Perspectivas del Turismo Cultural II
La gestión del turismo y sus problemáticas desde visiones sociales

Activación patrimonial y consenso social. Una propuesta para el Área Andina Argentina.

Lic. Liliana Bergesio.
E-mail: dlmontial@arnet.com.ar.
Lic. Alejandra García Vargas.
E-mail: huaico@imagine.com.ar
CONICET/ICSyH - FHyCS-UNJu, Jujuy.

RESUMEN

Al plantearnos el Patrimonio como una construcción sociocultural surgen ciertas preguntas: ¿cuándo algo pasa a formar parte del patrimonio de una cultura, de una Nación o de la humanidad?. Si el patrimonio se caracteriza por su capacidad para representar una determinada identidad y su carácter es esencialmente simbólico ¿de qué manera se construye esta capacidad, cuándo y cómo se activa?.

En el trabajo se plantean respuestas a estas preguntas centrando el análisis en la noción de que sin poder no hay activación patrimonial y, por tanto, no hay patrimonio. La eficacia de las diversas activaciones patrimoniales en este sentido se mediría por la cantidad y la calidad de las adhesiones, por lo que encontramos la clave en el consenso social. Dado que las representaciones patrimoniales de la identidad no pueden estar excesivamente alejadas de las interpretaciones socialmente vigentes al respecto so pena de romper el consenso social y debilitar las adhesiones o el interés de los visitantes. Es en esta instancia que todos nosotros (científicos, técnicos, promotores, maestros, políticos locales, etc.) cobramos protagonismo para dar cuenta de las versiones y exigencias relativas al patrimonio legitimadas socialmente.

 

Activación patrimonial y consenso social
Una propuesta para el Area Andina Argentina

Liliana Bergesio y Alejandra García Varga

"No se puede creer en cosas imposibles", dijo Alicia...
"Vaya, no has tenido práctica". Dijo la Reina...
"pues yo, algunas veces, he creído en seis cosas imposibles antes del desayuno".
Lewis Carroll en: Alicia a través del espejo.


Hace poco más de una década casi no hablábamos ni sabíamos mucho del patrimonio. Sin embargo, en la actualidad, es un tema instalado aunque no siempre hay acuerdo acerca de qué implica, qué es, y quién lo valora. En este trabajo queremos hacer algunas reflexiones sobre el tema centrando la atención en la dimensión social del patrimonio cultural y el rol que nos cabe a técnicos e investigadores en ciencias sociales en su puesta en valor.

Hablar de Patrimonio implica, en primer lugar, aclarar que se trata de una construcción sociocultural, lo que equivale a decir que no existe en la naturaleza, ni está predeterminado. Entonces la pregunta es: ¿cuándo algo pasa a formar parte del patrimonio de una cultura, de una Nación o de la humanidad?.

La respuesta no es sencilla porque el patrimonio se caracteriza por su capacidad para representar una determinada identidad. Esta operación de representación es fundamentalmente simbólica y por esto es importante retener que el carácter simbólico es un rasgo esencial del patrimonio.

Pensemos esto mas en detalle. Hay quienes plantean que hay tres criterios fundamentales que constituyen, por así decirlo, los lados de un triángulo que determina una dinámica de inclusión y exclusión patrimonial considerablemente rígida en su constitución (en el concepto) aunque más flexible en su textura (en la casuística), estos son: naturaleza, historia e inspiración creativa. Se puede afirmar, creemos que de forma bastante rotunda, que cualquier elemento que participe de alguna de estas características es susceptible de ser patrimonializado, aunque esto no quiere decir que vaya a serlo necesariamente.

Los tres elementos (naturaleza, historia e inspiración creativa) deben ser valorados para lograr, a su vez, la valoración del bien patrimonializable. Esto significa que - en distintos momentos de diferentes sociedades - cambian las valoraciones de la naturaleza, la historia y la inspiración creativa. Esos cambios en los conceptos harán cambiar también la intensidad de los parámetros. Por ejemplo, en algún tiempo puede valorarse más la "naturaleza" que la "historia". De la misma manera, en ocasiones puede preferirse la "inspiración creativa" individual y en otro la colectiva, o la accesibilidad a determinado paisaje natural frente a una naturaleza "virginal" a la que sólo es posible acceder mediante un gran esfuerzo físico como es el caso, por ejemplo, del "turismo de aventura".

Como decíamos, éstos principios pueden ayudarnos a ordenar una suerte de stock potencial de recursos patrimoniales (de referente simbólicos) que, en sí mismos, no constituyen patrimonio alguno hasta que no es activado por alguna versión ideológica de la identidad. Estas versiones ideológicas de la identidad (como cualquier otra) parten de unas ideas y de unos valores, en principio coherentes entre sí y más o menos abiertamente relacionados con los intereses de quienes los promueven.

Por tanto, podemos decir que el patrimonio no existe más que cuando, desde determinadas instancias, es activado, es decir, se promueve una determinada versión de una determinada identidad, para lo cual se selecciona un repertorio de referentes ad hoc, procedentes del stock previamente establecido a partir de los criterios iniciales, que también son ideológicos.

Ahora bien, ¿cuáles son las instancias de activación?. En principio, naturalmente, el poder político, los gobiernos (en toda la escala de la administración estatal), pero también los contrapoderes políticos, las oposiciones (más o menos legalizadas pero carentes, en todo caso, de los medios de los que disponen los gobiernos). La iniciativa de activación patrimonial también puede partir de la llamada sociedad civil, es decir, de instancias no formalmente políticas (estatales), de mediadores culturales (como algunos prefieren llamarles), siempre y cuando cuenten con el apoyo o el beneplácito por lo menos, más o menos explícito, de los poderes o los contrapoderes. En todo caso, podríamos decir que sin poder, no hay activación patrimonial, y, por tanto, no hay patrimonio.

La eficacia de las diversas activaciones patrimoniales en este sentido se mediría por la cantidad y la calidad de las adhesiones. Desde los orígenes de la edad contemporánea hasta mediados del presente siglo se puede decir que éste ha sido el único impulso para la activación de repertorios patrimoniales.

A partir de los años setenta, con la masificación y planetarización del fenómeno turístico, el patrimonio se espectaculariza. Procesos productivos, ceremonias y rituales, culturas enteras se han convertido en artículos de consumo ya sea para la televisión, ya sea (mucho más "auténtico" naturalmente), para el turismo cultural. Nos hallamos así ante un segundo proceso de construcción patrimonial de la identidad que podríamos caracterizar como el (los) nosotros de los otros, es decir, una representación patrimonial de nuestra propia (de los protagonistas), y frecuentemente estereotipada, imagen externa, pero elaborada siempre, claro está, a partir del stock de elementos patrimonializables, de donde ésta extrae su fuerza y verosimilitud. Hablamos de espectáculo, pero de espectáculo patrimonial al fin.

Se patrimonializa para avalar una determinada versión de la identidad o para ofrecer al visitante una determinada versión de la identidad (o, en una u otra proporción, para ambas cosas). Los procesos no son formalmente tan distintos, aunque sí sus causas y sus resultados.

Con la introducción del concepto de "patrimonio cultural", entendido como recursos heredados que se transforman constantemente en el seno de una comunidad, se quiera o no, se desemboca en una identificación entre patrimonio y cultura, lo cual parece producir un cierto malestar por la contradicción implícita que se establece entre el carácter cambiante de la cultura y el carácter supuestamente tradicional y conservador del patrimonio. Sin embargo, se trata únicamente de una paradoja fácilmente superable. Ya que el patrimonio, así entendido, es la cultura.

A la hora de hablar de "patrimonio" parece conveniente optar por una definición relacional y no por un catálogo ni por una que se agote en enumerar sus características. Esto significa que al definir al patrimonio aparece como conveniente considerar que es lo que resulta valioso en cuanto recuperación de la memoria. Con esto alertamos acerca de la urgencia de recuperar los relatos que vuelven valiosos los objetos y prácticas patrimoniales. De manera que no es posible que sean expertos los que determinen el valor. Pueden y deben sin dudas intervenir pero resulta imprescindible partir de la revalorización y actualización de los distintos aspectos de la cultura. Esto significa no solamente la conservación de edificios sino también la recuperación de los relatos que ya mencionamos. Son patrimonializables edificios, objetos, tecnologías, formas de organización como la familia extensa y el compadrazgo, formas de conocimiento, cuestiones expresivas como rituales, fiestas, música y tradición oral, y también formas épicas como los relatos que hacen mención a héroes populares, mitos y el humor. Por supuesto también las formas de comunicación, no sólo las palabras sino también los tiempos y gestos.

Es decir, que no alcanza con congelar un patrimonio sino que hace falta promover la movilización cultural en pos de un cierto estilo de crecimiento. Y dado que el estilo tendría que ser decidido democráticamente, se impone la creación de ámbitos propicios para el desarrollo de la creatividad y la planificación ascendente, abierta, flexible y participativa. No es posible ya negar los cambios con el paso del tiempo, porque sería negar la vida, pero los cambios nos llaman a rescatar el patrimonio.

El patrimonio es valioso, pero no es valioso porque sí, para que tenga significado es necesario que preserve ciertas memorias, ciertos mensajes. El patrimonio no es solemne porque tiene que ver con la vida cotidiana. Tampoco es turístico de por sí, le interesa al visitante porque da cuenta de quienes lo generaron.

Pero ¿qué está dentro o fuera de nuestro patrimonio cultural?; ¿qué es o no patrimonializable?. Las respuestas no son sencillas ya que están sumidas en confusiones y conflictos. Cuando los biólogos hablan de patrimonio parece que lo tienen más claro. Para ellos existe básicamente en el hombre (en la humanidad) un patrimonio genético, codificado, que no permite incorporar los caracteres adquiridos y un patrimonio cultural, no vinculado con la herencia genética. De hecho, considerando el tema más ampliamente, podríamos hablar de un patrimonio biológico humano intraespecífico (constituido por el genoma), de un patrimonio biológico extraespecífico, que no es humano pero cuya gestión la humanidad se atribuye (constituido por la biodiversidad), y de un patrimonio exosomático y transmisible mediante el aprendizaje, constituido por la diversidad cultural.

Pero, así como la herencia biológica (en ambos sentidos) de alguna forma la podemos conservar, la herencia cultural no. La cultura heredada de nuestros padres, recogida de aquí y de allá, constituye un conjunto de recursos, instrumentos y significados que necesitamos para vivir y, por lo tanto, la transformamos, adaptamos e innovamos parcial y continuamente. Y esto es claro, ya que no se puede obligar a nadie a vivir como sus antepasados en nombre del patrimonio cultural de la humanidad.

Ahora bien, si la cultura no se puede conservar, de que estamos hablando cuando decimos "preservación del patrimonio cultural". Estamos hablando de lo que sí se puede hacer, esto es, conservar su conocimiento. El patrimonio cultural que realmente podemos transmitir es el conocimiento, el conocimiento de la diversidad cultural en toda su profundidad histórica y amplitud etnográfica. Formalizar este conocimiento no es fácil. La cultura, las diversas culturas son sistemas complejos y delicados. Una cultura no se puede reducir a un cúmulo de datos, ni de colecciones de datos o de tratados inconexos.

De hecho, la cultura, la diversidad cultural, es tan vasta y se halla tan íntimamente entrelazada que pretender obtener un conocimiento global y exhaustivo al respecto sería una empresa insensata, como lo sería por otra parte intentar condensarla en sus atributos "esenciales". Debemos renunciar, por tanto, a cualquier engañosa pretensión de exhaustividad o síntesis, pero no por ello a la empresa: necesitamos conocer y conservar el patrimonio cultural existente, no únicamente como una labor enciclopédica ni como una deuda moral en un tiempo de creciente homogeneización, sino también porque las adaptaciones culturales humanas a situaciones ecológicas e históricas muy diversas representan un conjunto de respuestas afinadas y complejas a los retos de la vida que constituye una garantía para nuestra propia supervivencia (en una perspectiva, por supuesto, planetaria) y para el desarrollo futuro, y una riqueza que, sin metáforas, no nos podemos permitir el lujo de olvidar.

Como dijimos, existe un gran problema para que esto se concrete: el poder. Sin poder es muy difícil llevar a cabo y sostener esta nueva forma de activación patrimonial. Y quienes ejercen el poder en nuestra sociedad ¿qué interés pueden tener en esta especie de inventario cultural a la vez sistemático y selectivo?. En principio se diría que ninguno: de este tipo de activación no cabe esperar adhesiones ni beneficios turísticos. Y, sin embargo, en determinadas coyunturas, se financian desde el poder proyectos de estas características. ¿Por qué?

La respuesta es compleja y simple a la vez, y clave esta en el consenso social. Las representaciones patrimoniales de la identidad no pueden estar excesivamente alejadas de las interpretaciones socialmente vigentes al respecto so pena de romper el consenso social y debilitar las adhesiones o el interés de los visitantes. Es en esta instancia que todos nosotros (científicos, técnicos, promotores, maestros, políticos locales, etc.) cobramos protagonismo: por una parte, para renovar y readaptar esta versión a las nuevas exigencias sociales y, por otra, para legitimarla. En efecto, a nosotros nos cabe la tarea de certificar y legitimar realidades.

Podríamos decir así que nos encontramos frente a un desafío múltiple:

1. reconocer y analizar los procesos de legitimación y activación patrimonial y de los intercambios resultantes;

2. contribuir, desde estos estudios, a la formalización del conocimiento, lo más amplio y riguroso posible, de la diversidad cultural humana;

3. comprometernos con estas tareas de activación patrimoniales de carácter identitario, turístico o turístico-identitario, mediante la realización de estudios de campo transdisciplinarios que contemple tanto el conocimiento de los recursos patrimoniales como de los intereses y expectativas implicados en ellos;

4. descentralizar la gestión del patrimonio, generando alternativas para compartir su responsabilidad y también los beneficios que éste pudiera acarrear.

Es en base al consenso social que se construye el patrimonio. Ya que por este camino se pueden lograr formas más justas para su administración y se tiende a un mayor respeto de los compromisos a largo plazo que su preservación necesariamente requiere. Pero no existe una única forma de alcanzar esta meta, no hay procedimientos universales, recetas exitosas de resultados comprobados. Los caminos a seguir deberán ser creados y permanentemente reajustados en relación a bienes culturales, actores sociales y tramas de relaciones concretas que se planteen en cada caso. Ser sometidos a crítica y reflexión pero sin abandonar el desafío.

 


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