Consumo de drogas. Una perspectiva antropológica
Lic. María Isabel Menéndez*
En esta ponencia repaso sintéticamente algunos de los aportes empírico-teóricos y metodológicos del abordaje de la Antropología en el complejo campo del consumo de drogas.
Me interesa en primer lugar poner de relieve una de las posibilidades que brinda la perspectiva de la Antropología Cultural, esto es, mostrar la diversidad. En el caso que nos ocupa, la diversidad en el consumo de drogas.
Observamos como en los diferentes discursos , ya sea en el de los medios de comunicación como en el de la opinión pública general e incluso en el de los especialistas se habla de adictos. En esta idea de categoría única se concentran todos los tipos de consumo, subsumiendo y borrando las diferencias que existen entre ellos. La perspectiva antropológica puede hacer lo contrario, es decir, desplegar a través del conocimiento de distintos grupos sus representaciones, valores, creencias y los matices, las distancias, los rangos que van desde la experimentación hasta la dependencia, no como un continuo que necesariamente habrá de recorrerse, sino como momentos distintos que un individuo puede o no transitar en su consumo.
Esta idea de concentrar en la etiquetación de adicto todos los tipos de consumo de drogas parece provenir de un discurso hegemónico, el de la de medicalización . En el discurso médico incluimos el discurso psicológico que colabora con frecuencia en este borrar las diferencias y hacer de cualquier consumo, un consumo patológico. No estamos diciendo que no existan consumos patológicos, sino que no todos los consumos pueden ser vistos y/o nombrados como tales.
Y esto va articulado con otro tema que la mirada antropológica puede explicar, el de la drogadependencia como un fenómeno contemporáneo. Recién a fines del siglo XIX y con mayor claridad en el siglo XX, el uso de sustancias se convierte en problema social y se conoce el uso compulsivo de drogas -cuando hablamos de consumo compulsivo nos referimos al consumo de un individuo que organiza su vida alrededor del mismo-.
Con la instalación del sistema capitalista, con mercancías de todo tipo circulando en un mercado mundial y el desarrollo de los medios de comunicación difundiendo su existencia, las drogas se convierten en una mercancía más, dependiendo de la oferta y la demanda.
Observamos en un rápido recorrido histórico que las drogas han acompañado al hombre a lo largo de toda su evolución. La búsqueda de nuevas experiencias sensitivas y la alteración de la conciencia se observa en registros arqueológicos antiquísimos[1]. Sin embargo, hasta la época contemporánea, no aparecieron como problema para las diferentes culturas.
Es en el siglo XIX cuando el consumo de drogas va a plantear un problema social para las sociedades occidentales. El consumo manifiesta para muchos el peligro de lo que ya no está regulado por rituales colectivos, se sale de la lógica de lo culturalmente establecido, de lo socialmente normado. Por otra parte plantea para otros una atracción por un modo de vida que se maneja desde otro sistema de valores. Este sistema se construye por fuera, al lado y, a menudo, contra valores socialmente aceptados.[2]
Las drogas se han venido utilizando como respuestas muy variadas a necesidades muy variadas. En este siglo, por ejemplo en los años ’60, como una respuesta contestataria y rebelde al sistema, y en el fin del siglo XX observamos un uso que ni siquiera puede desafiarlo, salvo quizás en algunas formas estereotipadas que llevan en sí su autodestrucción. Como dice Erhenberg[3]: son un medio de manejar ciertos problemas por el hecho de ser “civilizados”. Ya no podemos arreglar nuestras cuentas nosotros mismos con la vendetta. Existiría según este autor un desplazamiento de las violencias externas a la subjetividad: las drogas permiten control. Algunos autores sostienen esta disminución de la violencia física, a partir de la disminución de guerras en el mundo. Pero esto no parece generalizable, depende precisamente del contexto. Si nosotros observamos el contexto cotidiano de la mismísima ciudad de Buenos Aires y su periferia, veremos que el tema de la vendetta o justicia por mano propia, aumenta progresivamente.
El uso de drogas en la actualidad tiene, en muchos casos, un tinte de resignación y adormecimiento, de huida de la realidad más que de respuesta. Esa huida paradójicamente permite enfrentar las presiones cotidianas, los malestares de la cultura que se multiplican. Freud hace un siglo ya había dejado constancia de esto cuando escribió: "la vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla no podemos prescindir de calmantes ... Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras, que nos vuelvan insensibles a ellas. Algo de este tipo es indispensable."[4] Con respecto a los malestares en nuestro país podríamos referirnos tanto a los niveles de desocupación y pobreza que azota a una gran mayoría de argentinos como a los niveles de presión que soportan los que están ocupados. O sea, hay drogas para todos los gustos y las necesidades. También debemos anotar aquí que estas palabras de Freud están dichas en parte en función del placer. El placer es un tema prácticamente olvidado cuando se habla de drogas. Uno de los pocos especialistas que hablan y toman el tema en su práctica profesional es el Dr. Olievenstein que, desde el hospital Marmottan en Paris, ha hecho escuela en la psiquiatría dedicada al tratamiento del uso de drogas. La cuestión del placer es un dato importante a tener en cuenta para entender la iniciación y la continuación del consumo en muchos consumidores. En una sociedad en la que el principio del placer o los placeres están continuamente mostrándose entre nosotros, se hace indispensable que lo consideremos a la hora de reflexionar sobre el uso de drogas.
Por otra parte la condición de consumidor de drogas otorga muchas veces una identidad que une, que marca, que otorga pertenencia dentro de un grupo, es decir, puede dar identidad, quizás una identidad deteriorada, pero identidad al fin.
La cuestión de la droga se ha construido en nuestras sociedades occidentales como una integración acerca de los límites de la libertad y de la esfera privada.
Hasta dónde la cultura nos permite algún escape, alguna posibilidad de saltar el límite en esta sociedad monitoreada al extremo? Las drogas otorgan cierta ilusión fugaz de privacidad extrema: hago lo que quiero con mi cuerpo y mi conciencia[5]. Sin embargo es esta una elección real? Podemos pensar eso cuando es, sobre todo, en ciertas franjas etarias y en cierto nivel social donde está recayendo esta supuesta elección? Estas elecciones están , desde ya, pautadas social y culturalmente.
Esto puede articularse con los llamados controles, o sea las respuestas que la sociedad y el individuo esgrimen sobre el uso de drogas . Según Castel y Coppel[6], los heterocontroles o controles duros están encarnados en el sistema jurídico y el sistema médico, que operan desde afuera del individuo. Estos sistemas están regulados desde el Estado a través de las leyes y políticas sobre el tema. También desde afuera operan los controles societarios: familia, pareja, compañeros de trabajo, amigos, profesores, vecinos, etc., o sea las redes sociales en las que una persona está inmersa en su vida cotidiana, sus redes más próximas y con las que interactúa a diario. Desde el consumidor existe también un control sobre sí mismo, el autocontrol. No se consume de cualquier manera, se necesita una estrategia para conseguir las drogas, un conocimiento sobre su utilización: dosis, pureza, frecuencia, vía de administración, etc.
Con respecto a los controles societarios, creemos con los autores que deberían ser mejor desplegados, ya que conforman la red primaria de cualquier persona. Trabajando con ella se trabaja en la prevención primaria. Allí están más que los controles en sentido estricto, las redes de contención de los consumidores. Y estas redes, más informales y continuas que los heterocontroles o controles duros, pueden ejercer el sostén de los miembros más vulnerables de la sociedad. Lo interesante de contrastar entre los heterocontroles y los controles sociales, es que los primeros aparecen generalmente en etapas más avanzadas del consumo, mientras que los controles sociales están en todo momento y pueden percibir situaciones problemáticas en momentos previos, ejerciendo una labor preventiva primaria.
Los heterocontroles, o sea los sistemas jurídico y médico ubican al consumidor en la oposición enfermo-delincuente/ delincuente-enfermo, que encierra al sujeto, no dejándole espacio a una tercera posibilidad. En este sentido nos parece interesante observar la noción de crisis. Esta noción contempla la transitoriedad de una situación existencial atravesada por algunos individuos. Es así como se podrá encontrar una salida a la alternativa del enfermo o delincuente, considerando que esta no es una identidad inscripta para siempre en una persona, sino que puede ser transitoria.[7]
Los testimonios recogidos en nuestras investigaciones mencionan esta crisis o tránsito, como una etapa ya pasada y a la que no se desea regresar. En algunos casos esta percepción tiene que ver con cursar un tratamiento y el discurso que se imprime institucionalmente[8]. Sin embargo, muchos jóvenes han atravesado una etapa de consumo que la asocian con una etapa vital como la adolescencia y la juventud más temprana y que, al llegar a la adultez, con las obligaciones que esta representa, se deben abandonar ciertas prácticas, entre ellas , el consumo de drogas.[9]
Estas responsabilidades son fundamentales no sólo en la llamada rehabilitación. Hacer centro en la noción de autocontrol[10] puede tener consecuencias deseables en la prevención que, hasta el momento, no han sido tenidas en cuenta por el discurso absoluto de la abstención.
Para finalizar quisiera dejar asentadas algunas de las ventajas del enfoque y los métodos etnográficos en la investigación del tema drogas y en particular para el estudio de poblaciones ocultas.
Cuando hablamos de enfoque etnográfico nos referimos por un lado a la descripción pormenorizada de la realidad y por otro a la prioridad que damos a la perspectiva de los actores. Cuando hablamos de etnografía nos referimos a un método cualitativo, que se caracteriza por la interacción prolongada y cara a cara del investigador con los sujetos de estudio en muestras no probabilísticas. Las técnicas que se utilizan son las entrevistas en profundidad, que muchas veces se estructuran en historias de vida, y la observación participante en el campo. Hacer etnografía es trabajar en un nivel micro, local, en el que se procesan prácticas y percepciones que dan cuenta de la estructura y de la dinámica socioculturales más generales.
O sea que el enfoque antropológico tiene la característica de ser holístico y a la vez incluye una mirada microsocial, particular, local, dentro de una visión global del contexto social. El tener en cuenta la lógica de los protagonistas de un fenómeno se está viendo cada vez más fundamental en un tema como el del consumo de drogas. Poder desentrañar desde el propio consumidor sus motivaciones, sus hábitos, sus creencias ha quedado en el centro de la escena, ya que sin estas variables no se puede llegar a la comprensión del fenómeno. A través de entender las categorías del otro, se puede llegar al significado que tiene usar ciertas drogas y persistir en dicho uso, aunque este acarree un sinnúmero de problemas, a distinguir la gran diversidad entre grupos que consumen de diferentes maneras, a la lógica de sus recorridos asistenciales, a cómo usar drogas conlleva la adquisición de una identidad, la pertenencia a ciertos grupos de pares, etc.[11]
En los estudios sobre consumo de drogas lo que abunda son las cifras y perfiles de poblaciones institucionalizadas, en tratamiento. Es decir la punta del iceberg. Mientras tanto existen poblaciones más extensas que se desconocen y que ya sea por estar estigmatizadas o por diferentes tabúes, nunca llegan a la consulta, son las llamadas poblaciones ocultas. Lo que entendemos entonces como consumidores de drogas son los casos problemáticos y no tenemos acceso a los casos de consumo controlado. Se puede pensar que entre los casos que no llegaron a la consulta también hay casos problemáticos, de consumo compulsivo que, por determinadas razones, quedan fuera del campo institucional. Esto también es cierto. Hay una cantidad de consumidores que, por ejemplo por no contar con una red adecuada, ya sea familiar o de otro tipo, no va a llegar nunca a consultar o, si lo hace, va a ser rechazado.
En ese sentido el antropólogo puede recuperar importante información para luego intervenir adecuadamente en el campo. La Antropología puede aportar la visión de estos olvidados.
* Antropóloga (UBA). Posgrado en Antropología Social (INA-Fulbright). Carrera de Posgrado en Uso Indebido de Drogas (CEA-UBA). Docente de Posgrado Fac.de Psicología (UBA).
Coautora de "Etnografía de la droga. Valores y creencias en los adolescentes y su articulación con el uso de drogas",1998, Espacio Editorial, Bs.As., Argentina.
Bibliografía:
Castel, R. y Coppel. A. 1994. Los controles de la toxicomanía en: Individuos bajo influencia ( Ehrenberg A. Compilador) Nva.Visión, Bs.As., Argentina.
Ehrenberg, A. 1994. Un mundo de funámbulos en : Individuos bajo influencia, op.cit.
Escohotado, A. Historia de las drogas, 1996. Alianza Editorial, Madrid, España.
Freud, S. El malestar en la cultura, 1996. en : Obras Completas, Amorrortu, Bs.As., Argentina.
Furst, P.T. Alucinógenos y cultura. 1994, Fondo de Cultura Económica, México.
Garapon, A. El toxicómano y la justicia,¿ Cómo restaurar el sujeto de Derecho? En: Individuos bajo influencia, op.cit.
Mac Nally, M.T., Menéndez , M.I., Rabetzky,Nélida y Viale, Carmen. 1998. Etnografía de la droga. Valores y creencias en los adolescentes y su articulación con el uso de drogas. Espacio Editorial, Bs.As., Argentina.
Romaní, O. 1987, Etnografía y drogas. Discursos y prácticas, en : Nueva Antropología 52, México.
Romaní,O. Et al. Repensar las drogas, 1989. Grupo IGIA, Barcelona, España.
[1] Escohotado, A. Historia de las drogas, 1996, Alianza Editorial, Madrid, España. Furst,P.T. Alucinógenos y cultura, 1994, Fondo de Cultura Económica, México.
[2] Castel, R. Y Coppel, A.1994. Los controles de la toxicomanía en : Individuos bajo influencia (Ehrenberg,A. Compilador), Nueva Visión, Buenos Aires, Argentina.
[3] Erhenberg, A. 1994. Un mundo de funámbulos en: Individuos bajo influencia, op.cit.
[4] Freud, S. El malestar en la cultura, 1996, pág.75 en: Obras Completas, Amorrortu, Bs.As., Argentina.
[5] Ehrenberg, A. 1994, op.cit.
[6] Castel, R. y Coppel, A. Op.cit.
[7] Garapon, A. El toxicómano y la justicia: ¿Cómo restaurar el sujeto de Derecho?, en:Individuos bajo influencia, op.cit.
[8] Mac Nally, M.T., Menéndez, M.I., Rabetzky,N., Viale,C. Etnografía de la droga, Violencia asociada al uso de drogas en jóvenes. Proyecto Ubacyt 1998-2000.
[9] Mac Nally, M.T., Menendez, M.I., Rabetzky, N., Viale, C. Etnografía de la droga. Valores y creencias en los adolescentes y su articulación con el uso de drogas, 1998, Espacio Edit., Bs.As., Argentina.
[10] Mac Nally et.al., op.cit.
[11] Romani, O. Etnografía y drogas. Discursos y prácticas, 1987 en : Nueva Antropología 52, México. Romaní, O. Repensar las drogas, 1989, Grupo Igia, Barcelona, España.
Buscar en esta seccion :