Etnicidad y Racismo

Mayari Diaz Artiga
Universidad San Carlos - Guatemala

Hasta la Edad Media, las comunidades se discriminaban entre sí y luchaban por el poder. Pero en los siglos que siguieron, la Biblia, la economía y la ciencia se aliaron para crear un fenómeno nuevo: la jerarquía de la raza. Existe racismo cuando un grupo étnico o una colectividad histórica domina, excluye o intenta eliminar a otro alegando diferencias que considera hereditarias e inalterables. Según este concepto, la base ideológica del racismo explícito se fraguó en Occidente durante la Edad Media: antes de ese periodo, no se encuentra en Europa ni en otras culturas ninguna prueba clara e inequívoca de racismo que no fuera mera discriminación o rivalidad.
Quizás la primera señal de esta visión racista del mundo radique en la asociación del judaísmo con el diablo y la brujería en las mentes populares de los siglos XIII y XIV. La sanción oficial de dichos comportamientos apareció más tarde en la España del siglo XVI con la discriminación y exclusión de los judíos conversos y sus descendientes.
En el Renacimiento y la época de la Reforma, los europeos tuvieron cada vez más contactos con pueblos de pigmentación más oscura procedentes de África, Asia y América, y empezaron a opinar sobre los mismos. Aunque la trata de esclavos africanos se debió principalmente a motivos económicos (las plantaciones del Nuevo Mundo necesitaban su trabajo), la versión oficial era que se trataba de infieles. Los comerciantes y amos de esclavos se justificaban interpretando un pasaje del Génesis: Cam, alegaban, cometió un pecado contra su padre, Noé, que condenó a sus descendientes (supuestamente negros) a ser “siervos de los siervos ”. Cuando en 1667 el estado de Virginia decretó que los esclavos conversos seguían siendo esclavos –no ya porque fueran infieles, sino porque descendían de infieles–, la justificación de la esclavitud de los negros dejó de ser religiosa y pasó a ser racial. A finales del siglo XVII, en las colonias inglesas de Norteamérica se aprobaron leyes que prohibían los matrimonios entre blancos y negros, y que discriminaban a los hijos mestizos nacidos de relaciones informales. Sin declararlo abiertamente, tales leyes significaban que los negros eran de forma inequívoca extranjeros e inferiores.

En el Siglo de las Luces, las teorías laicas o científicas sobre la raza sustituyeron a la influencia de la Biblia y su visión de la unidad esencial de la raza humana. Etnólogos del siglo XVIII como Linneo, Buffon y Blumenbach opinaron que los seres humanos formaban parte del mundo natural y los subdividieron en 3 o 5 razas, generalmente consideradas variedades de una única especie humana. Pero, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, un número creciente de escritores, especialmente los defensores de la esclavitud, mantuvo que las razas
constituían especies diferentes.

El siglo XIX se caracterizó por la emancipación, el nacionalismo y el imperialismo, que contribuyeron al aumento del racismo ideológico en Europa y Estados Unidos. Aunque la emancipación de los negros y la salida de los judíos de los guetos fueron apoyadas mayoritariamente por personas creyentes y laicas que creían en la igualdad entre los hombres, lo cierto es que tuvieron como consecuencia una intensificación del racismo. Las relaciones entre las diferentes razas se volvieron menos rígidas jerárquicamente, pero más competitivas. La inseguridad vinculada al incipiente capitalismo industrial justificó la búsqueda de chivos expiatorios. Los conceptos darwinianos de “lucha por la vida” y “supervivencia del más fuerte” propiciaron el desarrollo de un nuevo tipo de racismo con mayor base científica.
Fue el nacionalismo, y en concreto un tipo de nacionalismo cultural romántico que unía el patrimonio étnico (desde el punto de vista de la sangre) a un sentimiento de identidad colectiva, el que marcó el nacimiento de una nueva variante del pensamiento racista, especialmente en Alemania. Entre finales de los años 1870 y principios de 1880, los acuñadores del término “antisemitismo” afirmaron explícitamente lo que algunos nacionalistas culturales habían esbozado antes: ser judío en Alemania no significaba sólo adherir a un tipo de creencias religiosas o prácticas culturales, sino pertenecer a una raza que era la antítesis de aquella con la cual se identificaban los alemanes auténticos.


EL APOGEO DEL RACISMO:

A finales del siglo XIX el imperialismo occidental alcanzaba su apogeo. La “lucha por África” y las incursiones en partes de Asia y del Pacífico eran una afirmación del nacionalismo étnico competitivo que se pensaba existía entre las naciones europeas (y que, a raíz de la guerra entre España y Estados Unidos, incluyó a este último país). También constituía la reivindicación, con supuesta base científica, de que los europeos tenían derecho por su nacimiento a gobernar a los africanos y a los asiáticos.
Sin embargo, fue en el siglo XX cuando la historia del racismo alcanzó su apogeo, con el auge y la caída de los regímenes abiertamente racistas. En el Sur de Estados Unidos, las leyes segregacionistas y las restricciones sobre el derecho de voto de los negros redujeron a la población afroamericana a un estatus de casta inferior. El temor a la contaminación sexual por violación y a los matrimonios mixtos era tan intenso que se trató de impedir las uniones conyugales entre blancos y todos aquellos cuya ascendencia africana se conociera o fuera perceptible.
La Alemania nazi llevó la ideología racista hasta su extremo al intentar exterminar a todo un grupo étnico. Se suele decir que después de Hitler el término racismo tiene connotaciones peores. La desaprobación moral que provocan en todo el mundo los actos de los nazis y los estudios científicos que defienden la genética racista (eugenismo) han contribuido a desacreditar el racismo científico, que antes de la Segunda Guerra Mundial era influyente y respetable en Estados Unidos y Europa.
El racismo explícito también fue duramente criticado con el nacimiento de nuevas naciones a raíz de la descolonización de África y Asia. En Estados Unidos, el Movimiento de Derechos Civiles que logró proscribir la segregación racial y la discriminación en los años 1960, se vio favorecido por el creciente sentimiento de que los abusos y malos tratos que sufrían los negros de Estados Unidos constituían una amenaza para los intereses nacionales. En la competición con la Unión Soviética por conquistar “el corazón y la mente” de los países africanos y asiáticos independientes, el sistema discriminatorio conocido como ley de Jim Crow se convirtió en una vergüenza nacional que podía acarrear consecuencias estratégicamente negativas.
El régimen sudafricano fue el único en sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial y la guerra fría. Las leyes aprobadas en 1948 que prohibían las relaciones sexuales y los matrimonios entre diferentes “grupos de población”, y que decretaban que los mestizos y los africanos tenían que vivir en áreas residenciales separadas, evidenciaban una clara obsesión por la “pureza de la raza”. Sin embargo, la opinión generalizada en el mundo a raíz del Holocausto indujo a los defensores del apartheid a justificar ese “desarrollo separado” por motivos culturales y no físicos.
La derrota de la Alemania nazi, el fin de la segregación racial en el Sur de Estados Unidos y la instauración de un gobierno de la mayoría en Sudáfrica permiten suponer que los regímenes basados en el racismo biológico o la pureza cultural pertenecen al pasado. Sin embargo, el racismo no requiere el apoyo explícito y total del Estado y sus leyes, ni tampoco una ideología centrada en el concepto de la desigualdad biológica. La discriminación por parte de instituciones e individuos contra quienes pertenecen a otra raza puede pervivir e incluso prosperar sin tener claros tintes racistas, como lo comprobaron recientemente los historiadores en Brasil. Escudarse tras diferencias culturales supuestamente enraizadas para justificar la discriminación contra los emigrantes de países en desarrollo (ya sean los argelinos en Francia, los turcos en Alemania, los pakistaníes en Inglaterra o los mexicanos en Estados Unidos) se asemeja a una nueva forma de “racismo cultural”, a pesar del rechazo explícito de los grupos dominantes de cualquier tipo de superioridad biológica.

LA LUCHA:

Algunas personas en el mundo quieren combatir la exclusión, la discriminación, la intolerancia, la xenofobia, el racismo. Reconocen por tanto un valor igual entre los seres humanos, cosa que no es lo mismo que una igual esencia. Para hacer este reconocimiento, se da por sentado que está cómodamente fundado en una supuesta evidencia o necesidad trascendental de los derechos humanos. Sin embargo, así de sencilla como suena, esta llamada evidencia engendra susceptibilidades paradojas de primera magnitud.

La identidad y la otredad: La identidad es "la percepción colectiva de un 'nosotros' relativamente homogéneo (el grupo visto desde dentro) por oposición a los “otros” ( el grupo de fuera) (Fossart, 1983).

Esta percepción colectiva es a la vez tangible e intangible. Sea cual sea esta colectividad, sus miembros comparten un territorio, una historia y una cultura específicos, que los hacen sentirse "idénticos". Pero ningún grupo humano se autopercibe y se autodefine más que por oposición a la forma en la que percibe y define a otro grupo humano, al que considera diferente de sí.
Vista en este sentido, la identidad no está situada más allá de la conciencia y de la voluntad de los hombres; más bien, es una realidad social. Los ingredientes que la componen, producto de la simbiosis entre el individuo y el grupo, elaboran un "coctel de una potencialidad extraordinaria", que posee toda la fuerza de las pulsiones primarias del género humano. Por eso, aparece constantemente en nuestro lenguaje, en los dichos, en la poesía, en la filosofía y en el folclor: en el "Yo soy quien soy" de Calderón de la Barca; en el "Yo soy quien soy y no me parezco a naiden" del folklore mexicano; en el "Yo no soy yo" de Juan Ramón; en la frase de Jorge Luis Borges "esa cosa rara que somos, numerosa y una"; en el "Todos soy yo" de Miguel de Unamuno; o, finalmente, en la hermosísima fórmula de Arthur Rimbaud “je est un autre” (“yo es otro”).

La identidad colectiva es entonces una idea en la cabeza y un sentimiento en las tripas de muchos que se viven como "idénticos". Pero no es una simple idea, sino al revés, es una idea poderosa.

LOS UNIVERSALES Y RECURRENTES MECANISMOS DE LA EXCLUSIÓN, CUNA DEL RACISMO:

Si después de ver qué clase de construcción social es la mancuerna identidad-otredad podemos aproximarnos al racismo desde su origen, la intolerancia y la exclusión que no es sino "la negación sistemática, en la historia, a la idea y a la práctica a ella asociada, de que los otros son simplemente otros" (Castoriadis, 1985). Vista así, no es difícil reconocer que la exclusión es un fenómeno mucho más universal de lo que se admite. Parecen ser universales la "aparente incapacidad de constituirse uno mismo sin excluir al otro y la aparente incapacidad de excluir al otro, sin desvalorizarlo y, finalmente, sin odiarlo" (Idem). Pero esa forma de representarse al otro tiene su historia, que en general se resume en que se considera a los "otros" como inferiores porque se procede a equiparar casi automáticamente a iguales e indiferenciados o, por el contrario, diferentes e incomparables. El razonamiento se concreta a pensar: si éstos fueran iguales a nosotros y nosotros fuésemos iguales a ellos, entonces no habría razón para que tuviéramos costumbres distintas. En otras palabras, si los judíos fueran iguales a los indios nahuas, o los judíos tendrían que comer puerco igual que los nahuas o los nahuas tendrían que dejar de comer puerco igual que los judíos. Pero esto no se acepta, porque la indiferenciación es vivida como la pérdida de la propia identidad; es considerada como in-diferencia, no-diferencia, y ello lleva a que se pierda la razón de ser de las propias costumbres. La consecuencia de no aceptar esto se reduce a no querer ver a los otros como eso, como simplemente otros; no poder dejar de compararlos; no poder simplemente aceptarlos. Porque si lo hiciéramos tendríamos que proceder a algo que históricamente se ha mostrado excepcionalmente difícil: tolerar en ellos costumbres que para nosotros son vividas como aberraciones.

De esta forma, la "verdad" de las propias instituciones se vuelve así tanto más verdadera cuanto más se compara con otras. Por ello, "la historia humana muestra que el considerar al 'otro' inferior (…) es una opción de cuasi “proclividad natural”. (Castoriadis, op.cit.)
Como diría la politóloga francesa Ariane Chebel d'Appollonia hablando del racismo, una de las formas más descarnadas de considerar al "otro" como inferior: "lo esencial sigue siendo el carácter universal y perenne del racismo. En donde quiera que uno esté, sea quien uno sea, el riesgo de estar en situación de 'racizante' o de 'racizado' existe. Este es el primer sentido del racismo: una reacción injustificable pero explicable, inaceptable si uno suscribe la idea de la tolerancia, pero perceptible en todos lados, condenable pero 'normal' por el hecho de su recurrencia” (Chebeld’ Appollonia, 1998:10).

Pero ¿qué es el racismo?, ¿qué es este fenómeno del que tanto se ha hablado a lo largo del siglo XX en muchas naciones del mundo, que en América Latina fue tabú hasta hace muy pocos años?

Lo primero que es necesario apuntar es que la raza y la etnicidad no son términos que tengan referentes fijos; tenemos que verlos dentro del contexto de la historia de las ideas y colocarlos al mismo tiempo dentro del contexto de las prácticas, dos ámbitos que se autodeterminan constantemente.
Hoy en día, muchos biólogos, genetistas y antropólogos físicos han llegado a la conclusión de que desde el punto de vista biológico las razas no existen. Las agrupaciones humanas en términos de "blancos", "negros" o "indios" no pueden por ello ser marcadas o establecidas en términos genéticos de ninguna manera que sea mínimamente clara o precisa (Lieberman y Reynolds 1996: 142-173).
Existe por lo tanto un acuerdo bastante generalizado en el sentido de que las razas no son sino "construcciones sociales". En otras palabras, al igual que la identidad, la raza es entonces una idea. Sin embargo, nuevamente como en el caso de la identidad, decir esto no es sinónimo de decir que la idea de raza es algo que no tiene importancia en la realidad. Por el contrario, como muchas otras ideas, ésta resulta tener un enorme peso en la realidad porque las personas que creen en ella se comportan como si las razas realmente existieran, transformándolas así en categorías sociales dotadas de un gran poder, en realidades sociales extremadamente significativas.
Pero entonces ¿qué clase de construcciones sociales son las razas? Una respuesta muy común a esta pregunta es la que asume que existe tal cosa como el crudo hecho de la existencia de las disparidades entre las distintas apariencias físicas de la gente. Pero de hecho sólo ciertas variaciones fenotípicas conforman categorías e ideologías raciales y aquellas que cuentan han emergido a lo largo de la historia. En otras palabras,
"las razas, las categorías raciales y las ideologías raciales son aquellas que elaboran construcciones sociales recurriendo a los aspectos particulares de la variación fenotípica que fueron transformados en significantes vitales de la diferencia durante los encuentros coloniales europeos con otras culturas" (Idem).

Ahora bien, el término etnicidad es un concepto que ha sido frecuentemente usado en lugar del de raza, ya sea porque el solo uso de la palabra raza ha sido considerado per se como un propagador del racismo al implicar que desde el punto de vista biológico las razas en efecto existen, ya sea porque, teñido por su propia historia, simplemente "olía feo" (Idem). Pero ¿qué quiere decir exactamente el término "etnicidad"?, ¿En dónde reside específicamente, si es que reside en algún lado, su especificidad? Hay un acuerdo bastante generalizado en el sentido de que la etnicidad se refiere a diferencias "culturales". Pero la diferencia cultural se extiende a lo largo y ancho del espacio geográfico. En otros términos, plantea, la gente usa su localización o más bien su supuesto origen para hablar de la diferencia y de la igualdad. "¿De dónde eres?" es por tanto la pregunta étnica por excelencia. Hoy en día, la globalización ha tenido como una de sus consecuencias la constante interrelación de personas diferentes desde el punto de vista de su geografía cultural. Por ello, la cuestión del origen se ha convertido en algo muy importante.
Visto así es evidente constatar que las identificaciones raciales y étnicas se traslapan tanto en la teoría como en la práctica. Sin embargo, no respetar la distinción establecida líneas arriba, reemplazar esos términos uno por el otro, implica negar el papel específico jugado en la historia por las identificaciones raciales o por los diversos tipos de discriminación en ellas basados que han llegado a adquirir una gran fuerza en la historia. Esto no significa de ninguna manera que las historias de las relaciones interétnicas no pueden ser largas y conflictivas; significa únicamente la intención de destacar la historia de cada uno de estos dos tipos de problemáticas llamándolo por su nombre y, más concretamente, darle a la densidad histórica del racismo el peso que merece.

La identidad ha sido, ayer igual que hoy, un concepto clave que ha tenido presencia dentro de muchas estrategias. Por eso, al hacer cualquier intento de análisis de movimientos y de las luchas emancipatorias será necesario retomar el tema de la identidad enfocando la mirada hacia lo que hemos entendido por ésta, el papel que ha jugado y las implicaciones de este quehacer identitario para el logro de esa sociedad de libertad, justicia y respeto por la que pretendidamente trabajamos. Cuando yo digo soy mujer o soy ladina o soy las dos cosas ¿a qué sistema de representación de mí misma estoy apelando? ¿Cuáles mecanismos de inteligibilidad estoy poniendo en marcha? ¿Qué significado tiene para quien me escucha el ser ladina, el ser mujer?

Las subordinaciones han producido sistemas de diferencia artificial, estática, estable, predeterminada, que han llevado a la construcción de estereotipos de identidad, que se asignan a las/os individuos de acuerdo a determinadas características, regularmente físicas, que comparten con un grupo determinado. Así, si se es de un sexo determinado se presupone que se deberá tener un género determinado; si se es de un determinado color de piel y se tienen unas determinadas facciones, es decir, si se asigna una raza, se presupone que se deberá tener una forma particular de comportarte, de mirar el mundo, de relacionarse, de espiritualidad.

LA SITUACIÓN DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS:

La ONU denominó al año 1993 ( Res.45/164/90) como el de los pueblos indígenas- y de 1995 a 2005 la década de los pueblos indígenas de todo el mundo. A pesar de ello, la realidad es que éstos han sido y siguen siendo las víctimas del azote de la discriminación y racismo. A veces los victimarios accionan en forma consciente y abierta; y otras en su mejor buena fe, accionan en forma inconsciente, sostenidos por su ignorancia y su falta de una profunda y real comprensión de la temática y problemática de los pueblos originarios.
En reiteradas oportunidades quienes están convencidos que defienden y protegen al indígena, partiendo de una política integracionista y de asimilación, sólo consiguen ahondar más la marginación y la discriminación hacia estos pueblos. No es acertada la actitud de quienes pretenden integrar y asimilar a los aborígenes a una cultura y forma de vida. Esto es tan violatorio a la libre autodeterminación de sus antiguas naciones, como lo es la actitud del más fanático de los racistas y xenófobos. Ellos han tenido y tienen su propia identidad y estilo de vida que debemos respetar. Si grandes sectores de nuestra población viven en la marginación y en la pobreza total, esto empeora con respecto a los indígenas, quienes soportan los más elevados índices de desnutrición; carecen de escuelas y toda forma de enseñanza; de planes de salud e higiene; ausencia de viviendas mínimamente habitables; sobresaliendo la falta absoluta de trabajo. La discrimación y la intolerancia se acentúa, aún más, cuando se trata de mujeres y niños. Por lo que se hace imprescindible la inmediata aplicación de la legislación internacional (Convenio 169 OIT), nacional ( Const. Nac: art.75-inc.17; leyes 23302/85 y 24071/92 ), y provincial (Chubut: Ley 3623/91- Río Negro: Ley 2553/92, ambas de adhesión a la ley 23302 entre otras), en forma íntegra y total. Que se respeten sus derechos colectivos a la tierra y territorio, su idioma; su manejo tradicional racional y sostenible de los recursos naturales y la biodiversidad, que siempre los ha distinguido (ONU- Programa 21 Declaración Río 92-Brasil -Ley nacional s/Biodiversidad 23475/94). Derechos que tienen su base en la diversa legislación. Habremos dado entonces, un gran paso hacia la radicación definitiva de la discriminación, el racismo, la intolerancia y la xenofobia, hacia los pueblos originarios.

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