementos descriptivos, que nos proporciona McGee mediante la cual nos acerca a la enorme diversidad de materiales utilizados por estos grupos. Sabemos por ejemplo, que la tortuga no solo proporcionaba la carne como alimento sino que algunos de sus huesos servían como herramientas, su caparazón se usaba para cubrir la vivienda, como escudo improvisado, bandeja o cántaro de urgencia. El pelícano servía como alimento pero también como el principal material utilizado para la vestimenta y otros menesteres. Las mandíbulas de ave, las espinas y huesos de pescado y las espinas de cactus eran utilizados como perforadores; los dientes y cuernos de animales eran empleados como raspadores y, mediante algún proceso, como elementos cortantes, al igual que las astillas de caña; las conchas marinas tenían una gran cantidad de aplicaciones, como recipientes de todo tipo, cucharones, o como elementos para raspar pieles, cañas y tallos, cortar tejidos animales y vegetales, cavar tumbas y pozos, etc. Los guijarros de playa constituían otro de los elementos de gran utilidad ya que servían para romper o aplastar conchas y huesos, desgarrar pieles, cortar tendones, moler o triturar semillas, desarraigar cañas, tronchar árboles y ramas, clavar estacas, y para múltiples fines asociados a la fabricación de flechas, balsas y jacales [McGee, 1980 (1898)]. A continuación presentaré los estudios arqueológicos realizados en el área.
2. Estudios arqueológicos
Pocas regiones del noroeste de México y sudoeste de Estados Unidos han recibido tan poca investigación arqueológica como la costa central de Sonora. Tradicionalmente se conocía a los sitios de esta costa como depósitos de concha sobre dunas o paleodunas que presentaban una cerámica dura muy fina, conocida como cáscara de huevo (Tiburón Lisa), y algunas figurillas de arcilla. La información etnohistórica y etnográfica ofrecía algunos elementos descriptivos de la cultura material de los grupos que habitaron el área desde la época de contacto. Sin embargo, se desconocía la asociación entre cultura material y grupos vivos, la profundidad temporal de éstos últimos, o lo que es más importante, la dinámica del cambio social y cultural.
Recién a partir de la década del sesenta del siglo xx el área comienza a ser investigada, especialmente por arqueólogos extranjeros: en 1964 se realiza un recorrido informal por la zona de Guaymas, lo que lleva a Thomas Bowen a interesarse por la arqueología de la región. Un año más tarde se une al equipo de William Wesley de la Universidad de Arizona, quien dirigirá el primer proyecto de investigación sistemática para la costa central de Sonora. Finalmente, las investigaciones realizadas entre los años 1966 y 1967 concluyeron en la tesis doctoral de Thomas Bowen, publicada en 1976, siendo uno de los trabajos más completos sobre la arqueología de la costa central de Sonora.
Bowen [1976: 14], define a la “costa central” como el área arqueológica que abarca tanto la estrecha franja de la costa sonorense -desde río San Ignacio, cerca del Desemboque de los seri al norte, hasta Punta San Antonio cerca de Guaymas al sur- como a las islas del Tiburón y San Esteban. En este sentido, costa central refiere a un área cultural más que natural, y está definida por la distribución de restos arqueológicos característicos siendo el elemento más diagnóstico la cerámica Tiburón Lisa [Ibid.]. Si bien los límites que esta área tiene tierra adentro son difíciles de precisar, sostiene que podrían ubicarse a unos 20 km gracias a la existencia de algunos sitios con material diagnóstico. Las investigaciones posteriores han demostrado la presencia de materiales de este tipo mucho más tierra adentro, llegando incluso hasta Horcasitas por lo que algunos autores sostienen que los límites al interior fueron variables a través del tiempo [Villalpando 1985]. Al respecto, se ha incluido a la zona de La Pintada en la Sierra Libre como parte de la Tradición Costa Central [Contreras, 2007].
En el año 1979 comienza el Proyecto arqueológico Isla San Esteban del cual resulta la tesis de licenciatura de Elisa Villalpando, así como numerosos artículos aportando importante información acerca del patrón de subsistencia y asentamiento de estos grupos costeros.
Si bien hacia las sierras intermedias los trabajos son aún más escasos, hay que destacar que uno de los más tempranos para toda la región de la planicie costera, tiene lugar justamente en el área de nuestro interés: el cañón del Tetabejo en la Sierra Libre. Allí mismo, en el año 1956 Walter Taylor excava la cueva del Tetabejo. Sin embargo, lamentablemente no solo no deja informe en el INAH ni publica los resultados de sus trabajos, sino que además traslada todo el material de excavación a Estados Unidos, material que por supuesto nunca regresa. Por tal motivo, solo contamos con el inventario de hallazgos y con escasas referencias de parte de terceros acerca de sus trabajos en el cañón del Tetabejo. Más tarde, en el año 1982, Manuel Robles publica un análisis interpretativo de un panel de pinturas rupestres, de origen claramente poscontacto, plasmadas en un pequeño refugio rocoso ubicado a la derecha de la entrada a este cañón.
Muy cerca del Tetabejo en la misma Sierra Libre se encuentra el cañón de La Pintada. Para éste contamos con un poco más de información empezando por el importante trabajo que en 1961 realizara Miguel Messmacher [1981]. Este investigador desarrolla por primera vez un estudio sistemático de la gráfica rupestre del sitio La Pintada, lo que dará lugar a su tesis de maestría. Años más tarde, Manuel Robles junto con un grupo de aficionados a la arqueología, recorren el área de La Pintada y recolectan material para el Museo Regional de la Universidad de Sonora aunque aparentemente no dejan ningún reporte escrito de estas actividades. En el año 1977, Braniff y Quijada realizan un catálogo de sitios arqueológicos de Sonora en donde registran a La Pintada como SON:0:5:1 [Braniff y Quijada, 1978].
Finalmente, en 2007 se inicia el Programa Institucional La Pintada a cargo de Eréndira Contreras. El mismo tiene por finalidad tanto la investigación arqueológica del área como la puesta en práctica de un plan de manejo que permita su protección y conservación dado que es uno de los sitios más visitados por el turismo.
Aspectos generales de la arqueología de la costa central
En términos generales existe un gran desconocimiento sobre la ocupación prehispánica del actual estado de Sonora siendo este problema más agudo para la costa central y mucho más aún para las sierras intermedias. Sin embargo, los materiales arqueológicos manifiestan una intensa ocupación del área desde tiempos anteriores al contacto, siendo evidente para toda la secuencia de ocupación, incluyendo la época de contacto y posterior a éste, la existencia de grupos con una subsistencia basada en la apropiación (caza, recolección y pesca) y nunca en la producción.
Las primeras ocupaciones en el área son difíciles de establecer. Al respecto, se cuenta con evidencias tempranas asociadas a las puntas de tipo Clovis en algunos sitios a lo largo del río Sonora y del río Matape, en la bahía de Guaymas y en el estero de Tastiota (ver Mapa 1), mientras que en la Sierra Libre se halló un fragmento de este tipo de punta [Robles Ortiz, 1974]. De igual modo, la ocupación precerámica en la costa central es difícil de determinar. En muchos de los sitios arqueológicos los depósitos culturales no son significativamente profundos y es muy probable que los materiales asociados con una ocupación precerámica se encuentren mezclados con las evidencias de ocupaciones posteriores [Villalpando, 1992].
En cambio, se considera que la primer cerámica conocida para el área, la Tiburón Lisa, esta estrechamente relacionada con la cerámica Yumana (Tizon Brown Ware y Lower Colorado Buff Ware), lo que la estaría ubicando cronológicamente entre 700 y 800 dC [Bowen, 1976: 91]. Uno de los aspectos que caracteriza a la cerámica Tiburón Lisa, conocida también como “cáscara de huevo” es la extrema delgadez de sus paredes y el uso de arena como desgrasante. Además de la cerámica, otro de los materiales que podrían ofrecer una base cronológica para la presencia de cerámica son los fragmentos de brazaletes de Glycymeris, ya que piezas muy similares se encuentran en Snakedown entre el 700 y el 1100 dC, de la región Hohokam [ibid.] y en el norte de Sonora, asociado a lo que se conoce como Tradición Trincheras. Otro tipo de evidencia que manifiesta contactos con estos últimos es la presencia de cerámica Trincheras en varios sitios de la costa central y de las islas [Villalpando, 1992].
El periodo colonial o histórico de la costa central se caracteriza entre otras cosas por un cambio en la manufactura de cerámica. En este caso, los productores empiezan a utilizar desgrasante orgánico, especialmente estiércol de caballo o conejo, lo que hace una cerámica más burda, menos delgada y menos resistente. Más allá de la presencia de los elementos mencionados es difícil establecer una cronología relativamente precisa, ya que el resto de los materiales culturales que suelen aparecer en los distintos sitios son muy semejantes.
Los campamentos estacionales de la costa se caracterizan por ser depósitos de conchas sobre dunas o paleodunas, con diversos materiales culturales dispersos por el lugar como cantos rodados sin modificar, lascas, desechos líticos y cerámica fragmentada. Asimismo, se han hallado metates y manos de moler, morteros, puntas de proyectil y otras herramientas líticas, y ornamentos en concha como brazaletes, cuentas de collar y pendientes. De acuerdo a Bowen, los sitios registrados unos 20 km tierra adentro, en particular los del sector conocido como Playa Noriega, tienen características similares a los de la costa aunque la presencia de concha es mucho más escasa [1976: 23].
Además de los sitios considerados como campamentos estacionales existen otros elementos arqueológicos. Entre estos están los círculos de piedra, consistente en un espacio delimitado por la ubicación de piedras en forma circular, oval o irregular, por lo general están aislados y alejados de los lugares de habitación, y carecen de material arqueológico asociado. De acuerdo a los registros etnográficos, los seris acostumbran a hacer círculos de piedras en lugares alejados como un medio adecuado para la búsqueda de visiones que todo iniciado debe hacer. Según los seris, los espíritus viven bajo la tierra y especialmente dentro de las montañas. Es por ello que las entradas al inframundo suelen ser las cuevas a las que los iniciados van, guiados por los espíritus, a buscar las visiones. Sin embargo, además de las cuevas muchas veces se construyen formas circulares u ovales de piedra para marcar esa entrada. El nombre seri para estas construcciones es Sáax ?apésXW, “cuevas ocultas” [Bowen, 1976: 41].
Otro tipo de elementos arqueológicos corresponde a los alineamientos y figuras de piedras. En el primer caso suelen ser dos líneas paralelas, separadas o unidas en uno de sus extremos, y con una longitud variable, llegando a los 80 m. En el segundo de los casos, consisten en una diversidad de diseños rectilíneos, curvos, circulares o irregulares. Tanto unas como otras aparecen en áreas del tipo pavimento del desierto. Julian Hayden las comparó con los geoglifos de la Sierra Pinacate al noroeste de Sonora y ubicadas temporalmente entre Malpaís y Amargosa [Bowen, 1976: 38].
Por su parte, se han registrado amontonamientos de piedra y hornos de tierra o loberas, aunque es posible que tanto unos como otros sean de manufactura reciente. Finalmente, existen sitios con pinturas rupestres en la isla Tiburón, en las inmediaciones de Desemboque, en el Rancho Puerto Rico, en los alrededores de Hermosillo y en el Sierra Libre.
La arqueología tierra adentro: Sierra Libre
Los estudios arqueológicos realizados en el área de Sierra Libre son, como se dijo más arriba, realmente escasos. Dentro de esta área, el sitio más conocido es La Pintada debido a las características del cañón, escarpado y estrecho, y a la presencia de una gran diversidad de pinturas rupestres. Estas se distribuyen por todo el cañón aunque se concentran especialmente en dos sectores: asociadas a una tinaja en la parte superior del cañón, y sobre un paredón sumamente abrupto y de difícil acceso que mira hacia el oeste. Se destacan una enorme variedad de figuras antropomorfas, zoomorfas y abstractas. Entre las primeras existen formas naturalistas y esquemáticas, algunas con diseños internos, aisladas o en grupo, con o sin tocado y a veces portando objetos como armas o emblemas. Las figuras zoomorfas parecen representar venados, reptiles, aves y suelen estar representadas de manera naturalista. Asimismo, existe una enorme diversidad de figuras geométricas y/o abstractas, improntas de mano, etc. Finalmente, existen representaciones poscontacto, caracterizadas generalmente por la figura del jinete a caballo. Las diferencias en estilo y técnica de ejecución así como la frecuente superposición de las pinturas han permitido suponer que el lugar fue utilizado en diversas épocas [Messmacher, 1981; Contreras y Quijada, 1999].
El trabajo de Miguel Messmacher para el sitio La Pintada es importante e innovador para la época por sentar bases sólidas en el ámbito teórico-metodológico y práctico del estudio del arte rupestre al aplicar elementos sistemáticos de observación, descripción, análisis y explicación [Mendiola, 2003]. Sin embargo, solo se centra en el estudio de la gráfica rupestre siendo que existen en el área otros elementos arqueológicos importantes. La investigación del contexto arqueológico local y regional es imprescindible para la mejor comprensión social y cultural en el que tuvieron lugar las prácticas asociadas a las pinturas. Es en este sentido hacia donde se dirige el Programa Institucional de La Pintada a cargo de Eréndira Contreras, y es también la intención de la presente investigación.
Entre los escasos antecedentes que existen en este sentido para el área, están los recorridos realizados por el Arizona State Museum en la década del sesenta cerca de La Pintada donde registran algunos fragmentos de cerámica Tiburón Lisa, además de fragmentos de lo que podría ser cerámica Pima. Del material recolectado por Manuel Robles y un grupo de aficionados en los alrededores de La Pintada en 1971, conocemos la escueta referencia que hace Thomas Bowen en su obra sobre la arqueología de la costa central. Este material incluye concha, cuentas, figurillas de cerámica del estilo de la costa central, puntas de proyectil, cerámica incisa de la costa central y pipas de piedra [Bowen, 1976: 51]. Finalmente, Contreras [2007] nos informa acerca de la presencia de cerámica Tiburón Lisa y Seri Histórica, lítica tallada, fragmentos de concha y morteros fijos. Asimismo, nos indica que la concentración de materiales arqueológicos en el área permite suponer la presencia de diversos campamentos estacionales.
A unos 5 km en línea recta al sur del sitio La Pintada se ubica el área de interés de nuestro estudio, el cañón del Tetabejo. Además de la información etnográfica ya mencionada, las primeras referencias sobre la arqueología de este sector provienen de mediados del siglo pasado cuando Walter Taylor excava la cueva del Tetabejo. Como se dijo más arriba, Taylor no publica los resultados de estas investigaciones por lo que solo contamos con el inventario de los materiales que aparece en los registros del Smithsonian, así como algunas referencias que hacen otros investigadores. En el primer caso cabe aclarar que las notas y registros de la excavación que realizara Taylor en la cueva del Tetabejo solo pueden consultarse apersonándose en los Archivos del Instituto Smithsoniano en Washington DC, aunque sí es posible acceder vía internet al inventario de sus archivos. Lamentablemente, en el inventario solo se enumera la lista de hallazgos sin especificarse ni describirse cada uno de ellos, salvo en el caso de las puntas de proyectil, que solo menciona el tipo, y en el caso del material lítico, que lo describe someramente. Entre los materiales recuperados en la cueva del Tetabejo y registrados en el inventario mencionado se destacan los siguientes: artefactos en madera, artefactos en hueso, material botánico, artefactos en fibra, cerámica, manos, metates, puntas de proyectil tipo La Palma, Pintada, Escalante, San Luis y Tejunco, herramientas bifaciales y unifaciales, choppers, núcleos, hachas, perforadores y ornamentos (no especifica). Llama la atención la ausencia de concha, material que sí se ha registrado en La Pintada a escasos cinco kilómetros.
Respecto a las referencias provenientes de terceros, Bowen señala que, según lo que le reportara Taylor en “comunicación personal”, los depósitos culturales de la cueva eran superficiales y la diferenciación estratigráfica era poco clara. No obstante, registra cerámica Tiburón Lisa tanto en asociación con cerámica Trincheras como también en las capas superiores e inferiores a aquella [Bowen, 1976: 66]. Por su parte, David Phillips [1989], haciendo referencia a los informes de Taylor, agrega que la cueva del Tetabejo era un área habitacional además de lugar de entierro. Asimismo, sostiene que la información del Tetabejo permite suponer que en épocas prehispánicas toda la planicie costera era territorio seri [Ibid.: 387-388]. Lamentablemente, no he podido acceder aún a las notas, registros, planos, dibujos y fotografías de la excavación de Taylor.
El otro trabajo efectuado en el cañón del Tetabejo corresponde a Manuel Robles Ortiz, quien en 1982 publica el “Análisis de pictografías tardías del Tetabejo, Sonora”. El mismo comprende el análisis de pinturas rupestres ubicadas en un pequeño refugio a la derecha del camino de entrada al cañón. Robles describe un conjunto de quince figuras realizadas en rojo, blanco y negro, principalmente antropomorfas portando lanzas o espadas, a veces con sombrero y por lo general montando a caballo. La representación de las figuras, especialmente de sus vestimentas, le permite a Robles identificarlas con los famosos “soldados de cuera” de fines del siglo XVIII (figura1).
Figura 1: Representación del soldado de cuera del siglo XVIII. A la derecha, figuras descritas por Robles [sitio Tetabejo 3]
El cuadro se completa con varias cruces, líneas quebradas, círculos y venados [Robles Ortiz, 1982: 43]. Respecto a las cueras, 5 señala que la expedición del Coronel Domingo Elizondo es la única conocida en el cañón del Tetabejo que utilizara tan exclusiva prenda, por lo que sitúa cronológicamente a las pinturas entre 1768 y 1771. Extrañamente, el autor no menciona la cueva del Tetabejo excavada por Taylor, ubicada a unos 500 metros del refugio y que también contiene una cantidad considerable de pinturas rupestres en su interior. 6
Al respecto, César Quijada señala que a principios de 2002 se informó de la existencia de más sitios con pinturas rupestres en el cañón del Tetabejo. La inspección subsiguiente detectó tanto en la cueva del Tetabejo como en una tinaja situada al fondo del cañón una cantidad de imágenes mucho mayor a la reportada por Robles para el refugio ya descrito. De acuerdo a Quijada, tanto en la cueva como en la tinaja se aprecian representaciones prehispánicas e históricas bien definidas. Las primeras corresponden a antropomorfos, zoomorfos y geométricos, mientras en las segundas hay una mayor preponderancia de jinetes a caballo y en menor proporción, cruces [Quijada, 2005: 206]. En marzo y noviembre de 2008 y abril de 2009 se realizaron trabajos de recorrido y registro en el cañón del Tetabejo y cañón del Abolio con lo que se amplió significativamente la cantidad de sitios arqueológico para la región. En otra sección se hará la descripción de los mismos.
El catálogo de sitios arqueológicos que realizaran Braniff y Quijada en 1977 servirá de base para que Contreras y Quijada continúen y amplíen la catalogación de sitios con arte rupestre en todo el estado de Sonora. Dentro del municipio de Hermosillo, Contreras y Quijada [1999] señalan la presencia de varios sitios con pinturas y grabados rupestres. En primer lugar describen los sitios de los cerros de Bachoco, de los cerros Largo y Colorado y de los cerros de la antigua cementera, ubicados en los alrededores de la ciudad de Hermosillo. Asimismo, refieren a los sitios ya descritos de La Pintada y del cañón del Tetabejo de la Sierra Libre, y finalmente mencionan la presencia de algunos sitios con arte rupestre cercanos al estero de Tastiota, así como en el cerro Chicha Chora, al norte de Bahía Kino y en los cerros cercanos al asentamiento Conca’ac de Punta Chueca [1999: 141-143].
NOTAS
1 Una de las influencias más importantes y drásticas fue el arribo de la Iglesia Evangelista Protestante [v. Rentaría, 2006].
2 Uno de los principales asentamientos seris.
3 Es de destacar que las referencias al trabajo de Smith han sido omitidas en la mayor parte de las obras antropológicas relacionadas a los seris, debido en parte a su aislamiento académico, pero también a su postura crítica al proceso de evangelización de los Moser [Rentaría, 2006].
4 No obstante, no sabemos si esto fue consecuencia de las hostilidades ocurridas en época histórica con el subsecuente repliegue de los grupos hacia la costa desértica.
5 Las cueras eran unas especies de armaduras confeccionadas con seis u ocho capas de pieles de venado bien curtidas y unidas en sus bordes por una fuerte costura, que le servían a los soldados contra las flechas de los bárbaros [Pfefferkorn en Robles Ortiz, 1982].
6 Tampoco sabemos si Taylor las menciona ya que no hemos tenido acceso a sus notas.
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