TLACOTALPAN: DE PATRIMONIO INTANGIBLE A CIUDAD MUSEO
Leticia de Salazar Díaz
Ciudad: México (México)
Instituto: ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México)
Resumen:
La declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad emitida por la UNESCO no sólo significa reconocer el valor universal excepcional de un sitio o monumento, sino el probable descubrimiento de una 'ciudad museo', es decir, aquella que carece de vida propia a pesar de su particular belleza.
Este trabajo se refiere concretamente al caso de Tlacotalpan, Veracruz, en México, donde la mala experiencia de un turista origina un círculo vicioso que conduce al paulatino abandono de una ciudad patrimonio de la humanidad, debilitando el vínculo entre la herencia cultural tangible y aquella que aun vive y le da vida natural al sitio: la comunidad.
Paralelamente, esa situación hace que el potencial de una declaratoria para detonar el desarrollo de una localidad se diluya si la actividad turístico-cultural no se planea con la participación de todos los actores involucrados, incluyendo visitantes, prestadores de servicios y los pobladores del lugar.
Realidades y supuestos del viaje
Estimado turista-lector: imagine usted que se encuentra de visita en el estado mexicano de Veracruz, cuna de grandes culturas, hermosos paisajes y una diversidad biológica considerable. Ya sea por interés previo, gracias a un cartel publicitario, o debido a su condición de patrimonio de la humanidad -que supondría un incremento en el flujo turístico por su valor universal excepcional- uno de sus objetivos de viaje es conocer Tlacotalpan, una pintoresca ciudad situada a orillas del Río Papaloapan.
Fundada en 1518 por los españoles, Tlacotalpan - que significa "tierra partida - obtuvo la Declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad el 2 de diciembre de 1998 por haber cubierto los criterios II y IV establecidos por el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO. El primero tiene que ver con la originalidad de su arquitectura, muestra de la fusión entre las tradiciones española y caribeña. El segundo habla de la conservación del lugar, pues desde hace décadas y hasta nuestros días, conserva casi intacta su forma original. El trazo y ancho de sus calles, la variedad de estilos y colores en las casas, y hasta la edad de sus árboles la delatan.
Todas las fachadas tienen algo en común. Sin embargo, la constante son la singularidad y el encanto individual que hacen del conjunto una pieza excepcional. Ya sea casa, recinto cultural o comercio, las construcciones contienen una gama de colores sin fin, lo que hace de cada lugar un rincón digno de ser guardado en la memoria.
También se dice que ahí está la casa donde nació y vivió durante su infancia el célebre compositor mexicano Agustín Lara, y se destaca la existencia de las iglesias de San Cristóbal y La Candelaria, ambas con exteriores blancos, pero con interiores que les dan su toque de particularidad.
La parroquia de San Cristóbal se engalana con un retablo principal labrado en madera, acompañado de una imagen de la Virgen de Guadalupe al centro. Junto al altar hay una capilla que muestra un retablo de madera con la imagen de Jesucristo. Ambas tallas develan a la ebanistería como gran arte local. Por su parte, la capilla de La Candelaria se dibuja en pastel, combinando un retablo neoclásico con una decoración mozárabe en cúpula y bóvedas.
La Virgen de la Candelaria se menciona aparte, pues la celebración anual en su honor - del 31 de enero al 10 de febrero - es motivo suficiente para que la población se vista de fiesta y numerosos visitantes paseen por todo Tlacotalpan. Incluso se liberan algunos toros por la calle para reto de unos y pánico de otros.
Y qué decir de la plaza principal, con su kiosco al centro, sus bancas de hierro forjado, limpias calles en los alrededores, y las palmeras bailando al compás del son jarocho durante el día y meciéndose ante la cadencia de una melodía del propio Lara por la noche.
El 'enamoramiento cultural' está dado. Usted está convencido de que quiere conocer esa belleza de ciudad y se decide a recorrer los poco más de 80 kilómetros que van del puerto de Veracruz a Tlacotalpan. Algunos irán en su propio automóvil, pero muchos más contratarán el servicio de algún 'intermediario turístico' que conozca el camino para llegar allá.
Di ríjase al boulevard que va del puerto a Boca del Río y doble a la izquierda al llegar a la carretera número 180. El clima es deliciosamente caluroso y el paisaje de un verdor extraordinario. En el trayecto, usted encontrará algunos vendedores de piña fresca y tamales de maíz recién cosechado.
Alrededor de los 72 kilómetros de recorrido se encuentra el puerto de Alvarado, lugar de pescadores, famoso por su arroz a la tumbada. Más adelante, siguiendo por la 180, tímidos esbozos de playa aparecen del lado izquierdo del paisaje.
Pase ahora por el puente de Tlacotalpan, doble a la derecha por la carretera 175, y luego de algunos minutos usted contemplará la escultura de un hombre y una mujer bailando con la vestimenta tradicional veracruzana que anuncia la llegada a su destino.
Estacione el auto cerca de la escultura y camine por esas bien trazadas calles, que seguro alguna le conduce al centro. ¿Qué es lo que ve, al fin el kiosco y las bancas, por algún lugar las bicicletas o las torres de La Candelaria? Sí, todo lo descrito en las guías de turistas está ahí, aunque los colores son superiores al apreciarlos directamente. También se incluye un calor de 38 grados centígrados acompañado de una suave brisa. Todo es bellísimo, único, excepcional. Hasta parece que el cielo se vistió de un especial azul para enriquecer los recuerdos fotográficos.
Pero, un momento: es cierto que las construcciones compiten en belleza, que la originalidad predomina y que la limpieza se manifiesta por doquier, pero, ¿dónde está la gente, quiénes conforman la comunidad que dio origen a tan singular ciudad?...
Detengámonos por un instante y puntualicemos los hechos que motivan el análisis a realizarse:
1) La visita se realiza un día común . Las reflexiones que se expondrán en las siguientes líneas obedecen a la visita que la autora realizó a la ciudad de Tlacotalpan en junio de 2004. El viaje se realizó como lo haría un turista común y no en calidad de práctica de campo académica.
2) El paseo es acotado por un 'servidor turístico' . Anteriormente se habló de llegar a Tlacotalpan en auto propio o contratando los servicios de una persona que conozca la forma de acceder, quien también debiera tener la formación necesaria para hacer de la visita una experiencia enriquecedora para el turista. Sin embargo, esa persona - de aquí en adelante denominada 'servidor turístico' - también puede intentar sorprender al viajero al acotar los atractivos locales a meros sitios secundarios de los que recibe una comisión por llevar visitantes.
3) El turista podría pensar que vivió la cotidianidad . Si uno como turista llega a un lugar y no hay gente en las calles, ni en el mercado, en la plaza o los comercios, si tampoco hay lugares para comprar artesanías, comer platillos típicos o conocer alguna actividad tradicional, asume que la ciudad carece de población local porque eso es lo que la observación le indicó durante su estancia.
A partir de esas observaciones, la percepción resultante es haber visitado una 'ciudad museo', es decir, aquella que carece de vida natural y que sólo se nutre artificialmente de las visitas turísticas. Se debe tener presente a lo largo del texto la palabra percepción , pues en ningún momento se afirma que Tlacotalpan sea una ciudad museo, sino que esa es la impresión que deja en el turista.
Aquí surge un nuevo supuesto a posteriori : que un museo es un ente estático. Es bien sabido que en la actualidad, un museo ya no es simplemente el espacio donde los objetos son expuestos en vitrinas al público, sino que existen museos de todo tipo, tan variados y dinámicos como los motivos que inspiran su creación.
Sin embargo, aquí se alude al museo en su sentido más conservador, más rígido, para hacer notar la diferencia entre lo que existe por sí mismo - la ciudad - y lo que necesita de elementos externos para existir - el museo -.
Si se llega al tercer punto, lo más seguro es que se genere un círculo vicioso: el turista comenta a los potenciales visitantes su experiencia en la ciudad que visitó, éstos se desinteresan y desisten de viajar allá, acelerando la conversión de la ciudad en museo.
La falta de visitantes haría que se vieran disminuidos los ingresos y las oportunidades de subsistencia en la localidad, así que sus integrantes comenzarían a migrar buscando nuevos horizontes y se intensificaría el despoblamiento del lugar.
Este trabajo tiene por objeto analizar, de manera inductiva, una situación como la que se expuso anteriormente a fin de evitar que las ciudades pierdan vida natural y se conviertan en aparadores creados artificialmente, con algunos elementos originales y otros más copiados de los que alguna vez fueron lo natural.
La ciudad museo: ¿preservación o aniquilamiento?
El artículo 4 de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural de la UNESCO, afirma:
Cada uno de los Estados Partes [.] reconoce que la obligación de identificar, proteger, conservar, rehabilitar y transmitir a las generaciones futuras el patrimonio cultural y natural situado en su territorio, le incumbe primordialmente. Procurará actuar con ese objeto por su propio esfuerzo y hasta el máximo de los recursos de que disponga, y llegado el caso, mediante la asistencia y la cooperación internacionales de que se pueda beneficiar, sobre todo en los aspectos financiero, artístico, científico y técnico.
En otras palabras, el hecho de que un lugar, ciudad o monumento sea considerado patrimonio común de la humanidad lleva implícitos varios objetivos, todos ellos igualmente importantes. Uno de ellos es la conservación: si un lugar recibe la distinción, tanto los nacionales del país que lo alberga como el resto del mundo tienen la obligación de velar porque ese lugar, ciudad o monumento siga existiendo. Otro de los objetivos es el de la continuidad, que es transferir la herencia cultural a la humanidad por venir.
Tanto la conservación como la continuidad se pueden promover a través del turismo cultural, noble práctica que parte de la conciencia por conservar un sitio de valor excepcional. El turismo cultural consiste en aquellos viajes que se realizan con el fin de conocer un sitio o manifestación cultural determinada, generando círculos virtuosos donde la presencia de viajeros conscientes de la importancia del sitio o manifestación a conocer contribuye a mantener 'organismos culturales vivos'.
Sin embargo, ese intento de preservar y transmitir existencias también puede resultar contraproducente. A diferencia de sitios que hace varios siglos albergaron culturas y que en la actualidad sólo mantienen su patrimonio cultural tangible - tales como Machu Picchu en Perú, Persépolis en Irán o Chichén Itzá en México -, en Tlacotalpan todavía existe una comunidad que conforma el patrimonio cultural intangible, y es ahí donde radica buena parte del encanto del lugar.
Para el turista, visitar una de esas ciudades es más que ver la fachada de una casa; es como asomarse al interior y ver lo que pasa en ella: su cotidianidad, lo que comen, cómo se divierten, la forma en que hablan, cómo visten, de qué platican. y después, la dinámica misma invita al paseante a adentrarse en la morada y vivir, aunque sea por un rato, la esencia del lugar.
Por tanto, el esfuerzo es doble, pues no sólo se trata de dar mantenimiento a fachadas y muros, sino, además, de establecer las condiciones necesarias para que las personas que viven en la ciudad-patrimonio conserven su 'día a día', y, con ello, la parte intangible del patrimonio local.
Entre las condiciones que deben asegurarse tenemos los servicios básicos (agua potable, electricidad, drenaje, viviendas sólidas), las actividades económicas de subsistencia (comercio, prestación de servicios, pesca, intercambio con otros pueblos), la educación (existencia de escuelas, bibliotecas e infraestructura para el desarrollo intelectual de la población), y las actividades recreativas (fiestas tradicionales, ferias, centros culturales). De esa manera, la población seguirá con su 'normalidad', al tiempo que preserva las raíces.
Pero, ¿qué pasa cuando se olvida la esencia y el turismo se ejerce sin planeación? Los integrantes de la comunidad son excluidos paulatinamente de la vida local y se verían en la necesidad de buscar oportunidades en ciudades cercanas, otras entidades o incluso otros países. Los comerciantes externos y los intermediarios turísticos se apoderarían del lugar, que para ese entonces habría pasado a la categoría de ciudad museo, viviendo exclusivamente del turismo y sin una comunidad propia que le diera vida.
Volviendo a la imagen de la casa, es como si llegaran personas extrañas y sacaran a quienes por generaciones han habitado en su interior, con el pretexto de que no son funcionales para los usos que ahora ellos quieren dar al lugar. Ni los platos de la alacena, ni las macetas del pasillo, ni los cuadros que ya estaban en las paredes están incluidos en los planes "modernizadores", así que se cambia hasta la decoración originaria.
El turismo cultural se basa en la vida comunitaria natural, no en disfraces ni espectáculos preconcebidos. Con la ciudad museo se tendría un montaje que poco tiene que ver con los usos y costumbres locales, volviendo la existencia de ambos artificial, pues ni la ciudad tendría plena esencia ni el turismo sería auténtico.
Así, el recorrido de los visitantes por la ciudad museo se realizaría de la siguiente manera: arribo al lugar, paseo por los pasillos-calles para admirar el contenido de las edificaciones-vitrinas y dos opciones de servicio adicionales. La primera es la cafetería, donde los visitantes pueden comer cualquier tentempié global (papas fritas en bolsa, refrescos de cola, hamburguesas o hot dogs ). La otra obedece a la necesidad de llevarse un recuerdo o souvenir de lo que se visitó. Entre los artículos de mayor demanda se encuentran las playeras, los llaveros, gorras y tazas.
¿La diferencia? Que una ciudad se recorre sin un esquema tan rígido y preestablecido, que las construcciones se convierten en parte viva al funcionar como recintos de cotidianidad de la población local, que la comida típica es la que se degustaría y que el mercado es el proveedor más importante de toda clase de recuerdos, tales como artesanías, fruta y vestimenta tradicional.
Ahora, analicemos un poco el caso de los "curadores" de la ciudad museo, que son los guías o intermediarios turísticos. Esos personajes tienen contacto directo con el turista y llegan a ser responsables de la buena o mala impresión que éste se lleva de un sitio. La constante entre los intermediarios turísticos es la escasa formación especializada y, en ocasiones, la ausencia del más mínimo indicio de ética.
Respecto al primer punto, el problema se remonta al sistema educativo, donde generalmente el turismo no se incorpora a los planes de estudio a un nivel universitario, sino con un perfil técnico. Materias como historia, gestión cultural o geografía se dejan en un segundo plano, cuando existen lugares donde la oferta turística exige un mayor conocimiento de esos tópicos, más allá de servir bebidas, atender el mostrador del hotel o recomendar el platillo del día a los comensales.
Por otra parte, el sentido ético de su actividad. Es común que exista un vínculo 'de negocios' entre algunos intermediarios turísticos y los dueños de hoteles, restaurantes y prestadores de otros servicios para que, a cambio de recomendar-obligar al turista a consumir en esos establecimientos, el intermediario obtiene un pago en efectivo o privilegios como alimentos y bebidas sin costo alguno.
Como si eso no fuera suficiente, muchos de esos dueños de hoteles, restaurantes y prestadores de otros servicios ni siquiera pertenecen a la comunidad. Son personas que ven la actividad como negocio, lejos de preocuparse o comprometerse con la preservación de la cultura local, y por el tipo de prácticas empresariales que implementan llegan a dejar fuera de la competencia en el sector servicios a pequeños restaurantes, cocinas o artesanos oriundos del sitio.
En pocas palabras, llevan a las ciudades la pugna entre lo comercial y lo tradicional, el lucro contra la trascendencia. Eso puede generar cuestionamientos de los pobladores que permanecen en la ciudad ante la llegada de elementos externos que introducen nuevas formas de comer o de entretenerse, dudando entonces hasta de su propia identidad.
Por todo lo anterior, se puede afirmar categóricamente que la existencia de ciudades museo llega a violentar el derecho que toda persona tiene a formar parte libremente de la vida cultural en conjunto, y de las generaciones futuras a conocer esa manifestación cultural en particular.
Conclusiones
Como se dijo desde un principio, lo que se pretende con este trabajo es hacer conciencia de lo que pasaría a muchas de nuestras ciudades si nos empeñamos en seguir en la improvisación y el arrebato material en contraposición a nuestra herencia cultural.
No es que se esté a favor de cerrar las comunidades e impedir cualquier contacto con otros grupos y sus tradiciones. Eso sería caer en otro tipo de ciudad museo, en el cual preservar a toda costa el patrimonio sería el fin último. La 'conservación a ultranza' provocaría que la población local vendiera sus ritos y fiestas sin ton ni son, llevando sus raíces a la prostitución cultural.
Tampoco se trata de tomar una posición 'purista', donde las comunidades no deben mezclarse con otras. El encanto de la cultura reside en su dinamismo, en cada una de las facetas que desarrolla al paso de los años mientras conserva su semilla original. Podría suponerse que de esa hibridación nace la palabra originalidad, producto de la asimilación entre el pasado y el presente, entre lo naturalmente propio y lo apropiado. Aquello que se toma como una característica excepcional y que hace de un lugar único e irrepetible.
Esto último es precisamente lo que la humanidad, a través de la UNESCO, reconoce con las declaratorias. Sin embargo, queda demostrado que éstas no son garantía de éxito para la comunidad local y su sobrevivencia -aunque en el caso Tlacotalpan es muy probable que la transición de patrimonio intangible a ciudad museo viniera desde antes de obtener la distinción, sin afirmar con ello que se haya consolidado esta última condición-.
No se descalifica la venta de souvenirs , papas fritas y otros bienes y servicios globales, siempre y cuando la oferta turística no se limite a eso. La clave está en la coexistencia cultural. Es decir, que prácticas tradicionales y referentes de la actualidad compartan el mismo tiempo y espacio, siempre y cuando cada uno respete al otro y no quiera imponerse.
Es por ello que el primer paso está en crear conciencia en la comunidad, en los visitantes y en los prestadores de servicios turísticos para impulsar un verdadero turismo cultural, en el cual cada integrante de la estrategia esté comprometido con preservar y transmitir la herencia, y dentro de ese compromiso, cada uno tiene derechos y obligaciones culturales que cumplir y hacer valer.
En el caso de los pobladores locales, deben sentirse orgullosos de su patrimonio y mantenerlo como parte de su cotidianidad. Queda demostrado que tanto el patrimonio cultural tangible como el intangible deben complementarse, pues si contamos con ciudades con una comunidad originaria, se deben tender lazos para que la cultura sea integral.
En cuanto a los visitantes, deben apreciar el valor de las manifestaciones con las que tienen contacto para que las respeten y difundan. Conocer el patrimonio es su derecho, pero conservarlo es también su deber.
Por último, para los prestadores de servicios, que se promueva una profesionalización de su actividad al recibir cursos y una capacitación que certifique a todo aquel que tendrá contacto con los visitantes para evitar la distorsión de la imagen que se lleven del sitio a casa. Incluso se podría incluir a los miembros de la comunidad en las estrategias turísticas para que, al ser portadores y expertos en la cultura del lugar, sean también los encargados de transmitirla.
Al tener conciencia y reconocer la importancia del patrimonio cultural, la pasión por conservarlo nacerá de manera natural. Será entonces cuando el turismo cultural se ejerza a plenitud, con espacios y opciones para todos, con la libertad responsable que exige la transmisión generacional de una herencia y haciendo del patrimonio un auténtico bien compartido.
NOTAS
Ese platillo se caracteriza por su elaboración a base de caldo de pescado o camarón, y por contener trozos de pescado, pulpo, jaiba, almejas y camarones.
Un ejemplo de ello son los museos comunitarios, que son concebidos, dirigidos y sostenidos por las propias comunidades para que el visitante conozca sus usos y costumbres al tiempo que estos son conservados en su propio medio. De esta manera, el conglomerado social le da vida al museo, siendo éste una especie de cuerpo en el que las células (proyectos, acciones, etc.) se van regenerando para conservar la estructura.
Una ciudad museo podría generarse por falta de oportunidades para la población local o por exceso de turistas, provocando un alto índice migratorio. El primer caso es el que se supondría en Tlacotalpan, y el segundo muestra una bonanza turística que provoca el hastío de la comunidad local a tal grado que tienen que buscar otras alternativas de vida al sentir invadido su espacio, su intimidad cotidiana.
Probablemente, Venecia se ubicaría con señales de alerta en este último, pues siempre ha sido punto central de los recorridos turísticos por Europa y en la actualidad se está vaciando de pobladores locales - se calcula que en los últimos 30 años han partido 100,000 habitantes - para ceder espacio a los turistas y prestadores de servicios. Las cifras lo demuestran: una disminución notable de escuelas y oficinas contra un aumento considerable de pizzerías, tiendas de souvenirs y casas que se convierten en hostales o albergues.
Venecia obtuvo la Declaratoria de la UNESCO en 1987, aunque eso no fue determinante para aumentar los flujos turísticos. Su fama venía desde antes.
En el caso Tlacotalpan, la relación entre el intermediario turístico y el dueño de un restaurante fue evidente: no sólo hubo una anotación del monto por consumo de los clientes para beneficio del primero, sino que el hotel ni siquiera vendía comida tradicional. Muestra de ello eran los muffins que según el intermediario, 'eran la delicia del lugar', cuando en la panadería de cualquier Sam's Club , supermercado que forma parte de la cadena transnacional de origen estadounidense Wal Mart , se pueden encontrar. Y esas tiendas no son precisamente muestra de protección del patrimonio local, siendo las mismas que, al establecerse en las cercanías de Teotihuacan, México, rompieron el equilibrio entre el paisaje y el sitio arqueológico.
Artículo 27, párrafo 1, de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, adoptada por la Organización de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.
Hay casos en que los miembros de la localidad se dan cuenta que su cultura vende y vende bien, así que repiten a diario, incluso varias veces al día, los bailes que se realizaban en una fiesta anual (como las fiestas patronales). El valor de esa manifestación cultural se deprecia al perder su sentido original y queda fuera del imaginario de la comunidad.
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