EL TURISMO Y LA HISTORIA
Por Flora María Carral Pérez
Licenciada en Historia del Arte
No quisiera iniciar este trabajo sin rendir antes un homenaje diminuto a todos aquellos que nos precedieron en la preocupación por la historia de la civilización humana y su desarrollo sean cuales fueran las disciplinas desde las cuales lo hicieron e inmediatamente después invitaros a pasear por los vericuetos antropológicos.
Sabemos que la antropología estudia al hombre en su totalidad, tanto biológica como socio-culturalmente y que, ya en la actualidad, afortunadamente, sigue diferentes caminos, integrada en distintas disciplinas e interrelacionando de un modo u otro con muchas más, aún y cuando, de forma genérica, se le siga asociando al estudio de las sociedades primitivas y sus culturas. No obstante, e incluso debido a esto último, queda un largo trecho por recorrer y eso es responsabilidad nuestra y de nuestros sucesores.
Esta disciplina ha abierto numerosos frentes, como todos sabemos, y en ellos se ha de luchar constante y tenazmente porque si bien el ser humano existe como individuo en si, también existe relacionado como es absolutamente comprobable, por lo que debemos ser totalmente conscientes de que si se pierde una cultura o una parte de ella, también desaparece una forma de esta humanidad a la cual pertenecemos y, entre otras cosas, nuestro deber es concienciar, en cuanto a ello, a todos los que podamos. Toda vez que esto es un hecho cotidiano a la altura de nuestros días en que vemos como se volatilizan objetos, sonidos, diferentes especies animales y, en general, multitud de seres vivos en todo el planeta y estos se llevan consigo una parte del espíritu que, en su momento, animó la cultura que representaban o dificultan el desarrollo de las actuales así como de los que vamos quedando para representarlas, es absolutamente necesario apretar el paso, luchando incluso con la naturaleza puesto que ella también nos hace confrontar problemas muy serios desde siempre y nos hace testigos de una fuerza que debemos pelear por utilizar a nuestro favor y en esta labor tampoco podemos darnos tregua porque en ella nos va la supervivencia.
Constantemente y sin parar mientes en los fenómenos telúricos y atmosféricos, vemos desaparecer nuestro pasado, tanto el remoto como el reciente, desde aquel proceso de unificación de las ciudades-estado y, aún antes, por la ignorancia o la desidia destructoras ambas y ambas coexistentes en la mayoría de los casos, de gobiernos, tendencias políticas y religiosas e incluso personas de a pie, a pesar, sin embargo, de haberse rebasado, al menos supuestamente, las anteriores etapas destructivas de nuestra "civilización" porque no podemos ignorar que continuamos destruyéndonos día a día de las formas más diversas, algunas de las cuales no difieren demasiado de aquellas que ocuparon asimismo el día a día de nuestros antiguos compatriotas, y digo compatriotas porque considero que nuestra patria, en realidad, es el planeta en que moramos.
A pesar de poder vanagloriarnos de conocimientos lo suficientemente avanzados como para, entre todos los múltiples avances realizados hasta la fecha, poder enviar al espacio exterior naves tripuladas, mantener varias personas durante meses, suspendidas a miles de kilómetros de distancia de este nuestro planeta; a pesar de poder trasplantar órganos y células, clonar animales y más; pues bien a pesar de todo, vemos como se roban o se extravían piedras, tejidos y esculturas, como se destruyen muros, estelas y estatuas, se olvidan canciones y leyendas y se menosprecian las lenguas minoritarias y los conocimientos primitivos que nos permitieron llegar a donde llegamos, olvidando que las ruedas de nuestros coches siguen el mismo principio que les creó. O sea, que no estamos tan lejos de los protozoos como nos empeñamos en creer y posiblemente como debiera ser.
Avanzando ya un poco en la idea de estas líneas, debemos observar que el turismo tiene una gran responsabilidad en toda esta destrucción a la que, a escala humana, tenemos sometido nuestro planeta, y la tiene en tanto que toda la parafernalia que se mueve a su alrededor adolece de una plataforma sabiamente instituída mediante la cual no sólo se nos permita, en sentido general, que descansemos en una playa, nos retratemos al lado de una pirámide o nos llevemos un recuerdo del lugar visitado, sino que podamos aprender y aprehender algo del entorno en que relajamos cuerpo y cerebro, sin el esfuerzo del estudio diario, sin dañar de ningún modo el susodicho entorno, y manteniendo, no obstante, esa relajación que se busca durante las vacaciones, además del movimiento económico en general, porque una gran parte de los millones en divisas, que se mueven en el globo terráqueo tienen como objetivo precisamente este epígrafe.
Las personas que realizan este tipo de actividad, lo quieran o no, lo interioricen o no, chocan con costumbres, culturas y desarrollos intelectuales o tecnológicos, entre otras cuestiones, que difieren en una determinada medida de las que portan ellos, y esto es un conocimiento que se imbrica en nuestro cotidiando devenir, como quiera que sea. Y conocimiento implica desarrollo. O sea, que si lo miramos desde este punto de vista, el turismo es de gran importancia para la humanidad y no sólo, por cierto, para las grandes empresas acopladas al mismo. Pero, sin embargo, conlleva problemas muy serios puesto que todos los implicados en él interactúan con el medio ambiente, así como con los rastros de civilizaciones pasadas que conforman ni más ni menos que nuestra historia general, siendo como es, la de todos los que aquí han vivido, viven y vivirán y, mientras no canalicemos de otra manera esa interactuación, no siempre será beneficiosa para este, nuestro mundo . Es por eso que se hace necesario tomar medidas más estrictas que reglamenten los servicios, limiten los accesos y delimiten responsabilidades muy concretas, lo cual corresponde al gobierno de cada país. Ahora bien, el sensibilizarlos y conminarlos a que actúen, nos corresponde a nosotros, en este caso, directamente a los historiadores, arqueólogos y antropólogos, entre otros especialistas.
También hay que tener en cuenta que no sólo es el turismo el que atenta contra el patrimonio de la humanidad. El desconocimiento es, posiblemente peor que el paso de una legión de turistas por un calvero o por el medio de la selva más oscura porque, desde luego, esta invasión puede dejar la misma huella que las huestes de Atila y sus hunos y posiblemente algo peor; y, por mucho que hablemos de alfabetización, culturización y demás, mientras esto quede en palabras y colaboraciones, unas mayores que otras, no lograremos resolver este asunto de una vez y por todas. Y no vale de nada decir que en un país no hay analfabetos, y más realistamente hablando, que hay muy pocos y que estos son, generalmente, los miembros más ancianos del lugar. Eso no es más que una muleta, pues estos analfabetos, precisamente por no ser precisamente los más jóvenes -y no estamos hablando de países en los cuales el nivel de analfabetismo está próximo al total de habitantes que posee- pues bien, estos ancianos tienen en su haber una enorme riqueza en conocimientos ancestrales, legados a ellos, de modo oral en la generalidad de los casos, por sus antepasados, analfabetos o no; estas personas poseen, en muchos casos, incluso las llaves de muchos enigmas escondidos en canciones y leyendas y la responsabilidad de protegerlas y descubrir lo que encierran es nuestra y no podemos permitir que se pierda.
Es necesario no solamente concienciar a los gobiernos sino también a la población y buscar la forma de que esa concienciación les reporte un beneficio material ya que no podemos ni debemos olvidar que todos aquellos que aprueban con menor o mayor fortuna la escuela primaria, si es que pueden acceder a ella, van a tener más tarde que buscarse la vida más o menos difícilmente y de formas sumamente variopintas, porque no estamos tomando en consideración a los bienaventurados que alcanzan carreras universitarias y que, al final, pueden, de todos modos, encontrarse en la misma posición que los otros, no; nos estamos refiriendo específicamente a la mayoría de la población, sobre todo la de los países más pobres tecnológica, cultural y económicamente hablando y que, sin embargo tienen un enorme tesoro desconocido para el común denominador de los mortales, ellos mismos incluídos, en la mayoría de los casos.
Llegados a este punto ya podemos enfrentarnos a una realidad dolorosa y poco menos que imposible de cambiar si no se cambian las tornas: estas personas no van a parar mientes porque no lo han hecho nunca -y es que no pueden- en tomar lo que encuentren a mano para construir sus chabolas, para obtener un dinero con que alimentar a padres, abuelos, esposos e hijos, etc. Estos paisanos van a poner en práctica cualquier acción que les reporte un beneficio absolutamente económico porque donde faltan el agua, la comida, la ropa o los zapatos, los medicamentos, incluso y en muchos casos hasta los alternativos; donde no hay un techo y unas paredes que puedan resguardarnos de las inclemencias del tiempo, no podemos, en absoluto, hablar de cultura en la forma en que venimos haciéndolo y de la forma en que venimos considerando el tema en cuestión. ¿Qué importancia pueden tener para estas gentes un concierto, una representación teatral o cualquiera de las manifestaciones artísticas o intelectuales que en ese término hemos incluído? ¿Qué interés pueden tener en una historia que no les sirve absolutamente de nada y de la cual un elevado por ciento ignora ser parte?
Es justo decir también que muchas personas, precisamente por ignorancia, aunque sepan algo más que leer y escribir, eliminan de su vocabulario sus lenguas ancestrales y ocultan u olvidan su antigua sabiduría por considerarles "cosas de viejas" o de seres ignorantes y la juventud desdeña música, canciones, historias o leyendas porque están en desuso y, por tanto, fuera de moda.
Todo esto conlleva el desplazamiento de piedras que otrora formaron parte de una estructura o un complejo arquitectónico, el destrozo de una pieza escultórica o de utensilios diversos y, por supuesto, el desechar músicas, canciones, juegos y leyendas, como ya he manifestado, todo lo cual lleva implícito además, la pérdida de sitios históricos y la extinción de flora y fauna autóctonas y mucho más.
En el siglo XXI no podemos continuar permitiendo tampoco que la historia de cada trozo de este planeta vaya a parar a sus antípodas por la inconciencia, ignorancia o desidia, como ya he dicho, de los integrantes del lugar en cuestión porque las piedras hablan, al igual que los objetos cualesquiera que estos sean, al conformar un enclave determinado y eso no quiere decir que privemos a esas antípodas de la posibilidad de conocer y admirar ese trozo del mundo, sólo que hay que implementar la forma o más bien, regularla, que implementada ya está, si se quieren cumplir las reglas establecidas. Eso quiere decir también que no representa demasiado el enseñar a todo un pueblo a leer y escribir si no se les permite luego utilizar esos conocimientos en beneficio propio y de la tierra en que nacieron. Esto representa ya una ignorancia culpable puesto que los que la estamos permitiendo o no nos estamos esforzando lo suficiente para impedir que continúe medrando, si que sabemos los riesgos que lleva aparejados. Un hombre, una sociedad sin historia, simplemente no existe.
Una estela partida en dos no termina de ofrecernos toda la información que está contenida en ella; un cántaro lavado para ser usado en la actualidad -porque no se puede comprar otro- nunca podrá decirnos el uso para el que fue creado; una piedra extraída de su emplazamiento puede hacer desaparecer una estructura y llevar al arqueólogo a grandes quebraderos de cabeza que no serán eliminados hasta que, en otra parte, aparezca algo similar, si es que aparece; un objeto desplazado del estrato en que se encontró puede llevar a conclusiones erróneas; músicas y canciones que caen en el olvido hacen desaparecer una de las partes más emotivas del acervo cultural de los pueblos; las leyendas que se esfuman se llevan con ellas ¡quién sabe cuánto conocimiento esquematizado o metaforizado.
Considerando lo dicho, creo que es necesario realizar acciones mucho más fuertes encaminadas, no sólo a erradicar el analfabetismo sino asimismo a resolver los problemas económicos y sanitarios básicos del mundo en que vivimos, al mismo tiempo que a promover la preocupación por las historias y culturas tanto las antiguas como las actuales que, en sentido general conforman nuestra historia y nuestra cultura; y el turismo controlado, regulado y reglamentado puede ser una fuente de ingresos para los sectores más desfavorecidos de la sociedad y una fuente de conocimiento irremplazable. Ahora bien, para que esto funcione es necesario en primer lugar que los gobiernos, del palacio presidencial a la chabola o tienda del jefe de la tribu, sean conscientes de la necesidad de esta acción, por demás emergente. Luego, es necesario también mostrar y demostrar cómo hacer las cosas: artesanía extraviada, música y canciones olvidadas, lugares en los que ocurrieron hechos que aún no se han perdido en la noche de los tiempos. esto y más hay que rescatar.
Y, por supuesto, convertir a los habitantes de las zonas a conquistar, paradójicamente hablando, en guías de turismo y promotores de sus propias culturas, en aras de que todo eso mejore, sobre todo, su status social y económico y, dependiendo de ello, la cultura de la Tierra.
Se necesita, desde luego, un intenso trabajo de campo y que los profesores no solamente enseñen a sus alumnos la historia que se puede leer en los libros sino que se preocupen por conocer la historia más remota y la más actual del lugar en que van a impartir sus clases para que chicos y grandes se sientan orgullosos de su identidad y comprendan que también forman parte de este nuestro mundo. Para que sepan comprender y admirar nuestro pasado y aprender de él.
Los libros explican lo general, lo particular hay que buscarlo en el fondo de la furnia, pero allí puede encontrarse un tesoro que sería un crimen perder. ¿Cuántos somos en una ciudad, sin hablar de las más cosmopolitas, los que sabemos de hechos particulares que ocurrieron a más de 1 kilómetro cuadrado del lugar en que nacimos o residimos? Quizás en una remota aldea ese margen pueda ampliarse, pero también la densidad de la población es menor. ¿Cuántos son los médicos que están "enterados" de la realidad y aún de la efectividad de la medicina alternativa; puede que conozcan sus riesgos pero sus logros.? ¿Cuántos son los "curanderos" que han impedido la salvación de un enfermo o de un herido? Y ¿cuántos son los médicos que, salvando un órgano, destruyen otro por no tener en cuenta las posibilidades de los métodos alternativos? Y mucho de más y mucho de menos.
Conozco, entre otros, dos ejemplos loables: en uno de los casos, casi masivamente, los museos municipales acometieron la labor de explicar a los estudiantes de todos los niveles, su historia particular y eso tuvo como consecuencia que se rescataran testimonios y objetos que, de otra forma, se hubieran perdido irremisiblemente; en el otro, una editorial sumó a los textos generales, pinceladas de historias locales. Creo que ambos ejemplos son interesantes, pero, en cuanto a los libros se refiere, es de todo punto imposible reflejar en ellos las historias locales; sin embargo, si se podrían elaborar guiones, para que los alumnos conocieran lo ocurrido en tiempos unos más lejanos que otros, en el territorio que hollan las plantas de sus pies. También sería menester que proliferaran los museos locales y que en ellos se recogieran todos los componentes de la cultura del lugar y que se luchara por actualizarla y mantenerla día a día porque dentro de 20 años nos enfrentaremos al primer cuarto del siglo actual y lo que ha ocurrido hace tan sólo un lustro se ha de tornar historia antigua. Y es fundamental tanto para el turista extranjero como para el autóctono, el encontrarse, en el museo de la ciudad visitada, el legado de tal o cual pueblo de determinada región de la geografía mundial pero, es aún más importante que los habitantes de los pueblos más lejanos también lo tengan al alcance de la mano porque esto último les involucra directamente a ellos.
La presencia de los antropólogos prácticamente en todas partes es, a día de hoy, casi emergente toda vez que necesitamos buscar alimentos, medicamentos y energías alternativos y todo eso, en buena medida, créanme se puede hallar en nuestro pasado, tanto en el reciente como en el remoto; el uno tenemos que impedir que se pierda y el otro tenemos que luchar por mantenerlo vigente, aunque tan sólo fuere como ejemplo de los bueno y de lo malo que ha sucedido en el planeta.
Razas, sociedades y culturas se mixturan cada vez más rápidamente por mor de la emigración en aras de un futuro mejor y los que llegan no son siempre bien recibidos, de ahí la violencia que muchos ya traen incorporada debido a las situaciones que han tenido que vivir en sus países de origen y que vuelcan en el de acogida a modo de un sentimiento de venganza ante el fracaso social, del que, en muchos casos, son probablemente insconscientes, y los que ya están no siempre les reciben bien por temores tampoco reconocidos, de una diversidad que puede, a menudo, escapar a la percepción de muchos de los que deben percibirlo, colaborando a que se incentiven las actitudes negativas, sin contar problemas laborales, ocupacionales, sociales y ambientales, entre otros; y eso es también un eslabón a controlar por los que estamos y los que nos sucedan. Específicamente, es menester que sean valorados y canalizados por los especialistas más idóneos, entre otros, los antropólogos. Educación es un término muy amplio y los educadores lo saben.
La labor es ingente pero es necesaria. Confío en que podamos con ella.
Muchas gracias por atenderme.
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