CONGRESO VIRTUAL 2000

El Orden Cultural Actual y los Problemas de Identidad

La noción de cultura implica procesos de identidad grupal, institucional y regional - La integración asociada produce una segregación estructural de diferentes agrupamientos colectivos en tanto “diferentes” - Con el orden cultural actual se generan nuevas formas de segregación, a escala mundial, nunca antes vistas – Las nuevas identidades

Marcelo Chirico *

I. El orden cultural

La noción de existencia de un orden cultural, proviene de y está determinada por, el desarrollo histórico de la antropología en tanto ciencia del Otro. Es decir, desde que el hombre occidental avizorara más allá de su horizonte la posibilidad de modos de vida diferentes a los suyos -en un grado de diversidad nunca antes observado- se impuso, junto al nuevo espectáculo, la oportunidad de tomar a los Otros como material de estudio; en tanto objeto de los nuevos desarrollos científicos y metodológicos, que se correspondían con la expansión del capitalismo.

De allí la rápida organización de la información recogida por los viajeros en un nuevo corpus teórico que, desde fines del siglo pasado, contribuyó a la creación de una idea de “orden cultural”, en tanto sistema organizado de creencias y ritos, prácticas, costumbres y valores sociales de los Otros.

Por supuesto, esta noción determinada de un orden cultural del Otro, supone la recíproca: un nos-Otros determinante, agente activo perteneciente a cierta época y espacio social.

A partir del desarrollo sostenido de la nueva disciplina, siempre asociado a las vicisitudes sociohistóricas, se fueron creando diferentes corrientes teóricas y perspectivas antropológicas acerca de cómo interpretar y modelizar tal orden cultural.

En ese sentido, más allá de tales diferencias internas, a los fines de este trabajo, lo que nos interesa destacar es que ya existe desde hace mucho tiempo la idea de un “orden cultural”, generada por la antropología. Y que la misma supone el abordaje “objetivo” de la realidad social de los pueblos, en tanto modelizada en “sistemas de valores” sociales relativos; es decir, que varían de sociedad a sociedad.

I.a.- El sistema de valores

Una de las perspectivas antropológicas que más claramente sigue la idea de un orden cultural es la estructuralista. Desde sus primeros trabajos, Levi-Strauss (1949) se preocupa por distinguir el orden simbólico de la cultura, respecto de la organización inmanente de la naturaleza.

Claude Levi-Strauss

Fijándose más en las relaciones existentes entre los elementos, que en la descripción de los objetos en sí, el estructuralismo ha estudiado cómo tales relaciones simbólicas constituyen un orden determinante que afecta tanto al todo como a las partes de cada sociedad. En ese sentido el estructuralismo aspira a la modelización de un orden simbólico “universal” capaz de aplicar un mismo logaritmo antropológico a la lógica de organización social de cualquier pueblo.

Para Levi-Strauss las sociedades deben ser estudiadas a través de sus sistemas simbólicos, integrables a un sistema general (universal). Allí, las transformaciones particulares de un sistema a otro responden a las “permutaciones” que operan los elementos de la estructura social, en tanto atrapados en un sistema de signos que los trasciende.

De este modo, al privilegiar la organización de un orden cultural en base a un sistema simbólico de signos, Levi-Strauss construye un visión antropológica que evidencia su separación tajante de cualquier forma de naturalismo.

Así, por ejemplo, las reglas, las costumbres, los ritos y valores morales que regulan la vida matrimonial y familiar, están determinados por el sistema de signos que rige las estructuras elementales del parentesco.

Al ser concebida como una ciencia semiológica, la antropología estructural nos permite apreciar en sumo grado el desarrollo de la idea de un “orden cultural”, en tanto sistema de valores, determinados simbólicamente dentro de un conjunto de elementos.

I.b.- El orden conjuntista-identitario

Para Castoriadis, el determinismo en sí, fuere cual fuere su filiación doctrinal (mecanicismo, funcionalismo, materialismo, estructuralismo, etc.) siempre ha representado alguna forma de cristalización de lo que él llama “lógica conjuntista-identitaria”, en tanto producto característico de nuestra civilización occidental, desde los antiguos griegos.

Para Castoriadis, la formación de la idea de lo histórico social mismo está condicionada por la existencia histórica de la lógica conjuntista-identitaria.

Castoriadis (1975) parte de la idea de un imaginario radical, que es creación incesante y esencialmente indeterminada (social, histórica y psíquica) de figuras/ formas/imágenes [eidos],  y sólo a partir de éstas puede tratarse de “algo”. Lo que llamamos “realidad” y “racionalidad” son obras de esta creación.

 
Cornelius Castoriadis

En Castoriadis, el orden cultural -en tanto realidad sistematizada por teorías racionales-está sometido a las leyes del conjunto y de la relación identitaria. Desde esta perspectiva, el orden cultural funciona como código (legein), donde los elementos (signos) simbólicos de la sociedad hacen conjunto. El mismo queda entonces sometido a las reglas de las relaciones entre los propios elementos. Son estas relaciones las que explican por qué le confieren identidad –incluso podría decirse “significación”- a cada elemento.

El signo >hombre< puede significar algo muy diferente si se lo ubica como sujeto o no de una oración. ¿Por qué?

Veamos, si enuncio >Este hombre es un buen hombre< resulta claro que el significado y valor simbólico del primer signo >hombre< no es equivalente al del segundo. La diferencia se debe a que existen reglas del código sintáctico, que funcionan para tales elementos como orden simbólico. Es decir, >Este hombre< no es lo mismo que >un buen hombre< porque en el código sintáctico la ubicación de la palabra en el enunciado adquiere significación relativa. Por lo tanto, en el conjunto o código sintáctico, las reglas simbólicas rigen a los elementos otorgándoles siempre valor o identidad. La pertenencia a tal conjunto (idioma castellano), por ejemplo, le confiere a tales elementos (palabra >hombre<) identidad de “signo”.

De este modo, las diferencias de código, es decir, de conjuntos lógicos identitarios, permite diferenciar a unos grupos de otros, en tanto no pertenecientes al conjunto identitario primero. Si se compara la interrogativa del código castellano >¿Este hombre es un buen hombre?< con la del inglés >Is this man a good man?< podemos apreciar cómo influyen las regulaciones simbólicas identitarias del conjunto sintáctico de cada idioma para diferenciar el modo de formulación de una misma pregunta: la de si “este hombre es un buen hombre”, o no.

Esta diferencia entre códigos idiomáticos puede apreciarse como un buen ejemplo de las diferencias que se producen por la existencia de diferentes conjuntos identitarios. La diferencia sintáctica entre el primer signo >hombre< y el segundo, es transportable al código inglés [man], aunque no se ubiquen en la interrogativa en la misma posición respecto del verbo. Esta operación permite la traducción, que representa la posibilidad de identificar con el mismo valor semántico a un signo como a su correspondiente. Por lo tanto, existe un código trans-idiomático en el cual se puede identificar el signo >hombre< con el signo >man<.

En el plano social, esta lógica conjuntista identitaria también afecta las identificaciones del sujeto, ya sea que pertenezca a tal o cual conjunto. Esa pertenencia le otorga identidad al sujeto por su posición y por las posibilidades de permutación que posea.

Los conjuntos identitarios conforman un tejido social complejo, entrelazado por las más variadas pertenencias subjetivas a grupos, instituciones, regiones, países, etc. Sin embargo, por las mismas razones, para diferenciarse identitariamente unos de otros se precisa de una forma de segregación estructural que ordena a su vez a las sociedades y a las culturas en auténticos mapas de grupos, instituciones, regiones, países, etc. Se genera así la necesidad de indagar cómo se constituyen tales mapas.

I.c.- El proceso cultural

Con la transmisión -de generación en generación- de un mismo código de comunicación, hábitos cotidianos, técnicas de producción, conjunto de regulaciones sociales, valores filosóficos, ideológicos, religiosos y políticos, se conforma un proceso de reproducción del orden cultural que, no obstante, a lo largo del tiempo ha marcado distintos períodos históricos.

El orden común a todos los hombres de una misma comunidad es orden simbólico; tiene una lógica de conjunto y confiere identidad a sus subordinados. Pero también es orden creado a partir de lo existente y de la imaginación radical.

El orden cultural es el resultado de un proceso que permanentemente se ve motorizado por la irrupción de lo nuevo, indeterminado, sólo atribuible a la inventiva de la imaginación radical de Castoriadis, o a la capacidad de representación del aparato psíquico inconciente, de acuerdo a Freud.

El representar creativo no produce entonces lo “diferente”, en tanto simplemente identificable en un nivel superior o inferior de la misma lógica conjuntista identitaria. La imaginación radical no genera al >man< en tanto mera diferencia “idiomática” del signo >hombre<, del castellano. No, la creatividad psíquica del hombre, que a la vez es social e histórica, ha inventado al lenguaje en sí, en tanto registro distinto de comunicación. El hombre se ha autoalterado como especie, para convertirse en un ser parlante.

El orden cultural es el resultado de un proceso, entonces, cuyos tiempos están marcados por las diversas irrupciones de lo nuevo, indeterminado, que ha roto la rutinaria mecanicidad conjuntista identitaria de cada época cultural.

El proceso cultural en verdad posee un orden, pero sólo en tanto es siempre superable por la irrupción del magma creativo, psíquico, social e histórico.

Es por ello que, frente a las definiciones de un nuevo orden mundial, en tanto orden simbólico planetario, que concentra la producción de los fenómenos del mundo en torno a: "a) la constitución de un único mercado económico mundial, que promueve una nueva especialización y división internacional del trabajo y b) la conformación de una nueva esfera psico-cultural que entrelaza al mundo en una tupida y compleja red de informaciones y comunicaciones." (Reigadas 1998:17), oponemos nosotros una visión -si bien no necesariamente “optimista”- al menos “distinta” de aquellas que tan unánimemente condenan a la identidad de los pueblos a la simple repetición universal reproductiva de un mismo modelo cultural “macdonalesco”.

II.     La cultura actual

El nuevo ordenamiento económico y psico-cultural ”exige homogeinizar patrones de consumo, y esto no se logra tan sólo mediante agresivas políticas económicas ni mediante propagandas publicitarias centradas en la oferta de los permanentemente renovados productos. Lo que se difunde es, ante todo, un modelo cultural que genera actitudes y motivaciones orientadas a adoptar nuevos estilos y formas de vida, más allá e independientemente de las formas concretas que unos y otros asuman." (Reigadas 1998:26-7).

Este nuevo modelo se transmite generando diferentes procesos de identificación y valoración subjetiva; es decir, produce nuevas formas de identidad y reconocimiento social, compartidas en torno a la nueva promoción de diversos ideales colectivos. En el orden cultural actual, lo que se transmite identitariamente a la esfera psico-cultural de la subjetividad es la reiteración de patrones de consumo que surgen de modelos de producción universalizados.

Se configura así un conjunto “globalizado” de la población, modelizado por una lógica del mercado. Se concreta así la divulgación de un mismo orden cultural que, como modelo concentracionario de consumo, impone un ideal psicocultural del que una mayoría de la población necesariamente quedará segregada, y que, a medida que pasa el tiempo, margina a los sectores menos consumidores en cada vez mayores proporciones.


Shopping Center
 

La fatal combinación de poder económico y fomento globalizado del consumo se transforma en la amplificación de un modelo psicocultural identitario, que requiere del ciudadano cada vez mayores signos de pertenencia consumista (tarjetas de crédito, teléfonos celulares, cable TV, etc.).

La resultante es una espiralada carrera contra la pobreza, entendida ésta como carencia o disminución del consumo. A la generosa oferta de financiaciones de todo tipo (desde electrodomésticos hasta viviendas) se asocia entonces el mayor crecimiento proporcional de morosos. No obstante, el déficit señalado ya está en los cálculos de financieras y entidades bancarias!!

La identidad colectiva propuesta por el nuevo orden cultural globalizado, se estructuraría en torno a una pertenencia conjuntista-identitaria que hace eje en el factor consumo, en la medida en que las decisiones de comportamiento del mercado están cada vez más controladas por los grandes holdings monopólicos. De este modo, indirectamente, los intereses de una minoría concentrada se expanden y difunden como modelo de exclusión social de una gran mayoría. Buscando el rédito permanente los monopolios trasnacionales contribuyen a la sensación social de un mundo global, donde en todas las ciudades los millones de consumidores pueden consumir lo mismo: lo que los grandes monopolios proponen. Enfrentada de semejante forma a tales intereses “mundiales”, la subjetividad queda restringida a modos y canales de expresión notablemente diferentes a los que se conocían hace apenas una décadas atrás.

Pues, las particularidades y singularidades que distinguen a lo subjetivo, se difumina como una silenciosa claridad en el fulgor restallante de la oferta identitaria de la cultura actual.

Toda diferencia se incorpora rápidamente al sistema de consumo, se asimila, se transforma –marketing mediante- y se vende: como “alternativo”, “étnico” o “souvenir”.

II.a.- El problema multicultural

Hace apenas unas décadas el ambiente intelectual se estremecía con Foucault (1961) y su historia de la locura. Mostrar al loco como un diferente segregado constituía casi una novedad absoluta.

Incluso el problema del racismo quedaba acotado a los casos clásicamente conocidos (los judíos, los negros y los amarillos). En nuestro país, la jactancia popular indicaba que no existía discriminación social alguna.

En nuestra cultura actual, en cambio, la multiplicación de grupos segregados amenaza con convertirse en sí misma en lo normal.

Los diferentes de la sociedad ya no son unos pocos casos bien identificables, y por lo tanto abordables y asumibles, desde un Estado de bienestar.

No, muy por el contrario, hoy en día, enfermos mentales, infectados por HIV, desocupados, vendedores ambulantes, chicos de la calle, trabajadoras sexuales, lesbianas, homosexuales, travestis, extranjeros de países limítrofes, latinos, hombres sin techo, mujeres, discapacitados y/o disminuidos físicamente, comparten con los casos ya mencionados (junto a otros nuevos: musulmanes, indígenas, bosnios y eslovenos) el triste privilegio de engrosar las listas de grupos sociales identificados por un mismo signo de discriminación, sin que parezca siquiera que ningún Estado pueda hacerse cargo ni de ellos ni de los anteriores.

Esta segregación amplificada, ¿se asocia a la existencia de un único orden global?

Por otra parte, frente a los problemas de la globalización, existen miradas como la de García Canclini (1997) que señalan la emergencia de un nuevo factor en los escenarios del nuevo orden cultural. Se trata del peso considerable que ha tenido la variable demográfica en la constitución de las megalópolis, y sus enormes consecuencias en la generación de una “compleja multiculturalidad”.

Néstor García Canclini

La multiculturalidad ha cambiado el paradigma urbano de los cientistas sociales de mitad de siglo XX. Hoy la cuestión “no es entender qué es lo específico de la cultura urbana, qué la diferencia de la cultura rural, sino cómo se da la multiculturalidad, la coexistencia de múltiples culturas en un espacio que llamamos todavía urbano”. Desde este punto de vista, García Canclini describe cómo coexisten diferentes ciudades dentro de una misma ciudad; lo que nos conduce a la pregunta correspondiente: ¿cómo coexisten diferentes culturas simultáneamente dentro de un mismo orden cultural (que llamamos todavía urbano)?

Respecto de Buenos Aires, por ejemplo, García Canclini (1997:78) sostiene: “La complejidad multicultural de grandes urbes como Buenos Aires, México o Sao Paulo es, en gran medida, resultado de lo que las migraciones han hecho con estas ciudades al poner a coexistir a múltiples grupos étnicos. Ésta es una experiencia que Buenos Aires tenía desde fin del siglo pasado cuando llegaron grandes migraciones europeas. Buenos Aires ha sido una de las primeras ciudades pluriculturales en el mundo, donde lo multiétnico era muy visible. Pero esto ha sido poco trabajado, salvo por parte de algunos historiadores, porque la tendencia era más bien a construir una unidad nacional, y a encontrarnos satisfechos con las maneras en que –sobre todo los grandes flujos migratorios español e italiano- se iban disolviendo en una estructura representativa de una unidad nacional, de ese <crisol de razas>”.

Resulta relevante entonces señalar que, en el orden cultural actual, dominado por la globalización económica y psico-cultural, “no hay que identificar demasiado rápidamente consumo con homogeneización. Las comunidades de consumidores que hoy se forman, incluso a nivel trasnacional, y que son especialmente perceptibles en las generaciones jóvenes, no unifican a todos bajo los mismos productos, bajo los mismos símbolos, sino que buscan también formas de diferenciación.” (García Canclini, 1997:58)

Esta es la clase de problemas a las que se refiere, por ejemplo, Bernardo Subercaseaux (1999), cuando analiza la relación entre la cuestión de la identidad nacional en Chile y las consecuencias de la globalización. Subercaseaux señala que en Chile no se ha dado una suficiente penetración cultural de lo mapuche, capaz de conferirle a la cultura chilena -en general- un definitivo rasgo étnico y demográfico. A esto lo llama déficit de espesor cultural, en la medida en que, de acuerdo con García Canclini (1995) a falta de una suficiente raigambre étnica, la globalización impacta en las culturas nacionales generando la proliferación de nuevas identidades, llamadas nómades o transitorias, tales como la que resulta de compartir la simpatía por un equipo de futbol, o compartir ciertos ámbitos de reunión (discotecas, etc.). A propósito de ello Subercaseaux sostiene: “En un país donde hay un déficit (de arrastre) de espesor cultural étnico o demográfico, este tipo de identidades transitorias desempeñan un rol aún más relevante en la vida social y, no necesariamente inciden en una identidad nacional; a veces incluso pueden influir en una pérdida de importancia de ésta. Es muy posible, por ejemplo, que los grupos de <raperos> de la población, o los grupos de rock contestatario, tengan mucho mayor afinidad (en términos de un <nosotros>) con sus pares argentinos o norteamericanos que con los Huasos Quincheros”.

A la problemática cuestión de las posibilidades de definición de una identidad nacional (ver, por ejemplo, Bosch, 1999:133-182; o García Canclini, 1999), cuestionada desde la década del ’80 por el posmodernismo, la globalización le agrega la transformación de los referentes históricos de cada sector cultural.

Ya desde los ’90 García Canclini (1992) sostiene que el neoliberalismo cambia la jerarquía de los referentes: “Me parece que cambia las relaciones entre lo nacional y lo extranjero. Lo nacional sigue existiendo, sigue siendo una posición necesaria pero –como lo vemos cotidianamente- estamos atravesados por una cantidad de productos e informaciones extranjeras que pasan a formar parte de lo que tenemos que saber para poder interactuar con nosotros. Y la mayor parte de esto no se produce en nuestro país. ¿Cómo lo administramos? No sólo cómo lo producimos, cómo vivimos lo nacional, sino cómo administramos lo que tomamos de todas partes. Esto es lo que pasa a ser la cuestión central. No hay que verlo en términos maniqueos. No creo en la sustitución del español por el inglés, o de las tradiciones populares por los entretenimientos electrónicos. Creo en las cuestiones más complejas, especialmente las políticas: ¿dónde están los focos de decisión y respecto de qué áreas de la cultura y de la vida social consideramos que lo nacional debe ser mantenido y reforzado?”.

El problema de la multiculturalidad mégalopolitana entonces, articulado a los efectos de transitoriedad en la formación de identidades culturales, unidos a su vez con la segregación estructural que el nuevo ordenamiento cultural produce, en tanto lógica conjuntista-identitaria, se puede describir como una suerte de implosión rupturista de los espacios y la historia local de los sistemas y subsistemas culturales.

Con la globalización, en tanto eje ordenador de una nueva cultura del consumo y promoción de un nuevo modelo psico-cultural, se multiplican los “diferentes”, pero en el seno del mismo sistema cultural.

La segregación ya no se produce hacia la periferia del sistema, como en las narrativas foucaultianas. Al contrario, en el orden cultural actual, la producción de diferencias están promovidas por el propio movimiento “marketinero” en el seno social, en tanto sus efectos no se reducen tan sólo a la nueva organización económica predominante.

II.b.- La cultura global

Tal como sostiene Gubern (2000:62 y sigs.) existe una falacia en el empleo actual del término de McLuhan: “aldea global”. Pues, “en las aldeas, los flujos de comunicación son multidireccionales y tienden a ser desjerarquizados, todo el mundo habla con todo el mundo. En la aldea global, configurada por las redes mediáticas actuales, la comunicación tiende a ser monodireccional, desde el norte hacia el sur y el este, creando efectos de dependencia económica y cultural, porque la información es mercancía e ideología a la vez”

El campo de la industria cultural actual nos interroga acerca de las vías de administración de la información y productos culturales que nos llegan, conformando un incentivo psico-cultural capaz de cohesionar grupos identitarios en torno a su consumo.

La globalización impone un orden cultural que, además de implosionar su segregación estructural hacia su centro mismo, se articula con la lógica diferencial del marketing, generando grupos diferenciados a partir de un mismo rasgo consumidor, tanto material (productos) como simbólico (marcas).

Niño frente a la TV

La producción de estas nuevas identidades nómades se refuerzan con la hibridez de los procesos actuales de identificación psicocultural. Es decir, ante la diversificación de escenarios y tendencias, que inundan con su multiplicación de ofertas al “ciudadano y consumidor”, el margen para la conformación de una identidad subjetiva se agranda en la combinatoria que resulta de la particularización de las posibilidades. Tal como sostiene García Canclini (1997:58): “somos individuos híbridos, que aprovechamos varios repertorios para enriquecernos, formarnos y participar en escenarios distintos, no siempre compatibles”.

La construcción psicosocial de la identidad cultural, hoy se encuentra atravesada por una hibridez subjetiva capaz de aprovechar la multiplicación de ofertas que el orden cultural actual fomenta debido a su subordinación a la lógica de la globalización. En este sentido, lo importante no es la diversidad de opciones sino las oportunidades de acceso.

La desigualdad en el aprovechamiento de las opciones genera que grupos cada vez más grandes sean identificables por sus carencias de rasgos de consumo antes que por atributos más positivos. Son los home-less o los NBI (necesidades básicas insatisfechas), es decir los “sin” algo que supuestamente estaría al alcance de muchos otros obtener.

Sin acceso al abanico de objetos y servicios de consumo, tanto económico, social como cultural, estos grupos son excluidos en forma sistemática “por defecto”, es decir, por no poseer la capacidad de efectuar sus opciones en el mundo cultural actual. De este modo se originan verdaderos mapas de la marginación que dibujan la subdivisión de la población, expresando en sus respectivos territorios la localización diferencial de los que han sido segregados por el nuevo orden.

II.c.- Nuevos mapas culturales

Un ejemplo de las nuevas formas de pensar la segregación actual, en función de un modelo paradigmático cultural, lo constituye el problema de los medios de transporte en Buenos Aires, después de las 22 hs. Sostiene Margulis (1998:19 y sigs.): “esos millones de habitantes que vienen diariamente a trabajar al casco urbano ven restringida su permanencia en la ciudad por los horarios de los medios de transporte.”.

Es posible pensar, más allá de la notable tesis de Margulis acerca de la racialización de las diferencias de clase –que adopta un enfoque y una terminología distintos a los adoptados por nosotros- que en el ejemplo del transporte nocturno se expresa una segregación que hoy en día concierne más que a una clase social en particular, a toda una serie de actores sociales culturalmente distintos, que sólo son afectados por el simple hecho de compartir un rasgo en común: no vivir en la Capital Federal de Argentina, y/o no poseer un medio de transporte propio.

Lo que deseamos resaltar es esta característica falta de un tipo particular de consumo. Será el rasgo diferencial que representa como signo la falta de una elección subjetiva, reemplazada por la agrupación involuntaria del sujeto en el anonimato de una nueva identidad (“transitoria”) negativa de masas.

Con Margulis (1998:136-7) “a título de hipótesis, podríamos pensar que en cada sociedad existen códigos culturales superpuestos, tramas de sentido que tienen diferente alcance espacial: desde los códigos particulares que sólo afectan a pequeños grupos –tribus que comparten contraseñas identificatorias-; códigos más amplios que abarcan zonas urbanas o regiones que participan de un mismo lenguaje, memorias, costumbres, creencias y tradiciones; y por último, ámbitos de lo cultural vinculados con la irrupción de lo global en el plano local, dentro de la esfera de consumo de productos de todo tipo –incluidos los massmediáticos- que requieren competencias especiales y originan formas locales de comprensión y aplicación de los códigos, significados, valores y ritmos implícitos en los productos”.

De acuerdo a ello, podemos postular que existen diferentes niveles de impacto del orden cultural actual, según el tipo de código cultural (legein) y las características identitarias de cada grupo, institución, región, etc.

Sin embargo, lo que sí resulta invariable es que para todos, con la globalización, la norma es quedar agrupados y/o segregados en medio del panorama social –y no en su periferia-, ya impregnado por la presencia de un modelo que, históricamente, se afianza en nuevas pero continuas fuerzas de dominación.

De allí que el nuevo mapa cultural se dibuje en base a una novedosa distribución entre los diferentes grados y tipos de consumo. Y por supuesto, que en un nivel más específico, se pueda plantear -con total justeza- la presencia de una racialización de clase.

Con el orden cultural actual entonces se generan, en el seno de la misma sociedad, distintas clases de hechos y fenómenos que afectan el campo de procesos identificatorios de la subjetividad. Emergen en su centro las diferencias de consumo que acompañan la segregación estructural de los que no consumen los mismos productos, servicios y marcas; también los diversos niveles de hibridez compartida en relación a los diferentes espacios sociales y territorios ofertados, y en relación al “espesor cultural” - determinado por la explosión demográfica y multiétnica de las megalópolis- aparecen los fenómenos de multicuralismo que erosionan la aspiración hegemónica identitaria más estable y general, a favor de la promoción de las nuevas identidades nómades o transitorias.

En fin, con el nuevo orden cultural, enmarcado en el contexto de la globalización, a la diferenciación marketinera de nuevos segregados le corresponde la ubicación de una esfera psico-cultural en un primer plano que, como tal, concentra en sí la dispersión de sus integrantes [“consumidores y ciudadanos”] de un modo harto paradójico y novedoso, si se tienen en cuenta los trabajos acerca de la segregación y la exclusión social que históricamente se han producido.

Como sostiene Margulis (1998:151) “Son notorias las contradicciones, relacionadas con la <globalización>, entre las tendencias hacia la universalidad y los particularismos, entre lo global y lo local. En este aspecto hemos desarrollado [...] las nuevas modalidades que asumen los procesos discriminatorios, las nuevas modalidades del racismo, la segregación y la exclusión, que derivan de los mismos fenómenos que en otro orden nos hablan de la comunicación en el nivel universal, de la inserción en la economía global, del creciente involucramiento en el océano de la globalización. Al mismo tiempo, crecen como nunca la segregación y la exclusión, las disputas en el plano de lo cultural, que no son ajenas a las pujas por los escasos puestos de trabajo y las injustas y regresivas modalidades de distribución del ingreso”.

Pues, como señala el mismo autor: “el modelo neoliberal en boga incluye la instalación de condiciones económicas, jurídicas, comerciales y culturales para la circulación sin obstáculos de capitales y mercancías. Los factores de la economía deben fluir con facilidad, moverse ágilmente por los mercados del globo, sin trabas legales ni arancelarias, de información, de protección jurídica. Ello es vigente para todos los <factores> de la producción menos uno, el más lábil, el más perecedero: la fuerza de trabajo”. (Margulis, 1998:142-3).

Estas contradicciones –insistimos: más allá del enfoque metodológico del autor- señalan la existencia de un problema de superposición de niveles que refleja cómo la globalización penetra en los espacios sociales, estructura un nuevo ordenamiento cultural alrededor del consumo, y genera un clima local cada vez más sensible a la exaltación de las mínimas diferencias que se encuentran entre los componentes de la misma sociedad.

Las nuevas formas de los problemas de identidad y su distribución geocultural, en la cultura actual, se relacionan con lo que también observara el geógrafo cultural Paul Claval. En primer lugar indica que: “todo sistema social se vuelve opresivo cuando es demasiado perfecto. Los roles y los status impuestos por las relaciones institucionalizadas, especialmente los que nacen de la división económica del trabajo, y los preceptos morales inculcados desde la infancia y que marcan profundamente las conciencias individuales, encierran a los individuos en marcos tan rígidos que a veces se deben padecer. Algunos sueñan liberarse provisoria o definitivamente de ellos”. Claval (1995:110).

Sin embargo, este mismo efecto de segregación estructural, en el nuevo contexto de lasitud que las diferentes flexibilizaciones globalizadas imponen en nuestras sociedades locales, generan este otro tipo de situación identitaria cultural: “La erosión de las fuentes locales de la autoridad [debidas en gran parte a la revolución de la información, el saber científico y la tecnología] está acompañada de un sentimiento agudo de pérdida de identidad. Si el lugar donde uno vive deja de garantizar nuestra especificidad, si los modelos a los que uno se remite fueron importados de otra parte, y a menudo compartidos por enormes masas, ¿cómo no verse tomado por el desconcierto? El sentido de la cultura cambia totalmente”. Claval (1995:332).

En este sentido Claval agrega: “La preocupación identitaria se vuelve una obsesión en todas las sociedades tocadas por la revolución de los medios de comunicación: una sorda inequidad las caracteriza porque las fuentes locales de autoridad se desvalorizaron y porque las técnicas producen <no lugares> perfectamente lisos donde nadie puede leer otro valor más que el deseo de poder de los dirigentes y la eficacia de los técnicos, los ingenieros o los arquitectos”.

Entonces, de acuerdo a Maffesoli (1988), con Claval concluimos que “el sentimiento de identidad deja de estar profundamente arraigado: nace de posturas que se eligen, objetos de los que uno se rodea, de la manera de vestir, de los deportes que se practican, de los pasatiempos preferidos. Al sentirse vacías, las personas buscan adornarse de máscaras. Experimentan la necesidad de identificarse con algo que les sea exterior, pero que han elegido ”

III. Después de la crítica cultural

Nicolás Casullo (1998:15) se pregunta: “¿Cómo era el mundo antes de <los simulacros>, <las realidades virtuales>, <la cultura de la imagen>, <la fragmentación de las identidades>?” Se trata de una cuestión de urgente tratamiento, en vistas de la enorme necesidad de encontrar el sustrato de acción del pensamiento crítico. Casullo opone a la crítica cultural, en tanto reificadora de muchos objetos y pensamientos heredados, la reflexión acerca de la cultura crítica para-sí. Es decir, considera la existencia de una historia real de la cultura que se piensa a sí misma en forma crítica, tanto históricamente condicionada como socialmente determinada. Para Casullo, la cultura crítica también busca sentidos pero sin la certeza de lo heredado, desarrolla la articulación novedosa de lo que se encuentra a su paso, en los múltiples lazos que mantiene con la realidad cultural que se intenta describir y comprender. Desde este punto de vista, podemos identificar la realidad identitaria de la vida social que nos rodea, a una esfera psico-cultural subdividida desde su centro de consumo hasta el infinito mercantil. Es una realidad no sólo compleja sino múltiple en sus posibilidades diferenciales de identidad, a partir del código hegemónico de la lógica de consumo.

Pensar la subjetividad en la cultura actual, como ejercicio concreto de las opciones que se brindan, significa aceptar que las segregaciones y diferenciaciones ya no se instalan en los márgenes de lo social, sino en su centro mismo, con toda su complejidad imaginaria. Significa reconocer en su seno la existencia de una segregación amplificada que podemos distinguir de una segregación restringida (y más “clásica”).

Esta segregación amplificada es perfectamente compatible con la explosión multiculturalista y la formación cada vez más “híbrida” de los nuevos actores sociales. En este sentido, se comprende por qué existen tantas dificultades –y tanta preocupación a la vez- para definir las identidades culturales en medio de la ola globalizadora. Es la consecuencia natural de la suma de una segregación estructural –debida al nuevo ordenamiento mundial- y su encierro en una esfera psico-cultural, en tanto escenario de choque de lo local con lo global.

De esta forma, si se compara la segregación amplificada actual con la restringida de antaño -donde los excluidos eran arrojados del centro hacia la periferia social- se verá que, en la actualidad, esos mismos grupos son los que mejor pueden aprovechar su nueva “centralización” exponiendo sus demandas con un impacto muchísimo más fuerte. Basta recorrer los informativos de TV para ver todo el tiempo a los antiguos “marginales”.

La compleja índole de los nuevos problemas de identidad cultural implican una recuperación de la subjetividad no sólo mucho más fragmentada que lo que suponía incluso el posmodernismo, sino mucho más sutil. Pues, la subjetividad, en tanto siempre en relación de ruptura, discontinuidad, degradación o simplemente transgresión del orden instituido, emergerá en el escenario actual a condición de no aplicar la lógica analítica heredada. Se torna necesaria la reserva epistémica de los críticos, en un desequilibrio interpretativo de los hechos sociales capaz de generar el espacio vacío donde el sujeto pueda hacer escuchar una palabra más verdadera que su “imagen identitaria”. Así pues, sólo interrogando sus puntos ciegos rescataremos del fulgor su claridad.


-Bibliografía-

Auge, Marc (1992): Los No Lugares, Gedisa, Barcelona, 1993.

(1994): El Sentido de los Otros, Paidós, Buenos Aires, 1996.

Baudrillard, Jean (1985): Cultura y Simulacro, Kairós, Barcelona, 1987.

Bordieu, Pierre (1984): Sociología y Cultura, México, Grijalbo, 1990.

Bosch, Jorge (1992): Cultura y Contracultura, Emecé, Buenos Aires, 1999.

Castoriadis, Cornelius (1975): La Institución Imaginaria de la Sociedad, Vol. I y II, Tusquets, Barcelona, 1989.

(1986): El Psicoanálisis: Proyecto y Elucidación, Nueva Visión, Buenos Aires, 1992.

(1990): El Mundo Fragmentado, Altamira, Buenos Aires 1997.

(1996): El Avance de la Insignificancia , Eudeba , Buenos Aires, 1997.

Casullo, Nicolás (1998): Modernidad y Cultura Crítica, Paidós, Buenos Aires, 1998.

Claval, Paul (1995): La Geografía Cultural, Eudeba, Buenos Aires, 1999.

Colombo, Eduardo y otros (1989) : El Imaginario Social, Nordan, Montevideo, 1989.

Chirico, Marcelo (1999): Clínica, Malestar y Subjetividad, en Los Bordes en la Clínica, Osvaldo Delgado (comp.), JVE, Buenos Aires, 1999, p. 243-5.

(2000): El Orden Cultural Actual y Algunos Aspectos Subjetivos del Cuerpo, en Variantes de la Consulta Ambulatoria, Alicia Donghi (comp.), JVE, Buenos Aires, 2000, p. 171-182.

Delgado, Osvaldo (1999): La Ley de Mercado como Dios Oscuro, en Los Bordes en la Clínica, Osvaldo Delgado (comp.), JVE, Buenos Aires, 1999, p. 23-26.

Foucault, Michel (1961): Historia de la Locura en la Época Clásica, FCE, México, 1976.

Freud, Sigmund (1930): El Malestar en la Cultura, en Obras Completas Vol.21, Amorrortu, Buenos Aires, 1986.

García Canclini, Néstor (1992): Programa televisivo en Nexos TV, México, del 11 de Octubre de 1992.

(1995): Consumidores y Ciudadanos, Grijalbo, México, 1995.

(1997): Imaginarios Urbanos, Eudeba, Buenos Aires, 1997.

(1999): La Globalización Imaginada, Paidós, Buenos Aires, 1999.

Giddens, Anthony (1990): Consecuencias del la Modernidad, Alianza, Buenos Aires, 1997.

Gubern, Román (2000): El Eros Electrónico, Taurus, Madrid, 2000.

Lacan, Jacques (1966): Función y Campo de la Palabra y el Lenguaje en Psicoanálisis, en Escritos, Vol.1, Siglo XXI, Buenos Aires, 1982, p.227-310.

Levi-Strauss (1949): Las Estructuras Elementales del Parentesco, Planeta, Barcelona, 1985.

Lischetti, Alicia (comp.) (1998): Antropología, Eudeba, Buenos Aires, 1999.

Maffesoli, Michel (1988): El Tiempo de las Tribus, Icaria. Barcelona, 1990.

Margulis, Mario y otros (1998): La Segregación Negada, Biblos, 1999.

Margulis, Mario (1995): Globalización y Cultura, Subsidio UBACyT CS 022 y 007, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, (inédito).

Reigadas, María Cristina (1998): Entre la Norma y la Forma, Eudeba, Buenos Aires, 1998.

Schiffman, Leon y Lazar Kanuk, Leslie (1987): Comportamiento del Consumidor, Prentice Hall, México, 1991.

Subercaseaux, Bernardo (1999): Espesor Cultural, Identidad y Globalización, Facultad de Humanidades, Universidad de Chile, 1999, (inédito).

Virilio, Paul (1995): La Velocidad de la Liberación, Manantial, Buenos Aires, 1997.

Zizek, Slavoj (1996): Porque no Saben lo que Hacen, Paidós, Buenos Aires, 1998.

****************



* Director del Programa de Cultura y Psicoanálisis, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires


Buscar en esta seccion :